Nunca olvidaré 
                            cuando era niño, apenas unos nueve o diez años, 
                            y estaba jugando con mis amigos el día de Navidad 
                            en las vías abandonadas de la antigua estación, 
                            donde trenes de mercancías trasladaban enormes 
                            cargas tiempo atrás. 
                          
                           
                            Jugábamos al escondite y me tocaba contar a 
                            mí. Juan, Pepe y Celia se habían escondido 
                            y empecé a buscarles cuando vi una pequeña 
                            luz, que salía de los bordes de una puerta 
                            de madera desgastada y comida por la carcoma, que 
                            daba acceso a la zona de carga y a su cochecito de 
                            juguete, el cual tenía luces de colores. 
                          Al entrar vi que la luz procedía de una pequeña 
                            caja de metal que estaba dentro de otra de madera; 
                            quité la tapa y miré, me extrañé 
                            de lo que vi ya que nunca lo había visto y 
                            no sabía ni describirlo. Tenía botones 
                            con símbolos y con letras y una lámpara 
                            plana de colores. Llamé a mis amigos, que salieron 
                            de sus escondites, les mostré lo que había 
                            encontrado, empezando aquí una gran aventura 
                            que terminaría con un final inesperado. 
                           
                          
                               
                                  
                                      
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