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Red-acción
II Época / Nº23
Enero-Febrero
2008
REPORTAJES / CON LA MOCHILA AL HOMBRO
Diario de un Camino

Por Carla López Oliva, alumna del colegio La Paz de Torrelavega.

Carla, Blanca, Martina y Clara son cuatro estudiantes de La Paz que realizaron el Camino de Santiago, una de las propuestas de la pastoral juvenil de Sagrados Corazones para el pasado verano. Dirigidos por el padre Nacho Robledo, la actividad comenzó en Ponferrada, donde visitaron 'Las Edades del Hombre'. A lo largo de diez días la ruta les llevó a una intensa convivencia que concluyó en Santiago.

Blanca, Clara, Martina y Carla, de izquierda a derecha.

Después de pasarnos el viaje charlando y escuchando música, llegamos a Ponferrada, nuestro origen de salida hasta llegar a Santiago. Allí nos encontramos con Nacho, al que hacía un montón de tiempo que no veíamos. Nos presentó a toda la gente con la que compartiríamos esos diez días intensos y cansados, que luego se convirtieron casi en los diez mejores días de nuestras vidas.

El primer día decidimos que sólo duraríamos dos días más y nos volvíamos para Cantabria, pero no fue así y ahora sabemos que podemos con esto y con más. Y que si quieres, está claro que puedes. Pasamos por lugares dignos de observar por unos instantes, naturaleza viva y verde, casi como la de nuestra tierra, por eso nos sentíamos como en casa. Gente mayor por los pueblos fuera de sus casas, con mercadillos caseros para vender palos de madera para ayudarte a andar o la concha típica del Camino; los míticos bares del pueblo en los que hacíamos alguna parada para beber una Coca-Cola a media mañana, o la pequeña lluvia que nos daba nuestro momento de gloria cuando nos estábamos muriendo de calor.

Clara y Carla, de izquierda a derecha.

Recorrimos pueblos como Villafranca del Bierzo o Cebreiro -que fue la etapa más dura y complicada-, Sarria, Portomarín -pueblo precioso en donde estuvimos toda la tarde jugando a las cartas a orillas del Río Miño, contemplando aquel paisaje espectacular-, Palas de Rei, Melide -donde comimos un pulpo a la gallega buenísimo-, Arzúa, Arca y muchos más, de los que de casi todos nos llevamos un pequeño recuerdo.

Un descanso a la sombra para reponer fuerzas.

Como también hay que nombrar a esas personas que te encuentras caminando, personas a las que unas palabras de ánimo o una sonrisa se quedan cortas. Desde un hombre que llevaba cincuenta y siete días caminando desde París, hasta un padre llevando a su hija de cinco años en su mochila. Creo que se les podría calificar como fuertes, pero me quedaría muy corta. Cuando lo ves no sabes cómo actuar. Si lo cuentas después de haberlo visto, a lo mejor no tiene mucha importancia, pero lo ves, lo vives y te llama tanto la atención que son momentos de los que siempre te acordarás.

No perdemos la sonrisa en ningún momento.

Restando días, ya no nos quedaba nada para estar enfrente de la Catedral, los días se hacían incluso más llevaderos y ya hasta queríamos seguir andando, nuestro cuerpo se fue habituando a la vida del peregrino. Hasta que llegó el último día, el fin del Camino, cuando llegas a Santiago y te pones delante de aquella puerta mientras oyes a gente cantando, riendo, gritando de felicidad por estar allí, y tú solo piensas en tu esfuerzo, en valorarte a ti mismo y en llorar de alegría, de emoción, porque lo has conseguido. Y es cuando todas las partes de tu cuerpo, que día tras día te habían creado molestias, desaparecen. Cuando no piensas en nada más que en sonreír y mirar la Catedral, y todavía no eres capaz de creértelo.

Fotografiamos todos los rincones inolvidables.

Por eso nosotras nos lo planteamos como objetivo, pero creo que se convirtió en algo más que eso, en una experiencia inolvidable y que repetiremos algún día. Es importante destacar la gente que te encuentras a lo largo del Camino. Nunca me había encontrado personas tan amables, ayudándose entre ellos, ofreciéndote bebida, comida o, simplemente, animándote con unas palabras escondidas detrás de una sonrisa. Eso te ayuda más que cualquier otra cosa, te ayuda a tener más energía y a seguir sin que nada ni nadie te lo pueda impedir. Después de estos diez días creo en aquello que me dijeron muchas de las personas que caminaron alguna vez a mi lado: ¡Buen Camino!. Con esa pequeña expresión me quedo y creo, y afirmo, que así ha sido, que me llevo cargados miles de momentos en mi mochila de los recuerdos y que, ahora, una cuarta parte de mi corazón se ha declarado gallego.


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