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Red-acción
II Época / Nº57
Noviembre-Diciembre
2012
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

La venganza del fantasma

Por Carlos Valbuena Gonzalo, alumno de 4º ESO del IES José María Pereda de Santander.

El día que morí venía de una fiesta de cumpleaños con unas amigas. Habíamos ido primero al cine y después a merendar, pero se me olvidó encender el móvil al terminar la película.

Una calle oscura por la que no debería haber pasado.


Me acordé mucho más tarde y, casi al instante, me llamó mi madre. Si no volvía a casa en media hora me castigaba un año entero sin salir. El autobús tardó bastante, y al bajar fui corriendo hasta mi casa. Me metí por la típica calle oscura por la que tus padres no quieren que pases "por si ocurre cualquier cosa", para no tener que dar un rodeo. Era cuesta arriba, y a la mitad de la calle me paré para recuperar el aliento. Respiré hondo unas diez veces y, justo cuando iba a volver a salir corriendo, oí el sonido de un cristal al romperse. En cuanto me giré para ver que era, alguien me tapó la boca y me tiró al suelo. Otra persona me agarró para que no pudiera moverme y un tercero me puso un vidrio roto en el cuello, probablemente el que acababan de romper. Me dijo que como me moviera o gritara me rajarían la garganta. Paralizada de miedo, no me costó mucho obedecerles. Me arrastraron hasta detrás de un contenedor de basura y me violaron. Al principio me pareció que estaban borrachos, pero luego me di cuenta de que no. Debían haber planeado violar a la primera chica que pasara por allí. No sé cuánto tiempo se estuvieron divirtiendo conmigo, pero solo pasaron tres personas, corriendo como yo había hecho, y mi madre me llamó una vez. Entonces me rompieron el teléfono y lo tiraron al contenedor. Cuando terminaron, decidieron que para evitar que les pudiera denunciar me matarían de todas formas. Intenté salir corriendo, pero me agarraron y me abrieron la garganta de oreja a oreja. No sé qué hicieron con mi cuerpo después de matarme, tardé diez segundos en ahogarme con mi propia sangre.

Aparecí detrás de ese mismo contenedor al día siguiente. Había podido volver porque no había hecho nada malo en mi vida. A ver, yo no era ninguna santa, pero no había hecho nada "grave". No me refiero a no haber hecho las tonterías que los cristianos, los musulmanes o cualquier otra religión dicen que son pecado, sino cosas que se parecen bastante a las leyes actuales. Había vuelto con ganas de vengarme, y vaya si lo hice. Lo que más hacía era causarles pesadillas, poco imaginativas lo admito. Normalmente les hacía soñar que era yo quien les mataba, ahogándoles, destripándoles o arrancándoles el corazón con el mismo cristal con el que me habían asesinado. Me aparecía a ellos con la garganta abierta. Lo que os puedo asegurar es que asustaba. Si supiera lo que habían hecho después con mi cuerpo, me habría divertido más apareciéndome, por ejemplo, cubierta de algas si me habían tirado al mar. Aún así, las pesadillas no eran lo único que hacía. Muchas veces a lo largo del día les hacía ver mi reflejo en un espejo, un cristal, un charco o cualquier otra cosa para recordarles lo que habían hecho. Al cabo de una semana empecé a provocarles accidentes. Les tiraba armarios encima, tenían accidentes de coche o se caían por las escaleras justo después de ver mi reflejo. Al principio se salvaban "milagrosamente", pero después empezaban a hacerse heridas o partirse huesos. Al final uno de ellos casi se envenena cuando cambié el contenido de una lata de Coca Cola, pero se le ocurrió llamar al 112 al ver mi reflejo en la lata, por lo que se salvó. Entonces fueron corriendo a la policía a confesar lo que habían hecho. La verdad me decepcionaron mucho, tanto ellos, que parecían niñitas asustadas mientras mi reflejo (que por supuesto solo ellos podían ver), les observaba desde un espejo de la pared, como los policías. Había estado susurrándoles pistas al oído mientras investigaban, pero ni aun así consiguieron encontrarles antes de que confesaran.

Ser un fantasma te deja mucho tiempo libre, así que aproveché para poner otros asuntos en orden antes de marcharme. En sueños, le dejé mensajes a la gente que me importaba. "No es culpa tuya", a mi madre. "Nunca te dije lo mucho que te quería", a mi hermano, con el que siempre me estaba peleando. "No lloréis por mí", a mis amigas, y muchas otras despedidas bastante empalagosas que me parecieron buena idea en aquel momento. Justo cuando se despertaban me aparecía delante de ellos. Sin la garganta abierta, y no en un reflejo sino de pie a su lado o sentada en el borde de la cama. Les sonreía, decía "Adiós" y desaparecía antes de que pudieran decir nada. Cuando me despedí de todos supuse que debía marcharme, así que di una vuelta por la ciudad para despejarme las ideas. Acabé en el hospital sin darme cuenta, viendo como la gente se aferraba a la vida como una lapa a su roca. Excepto una chica. Estaba intentando salir de su cuerpo, pero cada vez que le daban una descarga con los desfibriladores le costaba más. Me vio y me pidió ayuda. Me di cuenta de que se había intentado suicidar, pero los médicos no la dejaban morir. Yo quería seguir en la Tierra, así que me metí en su cuerpo para que ella pudiera salir. Perdí la conciencia con la siguiente descarga, la misma que hizo que mi corazón, o más bien el de aquella chica, empezara a latir de nuevo.

Me desperté al día siguiente en el hospital. La voz de aquella chica me seguía resonando en la cabeza. "Gracias". Recordaba tanto mi vida como la de ella, y entendí por qué se quiso suicidar. No tenía padres, y los pocos amigos que tenía murieron en un accidente de autobús. Decidió que no tenía motivos para vivir y se tiró por un puente. Lo sentí por aquella chica, pero el que no tuviera padres me venía bien. Cuando me dieron el alta conseguí ir a casa de los míos y hablar con ellos. Les conté lo que había pasado. Mis padres no solían creer en esas cosas, pero tal vez recordaban los sueños en los que me despedí de ellos, o tal vez simplemente querían creer que su hija estaba viva, el caso es que conseguí que me adoptaran legalmente. Las cosas no cambiaron mucho, salvo porque tenía otra cara. Me seguían gustando las mismas cosas, tenía la misma edad, mis padres me querían igual y seguía peleándome con mi hermano. Cuando volví al colegio, nadie me reconoció. Solo se lo conté a mis amigas. Me acribillaron a preguntas sobre qué tal era ser un fantasma, si era raro estar en otro cuerpo o, lo más importante, qué había "después". Tuve que confesarles que no me acordaba. Sabía que había vuelto y por qué, pero no recordaba dónde había estado, aunque algo me decía que era un buen sitio.


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