Era una
mañana resplandeciente, un rayo de sol despertó
a Juan. Aquella noche no durmió muy bien ya
que su padre esa misma mañana se iba de viaje.
Juan se levantó de la cama de un salto y se
vistió. Se hizo la cresta que tanto le gustaba
y fue directamente a la habitación de sus padres,
pero no había nadie. Así que bajó
las escaleras y fue a la cocina. Allí estaba
su madre con el desayuno ya preparado. Juan inmediatamente
la preguntó dónde estaba su padre, a
lo que ella respondió que se había ido
de madrugada. Así que él, sin pensárselo
dos veces, salió escopetado por la puerta y
se dirigió hacia el puerto. De camino hacia
el puerto se encontró a Luis, su mejor amigo,
y le contó a dónde se dirigía.
Luis le avisó de que subirse al barco era muy
peligroso, pero a Juan no le importó.
Cuando llegaron al puerto se quedarnos boquiabiertos:
el barco era inmenso. Juan pensó que sería
imposible encontrar a su padre pero no se rindió,
entró en el barco con Luis y se dirigió
a los camarotes. Se puso frente a la puerta de la
habitación de su padre, tocó y nadie
abría. Lo volvió a intentar y nadie
contestó, así que entró y no
vio a nadie. Miró a Luis, entraron y se sentaron
en la cama a esperarle.
Luis y Pedro se quedaron dormidos, el barco zarpó
y ellos no se enteraron. Cuando ya llevaban dos horas
de viaje, Luis se despertó y se asomó
a la ventana. Solo veía agua. Inmediatamente
despertó a Pedro. No sabían lo que hacer,
fueron donde el capitán a comentarle la situación.
Y el capitán dijo que les llevaría de
vuelta pero que no había ningún tripulante
con el nombre del padre. En dos horas llegaron al
puerto, se dirigieron a casa de Juan y allí
estaba la madre sentada en una silla de la cocina.
Luis y Juan se miraron, ya que la madre parecía
enfadada.
Luis y Pedro le comentaron lo sucedido. La madre
les dijo que el padre zarpó en un barco distinto
y les echó la bronca ya que estaba muy preocupada.
Juan se entristeció mucho ya que no pudo despedirse
de su padre.
Pasaron los días y Juan miraba el calendario
entristecido. Pasaron las semanas y al fin llegó
el día. Pedro, esa mañana, se despertó
muy pronto y se sentó en el porche a esperar
a su padre.
Por fin el padre llegó y Pedro, muy ilusionado,
fue corriendo y le dio un abrazo. Al contarle lo sucedido
el padre soltó una carcajada. Entraron dentro
de casa se sentaron en los sofás y el padre
contó todo lo que había hecho y se comprometió
con que en el siguiente viaje le llevaría a
él y a su amigo.

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