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Red-acción
II Época / Nº38
Marzo
2010
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Asesinato en la Plaza Roja

Por Pau Tortell Alonso, alumno de 3º de Secundaria del IES Santa Cruz de Castañeda.

Para él la lluvia era una ofensa. Era una broma sarcástica del ser superior al que los demás llamaban Dios. Si llovía, la gente no salía de sus casas y si no salían, la Plaza Roja estaba desierta. Y una Plaza Roja desierta era un día sin pan para Pavel. Y a Pavel le gustaba el pan. Quizá demasiado.

La Plaza Roja.


El pícaro observaba cómo la ciudad entera se sumía en la tormenta.
- La lluvia es un asco- comentó Pavel.
Él odiaba a Pavel. A su entender era un paleto aficionado al alcohol, a la comida y a las rameras, sobre todo a las rameras. Lo malo es que el tipo era competente. Para empezar robaba mejor que él. Se filtraba entre el gentío y afanaba gran cantidad de dinero.
- La lluvia es un asco; la gente no sale y no me da el dinero para mis vicios.
- Ambos sabemos cuáles son tus aficiones, no hace falta que lo sigas comentando.

Estaba harto del polaco; últimamente llovía mucho y cuando llovía los rateros pasaban más tiempo juntos dentro de la casucha medio derruida en la que vivían.
- Comentaré lo que me salga de las pelotas, Marty.

Pavel estaba muy grosero desde que comenzara la lluvia.
- Me agotas- dijo Marty con desidia- mientras observaba la bolsa de monedas sobre la bandejita de plata en el recibidor. Allí ponían el dinero de los gastos diarios, aunque días antes habían decidido darle otro uso.
- Siempre igual, eres un charlatán inmundo, un desastre, siempre olvidas los detalles importantes, y aún así te crees que eres mejor que yo porque sabes leer. Ya te han pillado tres veces intentando robar a la gente y una vez casi nos meten en el calabozo.

Pavel tenía razón, odiaba que Pavel tuviese razón, le ponía nervioso que un simple pringao, patán, de malas formas, llegase a insultarle de tal manera. Con lo que él había sido, su estirpe, y lo que él había hecho por su familia...
- No deberías hablarme así, ten en cuenta quién soy.
- Lo tengo en cuenta y ¿sabes?, no eres nadie, el bastardo de un conde infiel como mucho. Tu madre era una fulana que no tenía medios ni para desecharte. Aquí el nombre de la familia de tu padre no vale una santa mierda.
Claramente Pavel estaba cansando al muchacho.

Al día siguiente Marty se despertó el primero, aun así no se levantó del camastro, ni siquiera abrió los ojos, pensaba en las palabras de Pavel, ¿llevaba razón el ratero? Lo mismo sí, pero le daba igual. Más tarde Pavel se despertó, se vistió y cogió la gran bolsa cruzada en la que metía las ganancias. Había ya una gran multitud en la Plaza Roja y era muy fácil robar por la mañana a la gente cansada y madrugadora. Cuando el hombre abandonó la casucha, Marty saltó de la cama; ya vestido cogió su cartera de cuero cargada de libros y se armó con la daga que le dio su madre el día que los separaron. Desde la puerta buscó a Pavel con la mirada; lo encontró tras una anciana desgarbada. Ya llevaba la bolsa algo abultada, pronto volvería a la casa a vaciarla. El muchacho salió de la casa y se mezcló con la multitud. Rebuscó en su bolsa de libros y sacó un sombrero negro de ala ancha. Se lo puso y observó al ladrón. Lo siguió con la mirada hasta que llegó a la casa. Cerró la puerta. Entonces Marty corrió hacia ésta y se adentró en la estancia. Situado en el hogar, de espaldas a él, Pavel vaciaba la bolsa en el suelo, mientras Marty, sigiloso, volvió a salir de la casa y volvió a su sitio inicial entre la gente. Pavel también salió. "Ya lo tengo", pensó. Tenía en la mano una gran bolsa repleta de monedas, la que está siempre en la bandeja al lado de la puerta. Oyó los pasos de alguien tras de sí, se dio repentinamente la vuelta y hundió el cuchillo en el estómago de Pavel mientras lo miraba a los ojos.



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