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Red-acción
II Época / Nº39
Abril
2010
EL MUNDO / SABÍAS QUÉ ?

De la Primera Cruzada y la toma de Jerusalén

Por Teresa Álvarez, alumna de 4ºC de ESO del colegio La Paz de Torrelavega.

Jerusalén ha sido desde siempre uno de los principales centros de peregrinación para los practicantes de las tres grandes religiones monoteístas del mundo. Para los cristianos, esta ciudad fue el escenario de la vida y el sacrificio de Jesucristo; para los musulmanes, el lugar en el que Mahoma ascendió al cielo, y para los judíos, el lugar que consideraban como casa propia, pues allí estaba el Templo.

Dibujo que representa las luchas en la Primera Cruzada.

En el siglo VII, la ciudad de Jerusalén fue tomada por los musulmanes. Cuatrocientos años después, los cristianos de Occidente tratarían de recuperarla: es lo que conocemos como la Primera Cruzada.

En el siglo XI, la Iglesia dominaba la Europa católica, aunque su poder menguaba. En 1088 fue coronado el Papa Urbano II. Con su recién adquirido poder pensaba devolver la autoridad a la Iglesia católica.
No sería hasta 1095 cuando recibiría una respuesta definitiva para su plan. Su renombrado rival, el emperador bizantino Alexius I de Constantinopla, solicitaba ayuda a los cristianos de Occidente contra los musulmanes.

El Islam era la fuerza dominante en las tierras de Oriente, y Alexius estaba perdiendo poder y autoridad, además de tierras. Ese mismo año, los turcos selyúcidas tomaron Jerusalén.

En noviembre de 1095, Urbano convocó el concilio de Clermont, donde pronunció un discurso y realizó el llamamiento, dirigido tanto a príncipes, caballeros y clérigos como a hombres comunes. Los principales objetivos de esta guerra sagrada satisfacían las propias necesidades del Papa, y eran:

-Fortalecer el papado y devolver la autoridad a Roma y a la Iglesia.
-Hacer retroceder al infiel, y, por otra parte, reivindicar los Santos Lugares.
-Aumentar su autoridad sobre los caballeros a costa de los señores feudales.
-Como efecto secundario, mantener alejados de Occidente a estos caballeros.

Movidos por la fe, por la promesa de grandes riquezas o, simplemente, por la oportunidad de conseguir lo que ellos creían que iba a ser una vida mejor, decenas de miles de hombres "tomaron la cruz" y pusieron sus armas al servicio de la Iglesia.

En Otoño de 1096, ejércitos de Francia y las zonas de la actual Alemania e Italia partieron rumbo a Constantinopla. Tenían por delante un viaje de más de seis mil kilómetros hasta Jerusalén, que duraría más de tres años.

Los ejércitos cruzados del Norte serían liderados por el duque Godofredo de Bouillon y su hermano Balduino, duque de Bolonia.
Durante casi seis meses el ejército de Godofredo avanzó lentamente por Europa del Este, recorriendo miles de kilómetros.

Ya en Constantinopla, se unieron al ejército de Godofredo otros ejércitos cristianos de diferentes puntos de Europa. Tenían por delante un camino de más de mil seiscientos kilómetros hasta Jerusalén, atravesando las tierras hostiles de los infieles.

El avance de los cristianos era lento y había centenares de bajas en el ejército cruzado debidas no a las batallas, sino a las dificultades del viaje. Sus fuerzas se veían ahora muy mermadas.

Tras meses de viaje, murió Godegilda, la esposa del duque Balduino. Tras el entierro, Balduino, enfurecido, se dejó llevar por la codicia y su objetivo en la cruzada cambió por completo. Ya no le importaba la fe (nunca le había importado, de hecho), sino que ahora se dedicaría a buscar y conquistar tierras para su propio enriquecimiento.
Tomó unos cientos de caballeros y se separó del grupo principal, emprendiendo su misión en solitario.

A ciento sesenta kilómetros al Este se encontraba la ciudad de Edessa. Edessa era una ciudad muy rica, situada en mitad de una región muy fértil, y en un punto clave en las rutas comerciales. Sin embargo, Edessa no era una ciudad musulmana, sino cristiana, que había resistido a las invasiones turcas.

El gobernador no era capaz de defender su ciudad. Balduino lo haría por él, pero su ayuda tenía un precio. A cambio de la protección militar que el duque y sus hombres pudieran brindar a Edessa, el gobernador debía entregarle las llaves de la ciudad. El gobernador le aseguró a Balduino que él sería el nuevo gobernador, pero sólo tras su muerte. Así, lo aceptó como hijo suyo.

Pero Balduino era un hombre muy codicioso, y no podía esperar a la muerte natural del gobernador. Contrató los servicios de unos asesinos que, además de asegurarle la muerte del señor de Edessa, le cederían la ciudad tras el asesinato.

El gobernador murió de un flechazo en el pecho cuando intentaba huir descolgándose por una de las murallas, tras haberse enterado de la traición. Balduino era el nuevo señor de Edessa.

Mientras tanto, el principal ejército cruzado, a unos doscientos kilómetros al suroeste, llegaba a Antioquía. Ésta era una próspera ciudad que en 1085 había sido tomada por los musulmanes. La ciudad tenía un fuerte poder espiritual que influía mucho en los cruzados. Según la tradición cristiana, fue en Antioquia donde el apóstol San Pedro construyó la primera iglesia. Era una ciudad imponente, por lo que no les iba a ser fácil tomarla. El gobernador de Antioquía hizo lo que pudo para defender su ciudad.

Los turcos hacían turnos de vigilancia día y noche, lanzándoles aceite hirviendo, privándoles del suministro de alimentos y de agua, quemando algunas de las tiendas y enviando guardias durante la noche.

Tras ocho meses de sitio, los cruzados comenzaron a desesperarse. El alimento siempre había sido escaso pero ahora, además, tenían que alimentar a los cristianos expulsados de Antioquia. Como consecuencia, la peste se extendió entre las legiones cruzadas. El ejército estaba cada vez más mermado, y apenas quedaban ya la mitad de los sesenta mil hombres que había partido de Europa.

Mientras, en Antioquia, el gobernador consiguió pedir refuerzos en las mismas narices de los cruzados, mediante palomas mensajeras, que era un medio de comunicación muy utilizado entre los turcos.

Dos meses después, los exploradores cristianos informaron del ejército turco que se acercaba a la ciudad (los refuerzos solicitados por el gobernador). No había tiempo. Necesitaban urgentemente entrar en la ciudad, ya que no se veían en condiciones de vencer a un ejército.

Bohemundo encontró un punto débil en la muralla. Un traidor que estaba dispuesto a abrirles las puertas de la ciudad y a aliarse con los cristianos. Los cruzados le sobornaron con la promesa de grandes riquezas y tierras.

Hacia el amanecer, los ejércitos cruzados escalaron las torres de armero con la ayuda de escaleras. En cuestión de minutos entraron en la ciudad y abrieron las puertas a todos aquellos que esperaban fuera. Se produjo una completa masacre en el interior de la ciudad: no perdonaron a nadie. Sin embargo, no encontraron al gobernador; había escapado.

Un pastor les entregó a los cruzados la cabeza del gobernador, tras haberle dado muerte cuando huía de la ciudad. Pero no era recompensa suficiente para los cruzados: se acercaban los refuerzos turcos. Los asediadores se convertían ahora en asediados.

La moral era baja, y los cristianos estaban asustados. La fe era lo único que los mantenía activos. Rezaron por el milagro y el milagro ocurrió. Dios se le apareció a un cruzado francés, un humilde sacerdote. Al peregrino Pedro Bartolomé se le había aparecido San Andrés, y le había hablado de la lanza sangrada (la que le fue clavada a Cristo en la Cruz), que decía estaba enterrada en el suelo de la capilla de San Pedro de Antioquía.

El clérigo eligió a sus propios doce apóstoles, y los ordenó excavar en el suelo de la iglesia. Fue el mismo Pedro quien halló la lanza. Era un hombre astuto. Enterró él mismo una lanza vulgar en la capilla, borrando las huellas después.

El ejército cruzado recuperó la moral y las ganas de luchar. Tal era la fiereza con la que cabalgaban hacia las tropas turcas, y tal la expresión de odio de sus demacrados rostros, que éstos rompieron filas y huyeron. La ciudad no fue devuelta al emperador bizantino Alexius, como así había jurado Bohemundo. Se coronó príncipe de Antioquía.

Cae con esta traición uno de los pilares básicos que sostenían la Cruzada: el de luchar unidas las Iglesias de Oriente y Occidente contra el avance musulmán.

Finalmente, en junio de 1099, trece mil cruzados (menos de una cuarta parte de los sesenta mil hombres que habían salido de Europa) llegaron a las puertas de la Ciudad Santa de Jerusalén. Unas murallas de trece metros de altura por tres de ancho la rodeaban y fortificaban. Para asaltarla necesitarían escaleras y torres de asedio. Los defensores habías arrasado todos los árboles de los alrededores, y los cristianos enviaron grupos de búsqueda a por madera. Ocultas en un agujero en el suelo, los cruzados hallaron quinientas piezas de madera ya preparadas, que eran suficientes para construir dos torres de asedio de quince metros de altura.

El 14 de julio de 1099 se produjo el asalto final a Jerusalén. Asediaron la ciudad por dos flancos. Las dos torres fueron transportadas rodando, una al noroeste y la otra al sur.

En el sur de la ciudad, los musulmanes lanzaban aceite hirviendo a los cruzados, y acabaron prendiéndole fuego a la torre. Ahora tan sólo quedaba una, la del duque Godofredo, situada al noroeste. Amparados por la oscuridad, ordenó trasladar la torre a la parte peor defendida de la ciudad. Los musulmanes hicieron un último intento de derribar la torre de asedio, pero fueron rechazados por los hombres de Godofredo, que finalmente consiguieron entrar en Jerusalén. Los musulmanes, atemorizados, huyeron a refugiarse en el interior de la ciudad.

Jerusalén era suya.

Persiguieron a los sarracenos hasta el Templo de Salomón, donde mataron a todos, hombres y mujeres. En un diámetro de ochocientos metros fueron masacradas más de treinta mil personas, entre cristianos, judíos y musulmanes.

Godofredo fue nombrado nuevo gobernador de Jerusalén, ya que su fe y su devoción le impedían ser coronado rey en la ciudad en la que había muerto Jesucristo. Un año después moriría en la Ciudad Santa y su hermano Balduino se convirtió en el nuevo rey de Jerusalén.

En Europa se difundió el éxito de la Cruzada. Pero el Papa Urbano II, que era quien había impulsado a aquellos sesenta mil hombres a morir por su Dios, no llegó a saber que Jerusalén, por primera vez en cuatrocientos años, volvía a estar en manos cristianas.

Sin embargo, la gloria de la conquista no duraría mucho, y los cruzados pronto quedarían con la miel en los labios. Los musulmanes comenzaban a armar un poderoso ejército que no tardaría mucho en atacar, unificado bajo el mando de uno de los mayores guerreros de Tierra Santa: Saladino.

Pero este fragmento ya pertenece a otra historia y os la contaré otro día…

Bibliografía:

-'Las Guerras de Dios', de Christopher Tyerman.
-'El viaje prodigioso', de Manuel Leguineche y Mª Antonia Velasco.
-'La Media Luna y la Cruz' (documentales 1 y 2 de 4), de History Channel.



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