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Red-acción
II Época / Nº34
Junio
2009
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

'Memorias de la India' y 'El sendero de los sueños'

Por Ana Domostegui y Tomás Varona, alumnos de Bachillerato del IES Las Llamas.

El IES Las Llamas ha celebrado recientemente la XX edición de su Concurso Literario, que culminó con la entrega de premios coincidiendo con el Día del Libro. A continuación puedes leer los trabajos premiados en la categoría Narrativa Nivel II.

Taj Mahal, monumento construido en India en el siglo XVII.


NARRATIVA NIVEL II / PRIMER PREMIO

'MEMORIAS DE LA INDIA'
Por Ana Domostegui Fernández, 2ºE Bachillerato

 

"De mi país y mi familia poco tengo que contar, el trato injusto y el paso de los años me alejaron de uno y me distanciaron de la otra".


Quiero que quede claro que con este testimonio, con estas palabras que voy a contar, no quiero hacer sentir pena ni compasión a nadie, pues que haya acabado aquí no ha sido más que la consecuencia de mi ignorancia, de no ser capaz de ver las cosas a tiempo, de mis ganas por acabar con mi propia vida, de mis ansias de ser libre... unas ansias que me han llevado a no ver más allá de los barrotes que atraviesan la oscura y mugrienta pared de esta habitación donde cada día que pasa veo donde me han llevado mis ansias de libertad, en un constante encierro del que aún espero que alguien me rescate y mientras no puedo sino confesar mis pecados, la verdad, el porque he acabado aquí, lo que ocurrió realmente.

Empezaré contando lo feliz que solía ser cuando era pequeña. Recuerdo que cada mañana me levantaba temprano, con el primer rayo de sol, y acudía corriendo hacia ella. Juntas cada mañana recogíamos las especias y yo aprendía viéndola tejer finas y delicadas sedas; probablemente, esa fue la época más feliz de mi vida.

Comencé a crecer y pronto mi madre me enseñó a mí. Me decía que estaba muy orgullosa de mí y cada día me regalaba una sonrisa. Pero él, él parecía no estar nunca contento. Recuerdo los días que íbamos a la ciudad, no paraba de quejarse, de decir que necesitaba alguien útil en su tienda y no a los despojos que tenía ante él.

Por aquel entonces yo no lo entendía, pero podéis imaginar la desesperación de un padre que sólo tiene una hija y que cada día se ve obligado a enfrentarse a la miseria, a la pobreza de los mercados de la India para intentar sacar a su familia de ese agujero, aún sabiendo que lo más seguro es que acabe por devorarte. Seguramente habrás visto alguna vez imágenes, pero yo quiero que trates de sentir lo que es eso, el no tener nada o aún peor, que tu hija y tu mujer sean lo único que tienes en un mundo donde las mujeres son tratadas peor que los perros.

Por aquel entonces yo tenía unos 12 años y no me gustaba mi padre, siempre traía la misma cara a casa y odiaba cuando nos llevaba a mi madre y a mí a aquella sucia calle donde la gente no quería comprar las cosas de nuestra tienda sino que se las regalásemos. Una vez, un hombre cogió a mi madre y amenazó a mi padre con matarla sino le daba todo el dinero que tenía. Aún puedo sentir el miedo que pasé, empecé a llorar asustada, mientras aquel hombre pedía a gritos que le diésemos nuestro dinero. Mi padre le dio el dinero y le pidió que se largase pero yo no podía dejar de llorar, mi madre estaba perfectamente pero yo no podía dejar de pensar que hubiese pasado si la hubiese matado de verdad. Fue entonces cuando recibí el primer golpe de mi vida, el golpe a partir del cual abrí los ojos a un mundo que no volvió a sonreírme nunca más.

A partir de ese día supe que no podría derramar una lágrima más, pues la paliza que mi padre me propinó acompañada de frases como “¡cállate ya!”, “¡por tu culpa tu madre casi muere!” o “¡ya estoy harto de ti, tu vida no vale nada!” me hicieron descartar esta posibilidad.

Durante tres años continué bajando a los suburbios de la horrible ciudad de Delhi pero nunca más volví a hablarme con mi padre, si bien tengo que exceptuar una vez, el día que finalmente murió mi madre.

No os he contado que además de vivir en un país lleno de pobreza, vivía en un país donde las enfermedades y las plagas eran el primer caso de muerte y la falta de higiene hacía que cada día la gente muriera tirada en el suelo. Yo era testigo de todo aquello: ante mis ojos veía los cadáveres de la gente y cómo podían pasar días hasta que este era retirado de la calle. Y por desgracia, mi madre tampoco se libró, un día comenzó a enfermar de una fiebre muy alta y cada pocas horas le daban espasmos, acompañados muchas veces de fuertes vómitos. Los escalofríos que tenía eran constantes y las fiebres comenzaron a ser cada vez más altas. Yo ya había visto a mucha gente morir frente a mí y me temía lo peor. Y así fue, a los pocos meses la vida de mi madre acabó, consumida por la malaria.

El día que mi madre inhaló su último aliento fue el mismo en que mi padre me dijo sus últimas palabras hacia mi: "sino te portas bien acabarás como ella".

Yo seguía sin entender nada de nada, pero decidí que me portaría bien por si acaso. Traté de llenar el hueco de mi madre en todo lo que pude y nunca volví a protestar por ir a esa espantosa ciudad.

Escribiendo estas frases me doy cuenta de que apenas recuerdo la cara de mi madre, sé que me decían que me parecía a ella, pero que era fuerte como mi padre; aunque ahora les contestaría que se equivocan, que no me parezco a mi padre, yo no soy fuerte, pero mi padre, mi padre fue el más cobarde de todos el día que él vino a por mí.

Ya sé que todavía no os he hablado de él, estaba pensando cómo ponerme a hacerlo, como describirle, pero cada una de las palabras que utilizaré seguirán contradiciendo a la anterior.

El día que llegó al mercado, a nuestro puesto, creo que algo se accionó en mí. Si bien no era raro ver de vez en cuando algún americano paseándose por los suburbios, cuando llegó él, para mí fue como si nunca hubiese visto ninguno antes. Puedo asegurar que nunca he olvidado la primera vez que le vi y que aún ahora cada vez que le veo no puedo respirar tranquila. Fue una mirada que quedó clavada en mí con sangre, sus ojos azules y profundos me hechizaron y aunque puede que lo que ahora sienta por él es odio, creo que no podría vivir sabiendo que esos ojos han desaparecido de esta vida. Pero no sólo yo fui la que quedó hechizada de él ese día, hasta mi padre dejó su trabajo de lado durante un momento. Su figura alta, su aspecto de adinerado, su cabello rubio y su tez morena llamaban la atención de todos los que le rodeaban y no hacían más que acelerar cada latido de mi corazón.

De pronto sus ojos se posaron sobre los míos, nunca podré llegar siquiera a averiguar lo que se le pasó por la cabeza cuando me vio, pero lo cierto es que se acercó hasta nuestro puesto y comenzó a estudiar con interés lo que vendíamos mi padre y yo, o eso era lo que creía. Cuando mi padre se dio cuenta comenzó a hablar con él, parecía bastante interesado, pero sus conversaciones no eran de mi incumbencia así que me alejé un poco, eso sí intenté escuchar las palabras que intercambiaban:

- No creo que eso sea posible- oí decir a mi padre con un nerviosismo fuera de lo habitual.

- Vamos seguro que esto lo vale- le respondió él con voz tranquila. En ese momento mi padre bajó la cabeza y asintió y él se acercó a mí, me cogió suavemente del brazo y me dijo con una sonrisa encantadora -Vamos a ir a un sitio muy bonito- Y yo sólo fui capaz de mirar a mi padre sin entender nada, ni siquiera le pregunté si él no venía, por que en aquel momento estaba hipnotizada, no sabía donde iba pero creía estar segura de que sería un lugar maravilloso mientras fuese con él, pero lo que no sabía era que lo que mi padre le había vendido no era sino mi propia vida, por un precio que nunca llegaré a saber, pero que estoy segura que no fue nada en comparación de lo que más adelante llegaría a tener entre mis manos, eso sí a cambió de mi inocencia, de mi libertad y de mi pasado.

Ahora 12.000 Kilómetros me separan de mis recuerdos, de todo lo que dejé allí, en Delhi, donde murió la niña que yo era, la Naia que trabajaba en un mercado junto a su padre. Durante una semana permanecí encerrada en una habitación oscura esperando a que él volviese para llevarme a aquel lugar bonito. Creía que no volvería a por mí hasta que un rayo de luz atravesó la habitación donde me hallaba trayéndole consigo, volví a sentirme protegida y llena de esperanza. Le seguí, subimos a un coche y me llevó directamente a una avioneta, donde sin decirme nada me empujó a la zona de carga y cerró la puerta. Otra vez oscuridad, otra vez se iba... poco a poco comenzaba a entender que las cosas no iban a ser tan bonitas como me aseguró, que toda su sonrisa, todo él, era una mentira, una farsa, que había encontrado una puerta dentro del hoyo en el que había vivido hasta ese momento, pero que probablemente no me conduciría a donde yo imaginaba. Pero no cayó lágrima alguna, porque ya no había nada por lo que llorar, solo quería dormir, dormir profundamente... sin embargo, el sueño acabó y desperté de nuevo con la luz del sol. Aunque en ese momento no sabía cuanto tiempo había pasado, había estado durmiendo durante todo un día, y cuando conseguí abrir los ojos de nuevo descubrí un mundo en el que no había estado nunca, edificios enormes de los que solo había oído hablar, coches que plagaban unas carreteras perfectamente asfaltadas, gente que salía de todas partes y que se amontonaba por las largas calles, había llegado, como descubrí días más tarde, a Nueva York.

Pero ese día no pude descubrir mucho sobre aquel nuevo mundo que debería haber sido el mundo bonito que él me había prometido, directamente me subió a una furgoneta y él se montó en una moto que se encontraba justo al lado. Tras una hora en la que no oí más que el de ruedas sobre el asfalto y rugido del motor de la furgoneta, este cesó. Un hombre me empujó hacia una puerta que se encontraba a un nivel más bajo del de la calle y al entrar me ordenó que siguiese a una chica. Ella me condujo escaleras abajo hacia una habitación y cuando encendió la luz descubrí por primera vez el sitio "bonito". Estaba en un cuarto en el que solo había camas y en ellas yacían los cuerpos de 10 chicas que tendrían más o menos mi edad.

- La tuya es la del fondo. Quítate todas tus cosas y ponte esto- me dijo la chica.

- ¿Dónde estoy?

- Chsss. Mira sé que acabas de llegar pero es mejor que no hables y hagas caso a todo lo que te digan, ¿vale? Sobre todo, ten mucho cuidado con Pávlov, él es... bueno da igual haz lo que te he dicho. Por cierto soy Veronika.

- ¿Quién, quién es Pávlov? y ¿por qué estáis aquí metidas? – pregunté. Su fría mirada se clavó en la mía, y solamente respondió:

- Él, él es Pávlov, Daniel Pávlov... - de pronto alcé la vista y volví a verle de nuevo, así que el hombre que me había traído hasta este lugar era ese tal Pávlov, el hombre del que aunque todavía no lo sabía me había enamorado, la persona más fría y despiadada que nunca había conocido y que ahora estaba frente a mí. Me miró y me hundí de nuevo en sus ojos fascinada, quise preguntarle que hacía allí, porqué me había llevado hasta allí, pero reparé en lo que me había dicho esa chica, Veronika, y me callé; aunque estoy segura de que de no haberme dicho nada no hubiese sido capaz de decir ni una sola palabra.

- ¿Cómo te llamas?

- Na... Naia - le respondí.

- Vale, Naia quiero que te olvides de dónde vienes, desde que has entrado por esta puerta, a partir de ahora permanecerás aquí y no saldrás y si intentas escapar... - paró unos segundos mientras vi como esbozaba una sonrisa-. Bueno dudo siquiera que esa idea llegué a pasarse por tu cabeza. Veronika, quiero que esté lista para esta noche.

Miré a Veronika y vi como estaba apunto de decir algo, pero se calló y asintió en silencio. Él volvió a mirarme y dijo "hoy vas a descubrir para qué te he traído aquí".

Sonrió y sin mayor explicación me dio la espalda y salió de la habitación. Mi mente volvió a pensar con claridad y por primera vez desde que abandoné Delhi sentí pánico, sentí miedo, sentí todo mi cuerpo temblar y aunque no sabía todavía que me esperaba aquella noche, supe de inmediato que a partir de entonces mi vida ya no me pertenecía, que estaba en manos de aquel hombre y que no iba a poder recuperarla.

Supongo que ya no siento el miedo, no siento el frío, el dolor; ni siquiera el vacío cuando vendes tu cuerpo en manos de otro. Esa noche me llevaron a un local junto con Veronika y otras chicas y cada una entró a la habitación con un hombre. No recuerdo como volví de nuevo a mi habitación, fue un infierno del que supongo esperaba poder salir. Pero hubo más y cada noche se repetía, tu cuerpo muerto, tu alma vacía. Algunas de las chicas que allí conocí no pudieron aguantar y muchas de ellas acabaron con sus propias vidas y yo… yo hubiese hecho lo mismo, porque mi vida poco me importaba ya, de no ser por Veronika que cada noche me abrazaba hasta que lograba dormir. ¿Cuándo supe que ese hombre no era más que el jefe de una gran mafia de tráfico humano? No lo sé. ¿Cuándo supe que si intentaba escapar, él me mataría? No lo sé. Pero yo no era nadie en ese mundo, mi nombre no significaba nada y Veronika no iba a dejarme tranquila, no iba a dejarme descansar para siempre, así que no tuve más remedio que buscar algo que hiciese que mi mente huyese por unas horas de aquel horrible lugar y una noche, ya con 17 años, me incliné sobre el lavabo y esnifé por primera vez lo que muchos llaman cocaína.

Quizás ahora comprendáis en el torbellino en el que vivía, cada noche en los baños de las casas donde íbamos me metía una o dos rayas y así conseguía simplemente no pensar, no sentirme un simple objeto en manos de una bestia y mientras, muchas chicas seguían viniendo y muchas otras... desapareciendo. Pero a mí solo me importaba Veronika, quien se había convertido en la persona más importante para mí, y Pávlov. Él, por aquel entonces, me había dejado al mando de las demás chicas y confiaba bastante en mí, porque mi mirada hacia él había cambiado, seguía perturbándome sí, pero las drogas que me consumían durante la mayor parte del día hacían que fuese inapreciable. Así que ahora además trabajaba directamente para él. Si os preguntáis si alguna vez ocurrió algo entre nosotros, la respuesta es no. Él nunca me quiso, nunca sintió nada especial por mí, yo no valía más que el resto de las chicas, simplemente no estaba tan perdida ni desesperada como el resto y él sabía que podía utilizarme porque yo no le iba a traicionar, pero quizás, confió demasiado en mí.

Una noche a Veronika y a mí nos llevaron a una fiesta en un club muy cercano al centro de la ciudad. Me extrañó, ya que Dan no solía arriesgarse tanto y solía llevarnos a lugares apartados o escondidos, y más de una vez, habían sido ellos los que habían venido a la habitación de aquel sótano donde dormíamos. Y sin embargo, allí estábamos las dos, supongo que confiaba lo suficiente en nosotras como para da por hecho que no haríamos ninguna estupidez, o eso, o confiaba en que sus hombres hacían siempre bien su trabajo.

Esa noche teníamos que pasarla con unos cuantos hombres y yo no estaba dispuesta a dejar que mi mente se quedase allí para verlo así que me dirigí al baño para "prepararme". Pero Veronika entró justo cuando mi nariz estaba absorbiendo el fino y delgado polvillo, simplemente no estaba preparada para que ella lo supiese y ella no estaba preparada para verme haciendo aquello como si llevase toda la vida haciéndolo. Su cara de espanto, de asco, no la olvidaré nunca. Se puso a chillar como una loca, intenté calmarla, hacer que se callara, pues si la oían los hombres de Dan no iban a contenerse. Y eso fue lo que ocurrió, en unos segundos estaban en la puerta y la cogieron del cuello y la lanzaron contra el lavabo. Un golpe seco inundó el baño y un hilo de sangre comenzó a avanzar entre las baldosas del suelo hacia mis pies. Veronika yacía en el suelo y un charco de sangre comenzaba a rodear su cabeza, estaba muerta. Me quedé helada, mi corazón dejó de latir, era incapaz de mover un solo músculo, ni siquiera de pestañear; sólo vi como los hombres de Pávlov cogían sin reparos el cuerpo sin vida de Veronika y lo sacaban del baño, dejándome a mí allí, sin vigilancia alguna, rodeada de la sangre de mi amiga. Fue entonces cuando desperté, el efecto de las drogas comenzó a acelerarme el pulso, reaccioné y en mi mente sólo estaba mi amiga muerta como si todavía yaciese en el suelo, tenía que hacer que desapareciese, correr, en cualquier dirección, huir. En cuestión de segundos, estaba en la calle, corriendo sin parar, sin que nadie me siguiese, pues nadie imaginaba que iba a echar a correr. Mi estado era de shock total pero por alguna razón llegué a una calle donde había algo más de gente, aunque yo sólo veía como me miraban asustados y a Veronika, que no iba a volver porque estaba muerta, por mi culpa. Agarré a un hombre y comencé a gritarle, quería que volviese. Supongo que ese hombre pensó que yo había matado a alguien porque estaba llena de sangre y con la mirada perdida. De pronto oí unas sirenas acercándose, pronto el ruido fue ensordecedor, pero no fui consciente de lo que estaba ocurriendo hasta que un hombre me golpeó. Del empujón solté al hombre y caí al suelo. Intenté levantarme, pero algo presionaba mi cuerpo contra el suelo y la voz de un hombre dijo -no intentes hacer ningún movimiento raro, estás detenida-. Me levantó y comenzó a inspeccionarme, otra vez no, comencé a gritar y me golpeó. Dejé de gritar y dudé de si realmente no sería otro hombre que había pagado por mí a Pávlov. Pero no era así el hombre paró y me giró hasta ponerme cara a cara con él. Me enseñó una bolsita y me preguntó:

- ¿Esto es tuyo?

Tuve que concentrarme para ver de qué se trataba, era mi bolsita, la que llevaba usando durante noches, la que hacía que pudiese olvidar mi mundo. No podía mentirle así que asentí y de lo poco más que recuerdo fue cómo el hombre dijo algo así como "posesión de drogas" y cómo me metió en el coche para llevarme detenida. Y sí, aquí estoy ahora, detenida, contando toda esta historia para que sepáis lo que pasó, como si no quisiese olvidarme del infierno del que no se como he logrado salir, pero temo salir a la calle, porque él me encontrará y si lo hace me matará. Lo peor de todo es que todavía no saben quién soy, nadie sabe quién es Naia, porque Naia no existe en este maldito país, así que si me ponen en libertad no tendré nada, no seré nadie y... ¿quién va a creer a una chica, a la que han encontrado con drogas, cuando diga que ha sido prisionera de una mafia? Nadie.

Aunque quizás si leen esto, me crean o al menos, otras chicas puedan salvarse. Y mañana, mañana es el juicio. Ahora solo quiero descansar...

Se declara a la acusada Naia libre de todos los cargos. A expensas de esclarecer todo lo relacionado con Daniel Pávlov y hasta que se decida lo contrario, se le otorgará a la señorita Naia una nueva identidad, así como las acreditaciones pertinentes y la protección que se requiera necesaria. A partir de hoy, Naia pasará a llamarse __________ y por fin poder ser libre.

 


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NARRATIVA NIVEL II / ACCÉSIT

'EL SENDERO DE LOS SUEÑOS'
Por Tomás Varona Poncela, 2ºC Bachillerato

 

"Y entonces sentí cómo me desvanecía en las sombras…"



Me levanté. Me encontraba erguido, despojado de mi ropa y rodeado de densas extensiones de arena, una arena negra que parecía haber sido sacada desde las mismísimas entrañas de los infiernos. Estaba solo, soledad, sentimiento ni mucho menos nuevo para mí, sentimiento que tantas veces había percibido y que ahora me asestaba duras puñaladas en aquel mundo inverosímil. A mi alrededor extrañas palmeras cuyos frutos se asemejaban a la concha de los cangrejos; arbustos de terribles formas humanas, las cuales parecían estar sufriendo el peor de los tormentos imaginables; seres voladores dotados de cuerpo de tigre y cabeza de pescado; todo ello sumado a mi profunda soledad y al frío tacto de la oscura arena, que me acosaba por todas partes, oprimía hasta el más lejano rincón de mi alma. Recuperado ya de la sensación primera que me producía aquella mezcla inquietante y aterradora, me decidí a andar. Necesitaba encontrar algo que tuviera un resquicio de sentido lógico, una persona en quién poder confiar, alguien que me hiciera sentir seguro…

Todo comenzó a temblar a mi alrededor. La arena empezó a arremolinarse ante mis estupefactos ojos formando imponentes torbellinos que me zarandeaban bruscamente y arrancaban mi carne en cada sacudida con una ira desmesurada. Aun así, no podía dejar de mirar, los ojos me ardían por el roce de la negra arena pero el espectáculo que estaba presenciando era digno de ser visto. Una flamante torre nívea brotaba hacia las alturas como escupida de las entrañas de la tierra, crecía y crecía, era increíble. No podría atreverme a decir el tiempo que estuve esperando a que el tremebundo edificio se erigiera completamente, pero por fin paró. Una gran puerta roja como la sangre se plantó frente a mí. La rocé suavemente con las yemas de los dedos y está se abrió casi por completo permitiéndome observar una escalera de caracol que, desde mi posición, parecía no tener fin. Miles de escaleras, quizás millones, serpenteaban ante mis ojos ocultando en cada escalón el destino que podría guardar el siguiente. Subí y subí sin descanso, volví a experimentar un profundo sentimiento de frustración, impotencia. El fracaso y la desesperación de mi vida se veía ahora perfectamente reflejado en mi infructuosa escalada de aquella torre maldita, aquella vasta atalaya que mientras más avanzaba hacia su cúspide, más intensos y dolorosos se tornaban mis sentimientos. Sin embargo, no me rendiría otra vez, tenía que llegar arriba del todo y alcanzar mi propósito.

¡Por fin! El último escalón duró una eternidad, pero ya estaba en el pináculo del majestuoso edificio. Una terraza con un amplio mirador me rodeaba, un mirador sin barandillas, un mirador perfecto para olvidarlo todo. Me asomé al borde con cuidado de no caer en un descuido, aunque la verdad es que no me importaba demasiado tropezar. La vista desde allí arriba era impactante. El desierto desde el que había subido a la torre y que tendría que verse ahora en todo su esplendor, había desaparecido y, en su lugar, gigantescas nubes rosas como el algodón de azúcar, engalanadas con suaves y aterciopelados lazos de colores, me invitaban, juguetonas, a saltar sobre ellas. Lanzarse al vacío; quizás en ese momento, en ese lugar mágico en el que me encontraba, mis músculos derrotaran al miedo que tantas veces los había encadenado e impedido dar este simple y último paso hacia el descanso. Me precipité al vacío. Las nubes desaparecieron y quedé atrapado en una vorágine de objetos y seres de los cuales alcance a discernir claramente gigantescos guarismos teñidos de colores llamativos, raíces cuadradas que me miraban agresivamente, las caras de los grandes matemáticos clásicos que murmuraban sus teoremas, libros y más libros de ciencias exactas y todo aquello que, habiéndome parecido un mundo excitante y emocionante al principio de mi vida, aborrecía ahora con todo mi corazón mientras pensaba en las horas perdidas encerrado en aquel frío laboratorio que me privaba de libertad y que robó mi juventud.

Toqué fondo. Aun así me seguía hundiendo más y más. No había sido el duro golpe contra la tierra que tanto ansiaba recibir. Había sido una suave inmersión en lo que me pareció, en un primer momento, un océano de aguas cristalinas a través de las cuales podía observar perfectamente los bancos maravillosos de peces de colores y los preciosos arrecifes de coral. Después de contemplar este fascinante espectáculo cromático, intente nadar para salir a la superficie, pero no podía. Un peso en lo más profundo de mi alma, un cargo de conciencia que oprimía mi corazón, sumado a la densidad que iba tomando aquel mar, aquel mar de dudas, tiraban de mí hacia el fondo como el más grave de los lastres. Tras fallidos intentos acabe por someterme a mi destino y dejé que mi cuerpo, inerme contra aquella masa de agua y contra su propia alma penitente, descendiera hacia las profundidades de aquel océano maldito. Iba perdiendo el conocimiento paulatinamente. Gritos en mi cabeza, gritos desgarradores de sufrimiento, sufrimientos como los que yo mismo había hecho pasar a tanta gente y que ahora me torturaban en aquel lugar pero… el sufrimiento es múltiple. La desgracia en la tierra es multiforme. Desplegada sobre el ancho horizonte, como el arco iris, sus colores tan variados como los matices de éste, a la vez que tan distintos y, sin embargo, tan íntimamente fundidos. Y eso era lo que veía yo, desgracias y sufrimientos por todos lados y de todos los tipos imaginables y muchas de ellas yo mismo las había provocado, arrepentimiento…

Me disponía ya a entregar mi vida a aquel mar de dudas y de desolación cuando un rayo de luz iluminó mi rostro y, como salido de la nada, un enorme navío de velas negras me rescató de aquellas funestas aguas y elevó mi cuerpo inmóvil hacia la superficie. Volví a respirar. No había ni una pizca de viento, aun así, las velas flameaban en todo su esplendor y el barco se movía libremente como empujado por una fuerza sobrenatural. Vagaba solo y sin rumbo, tal y como me sentía en el día a día de mi vida, pero ahora no estaba allí, ahora estaba en aquella algarabía de lugares incomprensibles que, aunque no quisiera admitirlo, brotaban de mí como reflejos de mis sentimientos y de mis vivencias. Me sentía completamente perdido. No podía afirmar que existía aquel mundo en el que me encontraba, ni siquiera el cuerpo que creía mío, sólo podía afirmar que pensaba, que sentía, que sufría y, que por tanto, era yo. Pasaron las horas en silencio, el calor era sofocante, no había nada de vida en aquella laguna acuosa. Oscuros pensamientos obnubilaban mi mente mientras el vaivén de mi embarcación entumecía mis músculos y adormecía mis sentidos. Tenía hambre, sed, comenzaba a sentir frío, pero todo aquello no era comparable a lo que sufría mi corazón: soledad, frustración, miedo…

Divisé tierra. Conforme me iba acercando a aquella isla, comencé a distinguir lápidas y tumbas. Trataba por todos los medios de parar el barco, de retroceder, de hundirlo de nuevo incluso, pero no podía. El destino hacia aquel cementerio era inevitable al igual que en vida. Mi miedo a la muerte afloró y unos temblores intermitentes comenzaron a apoderarse de mi cuerpo. Cada vez estaba más y más cerca de aquel camposanto. Finalmente llegué. Mi velero había desaparecido y me encontraba ahora rodeado de sepulcros y de epitafios los cuales por miedo a lo que podía descubrir no me atrevía a leer siquiera. Cerré los ojos lo más fuerte que pude intentando en vano no dirigir la mirada hacia la inmensidad de nombres y de fechas que me rodeaban y que, a mi parecer, no hacían más que aumentar por momentos, pero fue inútil. Los nombres de aquellas personas penetraban uno tras otro en mi cabeza. Veía su muerte; sentía su dolor; mis lagrimas, las cuales pocas veces se habían vertido en vida por un ser querido, se estaban amontonando en mis ojos para mezclarse con las de los familiares de aquellas almas que no dejaban de impregnar mi cuerpo con sus peores vivencias. No podía soportarlo más. Debía salir como fuera de aquel torbellino de muerte y sufrimiento. Vislumbré a lo lejos lo que se me antojó como una extraña escalera que, para mi sorpresa, no se apoyaba en ningún pilar si no que sus relucientes peldaños dorados ascendían hacia el cielo perdiéndose entre las blancas nubes. Corrí unos metros tratando por todos los medios de escapar de aquella pesadilla en la que me veía ahora envuelto pero, de repente, una huesuda mano me asió fuertemente por el tobillo haciéndome tropezar y caer aparatosamente contra el suelo. Proferí un alarido escalofriante que se vio ahogado por las carcajadas de los cadáveres que me agarraban ahora por todas partes y trataban de hundirme con ellos en la tierra para siempre. ¿Acaso había llegado mi hora? ¿Quizás alguno de aquellos esqueletos que querían adelantar el momento de mi entierro no era más que el póstumo cuerpo de algún ser querido, de los que no podía presumir de contar con muchos, que me devolvía ahora la dejadez y falta de cariño que tuve con ellos en vida? Ciertamente no deseaba quedarme allí para averiguarlo. Conseguí zafarme de ellos y alcancé por fin la fulgurante escalinata. Al pisar el primer escalón, una luz blanquísima y purísima me rodeó. Sentía que ya quedaba poco, que aquella paranoia estaba tocando a su fin…

Entonces me desperté. Aquellos ojos verdes, que no habían dejado de observarme ni un momento desde el otro lado de la cama, me sonreían pícaramente invitándome a entrar en un juego que mi cuerpo ya conocía y que mi mente raras veces se negaba a aceptar. Sus rizados cabellos morenos descendían por su cuerpo desnudo, tímidamente cubierto por una fina tela carmesí, que contrastaba con el sonrosado de sus mejillas y el blanco de su piel, pero que palidecía ante el rojo del ardiente fuego que se estaba apoderando de mi cuerpo. Ya no sentía miedo, ni muerte, ni desolación, ni soledad, ni frustración; todo eso se había desvanecido dejando paso a este otro sentimiento mucho mas fuerte… Sus dedos se deslizaron suavemente por mi piel estremeciendo cada rincón de mi cuerpo que ansiaba cada vez más poseer a aquel bello ser que le había eximido de todos sus pesares. Sus labios susurraban dulces palabras que se tornaban melodiosas para mis oídos tan extasiados como el resto de mí. Me besó por fin y nos fundimos en un solo cuerpo, en una sola alma… en un mismo sueño.



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