Un año
más el IES Las Llamas ha convocado los premios
de narrativa y poesía. Este año los
ganadores mezclan la fantasía con el amor e
incluso hay hueco para realidades sociales como los
malos tratos.
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Lobos como los
de la leyenda. |
Narrativa I. Primer
Premio. Diana García de 1º B.
Narrativa I. Segundo
Premio. Nuria Alaña de 1º B.
Poesía Nivel
I. Primer Premio. Alba Fernández de 3º
C.
Poesía Nivel
I. Segundo Premio. Cristina Calderón de Vega
de 3º B.
Narrativa
II. Primer Premio. Pablo Alaña de 4º A.
Narrativa
II. Segundo Premio. Nerea Rodríguez de 4º
A.
Poesía
Nivel II. Primer Premio. Marta Lizcano de 4º
B.
Poesía
Nivel II. Segundo Premio. Álvaro Pesquera de
4º B.
NARRATIVA I. PRIMER PREMIO: Diana
García de 1º B
ANAÍDA
El humo le hizo llorar los ojos. Comprendió
que la partida continuaba, que a él le tocaba
mover. Lo veía todo borroso y pensó
que no tenía que haberle dado tanto al ron.
Se llamaba Joseph; fue un delincuente pero cuando
conoció al capitán éste le animó
a que se fuera con él a surcar los mares y
a pisar tierras vírgenes.
Justo cuando iba a mover uno de sus peones, una voz
grave gritó:
- ¡Capitán, tierra a la vista!
Todos nos alarmamos mucho. Después de dos
semanas aislados en medio del mar sin casi provisiones,
por fin, encontrábamos tierra.
Desembarcamos en la orilla. La isla era muy bonita;
la arena, color azabache, estaba moteada de pequeñas
cortezas de palmera.
El capitán nos mandó ir delante a Joe
y a mí. Joe era un pirata. No tenía
mujer, ni hijos, ni sabía nada de sus padres;
no le importaba la vida; un buen pirata, como diría
nuestro capitán.
Nos introdujimos en la gran selva. Había lianas,
grandes y rojas flores, palmeras... La verdad es que
era todo muy bonito.
De repente, se oyó un grito. Uno de nuestros
piratas estaba colgado bocabajo de un árbol,
con una cuerda o una liana, no recuerdo bien lo que
era, atada a su pie. Indígenas. Allí
había indígenas.
- ¡Todos al suelo!- voceó el capitán.
Estábamos pegados a tierra mientras oíamos
el siseo de las coléricas flechas volando por
encima de nuestras cabezas. Al instante, sentí
un pinchazo en el muslo de mi pierna derecha; en el
momento, lo vi todo negro, y segundos después,
me introduje en un profundo sueño.
Me despertó un riquísimo olor que desprendían
unas pequeñas ramitas sostenidas por las finas
y delicadas manos de un conjunto de chicas que me
rodeaban; parecían evocar a su Dios. Me encontraba
en una cabaña muy bien cuidada, bonita y acogedora.
Cuando me vieron abrir los párpados abandonaron
el lugar y sólo permaneció una. Era
rubia, de ojos verdes, delgada, tenía la piel
clara y llevaba un collar de florecillas color rojo
pasión atado al cuello que resaltaba mucho
con el tono de su tez. Sin duda no pertenecía
al grupo de los indígenas.
- Luis, -me dijo- ¿qué tal estás?
- Bien -simulé yo.
Me levanté y ella me llevó hacia donde
los demás estaban, probando una especie de
caldo de color naranja apagado con motitas rojas al
que llamaban "pisbate", que les había
ofrecido un anciano. Me uní a ellos. Un hombre
de nuestra tripulación se apartó rápidamente
lejos de nosotros a regurgitar. Cuando volvió,
nos dijo enfurecido que no volvería a degustar
un potingue así de repugnante en su desastrosa
vida. El anciano se reía.
Pasamos la noche en aquel pueblo. Los aldeanos nos
habían preparado unas camas improvisadas, no
muy cómodas, pero mejor que nada...
No podía dormir. Estaba pensando continuamente
en la chica que me había llevado hasta mis
compañeros horas antes. Acababa de comenzar
una experiencia en mí nunca vivida: estar enamorado.
A la mañana siguiente, se celebró una
fiesta en nombre de los que habíamos llegado
el día anterior. Se bebió, se cantó,
se comió, pero lo mejor fue el baile lento
por parejas. Le pedí a mi amada secreta si
quería salir a bailotear conmigo. Aceptó.
Estuve bailando hasta que la danza acabó.
Luego le dije que si podía hablar conmigo
a solas un momento. Le pregunté como se llamaba.
Su nombre era Victoria, pero todo el mundo le apodaba
"Viki". Yo también le dije mi nombre
y le conté cómo habíamos llegado
hasta aquella isla. Ella me explicó, mientras
unas lágrimas cristalinas le rodaban por su
bello rostro, que vivía allí porque
su madre había fallecido días después
de su parto y el padre estaba hundido por ello. Entonces,
éste le había traído a la isla,
supuestamente deshabitada y desierta, para olvidarse
de la tragedia ocurrida semanas antes, y los indígenas
le habían encontrado y criado. Yo le abracé
y le pregunté cómo sabía aquello.
Me contestó que había recibido una carta
a través de una paloma.
Cuando nos despertamos ya había amanecido
y estábamos los dos juntos tirados en un pequeño
prado de hierba alta.
Al cabo de tres semanas, el capitán nos comunicó
que teníamos que partir. Pero pensé
que no podía separarme de Viki, tanto la amaba.........
Le pregunté a ella si se quería venir,
tras unos segundos que se me hicieron eternos, contestó
que se lo tenía que pensar porque había
estado toda la vida con aquella gente y le costaría
mucho separarse.
Volvimos al barco. Justo cuando íbamos a zarpar
Victoria se acercó corriendo y trepando por
las paredes del barco, tal y como le habían
enseñado los indígenas, subió
a bordo. ¡Se venía conmigo!
Regresamos a Caracas, y aquí tenemos la vida.
- Bueno, nietecitos, ya os hemos contado cómo
nos conocimos la abuela y yo. Ahora a la cama que
creo que mañana tenéis que ir al colegio,
¿no?
Después de que nuestra hija se retirase con
su marido a su habitación, Viki y yo nos fuimos
a ver una película en la televisión
riéndonos por lo bajo.
Siempre me gustó inventar historias para los
niños pequeños.
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Una isla en
la que desembarcar. |
NARRATIVA I. SEGUNDO PREMIO: Nuria
Alaña de 1º B
LA
LEYENDA DE LOS DIEZ LOBOS
– Si quieres hacer algo en la vida, no creas
en la palabra imposible. Nada hay imposible en una
voluntad enérgica. Si tratas de disparar una
flecha, apunta muy alto, lo más alto que puedas;
cuanto más alto apuntes, más lejos irás.
Todos los problemas tienen varias soluciones, pero
la más indicada sólo es una. Lo más
sencillo no es siempre lo mejor, no lo olvides, pues
algún día la leyenda resurgirá
y entonces deberás aprender a distinguir entre
lo que es fácil y lo que está bien.
Ésas fueron las últimas palabras que
me dijo mi padre antes de morir. Ni siquiera sé
de lo que me hablaba; no paraba de repetir que la
leyenda resurgiría, pero: ¿qué
leyenda?, ¿cuándo pasaría eso?
y ¿para qué me lo decía a mí?
Pero el caso es que no podía dejar de pensar
en aquellas palabras tan estremecedoras.
No sabía qué hacer, si contárselo
a mi madre o simplemente seguir como si nada sucediese.
Decidí no abrir la boca, ya que al fin y al
cabo mi padre tenía una enfermedad cerebral
y podía estar delirando, sin saber lo que decía.
Después de darle vueltas al asunto durante
todo el día, me fui a la cama. Tal vez mañana
vería las cosas de otra manera. Por desgracia
no fue así; seguía sin entender nada
y no podía olvidar lo ocurrido. Mi perro Boby
también estaba triste. Lo que me preguntaba
era por qué si él no sabía nada.
Cuando llegó la hora de ir al colegio cogí
mi mochila y salí de casa. Con la cabeza gacha
y los ojos casi cerrados por no dormir apenas nada
llegué a clase. Lo único que me preguntaban
mis amigos era:
– ¿Qué te pasa?
– ¿Por qué estás así,
Julia?
Yo simplemente me hacía la sorda; no tenía
ganas de hablar con nadie. Cuando estaba sentada en
mi pupitre y la profesora explicaba, era como si yo
estuviera en otro mundo, un mundo irreal pero que
a mí me encantaba. Ahí era donde quería
vivir, con toda mi familia y con una vida eterna que
nunca llegara a su fin.
Pero yo no creo que los sueños puedan cumplirse.
Simplemente me gusta pensar en cosas agradables que
hagan sonreír mi rostro. Pero, aun así,
no podía dejar de pensar en mi padre y en lo
que me dijo.
Pasadas las cinco de la tarde, cuando ya iba de camino
a casa, un joven de unos veinticinco años se
me acercó y me susurró al oído:
– No lo dudes, resurgirá y tú
serás nuestra salvadora.
Yo me quedé asombrada. ¡Pero qué
estaba diciendo!
A pesar de lo sucedido, lo peor del día aún
estaba por llegar. A unos quinientos metros de mi
casa me topé con una niña de muy poca
edad y con el pelo rubio que sostenía en sus
delicadas y pálidas manos un cuadro de una
muchacha exactamente igual que yo. Debajo y escrito
con carbón ponía: "La Salvadora".
Cuando regresé a casa fui a pasear a Boby.
Después de lo que me había sucedido
ya no esperaba más sorpresas, pero no fue así…
Penetré en mi habitación y encontré
sobre mi mesa un pergamino amarillento en el que se
podía leer:
"Cada segundo que pasa van cayendo poco a poco…
Cuando el tiempo se detenga no pienses en ellos. Solamente
son diez, todos negros por la noche y blancos por
el día. Esos diez lobos te guiarán.
¿Hacia dónde? No se sabe, pero no los
pierdas de vista, pues no esperan a los lentos, aunque
tampoco alcanzan a lo rápidos".
Tenía miedo, ya que no sabía lo que
estaba leyendo, y aún me estremecí más
cuando vi, en la parte inferior de la hoja, una dirección
que decía algo así:
" C/ Ronda de Pascua. Nº 80. 3ºA."
No sé qué me pasó. Igual fue
por mi padre, pero había una parte de mí
que me incitaba a ir, a descubrir todo este misterio,
a obtener la recompensa a mi frustración. Después
de pensarlo mucho me incliné hacia la propuesta
de esa parte y cogí un mapa de la ciudad para
ver si encontraba aquella calle. Ya eran las diez
de la noche cuando la localicé. Mañana
iría, pero ahora mejor irse a la cama.
Por fin era sábado. Cogí mis cosas
y le dije a mi madre que me iba con una amiga. Suerte
que la Ronda de Pascua no estaba muy lejos, podría
ir andando. Cuando llegué al portal número
80, con los dedos temblorosos pulsé un botón
en el que estaba escrito: "3ºA".
Una voz grave, en mi opinión de hombre, me
susurró:
– Sube, está abierto.
Al alcanzar el piso que buscaba me sorprendí
muchísimo, pues en el felpudo de la puerta
de entrada se podía leer: "Las puertas
están abiertas para ti".
Llamé al timbre, pero nadie me abrió
la puerta. Así pues, decidí abrirla
yo. Entré en esa casa y una vez en el pasillo
llegué a la conclusión de que aquello
estaba desierto. Sin embargo, me equivoqué,
ya que, de repente, en una habitación vi a
diez lobos de color blanco y negro que me observaban
fijamente. Eran los que decía el pergamino,
pero… ¿cómo me iban a guiar si
estaban ahí, quietos como estatuas?
Después de un rato, todos al mismo tiempo
vinieron hacia mí. Uno de ellos llevaba un
papel en la boca. Se sentó delante de mí
y lo soltó. Lo recogí en cuanto cayó
al suelo. Se trataba de un mapa. Pero… ¿a
dónde conduciría?
Observándolo detenidamente descubrí
una cruz de color rojo que indicaba algo… Mi
destino. Como no tenía una lupa, saqué
de mi mochila una pequeña botella de agua,
que interpuse entre mis ojos y la señal, en
un intento de leer las diminutas letras que estaban
escritas junto a aquella marca. Gracias a mi ingenio
pude encontrar una importantísima pista de
mi aventura. Obedecí a lo que decía
el mensaje y fui al templo de la libertad. Sabía
que estaba en mi ciudad porque había oído
que hacía poco tiempo lo habían restaurado.
Pero… ¿y los lobos? ¿Me los tendría
que llevar? ¿Cómo lo haría?...
Tenía demasiadas preguntas en mi mente y muy
pocas respuestas. Además, había algo
que me decía que no tenía mucho tiempo.
Decidí ir sin los lobos, no podía llevarlos
por el centro de la ciudad.
Esperé al autobús. Cuando llegó
yo simplemente me subí como si nada. Después
de un rato me bajé en la parada más
cercana al templo.
Allí fue donde comenzó la parte más
difícil de mi aventura, donde una pequeña
duda podía ser cuestión de vida o muerte,
donde el menor paso en falso significaba la caída
hacia el abismo… La leyenda había resurgido.
Entré en aquel templo y al poco tiempo me
hallé en una sala que tendría más
de un milenio. Era pequeña y la mayor parte
de piedra. Sin embargo no estaba tranquila, pues algo
me decía que no debía estar allí.
Así que salí de aquel estremecedor lugar,
pero… ¿a dónde iría?
De repente, observé diez símbolos en
forma de lobo en la salida de la sala. Supuse que
eran los diez lobos que estaban en la casa. Sin pensarlo
dos veces fui a la calle Ronda de Pascua. Una vez
que llegué a ella, me dispuse a encontrar la
casa en la que había visto por primera vez
a los diez animales. Me quedé aterrada al observar
que el edificio no estaba. ¿Y los lobos? ¿Qué
había pasado? En ese momento me armé
de valor y me dije a mí misma:
– Vas a descubrir todo esto porque si no lo
haces tú, nadie lo hará. Eres la salvadora.
No te puedes rendir. Si no lo haces por ti, hazlo
por tu padre.
Me dirigí de nuevo al templo y allí
me encontré a los diez lobos. Cada uno llevaba
en el collar una figurita que a primera vista parecía
coincidir con el hueco que dejaban los diez símbolos
que había visto anteriormente. En efecto, encajaban.
Cuando hube colocado todas en sus respectivos lugares
apareció una diana, un arco y dos flechas.
Cogí con cuidado el arco pero… ¿qué
flecha debería lanzar? Las dos parecían
exactamente iguales. Cuando las miré por segunda
vez muy atentamente, pude ver que una de ellas tenía
tres puntos alineados en la punta. Eso no me servía
de nada o… ¿tal vez sí?
No conseguía encajar todas las piezas de este
puzzle, era como si no tuviera solución. Cuando
estuve a punto de tirar la toalla y de no resolver
el misterio, recordé que mi padre tenía
una marca. Nunca me contó cómo se la
había hecho, ni tampoco me interesé
demasiado por ello, pero el caso era que tenía
una forma similar a la de la punta de la saeta.
Sin dudarlo lancé aquella flecha a la diana
y di justo en el centro. De repente…
– ¡Julia, despierta!– exclamó
mi padre.
Todo había sido un sueño.
Cuando ya estaba más espabilada pude ver en
la mesa de mi habitación un pergamino que decía:
"Éste es el mundo con el que soñabas,
solamente que la vida no es eterna pues no la es ni
para ti ni para nadie. Esto que te ha pasado no ha
sido sólo una aventura. Espero que haya servido
para aprender que si persigues un sueño puede
hacerse realidad y que todo esto ha sido una de las
muchas lecciones que nos da la vida. No pierdas la
esperanza. Nada es imposible frente a una voluntad
enérgica."
POESÍA NIVEL I. PRIMER
PREMIO: Alba Fernández de 3º C
EL
REFLEJO
Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
del sauce gris mirándonos
que queda en un ahogado recuerdo.
Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
donde tus manos se arrastran
por mi ansiado cuerpo.
Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
donde mi voz manipula,
manipula mi amplio gesto.
Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
la impaciencia de esta calma
anuncia tu llegada para mi consuelo.
Creo que te encuentro,
mas sólo es un reflejo,
el sendero queda abierto
para que atravieses el falso espejo.
POESÍA NIVEL I. SEGUNDO
PREMIO: Cristina Calderón de Vega de 3º
B
Tus ojos me recuerdan
a los destellos del sol,
sobre el valle nevado
oculto en mi corazón,
y el recuerdo vago
del fuego de mi amor.
Tu boca me recuerda
los gemidos de dolor
del gorrión encerrado
entre las fauces del león
hambriento, desesperado,
carente de compasión.
Tus manos me recuerdan
al latir y al suspirar
de la música celeste
que nunca he podido olvidar
y al reír de las aguas
donde se ilumina la oscuridad.
Pero mis recuerdos son pasado
y en el pasado te tuve aquí
pasados ya dos años
y aún tu recuerdo sigue en mí
bailando, cantando
y cuidando de mí.
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