Una carta
inesperada puede ser el origen de una gran aventura.
Dos amigas adolescentes investigan un misterio que
une llaves y taquillas con tesoros ocultos entre pistas.
Un apasionante relato de una alumna del IES Juan José
Gómez Quintana de Suances.
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Una isla como
aquella a la que llegaron las protagonistas
del relato. |
Era 16 de diciembre
y Sandra, una chica de 14 años de lo más
normal, estaba a punto de vivir una gran aventura.
Todo comenzó una tarde después
de que Sandra llegara del instituto a su casa. Su
madre la saludó como todos los días
y su hermana mayor la dijo que había llegado
una carta para ella y que se la había dejado
en su habitación. Sandra, intrigada porque
rara vez recibía cartas, fue a su habitación
para ver quién la había escrito. Miró
el remitente pero no había nada escrito. Abrió
la carta y sacó un papel y un pequeña
llave. La chica, sorprendida, depositó la llave
en la mesa que tenía delante y comenzó
a desdoblar en papel para leer su contenido. Y la
carta decía solamente: "Taquilla Número
102". Sandra estaba desconcertada y mientras
intentaba descifrar el sentido de aquella misteriosa
frase, su móvil sonó y la sobresaltó.
Miró la pantalla y se tranquilizó al
ver que era su mejor amiga Clara. La saludó,
y sin dejarla decir para qué llamaba, la contó
lo que la acababa de pasar y lo que ponía en
la carta. Su amiga le dijo que sería una broma
de algún gracioso y que no le diera más
importancia. Y así se quedó la cosa
por el momento. Pero al día siguiente, cuando
Sandra caminaba por uno de los pasillos de su instituto
para llegar a su siguiente clase, casi de forma inconsciente
se quedó mirando una de las taquillas de ese
pasillo que tenía el número 102. La
chica recordó la carta y la llave y se preguntó
si sería aquella taquilla a la que se refería
el autor de la carta. Por eso a la mañana siguiente,
Sandra llevó al instituto la llave y en el
primer recreo se reunió con Clara y la dijo
que iba a intentar abrir la taquilla. Su amiga, aunque
no muy de acuerdo con lo que iban a hacer, la siguió
para ayudarla. Cuando estuvieron delante de la taquilla
sacaron la pequeña llave y la abrieron. Y dentro
encontraron otra llave pequeña, muy parecida
a la que habían utilizado para abrir la taquilla.
Las chicas pensaron en la llave y en que posiblemente
abriría otra de las taquillas del instituto,
¿pero cuál? Mientras seguían
pensando en ello oyeron unos pasos y el murmullo de
una conversación, eran unos profesores que
se acercaban por el pasillo de al lado. Sandra cerró
rápidamente la taquilla y las chicas salieron
al recreo. Clara estaba pensando que ya no iban a
hacer nada más ya que era imposible intentar
abrir todas las taquillas del instituto, mientras
Sandra revisaba la llave para encontrar una pista
de a qué taquilla pertenecía. Pero no
encontró nada, hasta que en un descuido la
llave se la cayó de las manos y fue a parar
a un suelo de tierra blanda donde estaban ellas y
donde sin querer su amiga Clara la pisó. Sandra
fue a recoger la llave y al levantarla del suelo vio
una marca en la tierra, era un número, ponía:
"96". Sandra muy contenta le explicó
a su amiga que el número sólo se veía
cuando se marcaba la llave en algo, mientras que si
sólo se miraba la llave era imposible descifrar
el número.
Las chicas se estaban divirtiendo
y por eso siguieron con lo que a ellas les parecía
un juego. Fueron hasta la taquilla 96 y efectivamente
pudieron abrirla con la llave que anteriormente habían
encontrado en la otra taquilla. Y dentro encontraron
sólo un papel que ponía: "El centro
de la Isla".
La única isla que se les ocurrió
a las chicas era una a la que se pasaba en un barquito
que era para dar una vuelta por toda la playa de la
ciudad y ver el precioso paisaje. Sandra y Clara se
montaron en el barco en cuanto pudieron y llegaron
a la isla donde se escondieron para que el barco se
fuera y nadie las viera. Se colocaron en el centro
de la isla y lo único que vieron allí
fue una piedra no muy grande y redonda. La levantaron
aunque sin esperanzas de encontrar nada interesante,
y sin embargo encontraron una llave muy vieja y sucia.
Pero no había nada más ni cartas, ni
pistas, ni nada que las pudiera ayudar a descubrir
qué abría aquella llave.
Decepcionadas porque no podrían
terminar de descifrar todas aquellas pistas que las
divertían, decidieron caminar hasta la orilla
de la isla para esperar a que volviera el barco y
marcharse a sus casas. Pero de camino hacia la orilla
Sandra pisó un terreno blando y cayó
varios metros hacia abajo, chocando finalmente con
un suelo de tierra. Su amiga asustada empezó
a chillar para ver si Sandra estaba bien. Ésta
estaba bien aunque se había hecho algo de daño
en un pie pero le dijo a su amiga que estaba perfectamente
y que la ayudara a subir para no preocuparla. Clara
alargó su brazo para coger de la mano a Sandra
y ayudarla a subir, pero entonces esta última
se fijó que justo a la derecha de donde había
caído había una especie de cofre con
un candado muy viejo y pensó en la llave que
habían encontrado hacía poco. Le dijo
a Clara que le pasara la llave que llevaba guardada
en el bolsillo. La chica fue a hacerlo pero entonces
se percataron de que alguien venía en un barco
y no eran los del barco de paseo. Sandra salió
con ayuda de Clara apresuradamente del agujero, sin
olvidar coger el cofre y ambas se escondieron detrás
de unos árboles. Dos hombres bajaron del barco
que acababa de desembarcar y se dirigieron a las chicas
directamente. Las gritaron que salieran, que sabían
donde se escondían. Las chicas asustadas salieron
del escondite y se pusieron enfrente de los hombres.
Los hombres las ordenaron que les dieran inmediatamente
el tesoro que según ellos les pertenecía,
porque ellos les habían mandado la primera
llave y la carta, porque sabían que sería
mucho más fácil para unas niñas
que para ellos mismos abrir las taquillas de un instituto
y encontrar las pistas que dejó el viejo director
del instituto llamado Antonio.
Sandra se dio cuenta enseguida de
que el Antonio del que hablaban los hombres era su
abuelo que había muerto hacía unos meses.
También pensó que si su abuelo había
dejado algún tesoro la pertenecía a
ella y a su familia y no a unos desconocidos. Así
que Sandra dijo que ellas no habían encontrado
ningún tesoro. Los hombres que, antes de que
el abuelo de Sandra muriera le habían robado
la primera llave engañándole, no estaban
dispuestos a quedarse sin el tesoro tan fácilmente
y sacaron una pistola para amenazar a las chicas.
Sandra sin dejar hablar a Clara que ya iba a contar
toda la verdad, les dijo que en la última carta
ponía que había que ir a la parte sur
de la isla. Los hombres ordenaron a las chicas que
fueran con ellos pero Sandra dijo que ella se había
torcido el tobillo y no podía andar. Los hombres
la dejaron quedarse no sin antes advertirla que si
se marchaba o algo por el estilo matarían a
su amiga. Clara, muerta de miedo, se fue con los hombres
mientras que Sandra, cuando todos estuvieron lejos,
escondió el cofre y la llave mejor para que
los hombres no los encontraran. Cuando regresaron
los hombres con Clara y sin haber encontrado nada
dijeron que se iban porque el viejo Antonio no había
dejado nada y si lo había dejado, alguien ya
lo había encontrado antes que ellos. Dejaron
a las chicas en la isla y se fueron en la barca en
la que habían venido. Las chicas abrieron el
cofre con la llave y encontraron un gran diamante
que parecía valiosísimo. Sandra y Clara
volvieron a casa en el siguiente barco de paseo que
pasó por allí y Sandra le contó
a sus padres lo que había pasado.
El diamante valía muchos millones
y el abuelo de Sandra lo había dejado para
Sandra y para su hermana. Para las chicas fue una
gran sorpresa y para Sandra una aún mayor aventura.

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