Un medio de transporte,
una maleta o mochila, un mapa, un paisaje, un desconocido
amable… con estas premisas los estudiantes
del IES Fuente Fresnedo crearon una historia y participaron
en un concurso organizado por la Biblioteca del
centro.
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Mapa de Roma. |
Ya era la hora. El taxi esperaba en el portal.
Repasé mentalmente mi equipaje: tres bañadores,
seis calzoncillos, tres pares de calcetines, dos
vaqueros, siete camisetas (soy un poco cochino),
el neceser… ¿he metido el neceser?
- ¡Oh, no! Se me olvida el neceser…
De nuevo posé la maleta encima de la cama
y tras abrir la cremallera metí el dichoso
neceser, hecho lo cual me abalancé hacia
las escaleras ya que el taxímetro corría.
Nada más meterme en la parte de atrás
del coche, una bombilla se encendió en mi
cabeza.
- ¡PARE! – grité despavorido-
¡Los billetes, se me olvidan los billetes!
Subí de nuevo los cuatro pisos que me separaban
de mi maravilloso y organizado viaje y tras cogerlos
me volví a abalanzar sobre las escaleras.
Cuando me senté de nuevo en la parte de
atrás del taxi me percaté de que Juan,
mi compañero de viaje, ya había llegado.
- Tío, – me dijo medio cabreado,-
tardabas tanto que creía que te habías
dormido.
Medio enfadados, llegamos al aeropuerto donde enseguida
pudimos embarcar en el avión y todavía
más rápido despegó y nos llevó
a nuestro destino, Roma.
Habíamos estado preparando aquel viaje durante
muchos meses. Queríamos ver muchas cosas,
pero sobre todo italianas y ferraris, mi pasión
desde pequeño.
Tras dejar las maletas en el hotel, nos metimos
en el caos circulatorio de Roma. Miraras donde miraras
solo había maravillosos monumentos e increíbles
construcciones. El Coliseo se alzaba majestuoso
en el centro de la ciudad y muchos turistas hacían
cola para acceder a él. En las puertas, había
gente vestida de soldado romano que cobraban por
hacerse fotos con los turistas. Alrededor del monumento
había coches que circulaban sin ningún
tipo de precaución y que hacían sonar
sus claxons, lo que convertía el momento
en algo alucinante y caótico.
El cielo azul hacía que los arcos del Coliseo
tuvieran su propia luz y los rayos de sol reflejaban
en la fachada distintos tonos en las piedras.
Durante todo el día estuvimos viendo monumentos,
plazas y fuentes característicos de esta
bella ciudad. Solo había un problema: la
cara de Juan. Decía que hacía mucho
calor, que estaba agobiado y cansado de ver ruinas
y fuentes… Así que nos fuimos de nuevo
al hotel y tras ducharnos fuimos a cenar. Por supuesto,
pizza.
Juan se estuvo quejando continuamente: de la mierda
de servicio, de la tardanza en atendernos, de que
las había probado mejores en España,
de lo caras que eran…Total: que me cansé
de sus quejas y le dije que si tan mal estaba que
se largara al hotel. ¡Vaya decepción
de amigo!
Cuando me quedé solo, decidí pasearme
por la ciudad con la luz de las farolas, y fui a
dar a una calle donde había mucha gente congregada
en terrazas. Me senté en una y pedí
una cañita fresca. Me sentó de maravilla.
No sé si sería mi cara de felicidad,
pero el caso es que dos chicas se acercaron a mí
y me preguntaron si era español.. Con esto
empezamos a hablar y a hacernos señas y mimo
para entendernos… ¡Fue genial!. Y quedé
con ellas para el día siguiente.
A partir de aquí fueron mis mejores vacaciones.
No solo conocí a dos italianas guapísimas,
sino que una de ellas tenía un Ferrari rojo
descapotable con el que estuve paseándome
por toda Roma.
Juan se lo perdió todo. Estuvo con gastroenteritis
los cinco días en la cama, él decía
que por culpa de la pizza. Yo creo que ya venía
amargado de España, porque a mí la
pizza me sentó divinamente.