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Nº 107
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

La historia de Nimu

Por Andrés González Campo (Dr Caín), alumno de 1º de Bachillerato del colegio La Salle de Santander.

"¡Cuentamela, papá, cuentamela otra vez!"- exclamó la pequeña Ni- "¡Vamos papi, cuéntame la historia!"- "Qué energía, pequeña, ¿qué te da tu madre de comer? Cuando me pides las cosas con esos ojos me es imposible negarte nada, tramposa"- le respondí suavemente. "Vamos junto a la chimenea, Ni. Allí te contaré la historia"- dije mientras me encaminaba al butacón junto a la chimenea.– "¿Sabes que esta historia no es de las que comienzan con érase una vez y terminan con colorín colorado, no?"–le pregunté de manera socarrona.– "Sí, papi"– respondió con seguridad.- "Vamos con la historia pues"- concluí mirándola enternecido directamente a sus ojos marrones, enormes y rebosantes de alegría infantil.


Todo comenzó hace nueve años, ni uno más ni uno menos de momento. Yo trabajaba en una empresa minera. Era mercenario. Podría decirse que me encargaba de arreglar los asuntillos de la compañía cuando se ponían difíciles y turbios- Eso es como ser soldado, ¿no?– exclamó Ni-Sí, algo así, cariño. Como iba diciendo, era el que arreglaba este tipo de problemas. No es que me sienta muy orgulloso de lo que hice en aquella oscura época de neblinosa moralidad, pero, como cualquiera, tenía que comer.

Un día, en una mina de Coltán (sí, pequeña, ese mineral que desató la primera guerra tecnológica) nuestros aparatos de medición del terreno comenzaron a darnos datos de lo más extraño. Según ellos, bajo nosotros, a una distancia de varios kilómetros de profundidad, se encontraba la caverna más grande jamás encontrada. Lo primero que pensamos es que estaban equivocados.

Durante los días y semanas siguientes continuamos haciendo mediciones del terreno, los materiales, la densidad, el tipo de rocas, etc. Cuando terminamos todas las mediciones posibles y nos cercioramos de que la caverna existía de veras, que no era un glitch de nuestros aparatos debido a la presión a la que se veían sometidos a nada menos que once kilómetros de profundidad, comenzamos la excavación. El primer problema fue bajar la tuneladora a esa profundidad por una mina vertical de ínfimas proporciones. El segundo problema, aún mayor que el anterior, fue que a esa profundidad el manto está surcado de rocas enormes con una densidad superior a lo perforable, así que tardaron meses en alcanzar de manera segura la altura de la gruta. A todo esto, las extremas condiciones durante el proceso, el calor, la presión, la falta de oxígeno, la lejanía de nuestros seres queridos... iba haciendo mella en nosotros. El estado anímico no era el mismo si llevabas dos meses a dos mil metros bajo la tierra. En un principio éramos cuarenta científicos y diez militares mercenarios. No llegamos ni la mitad. Bastantes científicos se volvieron locos a partir del primer mes enterrados. Hubo varios casos de psicopatía repentina, homicidios, suicidios y casos aún más repulsivos. Los que quedábamos vivos nos aferrábamos a la idea de encontrar la fama en esa gruta perdida de la mano de dios. Al cuarto mes de viaje, no sé si dios o Satán respondió a nuestras plegarias. Llegamos.

La gruta era bastante mayor de lo que nos habíamos imaginado. Era mayor de lo que cualquiera podría imaginar. Ni siquiera era una grieta. Era una burbuja de no menos de diez kilómetros de diámetro cuya cúpula, aparte de ser ingentemente alta, estaba surcada de cristales de luz nunca vistos en la superficie. Gracias a estos luminosos cristales, crecía amparada bajo la cúpula una selva virgen que proveía de aire respirable al pueblo que habitaba allí. Porque había un pueblo, sí. Aquella burbuja estaba poblada por unos... ¿seres? muy similares a los humanos. La diferencia radicaba en que tenían orejas de gato en la cabeza, cola de gato donde termina nuestro coxis, y un símbolo en el dorso de las manos. - ¡Yo tengo todo eso! ¿significa que soy una de ellos, papi? – preguntó – Sí hija mía, ya sabes que sí. Eres como ellos, una Meh.

Los Meh eran pacíficos, hacía cientos de años que habían alcanzado la paz entre todas sus facciones, y desde entonces se dedicaban al conocimiento. Sabían más que los humanos sobre naturaleza y sobre la mayoría de ciencias que tienen su base en ella. Manejaban los rayos de luz de los Cristales Luminarios, así los llamaban, como nosotros la electricidad. No realizaban ninguna acción que pudiera dañar su ecosistema. Se podría decir que eran ecologistas sumos. Los Meh masculinos se dedicaban a la recolección de alimento, la cría del ganado, obtención de madera y minerales, etc. Mientras estos trabajaban en las cosas inherentes a la fuerza bruta, las mujeres se dedicaban a cuidar a sus hijos y a crear nuevos inventos para mejorar todavía más la vida en la cueva.

Aquello era el paraíso de la paz, la armonía y la naturaleza. Ni siquiera había depredadores. No tenían ejército, no era necesario. Tampoco lo vieron necesario cuando mis jefes decidieron, tras enviar yo mi informe, destruir aquel pueblo. Esto se debía a que el pueblo se asentaba sobre la veta de Coltán más grande y profunda vista hasta el momento. Por supuesto, no me pareció bien, aunque fuera mercenario no era de cartón. Lo que mi jefe Miyazaki no se esperaba, pequeña, fue que a pesar de no tener un ejército los habitantes del pueblo Meh sí que tenían una defensa; una defensa inexpugnable. El jefe tenía un ejército, sí, pero los Meh la tenían a "ella".

Ella era, y es, preciosa. Se parece mucho a ti, Ni.– Es verdad, Mamá es muy guapa – dijo mi pequeña entre risas – Sí que lo es ¿verdad? Pues ahí estaba ella, tu madre, menuda, bonita, delicada (o al menos eso nos parecía en un primer momento). Vestía un traje un tanto extraño, un vestido corto color crema con capucha amplia cubriéndole la cara, que llevaba tapada con una máscara negra de ojos rojos y sonrisa plena de dientes afilados, y con dos huecos para las orejas de gato por las que sois reconocidas. Dicho vestido era de manga larga, y las mangas terminaban en bolas grandes, que cubrían sus manos. Tres ranuras decoraban el final de cada manga, pero no cabían los dedos por esas aberturas. Más tarde descubriríamos que por esos agujeros largos se deslizaban cuchillas retractiles muy, pero que muy, bien afiladas.

A todo esto, el ejército privado de la compañía estaba ya marchando por la subterránea pradera al este del pueblo. Ninguno de aquellos soldados, salvo yo que ya había estado en aquel pueblo y había sido quien había avisado a los Meh de la amenaza, se esperaba lo que vendría a continuación. De lo más profundo del pueblo surgió ella corriendo hacia nosotros. Parecía que la máscara sonriente se reía de nosotros al enseñarnos los colmillos. En mi vida he visto criatura tan ágil como tu madre, cariño. Al acercarse a nosotros como una exhalación sonó un clac sordo mientras desplegaba las garras de metal de su traje. Nada pudieron hacer los mercenarios. Corrió entre ellos, bailando, esquivando disparos y cortes. Movía los brazos como si careciese de huesos, como si fueran látigos mortales. Con cada giro que completaba caía otro soldado, herido, mutilado o muerto. Mientras tanto ella reía. Algunos dicen que es macabra, yo diría que disfrutaba de una buena pelea. Fue el espectáculo más bello y aterrador que he presenciado. Daba la impresión de que a tu madre no le afectaba la gravedad. Saltaba en horizontal pisando los costados de los soldados que estaban aún de pies, hacía piruetas y lanzaba estocadas alocadas a la par que certeras. En muy poco tiempo ella solita había acabado con un ejército de más de mil mercenarios inmorales y crueles. Tras un rato, solo quedaba vivo yo, que parecía muerto porque me había desmayado minutos antes.

Tuve la suerte de que, al levantarme sin hacer ruido, me encontré justo a la espalda de la asesina de mis compañeros (aunque no eran mis amigos). Aunque me planteé estrangularla por la espalda, me quedé paralizado mirándola. – Entonces mamá se giró, ¿no, papi? – preguntó inocentemente Ni – Sí, hija, entonces mamá se giró. Ya no llevaba la máscara, por lo que parecía mucho menos horrible. - ¿Con "mucho menos horrible" quieres decir que era muy guapa, papi? – rió, Ni, divertida. – Eso quería decir, cariño, sin la máscara era preciosa. Quedé prendado de ella al instante y ella, visto lo sucedido a partir de entonces, me atrevería a decir que hizo lo mismo. Disfrutamos de nuestro amor desde entonces a esta parte. Nos quisimos tanto que hace siete años te tuvimos a ti, Ni. Y te queremos de veras. Esta es mi historia, tu historia, la historia de tu madre y nuestra historia. Ahora ve a dormir, pequeña, y no le digas a tu madre que te he contado esta historia otra vez. Ya sabes que no le gusta que creas que es una guerrera (aunque lo es). Hasta mañana, pequeña Nimu. Que duermas bien.


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