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Red-acción
II Época / Nº20
Junio
2007
AMIGOS

'Bocas de ira'

Por Lorenzo Herrera Varón, profesor del ámbito tecnológico de diversificación y del Taller de Carpintería de Garantía Social del IES La Albericia de Santander.

Recogemos el relato creado por Lorenzo Herrera para la revista digital 'Mouro' de su instituto, el IES La Albericia. "A todos aquellos seres humanos que por un motivo u otro, que por azar o naturaleza, que por intereses ajenos abyectos, que por personajes coetáneos incapaces de regir los destinos, que por un pésimo reparto de las riquezas naturales, también las artificiales, se ven obligados a abandonar su tierra en contra de sus deseos, gritando con ira..."

'Cancionero y Romancero de Ausencias'
Poema 46

Por Miguel Hernández

Bocas de ira.
Ojos de acecho.
Perros aullando.
Perros y perros.
Todo baldío.
Todo reseco.
Cuerpos y campos,
cuerpos y cuerpos.

¡Qué mal camino,
qué ceniciento
corazón tuyo,
fértil y tierno!


I PARTE
'LA DECISIÓN Y LOS PERROS'

Patera, cayuco, camión o ferry, es igual. Cualquier medio de transporte es válido para aliviar esa bolsa de ansiedad que presiona constantemente en la cabeza y en el pecho de Samir y de Ibrahim. No son más que una herramienta, una mera prolongación de su cuerpo que les servirá para alcanzar ese mundo onírico que tanto tiempo llevan imaginando y esculpiendo en su interior, que tanto y tanto tiempo llevan alimentando con la esperanza, aguardando la llegada del momento en que se descuide un camionero de Murcia al encender un cigarrillo o de que un conocido de un conocido le ofrezca plaza en un cayuco o en una patera porque alguien no ha podido pagar lo acordado.

¡Cuántos años anhelando el momento de la diáspora!

¡Cuántos años buscando la herramienta que lleve su cuerpo, con todo lo que tiene dentro, a la tierra soñada, al paraíso del bienestar y del trabajo!

¡Cuántas y cuántas frustraciones antaño contenidas!

¡Cuántas despedidas y reencuentros!

¡Cuántos botes de disolvente aspirados para infundirse valor y engañar al hambre!

¡Cuántos días bajó Samir al puerto de Tánger desde Holad Amrom Elyodid, a observar los movimientos de los camiones y su embarque en el Ferry! ¡Cuántas veces divisó desde la atalaya del puerto, junto a muchos niños como él, la costa de España que, en día claro, casi, casi, se tocaba con las puntas de los dedos! Como casi todos los 'harragas' (inmigrante ilegal en argot marroquí), también se pasó unos cuantos años viviendo en el puerto, entre camiones y contenedores, estudiando lo cotidiano, buscando el mínimo error o descuido.

Durante su estancia en el puerto Samir nunca robó para comer. Dice que eso lo hacían los que estaban enganchados al disolvente y a los pegamentos; pero que él nunca o muy pocas veces se juntó con ellos porque, como estaban todo el día colocados, sólo traían problemas. Precisamente era lo que menos le interesaba a Samir para pasar desapercibido.

¡Cuántas veces miró Ibrahim, desde su pueblo, hacia el oeste queriendo ver unas islas Canarias que solamente había visto una vez en un atlas de la escuela de Labé, un pueblo situado al norte de Guinea Conakry! No tenía la suerte de Samir, pues él no pudo verlas ni con días muy claros. Había mucha mar por medio. Ibrahim empleó mucho más tiempo en convencer a su numerosa familia y a la autoridad paterna de que allí su vida no tenía ningún sentido, sin nada que hacer en todo el día, sin poder ayudar a la madre ni a los hermanos, salvo algunos días que trabajó más de diez horas por menos de 3 €. No había nada después de la miseria y del hambre para un chaval de 1,80 centímetros de altura. Únicamente le quedaba la opción de buscar fortuna y dignidad en otras tierras, aunque fuesen muy lejanas. Cuenta Ibrahim que no conocía a nadie en España, solamente al Real Madrid y al Barcelona, y que eligió este país, sencillamente, porque es la ruta que le ofrecieron para llegar a Europa.

En aquellos momentos ni Samir ni Ibrahim podían imaginar que el destino les iba a convertir en compañeros de búsqueda de su particular paraíso a miles de kilómetros de sus casas, en Santander, una ciudad del norte de España y del sur de Europa. ¡España, Europa! Destino encumbrado de sus vidas y nuevo escenario para su existencia. Otro lugar, otra tierra, otros mares, otros olores, otros sabores, otra gente, otras costumbres y sobre todo, sobre todo, otro idioma. Nuevo escenario, nuevo guión y nuevos compañeros de reparto. Nuevo, todo nuevo.

Niños saltando la tapia de más de seis metros de altura
del puerto de Tánger .

¿Qué poderosos pensamientos se van instalando en un adolescente de 13 años para que vaya alimentando, día tras día, una decisión tan importante y adulta como es la de separarse voluntariamente de sus familiares y amigos y de sus paisajes y cielos? Según Samir e Ibrahim lo más importante, lo que verdaderamente les obliga a tomar la decisión, es el dinero o, mejor dicho, la carencia de ello y la imposibilidad de adquirirlo por medios legales y honestos. No tienen dinero ni oportunidad de trabajar. Sus familias no pueden ayudarles porque no tienen recursos y las instituciones de sus respectivos países no les ofrecen soluciones ni protección. ¿Es solamente el dinero o confluyen otro tipo de circunstancias? ¿Qué, quién o quiénes les hace ver que la solución está en este lado? ¿Qué les hace ver que las instituciones o autoridades de este lado les van a ofrecer las soluciones que no les ofrecen las suyas? ¿Por qué piensan que aquí hay mucho trabajo y mucho dinero? Son infinidad de preguntas que nadie responde, nada más que ellos mismos intentan dar una respuesta que no por tan simple y escueta es menos dura y angustiosa (transcribo):

"yo venir españa para trabajar. mi familia pobres.
no tengo dignero para comer. no tengo nada.
yo quiero bibir en españa para trabajar tengo dignero para mi familia"


Samir, en el aula de Garantía Social del IES La Albericia.

Sean cuales fueren los motivos, lo que sí está muy claro y, por lo tanto, es irrefutable, es que la decisión requiere una gran valentía, sobre todo a esas edades y está rodeada de muchísimos miedos y recelos, así como de un gran riesgo físico, en numerosas ocasiones mortal, como dejan patentes las noticias diarias en los periódicos.

Alguien dijo, también, que en esa decisión hay mucho de ira y de odio amalgamado con las fantasías más pueriles e inocentes. Puede ser cierto. Creo que es cierto.
Samir habla con sus padres y le conceden permiso para emprender el viaje. Ya lo había intentado en otras cinco ocasiones (la primera con 12 años); pero la mala suerte hizo que le descubriesen los policías marroquíes. Tiene una gran experiencia y un gran control sobre los movimientos de embarque de los camiones que se dirigen al puerto de Algeciras. Una mañana se despide de Daquya, su madre, y baja al puerto de Tánger con algunos alimentos y sin nada de dinero. Se introduce en la caja de un camión murciano a cuyo conductor, un hombre muy parlanchín y descuidado, tantas y tantas tardes ha observado con atención escudriñadora.

Después, la oscuridad y un calor terrorífico (dentro de una caja situada en los bajos del camión, entre los ejes, que se utiliza para guardar herramientas y que, paradójicamente, es similar a un féretro). Gracias a que Samir es menudo y delgado puede estirar las piernas y doblar las rodillas de vez en cuando. En esa situación los temores se multiplican, le duelen los músculos de tanta tensión y se pregunta si es acertada su decisión. Aún está a tiempo. Son más de seis horas en el más absoluto de los silencios. Son más de seis horas en la más absoluta penumbra. Solamente se oye su respiración y las conversaciones de los camioneros españoles en el exterior, hablando sobre la nueva subida del gasoil y de lo mal que jugó el Real Madrid contra el Racing de Santander. Cuando, por fin, oye el ruido del motor del camión se alegra de no haberse arrepentido y reza a su Dios para que le salga bien, esta vez.

Al igual que Samir, Ibrahim también habla con su padre antes de emprender el viaje; pero su forma de alcanzar el paraíso es muy diferente. Previo pago de unos 500 francos guineanos (reunidos con gran esfuerzo en el ámbito familiar), a una organización clandestina encargada de fletar los cayucos y las pateras con hombres, mujeres, niños y niñas con esperanzas legítimas de mejorar su infraexistencia, acuerda y cierra un contrato de viaje.

Después de una larga travesía, en vehículos motorizados a veces, a pie otras, desde Labé, al norte de Guinea Conakry, llega hasta las costas de Senegal, en donde le espera el supuesto barco. Mucho cansancio, muchos días escondidos entre la vegetación, mucho hambre y mucha sed. Él también pasa mucho calor, como Samir; pero es del sol que le persigue constantemente hasta que cae la noche. El trato de sus "agentes de viajes" tampoco es muy correcto, que digamos, sino que más bien tiene tintes autoritarios y paramilitares. También hay violencia. Demasiada violencia contra clientes que han pagado su pasaje. Hay que mantener la disciplina a toda costa. Durante la travesía (atraviesa media Guinea Conakry y todo el Senegal) y la larga espera en las playas buscando el momento oprtuno para embarcar, oye comentarios sobre gente que no volvió nunca, que fue abandonada en mitad del océano o incluso que fueron arrojados al agua por estar enfermos y ser una carga. También escucha de boca de compañeros que ya lo han intentado más veces que lo peor es la deshidratación que te impide cualquier movimiento, cualquier petición de socorro y no puedes hacer absolutamente nada por los demás, ni siquiera por tí mismo, hasta el punto que tienes que dejarte morir...

Ibrahim, sentado con la cabeza entre las rodillas, escucha todos los comentarios; pero intenta pensar en cosas más agradables, como en Fatimata, su madre. No lo consigue y el miedo, más bien el pánico, se va colando en sus entrañas, como la humedad que empieza a notar, hasta en las uñas de los pies.
Se siente solo, más solo que Samir agazapado en su caja, a pesar de estar con un grupo de 80 ó 90 personas. ¡Nunca se había sentido tan solo! Se agarra a la bolsa de plástico donde lleva sus cosas y encubre como puede unas lágrimas para que no le vean los demás.
¡Todo lo que posee está en una bolsa de plástico!

Ibrahim está muy asustado y quiere volver atrás; pero se siente como paralizado y no puede. Por un momento piensa que si será "eso" la deshidratación. Sabe que no, sabe que ese hormigueo que le sube desde los pies hasta el pecho es miedo y siente cómo se le va acrecentando a medida que está más próximo el embarque. Está deseando embarcar de una vez porque tiene miedo de que se le acaben las fuerzas. Un golpe en la espalda y unas voces, en francés, le obligan a salir del escondite y subir a bordo de una barca muy grande, de madera, que por momentos se va llenando de gente provocando un vaivén de babor a estribor que le asusta. Es su bautizo naval. Cuando oye rugir los dos motores de 40 caballos, Ibrahim siente cierto relajo y sosiego y sólo piensa en rezar a su Dios. Su Dios, curiosamente, es el mismo que el de Samir pues los dos son musulmanes.

Ya están los dos camino de su paraíso, en plena pereginación. Uno por mar y carretera y otro por carretera y mar. ¿Qué más da? Ya no pueden volverse atrás aunque quieran y, por lo tanto, su llegada al mundo de los ricos y los trabajadores es inminente. Esta imposibilidad de recesión, paradójicamente, les tranquiliza y les da nuevas fuerzas para enfrentarse a lo que les depare el traidor e incierto destino, incluso la muerte.
A estas alturas les da igual todo, únicamente quieren llegar como sea y en las condiciones que sean. Es como estar descalzo sobre el filo de una cuchilla de afeitar; deseas bajar aunque sea sobre unas brasas incandescentes.
Llegar, llegar, llegar.

Después de 20 horas de viaje encogido en aquel cajón, a oscuras, sin comer, sin beber, sin orinar, Samir oye parar los motores del ferry y sabe que está en el puerto de Algeciras y que ya le falta muy poco para salir de aquel lúgrube cajón que le está entumeciendo el diminuto y famélico cuerpo; pero no debe precipitarse, sobre todo, ahora que tiene tan cerca su liberación. Ruge el motor del camión murciano y sabe que está muy próximo su desembarco y una vez en tierra será mucho más fácil la salida del cajón. Sólamente le falta bordear el obstáculo de la aduana española; pero se anima pensando que si en Tánger no le vieron por qué aquí sí le iban a ver. Ni los perros, más ocupados en los alijos de droga, ni los policías españoles se percataron de su presencia, así que cuando arrancó el camión con dirección a Barcelona, Samir sabía que lo había conseguido y no pudo hacer otra cosa más que llorar y llorar como un niño.

Dice Samir que todavía le quedaban unos minutos malos porque cuando el camión salió del puerto y empezó a coger baches por las calles de Algeciras la suspensión cedía y hacía crujir su caja como su fuese a aplastarla. Fueron los últimos minutos de terror; pero ya le daba igual. Con la protección que le brinda el anochecer cuando el camión se detiene a repostar en una gasolinera, a las afueras de la ciudad, ve la oportunidad de salir del cajón, de su habitáculo durante más de 20 horas y así lo hace. ¡Qué dolor en las piernas y los riñones! Está mareado y apenas puede mantenerse en pie; pero consigue llegar como puede a un campo cercano, donde se tumba boca arriba y respira y respira. Después de unos minutos las bocanadas de aire le van reanimando y se le pasa el mareo. Tiene sed y ganas de orinar. Cuando se sienta piensa que tiene que seguir con lo que había planificado y busca en su bolsillo un papel que le había escrito un amigo de Tánger que ya lo había conseguido en dos ocasiones (le habían deportado otras tantas). Samir intenta memorizar la pronunciación y lee en voz alta, cuatro o cinco veces la frase escrita: "Policia yo soy menor, tengo 15 años, soy menor tengo 15 años..."

Ibrahim, Samir y Cristian en el instituto.

Tiene conocimientos de la ley en torno a la repratiación del menor y los aplica. Pregunta a la gente por la "comeseraya de la policia" y se dirige hacia allí repitiendo la frase a media voz, no fuera a ser que, una vez llegado hasta allí, no le entendiesen. Samir tenía todo muy planificado y mantuvo una fidelidad total a su plan hasta el final. Obviamente el plan era fruto de muchos desengaños anteriores, de muchas horas de escrutar el muelle de Tánger y, en definitiva, de mucha experiencia acumulada a pesar de tan corta edad. Sabía perfectamente que no le podían deportar si les suministraba la información con cuentagotas.
Cuando se presentó ante el agente no le hizo falta ni decir la frase que tantas veces se había repetido pues al verle tan enjuto, tan delgado, tiznado por el polvo y la grasa de la carretera y con la cara demacrada por la fatiga y el hambre le enviaron directamente a los servicios de protección del menor de la Junta de Andalucía.

Samir come caliente y descansa. Está contento por haberlo conseguido pero sobre todo se siente acariciado y protegido cuando unos voluntarios de la Cruz Roja intentan recomponerle. ¿Cuánto tiempo sin un beso y sin una caricia? Tarda en dormirse, a pesar del cansancio, y le vienen a la cabeza las imágenes de las experiencias que ha vivido durante las últimas horas. Se siente orgulloso de haberlo conseguido. También le vienen a la cabeza las imágenes de Daquya y de Abdkebire, sus padres, y de todos sus hermanos, y de su pueblo y en el silencio de la habitación se le caen unas cuantas lágrimas agridulces. Samir vuelve a llorar. Yo no sabría decir si como un hombre o como un niño. Quizás como ambos a la vez.

Ibrahim en el aula de Garantía Social.

Las costas de Senegal, de las Islas de Cabo Verde, de Mauritania, del Sahara occidental y de Marruecos son las compañeras de Ibrahim en la singladura que le lleva hasta Tenerife por el Océano Atlántico. Muchas horas seguidas, de navegación, para ser la primera vez que se enrola en un barco. Enseguida acuden los mareos y los vómitos por la borda (a sotavento) para no mancharse ni manchar a los compañeros. ¡Qué malestar siente Ibrahim en su estómago y en su cabeza! Se acuerda de alguna vez que bebió alcohol a escondidas de su gente y lo mal que lo pasó. Algo más de 15 días dura el viaje en el cayuco. Quince días mareado y vomitando, a lo cual se le suma un agudo y punzante dolor de muelas. Quince jornadas comiendo arroz blanco, una vez al día, para alimentarse y estreñirse y bebiendo agua en dosis restringidas, a medida que pasa el tiempo, más restringidas. Así con todo Ibrahim dice que no es eso lo peor, que lo peor es el miedo al océano, al constante vaivén, al constante subir y bajar del cayuco en la cresta de aquellas olas espumosas que en muchas ocasiones pasan por encima de sus cabezas mojándoles hasta los huesos.

Después de la mojadura viene el frío que les hace apretarse unos contra otros más, si cabe, de lo que ya están. En la soledad del océano hay varios compañeros que cantan para engañar al miedo e Ibrahim reconoce alguna canción de su pueblo, cantada en muchas ocasiones por su padre y hermanos. Se entristece; pero le hacen olvidar su actual situación. Le reconfortan esas canciones y las repite en voz baja y está deseando que no acaben nunca. Duerme en turnos de cuatro horas para luego incorporarse y no ocupar espacio en la embarcación; pero el miedo que le invade desde que subió al cayuco le impide tener sueño. Duerme muy pocas horas, en muy malas condiciones y no tiene sueño; con lo dormilón que ha sido siempre. El miedo que se le metió en el cuerpo en las playas de Senegal y no le abandona ni un sólo instante, le impide relajarse y cerrar los ojos.

Inmigrantes hacinados en un cayuco.

Al igual que le pasó a Samir, también se repite el entumecimiento de las extremidades que aporta mucho más dolor y falta de movimiento. Son muchos días y muchas noches en la misma postura y esto le pasaría incluso a un ser humano en un asiento de primera clase, en la mejor compañía aérea del mundo, con sólo ocho horas de vuelo.

También se repite el influjo y la presencia de la oscuridad de la noche que multiplica los recelos y los temores por cien. Ibrahim reza y canta, canta y reza. No puede ni sabe hacer otra cosa para desengancharse de la realidad que está viviendo, Tampoco tiene ninguna sustancia que le ayude. Cuando aparece el sol por el Este, siente cierto alivio y tranquilidad; por lo menos ve lo que oye. Así transcurren los días y las noches, reiterando lo que se hizo el día anterior y lo que se hará al día siguiente.

Al norte de las costas de Mauritania, en pleno océano Atlántico, Ibrahim pasa los últimos momentos de verdadero pánico y terror, cuando una marejada que dura casi dos días les pone el cayuco casi en vertical en numerosas ocasiones. Dice que todos rezaron y se despidieron. Entonces sí que le vienen a la cabeza los suyos y piensa que nunca más volverá a verlos ni a escuchar sus voces. Cierra los ojos y se abandona, por enésima vez, a su Dios.

Amanece. Por fin amanece y mientras está sumido en un profundo sueño, fruto del agotamiento, alguien grita con voz estentórea y emocionada: "¡¡¡têrre, têrre, têrre!!!", como hicieran otros españoles hace más de 500 años. Todos vuelven sus ojos hacia el Oeste, y a lo lejos divisan un bloque grisáceo; parece una gran muralla o una nube que se ha posado sobre el océano. Aún no saben que esa nube es la isla de Tenerife.

A las cinco horas, más o menos, varan en una playa llena de bañistas que con cara de asombro y con buena voluntad intentan ayudarles, protegiéndoles con toallas y dándoles agua para beber. Por fin se pueden estirar sobre la arena. Crujen las articulaciones; pero agradecen poder abrir todos los grados para los que fueron diseñadas. Ibrahim no puede explicar lo que siente cuando está totalmente estirado y espatarrado sobre la arena. ¡Qué alivio en el cuerpo! Parece que esté levitando. Siente ingravidez y nota que los miedos van desapareciendo poco a poco.

Al igual que Samir, está contento también de haberlo conseguido y se acuerda de los suyos y de todas las experiencias inmediatamente anteriores. Inevitablemente, al igual que Samir, rompe a llorar; pero sin importarle la presencia de los turistas que le atienden. Tiene muchas ganas y le hace falta desahogar todo lo acumulado durante casi 24 días. Llora y llora, sonríe y sonríe.

Ha transcurrido poco tiempo cuando aparece una patrulla de la Guardia Civil que les conduce hasta la comisaría de Tenerife. Allí se dan cuenta de que están en la isla de Tenerife y como dice Ibrahim:"yo o hace 3 dias la policia despúes centro". Efectivamente, Ibrahim está tres días detenido en la comisaría de policía de Tenerife y posteriormente es destinado a un centro de acogida de la Cruz Roja de la isla. Está muy contento de haberlo conseguido y ya no tiene tanto miedo como antes. Aunque está detenido, tiene una cama para tumbarse y se siente protegido. Evoca a sus familiares y a sus paisajes antes de conciliar un largo y esperado sueño.

Samir en el Aula de Informática.

A pesar de todo lo pasado, de tantos y tantos sinsabores ya se encuentran los dos en su ansiado y tantas veces soñado destino: España, Europa. Ya están en el país del dinero y del trabajo, en el lado del mar o del océano en el que todo es abundancia y riqueza y confían en que una pequeña porción sea para ellos y para sus familias.

Aún no ha desaparecido de sus semblantes el gesto de asustados y de asombro, reflejo de todos los sinsabores pasados recientemente y de las ilusiones que tienen depositadas en su nueva etapa. No dejan de sorprenderse por todo lo que ven. Escudriñan y escrutan todo lo que se pone delante de sus ojos.

El gesto huidizo, hirsuto y desconfiado les durará, todavía, varios meses en sus caras. Aunque ellos no sean muy conscientes, en estos momentos están comenzando su aprendizaje y empiezan a adquirir nuevas habilidades sociales para desenvolverse y funcionar en su nueva etapa. Supervivencia y autodidactismo, de momento. Más adelante, ya veremos.

Ibrahim en el aula de Garantía Social.

Samir recala en Santander, a petición propia, porque le han informado, miembros de la Cruz Roja de que en Cantabria las ayudas y la acogida son superiores a las de otras comunidades autónomas. Al estar, también, más cerca de Francia decide que puede ser un buen lugar y así se lo hace saber a los que han de tomar la decisión de su destino.

Ibrahim aterriza en Santander debido a la saturación de inmigrantes que se produce durante aquella época en las Islas Canarias. El gobierno, para descongestionar la situación, propone y dispone el reparto de los inmigrantes menores de edad por las diferentes comunidades autónomas peninsulares y a él, muy a su pesar, porque "mi gusta Tenerife" es metido en un vuelo hasta el aeropuerto de Santander. Es su segundo bautizo: el del aire. De un cayuco a un vuelo fletado expresamente para él. Va mejorando.

Europa, España, Cantabria, Santander, Prezanes y Solares. Un nuevo escenario, una nueva tramoya para representar un nuevo acto de sus propias existencias. Todo es nuevo. Todo lo que ven y perciben es temerosamente nuevo. Es momento para añorar a sus antiguos compañeros y compañeras de reparto y a las personas que tuvieron algo que decir en el guión de su, todavía, corta existencia. Es momento para empezar a escribir en el reparto de este nuevo acto de sus vidas el nombre de sus nuevos compañeros y compañeras de escena.

Qué lejos está Fatimata, la madre de Ibrahim, qué lejos Cherif, su padre y qué lejos sus hermanos y hermanas, Ablahi, Sulemen, Kadidiatu, Elhadj, Hariam, Idrisa y Hawa. También lejos; aunque un poco más cerca están Daouya y Abdkebire, madre y padre de Samir, y sus hermanos y hermanas Latefa, Fotema, Aicha y Abdjlil...

(Continuará)

 

Más información:

http://www.iesalbericia.com/revistadigital/mouro9/indexrevista.html

 


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"No había nada después de la miseria y el hambre para Ibrahim, un chaval de 1,80 de altura"

"La decisión requiere una gran valentía y está rodeada de miedos y recelos, así como de un gran riesgo físico, a veces, muchas veces, incluso mortal.."

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