Recogemos
el relato creado por Lorenzo Herrera para la revista
digital 'Mouro' de su instituto, el IES La Albericia.
"A todos aquellos seres humanos que por un motivo
u otro, que por azar o naturaleza, que por intereses
ajenos abyectos, que por personajes coetáneos
incapaces de regir los destinos, que por un pésimo
reparto de las riquezas naturales, también
las artificiales, se ven obligados a abandonar su
tierra en contra de sus deseos, gritando con ira..."
'Cancionero y Romancero de
Ausencias'
Poema 46
Por Miguel Hernández
Bocas de ira.
Ojos de acecho.
Perros aullando.
Perros y perros.
Todo baldío.
Todo reseco.
Cuerpos y campos,
cuerpos y cuerpos.
¡Qué mal camino,
qué ceniciento
corazón tuyo,
fértil y tierno!
I PARTE
'LA DECISIÓN Y LOS PERROS'
Patera, cayuco, camión o ferry, es igual.
Cualquier medio de transporte es válido para
aliviar esa bolsa de ansiedad que presiona constantemente
en la cabeza y en el pecho de Samir y de Ibrahim.
No son más que una herramienta, una mera prolongación
de su cuerpo que les servirá para alcanzar
ese mundo onírico que tanto tiempo llevan imaginando
y esculpiendo en su interior, que tanto y tanto tiempo
llevan alimentando con la esperanza, aguardando la
llegada del momento en que se descuide un camionero
de Murcia al encender un cigarrillo o de que un conocido
de un conocido le ofrezca plaza en un cayuco o en
una patera porque alguien no ha podido pagar lo acordado.
¡Cuántos
años anhelando el momento de la diáspora!
¡Cuántos años buscando
la herramienta que lleve su cuerpo, con todo
lo que tiene dentro, a la tierra soñada,
al paraíso del bienestar y del trabajo!
¡Cuántas y cuántas frustraciones
antaño contenidas!
¡Cuántas despedidas y reencuentros!
¡Cuántos botes de disolvente aspirados
para infundirse valor y engañar al hambre! |
|
¡Cuántos días bajó Samir
al puerto de Tánger desde Holad Amrom Elyodid,
a observar los movimientos de los camiones y su embarque
en el Ferry! ¡Cuántas veces divisó
desde la atalaya del puerto, junto a muchos niños
como él, la costa de España que, en
día claro, casi, casi, se tocaba con las puntas
de los dedos! Como casi todos los 'harragas' (inmigrante
ilegal en argot marroquí), también se
pasó unos cuantos años viviendo en el
puerto, entre camiones y contenedores, estudiando
lo cotidiano, buscando el mínimo error o descuido.
Durante su estancia en el puerto Samir nunca robó
para comer. Dice que eso lo hacían los que
estaban enganchados al disolvente y a los pegamentos;
pero que él nunca o muy pocas veces se juntó
con ellos porque, como estaban todo el día
colocados, sólo traían problemas. Precisamente
era lo que menos le interesaba a Samir para pasar
desapercibido.
¡Cuántas veces miró Ibrahim,
desde su pueblo, hacia el oeste queriendo ver unas
islas Canarias que solamente había visto una
vez en un atlas de la escuela de Labé, un pueblo
situado al norte de Guinea Conakry! No tenía
la suerte de Samir, pues él no pudo verlas
ni con días muy claros. Había mucha
mar por medio. Ibrahim empleó mucho más
tiempo en convencer a su numerosa familia y a la autoridad
paterna de que allí su vida no tenía
ningún sentido, sin nada que hacer en todo
el día, sin poder ayudar a la madre ni a los
hermanos, salvo algunos días que trabajó
más de diez horas por menos de 3 €. No
había nada después de la miseria y del
hambre para un chaval de 1,80 centímetros de
altura. Únicamente le quedaba la opción
de buscar fortuna y dignidad en otras tierras, aunque
fuesen muy lejanas. Cuenta Ibrahim que no conocía
a nadie en España, solamente al Real Madrid
y al Barcelona, y que eligió este país,
sencillamente, porque es la ruta que le ofrecieron
para llegar a Europa.
En aquellos momentos ni Samir ni Ibrahim podían
imaginar que el destino les iba a convertir en compañeros
de búsqueda de su particular paraíso
a miles de kilómetros de sus casas, en Santander,
una ciudad del norte de España y del sur de
Europa. ¡España, Europa! Destino encumbrado
de sus vidas y nuevo escenario para su existencia.
Otro lugar, otra tierra, otros mares, otros olores,
otros sabores, otra gente, otras costumbres y sobre
todo, sobre todo, otro idioma. Nuevo escenario, nuevo
guión y nuevos compañeros de reparto.
Nuevo, todo nuevo.
|
Niños
saltando la tapia de más de seis metros
de altura
del puerto de Tánger .
|
¿Qué poderosos pensamientos se van
instalando en un adolescente de 13 años para
que vaya alimentando, día tras día,
una decisión tan importante y adulta como es
la de separarse voluntariamente de sus familiares
y amigos y de sus paisajes y cielos? Según
Samir e Ibrahim lo más importante, lo que verdaderamente
les obliga a tomar la decisión, es el dinero
o, mejor dicho, la carencia de ello y la imposibilidad
de adquirirlo por medios legales y honestos. No tienen
dinero ni oportunidad de trabajar. Sus familias no
pueden ayudarles porque no tienen recursos y las instituciones
de sus respectivos países no les ofrecen soluciones
ni protección. ¿Es solamente el dinero
o confluyen otro tipo de circunstancias? ¿Qué,
quién o quiénes les hace ver que la
solución está en este lado? ¿Qué
les hace ver que las instituciones o autoridades de
este lado les van a ofrecer las soluciones que no
les ofrecen las suyas? ¿Por qué piensan
que aquí hay mucho trabajo y mucho dinero?
Son infinidad de preguntas que nadie responde, nada
más que ellos mismos intentan dar una respuesta
que no por tan simple y escueta es menos dura y angustiosa
(transcribo):
"yo venir españa
para trabajar. mi familia pobres.
no tengo dignero para comer. no tengo nada.
yo quiero bibir en españa para trabajar tengo
dignero para mi familia"
|
Samir, en
el aula de Garantía Social del IES
La Albericia. |
Sean cuales fueren los motivos, lo que sí
está muy claro y, por lo tanto, es irrefutable,
es que la decisión requiere una gran valentía,
sobre todo a esas edades y está rodeada de
muchísimos miedos y recelos, así como
de un gran riesgo físico, en numerosas ocasiones
mortal, como dejan patentes las noticias diarias
en los periódicos.
Alguien dijo, también, que en esa decisión
hay mucho de ira y de odio amalgamado con las fantasías
más pueriles e inocentes. Puede ser cierto.
Creo que es cierto.
Samir habla con sus padres y le conceden permiso
para emprender el viaje. Ya lo había intentado
en otras cinco ocasiones (la primera con 12 años);
pero la mala suerte hizo que le descubriesen los
policías marroquíes. Tiene una gran
experiencia y un gran control sobre los movimientos
de embarque de los camiones que se dirigen al puerto
de Algeciras. Una mañana se despide de Daquya,
su madre, y baja al puerto de Tánger con
algunos alimentos y sin nada de dinero. Se introduce
en la caja de un camión murciano a cuyo conductor,
un hombre muy parlanchín y descuidado, tantas
y tantas tardes ha observado con atención
escudriñadora.
Después, la oscuridad y un calor terrorífico
(dentro de una caja situada en los bajos del camión,
entre los ejes, que se utiliza para guardar herramientas
y que, paradójicamente, es similar a un féretro).
Gracias a que Samir es menudo y delgado puede estirar
las piernas y doblar las rodillas de vez en cuando.
En esa situación los temores se multiplican,
le duelen los músculos de tanta tensión
y se pregunta si es acertada su decisión.
Aún está a tiempo. Son más
de seis horas en el más absoluto de los silencios.
Son más de seis horas en la más absoluta
penumbra. Solamente se oye su respiración
y las conversaciones de los camioneros españoles
en el exterior, hablando sobre la nueva subida del
gasoil y de lo mal que jugó el Real Madrid
contra el Racing de Santander. Cuando, por fin,
oye el ruido del motor del camión se alegra
de no haberse arrepentido y reza a su Dios para
que le salga bien, esta vez.
Al igual que Samir, Ibrahim también habla
con su padre antes de emprender el viaje; pero su
forma de alcanzar el paraíso es muy diferente.
Previo pago de unos 500 francos guineanos (reunidos
con gran esfuerzo en el ámbito familiar),
a una organización clandestina encargada
de fletar los cayucos y las pateras con hombres,
mujeres, niños y niñas con esperanzas
legítimas de mejorar su infraexistencia,
acuerda y cierra un contrato de viaje.
Después de una larga travesía, en
vehículos motorizados a veces, a pie otras,
desde Labé, al norte de Guinea Conakry, llega
hasta las costas de Senegal, en donde le espera
el supuesto barco. Mucho cansancio, muchos días
escondidos entre la vegetación, mucho hambre
y mucha sed. Él también pasa mucho
calor, como Samir; pero es del sol que le persigue
constantemente hasta que cae la noche. El trato
de sus "agentes de viajes" tampoco es
muy correcto, que digamos, sino que más bien
tiene tintes autoritarios y paramilitares. También
hay violencia. Demasiada violencia contra clientes
que han pagado su pasaje. Hay que mantener la disciplina
a toda costa. Durante la travesía (atraviesa
media Guinea Conakry y todo el Senegal) y la larga
espera en las playas buscando el momento oprtuno
para embarcar, oye comentarios sobre gente que no
volvió nunca, que fue abandonada en mitad
del océano o incluso que fueron arrojados
al agua por estar enfermos y ser una carga. También
escucha de boca de compañeros que ya lo han
intentado más veces que lo peor es la deshidratación
que te impide cualquier movimiento, cualquier petición
de socorro y no puedes hacer absolutamente nada
por los demás, ni siquiera por tí
mismo, hasta el punto que tienes que dejarte morir...
Ibrahim, sentado con la cabeza entre las
rodillas, escucha todos los comentarios; pero
intenta pensar en cosas más agradables,
como en Fatimata, su madre. No lo consigue
y el miedo, más bien el pánico,
se va colando en sus entrañas, como
la humedad que empieza a notar, hasta en las
uñas de los pies.
Se siente solo, más solo que Samir
agazapado en su caja, a pesar de estar con
un grupo de 80 ó 90 personas. ¡Nunca
se había sentido tan solo! Se agarra
a la bolsa de plástico donde lleva
sus cosas y encubre como puede unas lágrimas
para que no le vean los demás.
¡Todo lo que posee está en una
bolsa de plástico!
|
|
Ibrahim está muy asustado y quiere volver
atrás; pero se siente como paralizado y no
puede. Por un momento piensa que si será
"eso" la deshidratación. Sabe que
no, sabe que ese hormigueo que le sube desde los
pies hasta el pecho es miedo y siente cómo
se le va acrecentando a medida que está más
próximo el embarque. Está deseando
embarcar de una vez porque tiene miedo de que se
le acaben las fuerzas. Un golpe en la espalda y
unas voces, en francés, le obligan a salir
del escondite y subir a bordo de una barca muy grande,
de madera, que por momentos se va llenando de gente
provocando un vaivén de babor a estribor
que le asusta. Es su bautizo naval. Cuando oye rugir
los dos motores de 40 caballos, Ibrahim siente cierto
relajo y sosiego y sólo piensa en rezar a
su Dios. Su Dios, curiosamente, es el mismo que
el de Samir pues los dos son musulmanes.
|
Ya están
los dos camino de su paraíso, en plena
pereginación. Uno por mar y carretera
y otro por carretera y mar. ¿Qué
más da? Ya no pueden volverse atrás
aunque quieran y, por lo tanto, su llegada al
mundo de los ricos y los trabajadores es inminente.
Esta imposibilidad de recesión, paradójicamente,
les tranquiliza y les da nuevas fuerzas para
enfrentarse a lo que les depare el traidor e
incierto destino, incluso la muerte.
A estas alturas les da igual todo, únicamente
quieren llegar como sea y en las condiciones
que sean. Es como estar descalzo sobre el filo
de una cuchilla de afeitar; deseas bajar aunque
sea sobre unas brasas incandescentes.
Llegar, llegar, llegar. |
Después de 20 horas de viaje encogido en
aquel cajón, a oscuras, sin comer, sin beber,
sin orinar, Samir oye parar los motores del ferry
y sabe que está en el puerto de Algeciras
y que ya le falta muy poco para salir de aquel lúgrube
cajón que le está entumeciendo el
diminuto y famélico cuerpo; pero no debe
precipitarse, sobre todo, ahora que tiene tan cerca
su liberación. Ruge el motor del camión
murciano y sabe que está muy próximo
su desembarco y una vez en tierra será mucho
más fácil la salida del cajón.
Sólamente le falta bordear el obstáculo
de la aduana española; pero se anima pensando
que si en Tánger no le vieron por qué
aquí sí le iban a ver. Ni los perros,
más ocupados en los alijos de droga, ni los
policías españoles se percataron de
su presencia, así que cuando arrancó
el camión con dirección a Barcelona,
Samir sabía que lo había conseguido
y no pudo hacer otra cosa más que llorar
y llorar como un niño.
Dice Samir que todavía le quedaban unos
minutos malos porque cuando el camión salió
del puerto y empezó a coger baches por las
calles de Algeciras la suspensión cedía
y hacía crujir su caja como su fuese a aplastarla.
Fueron los últimos minutos de terror; pero
ya le daba igual. Con la protección que le
brinda el anochecer cuando el camión se detiene
a repostar en una gasolinera, a las afueras de la
ciudad, ve la oportunidad de salir del cajón,
de su habitáculo durante más de 20
horas y así lo hace. ¡Qué dolor
en las piernas y los riñones! Está
mareado y apenas puede mantenerse en pie; pero consigue
llegar como puede a un campo cercano, donde se tumba
boca arriba y respira y respira. Después
de unos minutos las bocanadas de aire le van reanimando
y se le pasa el mareo. Tiene sed y ganas de orinar.
Cuando se sienta piensa que tiene que seguir con
lo que había planificado y busca en su bolsillo
un papel que le había escrito un amigo de
Tánger que ya lo había conseguido
en dos ocasiones (le habían deportado otras
tantas). Samir intenta memorizar la pronunciación
y lee en voz alta, cuatro o cinco veces la frase
escrita: "Policia yo soy menor, tengo 15 años,
soy menor tengo 15 años..."
|
Ibrahim, Samir
y Cristian en el instituto.
|
Tiene conocimientos de la ley en torno a la repratiación
del menor y los aplica. Pregunta a la gente por la
"comeseraya de la policia" y se dirige hacia
allí repitiendo la frase a media voz, no fuera
a ser que, una vez llegado hasta allí, no le
entendiesen. Samir tenía todo muy planificado
y mantuvo una fidelidad total a su plan hasta el final.
Obviamente el plan era fruto de muchos desengaños
anteriores, de muchas horas de escrutar el muelle
de Tánger y, en definitiva, de mucha experiencia
acumulada a pesar de tan corta edad. Sabía
perfectamente que no le podían deportar si
les suministraba la información con cuentagotas.
Cuando se presentó ante el agente no le hizo
falta ni decir la frase que tantas veces se había
repetido pues al verle tan enjuto, tan delgado, tiznado
por el polvo y la grasa de la carretera y con la cara
demacrada por la fatiga y el hambre le enviaron directamente
a los servicios de protección del menor de
la Junta de Andalucía.
Samir come caliente y descansa. Está contento
por haberlo conseguido pero sobre todo se siente
acariciado y protegido cuando unos voluntarios de
la Cruz Roja intentan recomponerle. ¿Cuánto
tiempo sin un beso y sin una caricia? Tarda en dormirse,
a pesar del cansancio, y le vienen a la cabeza las
imágenes de las experiencias que ha vivido
durante las últimas horas. Se siente orgulloso
de haberlo conseguido. También le vienen
a la cabeza las imágenes de Daquya y de Abdkebire,
sus padres, y de todos sus hermanos, y de su pueblo
y en el silencio de la habitación se le caen
unas cuantas lágrimas agridulces. Samir vuelve
a llorar. Yo no sabría decir si como un hombre
o como un niño. Quizás como ambos
a la vez.
|
Ibrahim en
el aula de Garantía Social.
|
Las costas de Senegal, de las Islas de Cabo Verde,
de Mauritania, del Sahara occidental y de Marruecos
son las compañeras de Ibrahim en la singladura
que le lleva hasta Tenerife por el Océano
Atlántico. Muchas horas seguidas, de navegación,
para ser la primera vez que se enrola en un barco.
Enseguida acuden los mareos y los vómitos
por la borda (a sotavento) para no mancharse ni
manchar a los compañeros. ¡Qué
malestar siente Ibrahim en su estómago y
en su cabeza! Se acuerda de alguna vez que bebió
alcohol a escondidas de su gente y lo mal que lo
pasó. Algo más de 15 días dura
el viaje en el cayuco. Quince días mareado
y vomitando, a lo cual se le suma un agudo y punzante
dolor de muelas. Quince jornadas comiendo arroz
blanco, una vez al día, para alimentarse
y estreñirse y bebiendo agua en dosis restringidas,
a medida que pasa el tiempo, más restringidas.
Así con todo Ibrahim dice que no es eso lo
peor, que lo peor es el miedo al océano,
al constante vaivén, al constante subir y
bajar del cayuco en la cresta de aquellas olas espumosas
que en muchas ocasiones pasan por encima de sus
cabezas mojándoles hasta los huesos.
Después de la mojadura viene el frío
que les hace apretarse unos contra otros más,
si cabe, de lo que ya están. En la soledad
del océano hay varios compañeros que
cantan para engañar al miedo e Ibrahim reconoce
alguna canción de su pueblo, cantada en muchas
ocasiones por su padre y hermanos. Se entristece;
pero le hacen olvidar su actual situación.
Le reconfortan esas canciones y las repite en voz
baja y está deseando que no acaben nunca.
Duerme en turnos de cuatro horas para luego incorporarse
y no ocupar espacio en la embarcación; pero
el miedo que le invade desde que subió al
cayuco le impide tener sueño. Duerme muy
pocas horas, en muy malas condiciones y no tiene
sueño; con lo dormilón que ha sido
siempre. El miedo que se le metió en el cuerpo
en las playas de Senegal y no le abandona ni un
sólo instante, le impide relajarse y cerrar
los ojos.
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Inmigrantes
hacinados en un cayuco.
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Al igual que le pasó a Samir, también
se repite el entumecimiento de las extremidades
que aporta mucho más dolor y falta de movimiento.
Son muchos días y muchas noches en la misma
postura y esto le pasaría incluso a un ser
humano en un asiento de primera clase, en la mejor
compañía aérea del mundo, con
sólo ocho horas de vuelo.
También se repite el influjo y la presencia
de la oscuridad de la noche que multiplica los recelos
y los temores por cien. Ibrahim reza y canta, canta
y reza. No puede ni sabe hacer otra cosa para desengancharse
de la realidad que está viviendo, Tampoco
tiene ninguna sustancia que le ayude. Cuando aparece
el sol por el Este, siente cierto alivio y tranquilidad;
por lo menos ve lo que oye. Así transcurren
los días y las noches, reiterando lo que
se hizo el día anterior y lo que se hará
al día siguiente.
Al norte de las costas de Mauritania, en pleno
océano Atlántico, Ibrahim pasa los
últimos momentos de verdadero pánico
y terror, cuando una marejada que dura casi dos
días les pone el cayuco casi en vertical
en numerosas ocasiones. Dice que todos rezaron y
se despidieron. Entonces sí que le vienen
a la cabeza los suyos y piensa que nunca más
volverá a verlos ni a escuchar sus voces.
Cierra los ojos y se abandona, por enésima
vez, a su Dios.
Amanece. Por fin amanece y mientras está
sumido en un profundo sueño, fruto del agotamiento,
alguien grita con voz estentórea y emocionada:
"¡¡¡têrre, têrre,
têrre!!!", como hicieran otros españoles
hace más de 500 años. Todos vuelven
sus ojos hacia el Oeste, y a lo lejos divisan un
bloque grisáceo; parece una gran muralla
o una nube que se ha posado sobre el océano.
Aún no saben que esa nube es la isla de Tenerife.
A las cinco horas, más o menos, varan en
una playa llena de bañistas que con cara
de asombro y con buena voluntad intentan ayudarles,
protegiéndoles con toallas y dándoles
agua para beber. Por fin se pueden estirar sobre
la arena. Crujen las articulaciones; pero agradecen
poder abrir todos los grados para los que fueron
diseñadas. Ibrahim no puede explicar lo que
siente cuando está totalmente estirado y
espatarrado sobre la arena. ¡Qué alivio
en el cuerpo! Parece que esté levitando.
Siente ingravidez y nota que los miedos van desapareciendo
poco a poco.
Al igual que Samir, está contento también
de haberlo conseguido y se acuerda de los suyos
y de todas las experiencias inmediatamente anteriores.
Inevitablemente, al igual que Samir, rompe a llorar;
pero sin importarle la presencia de los turistas
que le atienden. Tiene muchas ganas y le hace falta
desahogar todo lo acumulado durante casi 24 días.
Llora y llora, sonríe y sonríe.
Ha transcurrido poco tiempo cuando aparece una
patrulla de la Guardia Civil que les conduce hasta
la comisaría de Tenerife. Allí se
dan cuenta de que están en la isla de Tenerife
y como dice Ibrahim:"yo o hace 3 dias la policia
despúes centro". Efectivamente, Ibrahim
está tres días detenido en la comisaría
de policía de Tenerife y posteriormente es
destinado a un centro de acogida de la Cruz Roja
de la isla. Está muy contento de haberlo
conseguido y ya no tiene tanto miedo como antes.
Aunque está detenido, tiene una cama para
tumbarse y se siente protegido. Evoca a sus familiares
y a sus paisajes antes de conciliar un largo y esperado
sueño.
|
Samir en el
Aula de Informática.
|
A pesar de todo lo pasado, de tantos y tantos sinsabores
ya se encuentran los dos en su ansiado y tantas
veces soñado destino: España, Europa.
Ya están en el país del dinero y del
trabajo, en el lado del mar o del océano
en el que todo es abundancia y riqueza y confían
en que una pequeña porción sea para
ellos y para sus familias.
Aún no ha desaparecido de sus semblantes
el gesto de asustados y de asombro, reflejo de todos
los sinsabores pasados recientemente y de las ilusiones
que tienen depositadas en su nueva etapa. No dejan
de sorprenderse por todo lo que ven. Escudriñan
y escrutan todo lo que se pone delante de sus ojos.
El gesto huidizo, hirsuto y desconfiado les durará,
todavía, varios meses en sus caras. Aunque
ellos no sean muy conscientes, en estos momentos
están comenzando su aprendizaje y empiezan
a adquirir nuevas habilidades sociales para desenvolverse
y funcionar en su nueva etapa. Supervivencia y autodidactismo,
de momento. Más adelante, ya veremos.
|
Ibrahim en
el aula de Garantía Social. |
Samir recala en Santander, a petición propia,
porque le han informado, miembros de la Cruz Roja
de que en Cantabria las ayudas y la acogida son
superiores a las de otras comunidades autónomas.
Al estar, también, más cerca de Francia
decide que puede ser un buen lugar y así
se lo hace saber a los que han de tomar la decisión
de su destino.
Ibrahim aterriza en Santander debido a la saturación
de inmigrantes que se produce durante aquella época
en las Islas Canarias. El gobierno, para descongestionar
la situación, propone y dispone el reparto
de los inmigrantes menores de edad por las diferentes
comunidades autónomas peninsulares y a él,
muy a su pesar, porque "mi gusta Tenerife"
es metido en un vuelo hasta el aeropuerto de Santander.
Es su segundo bautizo: el del aire. De un cayuco
a un vuelo fletado expresamente para él.
Va mejorando.
Europa, España, Cantabria, Santander, Prezanes
y Solares. Un nuevo escenario, una nueva tramoya
para representar un nuevo acto de sus propias existencias.
Todo es nuevo. Todo lo que ven y perciben es temerosamente
nuevo. Es momento para añorar a sus antiguos
compañeros y compañeras de reparto
y a las personas que tuvieron algo que decir en
el guión de su, todavía, corta existencia.
Es momento para empezar a escribir en el reparto
de este nuevo acto de sus vidas el nombre de sus
nuevos compañeros y compañeras de
escena.
Qué lejos está Fatimata, la madre
de Ibrahim, qué lejos Cherif, su padre y
qué lejos sus hermanos y hermanas, Ablahi,
Sulemen, Kadidiatu, Elhadj, Hariam, Idrisa y Hawa.
También lejos; aunque un poco más
cerca están Daouya y Abdkebire, madre y padre
de Samir, y sus hermanos y hermanas Latefa, Fotema,
Aicha y Abdjlil...
(Continuará)
Más información:
http://www.iesalbericia.com/revistadigital/mouro9/indexrevista.html
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