Este cuento creado por Rosa María está
inspirado en sus tres nietos. La autora, alumna del
Centro de Educación de Personas Adultas de
Los Corrales de Buelna, ha pretendido crear un texto
lírico.
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"Al sentirse
así heridas, las rosas no pudieron abrir
sus corolas". |
En el país de mis sueños había
una vez un castillo donde vivía la Reina Madre,
dama anciana de cabellos blancos y rasgos bondadosos,
que tenía un jardín cuajado de flores
maravillosas.
Cuando asomaba la primavera con sus días alegres
y templados brotaban entre las macizas piedras crocus,
jacintos, jazmines y tulipanes, y entre todas las
flores inundaban el entorno de color. Al llegar el
verano, con sus días largos y luminosos, se
abrían de sus largos tallos hortensias rosas,
agapantos azules, lilios blancos, dalias amarillas,
calas marfil, a la vez que se llenaba de mariposas,
abejas, abejorros que iban a deleitarse con el néctar
de las flores.
El otoño llegaba dando paso a días más
cortos y de menos luz, y era el momento esperado para
que floreciesen los crisantemos, pensamientos, anémonas...
Dando paso al invierno con sus oscuros y tristes días,
llenaban con notas de alegría los ciclamen,
caléndulas, heléboros, rododendros y
asomando por encima de la nieve, estaban las bonitas
campanillas del galanthus.
¿Hay espectáculo más hermoso?
Sí, el de la flor predilecta de la Reina Madre,
la más hermosa, la más arrogante, la
rosa, con sus tallos llenos de espinas para impedir
que se acercasen a ella.
Allí vivían dos preciosas y dulces hadas,
Alisa y Ela, cuya misión era proteger el jardín.
Jamás se contempló tanta belleza. Sus
ojos eran de color azul cielo, sus vestidos blancos,
que relucían igual que los rayos del Sol sobre
la nieve, adornaban sus cabellos con doradas cuajadas
de estrellas.
También vivía con ellas un duende muy
bueno, llamado Luca, aunque un poco travieso. Este
se calzaba con unas botas mágicas que le permitían
correr, saltar, subir a los árboles sin cansarse,
por lo cual era muy feliz.
Un día, mientras el duende iba saltando, se
le ocurrió la idea de pinchar los capullos
de la rosas. Al sentirse así heridas no pudieron
abrir sus corolas. Al ver la Reina Madre que sus preciosas
rosas no se abrían lloró amargamente.
Esperó a que su dolor se serenase y fue a preguntar
a las hadas el motivo:
- ¿Habrá bajado el amanecer una
densa y oscura niebla?- preguntó la Reina
Madre.
- Eso no ha sido, ya que no hemos percibido el
olor acre que produce la niebla- respondieron
las hadas.
- ¿Quizás llegó un gélido
viento durante la noche del hemisferio del norte?
- Las hojas de los árboles no se movieron
ni la hierba del campo- respondieron ellas.
-¿Entonces, se pararía en el jardín
una blanca helada que al surgir el alba se tornó
negra?
- Reina Madre, no os aflijáis más,
ayer no sentimos el frío propio de la helada
pero hallaremos la causa que tanto os angustia.
Las hadas sabían el motivo pero no querían
entristecer más a la Reina Madre ya que esta
quería al duende. Sin más demora, se
dirigieron para hablar con él.
-Duende Luca, la Reina Madre está triste
por lo que estás haciendo a sus rosas.
- Es que me divierte mucho- respondió
él con una sonrisa.
- No es justo. Te rogamos, por favor, que te detengas.
- No, no y no. Seguiré pasándomelo
bien.
Ante la negativa tan obstinada del duende decidieron
pedir ayuda a la madreselva, quien estaba esplendorosa,
con su frondoso ramaje extendido.
- ¿Podrías tú, madreselva,
hacerle cambiar de comportamiento?
- Id tranquilas, dulces hadas. Sabré convencer
al duende de que su comportamiento no es el más
adecuado.
Cuando pasó por allí el personaje travieso,
la Madreselva desplegó su ramaje y le envolvió
con él en un abrazo delicado, él intentó
deshacerse del cariño pero todo fue inútil,
quería seguir corriendo y saltando. Al no poder
hacerlo, también lloró amargamente.
Las hadas se le acercaron y ya pudieron hablar con
él, ahora sí las escuchó, prometió
no volver a hacerlo y lo cumplió.
El jardín recobró todo su esplendor
y la alegría reinó en él.

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