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Nº 107
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Lo más dulce del invierno

Por Carmen García, alumna de 1ºC del colegio La Salle de Santander.

Érase una vez un pueblo de Cantabria llamado Reinosa. Era un pueblo de montaña, con casas pequeñas y tejados rojos, atravesado por un río, el Ebro, poco profundo y con aguas muy frías que caían desde las montañas de la Cordillera Cantábrica.

Paisaje nevado y rosa.

Todos los inviernos nevaba y los niños se divertían con la nieve haciendo muñecos grandes y blancos, dibujando ángeles en el suelo y tirándose bolas. Siempre era así, pero hubo un año diferente y dos niñas descubrieron un secreto que guardaba la nieve...

Su historia comienza así: Una mañana de invierno Raquel se levantó dando un salto desde su cama, feliz, pidiendo que estuviera nevando. Se acercó a la ventana, pegó la nariz al frío cristal y, justo en ese momento, oyó a su madre gritándola "¡corre, baja a desayunar, vas a llegar tarde al colegio y está nevando!".

Raquel se vistió rápido, se puso sus vaqueros, un jersey de lana azul y unas botas altas para poder pisar la nieve. Desayunó, y con un gigantesco gorro rojo con orejeras, un par de guantes y su bufanda preferida salió corriendo a la parada del bus donde la esperaba María, su mejor amiga.

En el autobús fueron hablando de sus deberes, del examen de mates, del fin de semana pasado y de la nieve.
- "María, ¿no te parece que la nieve está rara?"- le dijo Raquel.
- "Síiiii, es.... ¡rosa!"

Y eso no era normal, la nieve es blanca, siempre ha sido blanca.

Después del cole, María invitó a Raquel a merendar a su casa para luego salir a jugar con la extraña nieve rosa. Salieron a la calle, Raquel cogió un poco de nieve e hizo una bola pequeñita para tirársela a María (con poca puntería, por cierto) y se chupó los dedos impregnados de restos de nieve.

- "Ummmmm, ¡sabe a.... fresa!"- dijo.

María cogió un poco del suelo, lo chupó como si fuera un helado y con una sonrisa de oreja a oreja dijo: "Está buenísima, pero.... si la nieve solo sabe a agua, ¿cómo puede tener este sabor tan rico?"

Se montó un gran follón en Reinosa, empezaron a llegar reporteros de todas partes para ver la fabulosa nieve. Vinieron desde China, Japón, Alemania... nunca se había conocido nada igual. Después aparecieron científicos que intentaban descubrir el porqué de este fenómeno.

A las dos amigas tanto revuelo les daba igual. Ellas seguían con sus clases y sus juegos, seguían juntándose para hacer los deberes, merendar y seguían yendo a patinar cuando terminaban.

Uno de esos días, patinando a toda velocidad por las calles del pueblo llegaron hasta la zona más baja, donde casi nunca iban y donde pensaban que nadie vivía. Allí se encontraron una cueva con una puerta pequeña de la que salía humo rosa por la chimenea. Se quitaron los patines para poder acercarse y, lentamente, fueron hasta una pequeña ventanuca. Raquel se subió encima de los hombros de María intentando llegar hasta el cristal, pero no había manera de ver lo que pasaba dentro, así que decidieron llamar a la puerta para descubrir quién vivía allí.

- "Toc, Toc"

Una vocecita dulce, tan dulce como la fresa les contestó:

- "¿Eres tú, Raquel?, ¿viene María contigo?"

Teníais que ver la cara que se les puso a las dos ¡impresionante! ¿Cómo podía saber sus nombres? ¿De quién era esa vocecita?

Empujaron la puerta y se asomaron una encima de la otra. Era una habitación pequeña pero muy iluminada, con una mesa pequeña con cuatro sillitas, una hoguera en el centro y encima un caldero del que salía el humo rosa hacia la chimenea. La voz procedía de una mecedora que estaba moviéndose junto al fuego.

- "Pasad, pasad, aquí sois bienvenidas. Supongo que ya habéis visto la nieve rosa, ¿verdad?"

- "O sea, que lo haces tú"- exclamaron las dos niñas a coro.

- "Así es. Yo soy la encargada de traer la nieve todos los inviernos. Pero este año la he cambiado, y he decidido que en Reinosa la nieve sea rosa y con ese saborcillo dulce de la fresa".

- "¿Y eso por qué?"- dijo María.

- "Porque una niña me mandó esta carta"- dijo señalando un sobre pequeño que había encima de la chimenea:

"Querida Hada del Invierno:
Yo nunca he visto la nieve, porque siempre he vivido en el Sáhara, y en mitad del desierto no nieva. Este año mi papa ha encontrado trabajo en Reinosa y me han dicho que aquí nieva todos los años. Por eso te pido que mandes la nieve cuanto antes.
Besos,
         Zahara"

- "Esa niña no sabe tampoco lo que son las fresas, y mucho menos el algodón dulce; por eso he pensado que como regalo de bienvenida este año la nieve iba a ser diferente: rosa y dulce. ¿Qué os parece?"

Las dos niñas no contestaban, estaban alucinadas con el hada, con su cueva y con la historia. Se quedaron allí todavía un buen rato, con la misma sonrisa de oreja a oreja que pusieron la primera vez que chuparon la nieve; hablaron con el hada, jugaron con ella y les enseñó los polvos de nieve rosa. Ése sería su secreto.

Se hacía de noche, tenían que volver a casa. Se pusieron sus gorros de lana con orejeras, le dieron un gran beso a su nueva amiga y empezaron el camino de vuelta. María le dijo a Raquel:

- "Me ha encantado conocerla, pero ¿tú crees que si contamos esto alguien nos va a creer?"

- "¡Uf!, yo creo que no".

- "Ya, ¿y si escribimos un cuento? Así parecerá que nos lo hemos inventado"- le dijo María.

En ese momento, la vocecita dulce se oyó de nuevo y les dijo: "Salam alikum".

 


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