Verano
del año 1950, en un pueblo de la costa cantábrica
residía un grupo de adolescentes. El grupo
estaba compuesto por tres chicos llamados Alfredo,
Esteban y Rodrigo, y dos chicas llamadas Esther y
Nuria.
Rodrigo estaba tremendamente enamorado
de su amiga Nuria. Esta chica era bajita, con ojos
de color verde y de pelo castaño. Rodrigo era
un chico normal de la época, con sus pantalones
remangados, sus alpargatas de color azul y de pelo
negro. Éste estaba enloquecido por Nuria cada
vez que ella pasaba por su lado, olía a ese
perfume de rosas que siempre se echaba en su delgado
cuello, en el cual reposaba una gargantilla que, según
ella, se la había regalado su abuela y tenía
una gran valor sentimental.
Lo que Rodrigo no sabía es
que Nuria era una niña muy vergonzosa y ella
también sentía profundos sentimientos
por él. Le atraía su rizoso pelo negro
y su físico desarrollado, en comparación
a la edad que tenía.
El grupo sabía lo que se rumoreaba
entre los dos, y ellos pensaron que hacían
una buena pareja y que tendrían que ayudarles
a dar ese paso.
Un día prepararon una excursión
al campo. Cada uno llevó un aperitivo de casa;
Alfredo trajo dos tortillas de patatas, Esteban llevó
coca-colas, Rodrigo incorporó el mantel y los
cubiertos, Nuria llevó tarta de fresa y Esther
llevó un casete de música.
Cuando todos estaban comiendo la
tarta, Esther puso en el casete una canción
de amor. Esteban y Alfredo empujaron a Rodrigo a sacar
a bailar a Nuria, que se resistía riéndose
con Esther.
Finalmente Rodrigo y Nuria se pusieron
a bailar acaramelados, y Rodrigo se lanzó,
se acercó tímidamente al oído
de Nuria y se declaró. La dijo que le encantaba
su olor a rosas y su pelo castaño. Ésta
asintió con la cabeza y le dio un beso en los
labios que marcó el principio de una bonita
y larga historia de amor.
Actualmente la historia continúa,
crearon una gran familia. Tienen tres hijos y siete
nietos, uno de ellos soy yo.

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