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Red-acción
II Época / Nº37
Enero-Febrero
2010
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

La hora del crepúsculo

Por Marcos Expósito, Ángela Calvo y Carlos Manuel Fernández, alumnos de 1º de ESO del IES José María Pereda de Santander.

Los alumnos de 1º de la ESO han puesto en práctica lo estudiado acerca de la narración siguiendo unas pautas dadas por la profesora. Escribir un relato con un comienzo y un final dado: "Era la hora del crepúsculo…" y "… se sumergió en la profundidad de las aguas cristalinas". Cada cual ejercita su imaginación inventando trama, personajes, voz narrativa, espacio y tiempo narrativos.

Vista de la bahía de Santander desde el Museo Marítimo.

Los cuatro días | El viaje de la sirena | La casa del órgano

 

 

 

 

LOS CUATRO DÍAS
Por Marco Expósito Pérez. 1º ESO C.

Día uno

Era la hora del crepúsculo cuando ocurrió por primera vez. Una persona más o menos joven había muerto una noche con dos marcas en el cuello, nadie en aquel pueblo sabía qué había pasado. Los accidentes se sucedieron hasta que el pueblo adivinó lo que pasaba: había un vampiro entre ellos. Decidieron poner un anuncio en el periódico del país y pronto aparecieron varios candidatos, pero al cabo de una semana aparecieron todos en el mismo lugar con las dos marcas en el cuello. Pero un día la cosa cambió, llegó una persona que con su simple presencia inspiraba respeto. Él apestaba a ajos y aconsejó a los ciudadanos de aquel pueblo llevar ajos que espantaban a los vampiros y que los anteriores, mordidos por el vampiro se convertirían al mes en más vampiros obedientes al vampiro jefe, por lo que contaban sólo con tres días.

Lo primero que aquella persona llamada Stevens tenía que hacer era la parte casi más difícil, en poco tiempo encontrar y adivinar quién era el vampiro. Y decidió ir de casa en casa por las casas habitadas en el pueblo, con ajos a ver si sentían algo. Primero fue a la casa del viejo Tom, un anciano que a sus años debería estar en un asilo, como muchas veces le había dicho su sobrina Anastasia, pero él no quería, porque decía que se olvidarían de él en cuanto se marchase. Stevens fue cauto y no fue con los ajos por fuera, los llevó en los bolsillos. Al llamar a la puerta le abrió Anastasia que le empezó a dar las gracias por venir a ayudarles, pero Stevens con su frialdad no le contestaba pero miraba a Anastasia en busca de algo raro, pero no encontró nada raro y preguntó:
- ¿Puedo ver a Tom? - dijo con su voz seca y grave. Anastasia contestó: -Ahora mismo no, está durmiendo, venga más tarde. Y Stevens se marchó.

La siguiente casa era la de Bob y Helen, un matrimonio de gran edad como la mayoría del pueblo. Era una casa en la que cualquiera era bienvenido y donde residía el panadero local. En aquella casa residía la felicidad más grande del pueblo. Cuando Stevens llamó le abrió Helen, que, como le hicieron en la anterior casa, le empezó agradecer su compasión y él no vio otra vez nada raro y entonces preguntó: - ¿Puedo ver a su marido?, necesito hablar con él por un motivo de gran importancia. Y ella le respondió con un tono casi gritando y que tampoco agradó a Stevens: - ¡No, está en la panadería! Ese día Stevens empezó a sospechar de Helen. Fue a la panadería pero ésta había cerrado esta mañana. Ahora sus sospechas ya estaban aclaradas, Helen le había mentido y puede que tuviera algo que ver con el vampiro.

Y la última casa en la que quedaba alguien era la de la familia Suárez, una familia no mayor de sesenta, pero no menor de cincuenta por lo que parecía. En aquella casa estaban todos y no había ninguna sospecha.

El siguiente objetivo: aclarar sospechas sobre Tom y Helen.

Día dos

Ese día Stevens se despertó y se preparó un desayuno energético y grande, más grande que otra cosa: un vaso de zumo de naranja, dos tostadas con mantequilla y mermelada, un tazón de leche con cereales, 10 galletas y seguro que me olvido de algo. (Aún no sé cómo le entra eso por las mañanas). Al terminar salió a la calle y como era muy temprano hacía un frío... (escalofrío).

Fue a buscar primero a Tom con la misma idea de ayer y, como era de esperar, no pasó nada. Él no podía ser porque, además, estaba comiendo ajos. Decidido y con un plan en mente fue a la casa de Bob y llamó al timbre pero nadie le contestó. Pasaba por allí la señora Suárez y dijo:- Stevens, no te molestes. Ayer te abrió porque era de noche, pero no te abrirán de día. Stevens contestó con un ligero movimiento de cabeza y se marchó al hotel de la ciudad de al lado, en el que estaba viviendo estos días, junto a un olor a ajos que te echaba de la habitación fueras vampiro o no.
Pasó el día viendo periódicos de este mes que hablaban sobre el pueblo y descubrió que todas las noches en las que atacaba el vampiro Helen abría la puerta de su casa por la mañana. Y así se tiró todo el día hasta las seis de la tarde que, como era invierno, ya había oscurecido y se marchó al pueblo.

La panadería, por una vez en el tiempo en el que Stevens había estado en ese pueblo, estaba abierta y de paso fue a buscar a Bob que, al contrario de lo que pensaba Stevens, no tenía nada raro. Pero, de repente, Stevens oyó un grito y corrió lanzado a la carrera a ver qué había pasado y vio el cadáver de la señora Suárez en el suelo y con dos marcas en el cuello. Stevens la llevó en brazos hasta la casa de los Suárez, donde el marido lloró como nunca y fue al cementerio a enterrarla ya mismo, seguido de Stevens para decirle lo que había pasado. Y realizaron el funeral ellos mismos, pero al terminar apareció una siniestra figura encima de una lápida y con voz de ultratumba dijo:
- Stevens, es sólo una advertencia, márchate o serás la próxima víctima.
Y de repente desapareció. Todos los allí presentes habían reconocido aquella voz, era Helen. Antes de que Stevens se marchara, el señor Suárez le dijo a Stevens: -Stevens, te ayudaré en todo lo que pueda.
Y después, el señor Suárez dijo dirigiéndose al narrador:
- Deja de llamarme señor Suárez, llámame por mi nombre, Alan.

Stevens y ahora Alan marcharon a correr a la casa de Bob, donde descubrieron que por desgracia Helen también había matado a Bob. Después fueron corriendo a casa de Anastasia y encontraron la puerta abierta. Stevens sacó todos sus ajos de los bolsillos y le dio unos cuantos a Alan. Después lanzó unos cuantos por los pasillos de la casa hasta que oyeron un grito y fueron a la habitación de donde procedía el grito. Antes de entrar lanzaron otros cuantos ajos a la habitación y oyeron un grito (como al rozar un clavo por un crista) y entraron en la habitación y vieron a Anastasia llorando a su abuelo fallecido que tenía entre sus brazos con dos marcas en el cuello, pero también sorprendida por la reciente actuación de Stevens y Alan. La saludaron y ella contestó:
- Gracias, pero ¿puedo ir con vosotros a cazar a Helen? Por cierto, Stevens ¿cómo se mata a un vampiro?
Y Stevens contestó:
- A la primera pregunta sí claro, y a la segunda tienes que o clavarle una estaca u otra forma, que en este lugar es más difícil, ahogándolo.
Y se marcharon al hotel y pidieron otra habitación para Anastasia y otra para Alan.


Día tres

Se levantaron y bajaron al comedor del hotel para desayunar y comieron entre todos más que el triple de lo que comió Stevens ayer. En otras palabras, les pinchabas con un alfiler y salía todo el desayuno.

Al terminar fueron al pueblo y entraron en una casa en la que ya habían matado a los antiguos propietarios, pues su casa sería el primer lugar donde buscaría. Idearon un plan que terminará hoy, porque si no todos los muertos excepto los recientes, (como por ejemplo Bob o Tom) resucitarían en más vampiros a las órdenes de Helen. Y el plan era este: Anastasia volvería a su casa con excusa, aunque era verdad, de enterrar el cuerpo de Tom, su abuelo, pues era la última familia que la quedaba, todos los demás habían muerto. Siguiendo con el plan iría a enterrarlo y, por si acaso, llevaría algunos ajos encima y alguna estaca y esperaría allí el tiempo que hiciera falta hasta que Helen apareciera y entonces Stevens y Alan saldrían de debajo de un escondite que tenía Alan cuando era pequeño, cuya entrada está a las afueras del pueblo y del que se puede salir en el cementerio. Saldrían de ahí y lanzarían estacas intentando darla y mientras Anastasia se pondría detrás de Helen y poco a poco se iría acercando hasta clavarla la estaca por detrás o, en caso de que Helen intente huir, también estaría allí.
Estuvieron pensando, mas no encontraban ningún otro plan y, aunque simple y sencillo, pudiera ser que funcionara, o pudiera ser que no.
Era la hora en la que iban a realizar el plan. Anastasia estaba llevando a Tom llorando y Stevens y Alan estaban desde hacía horas en su escondite, mirando por la mirilla que tenían que, aunque era un simple mecanismo de espejos, era difícil de detectar. Anastasia estaba terminando de enterrar a Tom cuando Helen apareció volando, ataviada con una gran capa negra y roja por dentro y enseñando sus colmillos en acción de amenaza. Stevens al verla hizo un gesto de victoria y esperó a que Helen picara el anzuelo. De repente Alan, al salir, se tropezó y Helen le descubrió y se alejó del cementerio dirección al pueblo. Anastasia no la pudo parar, puesto que salió por un lado, no por detrás o por delante. Dispuesto a una carrera Stevens, el más rápido del grupo, echó a correr tras Helen y aunque más lentos pero lanzando ajos, pues tenían miedo de dar con las estacas a Stevens, estaban Alan, con una puntería malísima, y Anastasia que le pones un objetivo a un kilómetro y le das algo que llegue y le da. Y los ajos, aunque parezca que no, ayudaron a Stevens a atrapar a Helen; y cuando por fin iba a atraparla, hubo un destello repentino producido por Helen y Stevens se quedó como dormido, se desmayó. Cuando se despertó, estaba en la cama de su hotel y Anastasia y Alan le estaban mirando con una cara de alegría, pero con marcas de que no habían podido parar a Helen, pero que, al menos, se habían salvado y justo, din don din don din don sonó la campana anunciando las doce.

Día cuatro

Todos se prepararon para ese día, puesto que era su última oportunidad de salvar a los muertos por el vampiro a pesar de que la mayoría ya habría despertado, sedientos de más víctimas. Estaban todos serios, aunque aún no sabían que iban a hacer. Decidieron que irían todos juntos a atacarla, puesto que Helen podría tener más ases en la manga y que si mataban a Helen, los demás volverían a ser personas, un plan casi más simple que el anterior. Stevens iría primero seguido de Anastasia por la derecha y Alan por la izquierda. Aunque sufrieran al hacerlo, sabían que debían matar a cualquier vampiro que se metiera en su camino o que intentase proteger a Helen. Llegó la hora de ir al pueblo y para asegurarse su protección todos comieron ajos en el desayuno.

Helen estaba en el cementerio, como la última vez, pero no había ningún otro vampiro por lo que los cálculos de Stevens eran erróneos. Helen estaba esperando a los demás vampiros y no vio a la pandilla acercarse, la atacaron todos a la vez pero, como era de esperar, Helen se dio cuenta y huyó. Como la última vez no sirvió de nada, cogieron el coche de Alan y salieron en su persecución, pero Helen paró de golpe y casi se estrellan contra un árbol. Volvieron a bajar atropelladamente todos a la vez y a atacar a Helen, que volvía al cementerio de nuevo. Cuando llegó el grupo estaba cansado y Helen se dio cuenta, así que salió volando otra vez, en otra dirección. Estuvieron así un buen rato hasta que Stevens se dio cuenta, por fin, de que estaba cansándolos. Decidió esperar en el mismo sitio mientras los demás corrían hacia Helen. Stevens se escondió cerca de donde pasaba Helen cada vez que volvía al cementerio. La primera vez ella pasó demasiado lejos para el alcance de Stevens; la segunda y la tercera también pasó demasiado lejos y Stevens, ya enojado, se cambió de escondite pero, la cuarta vez que pasó Helen, pasó pegada al antiguo escondite de Stevens. Stevens pensando, aunque no era verdad, que lo estaban vacilando salió de su escondite esperando a Helen, que vio a Stevens de lejos y fue directa al lago del pueblo. Todos de nuevo entraron en el coche arrancaron y, de lo cerca que estaba el lago, esta vez casi se caen por el acantilado del pequeño pero rodeado de pequeños acantilados lago de Renspreg. Helen al llegar allí y ver que la tenían rodeada saltó al lago pero, por su desgracia, Stevens saltó también y no dejó volar a Helen que, al no saber nadar, se sumergió en la profundidad de aquellas aguas cristalinas.

 


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EL VIAJE DE LA SIRENA
Por Ángela Calvo Solar. 1º ESO D

Era la hora del crepúsculo. Una sirena estaba sobre una roca contemplando las luces de la ciudad a lo lejos y escuchando el sonido de las olas al romper en la playa.
La sirena era muy guapa, rubia, con ojos azules y una flor morada en el pelo. Estaba cantando y, de repente, escuchó un ruido. Era un Sireno del cual se enamoró nada más verlo. Era un chico encantador, amable y gentil. Él quedó prendado de ella nada más verla; le preguntó que si quería ser su novia y ella le dijo que sí.
Decidieron marcharse de vacaciones a Tenerife. Para este viaje eligieron como medio de transporte una tortuga, que tenía el caparazón marrón con pintas verdes.
Al cabo de unos días llegaron a una isla que tenía un castillo. El castillo era enorme, tenía muchos adornos: conchas, caracolas, estrellas de mar y caracoles ermitaños. En el castillo les contaron que vivían el rey, la reina y su hija, que todavía era una niña.
Les comentaron que el castillo se abría unas horas al día para poder ser visitado. Así es como conocieron al rey. Se llamaba Zeus, era muy bajito y un poco regordete. Tenía una barba blanca y larga y en su cabeza llevaba una corona de oro muy decorada. Su cola de sireno estaba decorada de: diamantes, esmeraldas y rubíes que lucía con aire majestuoso. En su mano derecha llevaba un tridente de oro, el cual tenía poderes mágicos.
Su esposa, la reina, se llamaba Ariana era hermosa y de tez morena, tenía unos ojos verdes color esmeralda y una melena de color miel que caía en forma de cascada hasta la cintura. Su cola era de color naranja, decorada con esmeraldas y rubíes. Sobre su cabeza lucía una corona más pequeña que la del rey pero también era de oro y muy decorada.
Tenía una hija llamada Dana, de nueve años de edad. Sus ojos eran de color verde como los de su madre, su piel era blanca como la nieve. Sus cabellos eran rubios como el oro, su cola pequeña de color rosa y tenía también pequeños adornos.
Parecían una familia feliz donde lo principal no eran las riquezas sino el cariño que se tenían.
El rey se fijó en ellos y decidió invitarles a comer, tratándoles como si formasen parte de su familia. Les mandó pasar a una gran sala que debía de ser el comedor y allí pudieron contemplar una gran mesa con todo tipo de manjares procedentes del fondo del mar.
Después de comer les enseñaron todo el castillo y les invitaron a pasar unos días con ellos.
Cuando ya decidieron regresar a su isla sintieron una gran tristeza, pero debían volver a su casa.
El sireno no quería volver y tuvieron una fuerte discusión; Él decidió quedarse.
La sirena se sintió sola, apenada y, tras contemplar por última vez el castillo, se sumergió en la profundidad de las aguas cristalinas.

 


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LA CASA DEL ÓRGANO
Carlos Manuel Fernández Sanz. 1º ESO C

Era la hora del crepúsculo, hacía un día muy frío y me metí en el coche para volver a casa.
Durante el viaje vi a lo lejos una gran casa con aspecto tenebroso. Me acerqué un momento a esa zona y pude contemplar lo que había: un porche medio derruido, un balcón derrumbado, una veleta de viento doblada, un gran portón abierto, las ventanas rotas y una extraña luz que salía por una de las ventanas. Me acerqué un poco más y pude escuchar una bonita sinfonía que, por el sonido, creo que procedía de un gran órgano.
Me acerqué un poco más pero... justamente cuando di un paso se acabó la sinfonía que salía del órgano.
En ese mismo momento me dio un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. ¡Tuve un miedo terrible! y eché a correr hacia el coche, introduje la llave, arranqué el automóvil, metí la primera marcha y apreté el acelerador hasta el fondo del miedo que tenía.
Esa misma noche cuando llegué a casa se lo conté a mi mujer y me dijo:
- Deja de decir tonterías y vete a la cama a descansar que mañana tienes que madrugar- Y eso hice.
Al día siguiente por la mañana volví a pasar por allí, pero no vi nada y me fui a trabajar.
Cuando salí del trabajo eran las tantas de la noche y ahí estaba otra vez esa casa. Me armé de valor, giré el volante ciento ochenta grados y me dirigí a esa casa. Estaba exactamente igual, lo único que la cambiaba era que la luz de la habitación, brillaba con más fuerza.
Me detuve un momento y como el portón estaba abierto decidí entrar. Hacía un frío espantoso en esa casa. Subí al segundo piso, en el que supuestamente alguien tocaba el órgano, las escaleras chirriaban como si se quejaran de algo. Vi una puerta y por debajo de ella salía una luz tan blanca tan blanca que te hacía llorar del dolor que producía en los ojos.
Abrí la puerta lentamente y vi a ese ser tocando el órgano, ese ser era extraño, porque salía una luz blanca de su cuerpo. Tenía una especie de zarpas como pies, manos de mujer, era muy alto y podía llegar a flotar en el aire. Este ser me miró a los ojos, gritó muy fuerte y muy agudo y salió por la ventana directo a un pequeño lago que había. Todo desapareció y ese ser misterioso se sumergió en las profundidades de las aguas cristalinas.


CONTINUARÁ…




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