Logotipo Interaulas
Cabecera Red-acción Inicio > Cultura > Galería de arte
Reportajes
Entrevistas
Opinión
Cultura
El mundo

 

Imagen Primaria

Red-acción
Nº 128

CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Las hadas y los duendes

Por Rosa María Gómez Ortiz, alumna del CEPA Los Corrales de Buelna.

Este cuento creado por Rosa María está inspirado en sus tres nietos. La autora, alumna del Centro de Educación de Personas Adultas de Los Corrales de Buelna, ha pretendido crear un texto lírico.

"Al sentirse así heridas, las rosas no pudieron abrir sus corolas".

En el país de mis sueños había una vez un castillo donde vivía la Reina Madre, dama anciana de cabellos blancos y rasgos bondadosos, que tenía un jardín cuajado de flores maravillosas.
Cuando asomaba la primavera con sus días alegres y templados brotaban entre las macizas piedras crocus, jacintos, jazmines y tulipanes, y entre todas las flores inundaban el entorno de color. Al llegar el verano, con sus días largos y luminosos, se abrían de sus largos tallos hortensias rosas, agapantos azules, lilios blancos, dalias amarillas, calas marfil, a la vez que se llenaba de mariposas, abejas, abejorros que iban a deleitarse con el néctar de las flores.
El otoño llegaba dando paso a días más cortos y de menos luz, y era el momento esperado para que floreciesen los crisantemos, pensamientos, anémonas...
Dando paso al invierno con sus oscuros y tristes días, llenaban con notas de alegría los ciclamen, caléndulas, heléboros, rododendros y asomando por encima de la nieve, estaban las bonitas campanillas del galanthus.
¿Hay espectáculo más hermoso? Sí, el de la flor predilecta de la Reina Madre, la más hermosa, la más arrogante, la rosa, con sus tallos llenos de espinas para impedir que se acercasen a ella.
Allí vivían dos preciosas y dulces hadas, Alisa y Ela, cuya misión era proteger el jardín. Jamás se contempló tanta belleza. Sus ojos eran de color azul cielo, sus vestidos blancos, que relucían igual que los rayos del Sol sobre la nieve, adornaban sus cabellos con doradas cuajadas de estrellas.
También vivía con ellas un duende muy bueno, llamado Luca, aunque un poco travieso. Este se calzaba con unas botas mágicas que le permitían correr, saltar, subir a los árboles sin cansarse, por lo cual era muy feliz.
Un día, mientras el duende iba saltando, se le ocurrió la idea de pinchar los capullos de la rosas. Al sentirse así heridas no pudieron abrir sus corolas. Al ver la Reina Madre que sus preciosas rosas no se abrían lloró amargamente. Esperó a que su dolor se serenase y fue a preguntar a las hadas el motivo:

- ¿Habrá bajado el amanecer una densa y oscura niebla?- preguntó la Reina Madre.

- Eso no ha sido, ya que no hemos percibido el olor acre que produce la niebla- respondieron las hadas.

- ¿Quizás llegó un gélido viento durante la noche del hemisferio del norte?

- Las hojas de los árboles no se movieron ni la hierba del campo- respondieron ellas.

-¿Entonces, se pararía en el jardín una blanca helada que al surgir el alba se tornó negra?

- Reina Madre, no os aflijáis más, ayer no sentimos el frío propio de la helada pero hallaremos la causa que tanto os angustia.

Las hadas sabían el motivo pero no querían entristecer más a la Reina Madre ya que esta quería al duende. Sin más demora, se dirigieron para hablar con él.

-Duende Luca, la Reina Madre está triste por lo que estás haciendo a sus rosas.

- Es que me divierte mucho- respondió él con una sonrisa.
- No es justo. Te rogamos, por favor, que te detengas.
- No, no y no. Seguiré pasándomelo bien.

Ante la negativa tan obstinada del duende decidieron pedir ayuda a la madreselva, quien estaba esplendorosa, con su frondoso ramaje extendido.

- ¿Podrías tú, madreselva, hacerle cambiar de comportamiento?

- Id tranquilas, dulces hadas. Sabré convencer al duende de que su comportamiento no es el más adecuado.

Cuando pasó por allí el personaje travieso, la Madreselva desplegó su ramaje y le envolvió con él en un abrazo delicado, él intentó deshacerse del cariño pero todo fue inútil, quería seguir corriendo y saltando. Al no poder hacerlo, también lloró amargamente. Las hadas se le acercaron y ya pudieron hablar con él, ahora sí las escuchó, prometió no volver a hacerlo y lo cumplió.

El jardín recobró todo su esplendor y la alegría reinó en él.



SUBIR

Mi vida en el medievo

Un viaje por mi vida medieval

Escaparate de tendencias, creaciones y nuevos espacios