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Red-acción
II Época / Nº24
Marzo
2008
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Sandra y el diamante

Por Irene Seco Serna, alumna de 3ºB del IES Juan José Gómez Quintana de Suances.

Una carta inesperada puede ser el origen de una gran aventura. Dos amigas adolescentes investigan un misterio que une llaves y taquillas con tesoros ocultos entre pistas. Un apasionante relato de una alumna del IES Juan José Gómez Quintana de Suances.

Una isla como aquella a la que llegaron las protagonistas del relato.

Era 16 de diciembre y Sandra, una chica de 14 años de lo más normal, estaba a punto de vivir una gran aventura.

Todo comenzó una tarde después de que Sandra llegara del instituto a su casa. Su madre la saludó como todos los días y su hermana mayor la dijo que había llegado una carta para ella y que se la había dejado en su habitación. Sandra, intrigada porque rara vez recibía cartas, fue a su habitación para ver quién la había escrito. Miró el remitente pero no había nada escrito. Abrió la carta y sacó un papel y un pequeña llave. La chica, sorprendida, depositó la llave en la mesa que tenía delante y comenzó a desdoblar en papel para leer su contenido. Y la carta decía solamente: "Taquilla Número 102". Sandra estaba desconcertada y mientras intentaba descifrar el sentido de aquella misteriosa frase, su móvil sonó y la sobresaltó. Miró la pantalla y se tranquilizó al ver que era su mejor amiga Clara. La saludó, y sin dejarla decir para qué llamaba, la contó lo que la acababa de pasar y lo que ponía en la carta. Su amiga le dijo que sería una broma de algún gracioso y que no le diera más importancia. Y así se quedó la cosa por el momento. Pero al día siguiente, cuando Sandra caminaba por uno de los pasillos de su instituto para llegar a su siguiente clase, casi de forma inconsciente se quedó mirando una de las taquillas de ese pasillo que tenía el número 102. La chica recordó la carta y la llave y se preguntó si sería aquella taquilla a la que se refería el autor de la carta. Por eso a la mañana siguiente, Sandra llevó al instituto la llave y en el primer recreo se reunió con Clara y la dijo que iba a intentar abrir la taquilla. Su amiga, aunque no muy de acuerdo con lo que iban a hacer, la siguió para ayudarla. Cuando estuvieron delante de la taquilla sacaron la pequeña llave y la abrieron. Y dentro encontraron otra llave pequeña, muy parecida a la que habían utilizado para abrir la taquilla. Las chicas pensaron en la llave y en que posiblemente abriría otra de las taquillas del instituto, ¿pero cuál? Mientras seguían pensando en ello oyeron unos pasos y el murmullo de una conversación, eran unos profesores que se acercaban por el pasillo de al lado. Sandra cerró rápidamente la taquilla y las chicas salieron al recreo. Clara estaba pensando que ya no iban a hacer nada más ya que era imposible intentar abrir todas las taquillas del instituto, mientras Sandra revisaba la llave para encontrar una pista de a qué taquilla pertenecía. Pero no encontró nada, hasta que en un descuido la llave se la cayó de las manos y fue a parar a un suelo de tierra blanda donde estaban ellas y donde sin querer su amiga Clara la pisó. Sandra fue a recoger la llave y al levantarla del suelo vio una marca en la tierra, era un número, ponía: "96". Sandra muy contenta le explicó a su amiga que el número sólo se veía cuando se marcaba la llave en algo, mientras que si sólo se miraba la llave era imposible descifrar el número.

Las chicas se estaban divirtiendo y por eso siguieron con lo que a ellas les parecía un juego. Fueron hasta la taquilla 96 y efectivamente pudieron abrirla con la llave que anteriormente habían encontrado en la otra taquilla. Y dentro encontraron sólo un papel que ponía: "El centro de la Isla".

La única isla que se les ocurrió a las chicas era una a la que se pasaba en un barquito que era para dar una vuelta por toda la playa de la ciudad y ver el precioso paisaje. Sandra y Clara se montaron en el barco en cuanto pudieron y llegaron a la isla donde se escondieron para que el barco se fuera y nadie las viera. Se colocaron en el centro de la isla y lo único que vieron allí fue una piedra no muy grande y redonda. La levantaron aunque sin esperanzas de encontrar nada interesante, y sin embargo encontraron una llave muy vieja y sucia. Pero no había nada más ni cartas, ni pistas, ni nada que las pudiera ayudar a descubrir qué abría aquella llave.

Decepcionadas porque no podrían terminar de descifrar todas aquellas pistas que las divertían, decidieron caminar hasta la orilla de la isla para esperar a que volviera el barco y marcharse a sus casas. Pero de camino hacia la orilla Sandra pisó un terreno blando y cayó varios metros hacia abajo, chocando finalmente con un suelo de tierra. Su amiga asustada empezó a chillar para ver si Sandra estaba bien. Ésta estaba bien aunque se había hecho algo de daño en un pie pero le dijo a su amiga que estaba perfectamente y que la ayudara a subir para no preocuparla. Clara alargó su brazo para coger de la mano a Sandra y ayudarla a subir, pero entonces esta última se fijó que justo a la derecha de donde había caído había una especie de cofre con un candado muy viejo y pensó en la llave que habían encontrado hacía poco. Le dijo a Clara que le pasara la llave que llevaba guardada en el bolsillo. La chica fue a hacerlo pero entonces se percataron de que alguien venía en un barco y no eran los del barco de paseo. Sandra salió con ayuda de Clara apresuradamente del agujero, sin olvidar coger el cofre y ambas se escondieron detrás de unos árboles. Dos hombres bajaron del barco que acababa de desembarcar y se dirigieron a las chicas directamente. Las gritaron que salieran, que sabían donde se escondían. Las chicas asustadas salieron del escondite y se pusieron enfrente de los hombres. Los hombres las ordenaron que les dieran inmediatamente el tesoro que según ellos les pertenecía, porque ellos les habían mandado la primera llave y la carta, porque sabían que sería mucho más fácil para unas niñas que para ellos mismos abrir las taquillas de un instituto y encontrar las pistas que dejó el viejo director del instituto llamado Antonio.

Sandra se dio cuenta enseguida de que el Antonio del que hablaban los hombres era su abuelo que había muerto hacía unos meses. También pensó que si su abuelo había dejado algún tesoro la pertenecía a ella y a su familia y no a unos desconocidos. Así que Sandra dijo que ellas no habían encontrado ningún tesoro. Los hombres que, antes de que el abuelo de Sandra muriera le habían robado la primera llave engañándole, no estaban dispuestos a quedarse sin el tesoro tan fácilmente y sacaron una pistola para amenazar a las chicas. Sandra sin dejar hablar a Clara que ya iba a contar toda la verdad, les dijo que en la última carta ponía que había que ir a la parte sur de la isla. Los hombres ordenaron a las chicas que fueran con ellos pero Sandra dijo que ella se había torcido el tobillo y no podía andar. Los hombres la dejaron quedarse no sin antes advertirla que si se marchaba o algo por el estilo matarían a su amiga. Clara, muerta de miedo, se fue con los hombres mientras que Sandra, cuando todos estuvieron lejos, escondió el cofre y la llave mejor para que los hombres no los encontraran. Cuando regresaron los hombres con Clara y sin haber encontrado nada dijeron que se iban porque el viejo Antonio no había dejado nada y si lo había dejado, alguien ya lo había encontrado antes que ellos. Dejaron a las chicas en la isla y se fueron en la barca en la que habían venido. Las chicas abrieron el cofre con la llave y encontraron un gran diamante que parecía valiosísimo. Sandra y Clara volvieron a casa en el siguiente barco de paseo que pasó por allí y Sandra le contó a sus padres lo que había pasado.

El diamante valía muchos millones y el abuelo de Sandra lo había dejado para Sandra y para su hermana. Para las chicas fue una gran sorpresa y para Sandra una aún mayor aventura.


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