Cuando hablamos
de adolescencia nos referimos a un período
de la vida de las personas con edades correspondientes
al segundo ciclo de ESO y al Bachillerato. La expresión
tiempo libre se define por sí misma como opuesta
a la de tiempo ocupado en el cumplimiento de obligaciones.
Durante las vacaciones de verano, el tiempo libre
de los adolescentes es muy extenso, siempre que las
notas hayan ido bien en junio. Pero no es este tiempo
libre el que nos interesa, sino el que se puede disfrutar
durante el curso, después de haber cumplido
con las obligaciones escolares.
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Grupo que participó en la marcha del
Año Lebaniego 2006.
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Los adultos parecen siempre muy preocupados por lo
que sus hijos adolescentes hacen durante su tiempo
libre. Si se quedan en casa, les preocupa que se pasen
las horas muertas jugando con las consolas de videojuegos
o delante del monitor del ordenador. Si salen a la
calle por la noche, les preocupa que puedan dedicarse
a beber alcohol o a consumir drogas. Pero los jóvenes
hacen sencillamente aquello que pueden hacer, lo que
se ofrece en los lugares donde viven, una oferta que,
casi siempre, se limita a bares, pubs y discotecas,
sin olvidar algún establecimiento de bocadillos
o pizzas. En el caso del tiempo libre de los adolescentes
no está muy claro que funcione la ley de la
oferta y la demanda. Más bien parece que el
adolescente debe someterse a la oferta del mercado,
un mercado que, a través de la publicidad,
pretende orientar la demanda de ocio de los más
jóvenes precisamente hacia aquello que más
le interesa ofrecer: negocios poco imaginativos que,
corriendo pocos riesgos, gastan poco e ingresan mucho.
Estos negocios aspiran a convencer a sus clientes
de que la mejor manera de divertirse es comer, beber
y bailar, lo que sus clientes acaban creyéndose,
entre otras razones, porque no hay mucho más
que se pueda hacer.
De las actividades alternativas para el tiempo libre
se habla bastante más de lo que se hace y todas
las buenas palabras de los políticos no contribuyen
a aumentar y hacer variada la oferta de ocio. Desde
luego en Torrelavega no es fácil hacer algo
tan elemental en una cultura de tiempo libre como
ir al cine; no hay verdaderos cines y únicamente
pueden verse películas en la Casa de Cultura,
una sala pequeña con poca capacidad y cuya
programación parece más pensada para
niños o personas adultas que para los más
jóvenes. Lo mismo puede decirse del teatro,
que pocas veces trae obras atractivas para adolescentes.
En la ciudad se organizan algunas veces actuaciones
musicales para las que, en muchas ocasiones, hay que
ser mayor de edad. Se dirá que siempre queda
la posibilidad de subir a la montaña o hacer
deporte, pero para eso además de que el tiempo
sea libre hace falta que sea bueno. Además,
no son actividades propias del ocio nocturno.
Tal vez para mejorar el tiempo libre de los adolescentes
sería necesario tanto que la oferta variara
como que cambiara la mentalidad de los adolescentes
sobre el ocio, planteándose otras maneras de
divertirse que no dependan tanto de las actividades
de consumo.
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