Día 1. El
viaje (19 de marzo)
El autobús que nos llevaría a
Madrid salió del aparcamiento del colegio
a las 11, momento en el cual comenzó
nuestro viaje. La primera hora se pasó
volando, pero una vez se acabaron la mayoría
de los temas de conversación, comenzaron
a buscarse nuevos métodos de matar el
tiempo, entre los cuales destacó la música.
De repente todos tenían cascos en las
orejas, o si no se quedaban mirando el paisaje
(por cierto, muy triste y seco el paisaje castellano)
o incluso durmiendo. Después de dos horas
de viaje, el conductor decidió parar
en Lerma, un pueblo situado a pocos kilómetros
de Burgos, en el cual pudimos respirar un poco
de aire fresco y, sobre todo, comer el bocadillo.
Tras esta pequeña "recuperación",
volvimos al autobús y seguimos nuestro
viaje, llegando aproximadamente a las cuatro
de la tarde al aeropuerto. Tuvimos que esperar
primero hora y media hasta poder acceder a la
zona que correspondía a nuestro avión,
y luego otra hora más para poder embarcar.
Dieron las 9 (aproximadamente) cuando nuestro
avión comenzó a sobrevolar las
nubes. Dejamos atrás España, y
finalmente también dejamos atrás
el Mediterráneo. Roma está sorprendentemente
cerca de la costa visto desde arriba. A las
11.30 llegamos al aeropuerto de Fiumicino, y
aquí comenzaron los problemas. El autobús
contratado, debido al retraso del avión,
se fue sin nosotros, por lo que los primeros
5 euros gastados en Roma fueron los necesarios
para pagar la entrada al autobús que
nos llevaría al centro de la ciudad,
un viaje de aproximadamente 50 minutos que para
muchos fue la oportunidad perfecta para dormir.
A las 12.45 llegamos a la residencia. Una vez
allí, yo ya lo único que quería
era tirarme a la cama y rendirme ante el gran
poder del sueño. Nos asignaron una habitación,
que compartí con Pablo, y poco después,
aproximadamente a las 2 de la mañana,
me quedé dormido.
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En el Coliseo. |
Día 2. ¡El
foro y la pizza romana! (20 de marzo)
Nos tuvimos que levantar pronto por la mañana,
dado que nuestro desayuno estaba programado
para las 7.30. Era "self-service",
tipo buffet libre, así que las cosas
buenas, como por ejemplo los croissants, desaparecían
rapidísimo. Cogimos el metro y nos dirigimos
al 'Colosseo romano'. Fue una de las primeras
veces que yo he viajado en metro, y la verdad
es que no está nada mal; es cómodo,
y rápido. El Coliseo nada más
que le vimos pasando de largo mientras nos hacíamos
paso por las calles hasta el foro romano. Ahí
se llevaba a cabo toda la actividad pública
de la clase alta y media romana. También
pudimos contemplar varios otros monumentos y
edificios importantes, como el Arco de Constantino.
Fue una visita rápida, y tras ello procedimos
a avanzar hacia la Iglesia de Gesù, una
iglesia barroca que por fuera es muy simple
y por dentro muy recargada; un contraste muy
bonito, y una iglesia preciosa en general. Un
detalle muy logrado es el hecho de que colocasen
un espejo de tal forma que cuando te pones delante
puedes ver el techo con sus preciosas pinturas
al completo. Tras esta visita, nos dirigimos
al Panteón de Agripa, un templo circular
construido a comienzos del Imperio Romano, dedicado
a todos los dioses. En la ciudad se lo conoce
popularmente como La Rotonda, de ahí
el nombre de la plaza en que se encuentra. Tras
esto, Lucrecia y Obregón nos dejaron
ir a donde quisiéramos a comer. Mis compañeros
y yo decidimos ir a un restaurante que habíamos
visto poco antes, y yo, sin dejar escapar la
oportunidad, pedí una pizza 'Quattro
formaggi', mi preferida de siempre. No hay ni
comparación en sabor entre una pizza
cualquiera comprada en un supermercado y ésa
que comí allí ¡Exquisito!.
Y claro, como muy suertudos que somos, tuvo
que comenzar a llover. ¡Pero de qué
forma! A cántaros, a jarros, o a cuencos,
como prefiráis llamarlo, pero no cesó
hasta casi por la noche. La caladura de algunos
fue impresionante, y los indios que vendían
paraguas se forraron; incluso yo me compré
uno, para no convertirme en "hombre pez".
Dadas las circunstancias, decidimos volver a
la residencia a tomar un respiro y a cambiarnos
de ropa, cosa que yo no hice siguiendo una lógica
aplastante: ¿Para qué cambiarme
de ropa si íbamos a volver a salir y
me iba a volver a mojar? Así que cogí
el secador de pelo y me sequé los calcetines
y las perneras de los pantalones. Luego tocaba
ir a visitar la Basílica de San Pedro.
No podíamos ir a visitar las catacumbas
por el hecho de ser miércoles y, para
quitarnos un buen tramo de visita del Musei
Vaticani que íbamos a realizar al día
siguiente, decidimos aprovechar lo que quedaba
de día y tener más tiempo al día
siguiente. Una visita rápida en la que
pudimos ver, entre otras cosas, 'La Piedad',
de Miguel Ángel o la tumba de Pío
X. Finalmente volvimos de nuevo al hotel tras
realizar unas compras por las calles de Roma
(aquellos que quisieron) para cargarse de recuerdos
y "souvenirs". Además, algunos
de mis compañeros y yo pasamos por un
'Carrefour Express' para comprar comida para
la cena del día y la comida y la cena
del día siguiente. Me fui a dormir a
las 11.30 aproximadamente. Algunos alumnos todavía
se quedaron hasta mucho más tarde y festejaron
todo lo que se pudo. ¡Yo no puedo con
tantas movidas!
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Instantáneas del viaje. |
Día 3. El Museo
Vaticano (21 de marzo)
Esta vez ( y gracias a Dios)
nuestro desayuno estaba planeado para las 9,
por lo que pudimos levantarnos más tarde
y descansar un poco. Tras dos zumos, dos croissants
y un yogurt nos abrimos paso hasta la cola de
espera del Museo Vaticano. Nos pusimos en la
cola media hora antes de la apertura de éste,
debido a que años anteriores daba incluso
una vuelva entera al territorio vaticano. Así
que, tras esperar el debido tiempo, pudimos
entrar al prestigioso museo. Es tan grande que
la visita, aún habiéndonos ahorrado
una hora el día anterior con la basílica,
dura unas tres horas. Visitamos tanto zonas
que recuerdan a un museo normal, con piezas
de exposición como estatuas, tumbas,
escrituras, esfinges, elementos faraónicos,
etc, como edificios o capillas como lo es la
mismísima Capilla Sixtina. Una visita
cansada pero que mereció la pena. Varios
se perdieron en las inmensidades de este museo,
por lo que tuvimos que esperar a que saliesen
acompañados por Obregón, que les
encontró. Así que perdimos bastante
tiempo. Nos dieron tiempo para visitar de nuevo
algunas tiendas y para comer. Esta vez probé
una pizza salami, con base gruesa, de estas
que se venden cuadradas. Yo que soy un fan de
las pizzas de salami, nunca había probado
una tan picante. ¡El salami romano pica,
que como no tengas bebida te puedes declarar
por muerto! Tras esta deliciosa pero "peligrosa"
pizza, fuimos a las catacumbas. Media Roma está
construida sobre estas catatumbas, que son tumbas
donde se enterraba a los cristianos. En concreto
fuimos a visitar las catacumbas de San Calixto,
una de las pocas que aún se exponen.
Empezaron a existir hacia la mitad del siglo
II y forman parte de un complejo que ocupa una
extensión de 15 hectáreas, con
una red de galerías de casi 20 kilómetros
en distintos pisos; alcanzan una profundidad
superior a los 20 metros. Me quedé sorprendido
por la claridad y calidad de la guía
que nos condujo a través de larguísimas
y laberínticas galerías. Nos dio
mucha información, muy bien explicada
y en poco tiempo, de forma que no nos dio posibilidad
de aburrirnos y nos enteramos de todo lo básico
que hay que saber. Tras esto, fuimos en metro
hasta la Fontana de Trevi, pasando por la Plaza
España. Un lugar muy bonito, y famoso
por la característica foto que te haces
tirando una moneda al agua. Fue ahí donde
decidí comprar un láser verde
a un indio, pues me hacía ilusión
comprarle algo a uno de ellos. Básicamente,
dabas una patada a una piedra y salían
20, cada uno con un objeto diferente que te
quería vender. Finalmente volvimos, algunos
andando y otros en metro, según preferencias.
Me acosté a las 12.
Días 4 y 5. La vuelta a casa.
(22-23 de marzo)
Este último día volvimos a desayunar
a las 9. Nos íbamos a la 1, así
que decidimos ir a la Piazza Navona rápido
para que nos diera tiempo a verla sin prisas.
A las 10 estábamos allí, y fue
muy bonito ver la exposición de arte
que la gente hace allí, con la esperanza
de vender alguna de sus obras. Yo compré
un helado en una heladería, y la verdad
es que el helado italiano está genial.
Tras una pequeña vuelta por el mercado,
volvimos a la residencia para prepararnos para
la vuelta a casa. Pocas incidencias hubo en
el viaje de vuelta, únicamente un problema
se presentó. Debido al hecho de que algunas
maletas tuvieron que ser facturadas, finalmente
uno de los alumnos no la recuperó porque
había "desaparecido", pues
no apareció en la cinta transportadora.
Se la enviaron días más tarde
a casa cuando por fin la habían "encontrado".
A la 1:30 de la madrugada el autobús
llegó a Castañeda. Todos estábamos
muertos de cansancio y de sueño y según
llegué a casa me dormí, y soñé
con Roma y todos los bonitos momentos que había
vivido. Quizá en un futuro regrese, pues
es una cuidad preciosa y merece la pena ser
visitada, tanto por los que nunca han ido como
por los que ya han estado, ya que siempre se
pueden ver cosas nuevas!
En conjunto, un viaje precioso pero cansado,
y que recomiendo a toda la gente con ganas de
visitar otros lugares.