Diana y Ángela viajaron el pasado curso a Turquía
con motivo de su intervención en el programa
europeo 'Comenius', en el que también participaron
centros educativos de Bulgaria, Rumanía y Polonia.
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Las reporteras
de InterAulas junto a otras estudiantes. |
Estábamos a tan solo cinco
minutos del aeropuerto de Reyhanli; nerviosas, pero
con una gran curiosidad por saber lo que nos deparaba.
Recordábamos todas las inquietudes de nuestros
últimos días en Santander. ¿Cómo
sería la gente? ¿Encajaríamos
en la familia? ¿Sabríamos adaptarnos?
Sobre todo estábamos asustadas por algunos
comentarios que habíamos oído sobre
Turquía y sus costumbres, ninguno precisamente
positivo.
Mientras nos convencíamos la una a la otra
de que nuestras maletas llegarían sanas y salvas
después de tres vuelos, en la salida nos esperaban
impacientes nuestras nuevas familias.
El viaje en coche desde el aeropuerto hasta nuestras
casas fue algo incómodo, ya que cada una por
su lado tuvo que relacionarse, por primera vez, con
personas desconocidas y totalmente diferentes a lo
usual en nuestras vidas.
Las carreteras no estaban iluminadas ni asfaltadas,
los vehículos eran cochambrosos y no tenían
cinturones de seguridad. Habíamos comenzado
nuestra peculiar aventura.
De camino a Reyhanli nos enseñaron
la ciudad más cercana, que se encontraba a
cinco minutos y, para nuestro asombro, pertenecía
a Siria.
Al llegar a nuestras respectivas casas, nos hicieron
descalzarnos para pasar, como es costumbre allí.
Entramos y percibimos un fuerte olor a especias que
impregnaba todas las habitaciones. Indagamos hasta
encontrar el baño, que consistía en
un agujero en el suelo. Más tarde comprenderíamos
que así son todos los baños en Turquía.
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La relación
con las familias turcas fue excelente. |
A la mañana siguiente nos
despertamos y al sentarnos en la mesa descubrimos
en qué consistía el desayuno para los
turcos: pan de kebab que servía para envolver
todo tipo de alimentos, huevo duro, aceitunas, pimientos,
gran variedad de quesos, tomate, pepino y algún
dulce. Todo esto acompañado de un exótico
té rojo.
Así de variadas y abundantes resultaron ser
todas las comidas. Probamos todo tipo de platos típicos
y, por supuesto, comimos algún que otro Kebab.
Como podéis imaginaros, no pasamos hambre.
Después de un fuerte desayuno,
fuimos al Yahya Turan Anadolu Ögretmen Lisesi,
el instituto de la ciudad. Al llegar, todas las miradas
se dirigían hacia nosotras; las ventanas estaban
abarrotadas de gente asomada que nos observaba con
curiosidad y las cabezas se volvían a nuestro
paso.
Mientras tanto, las gallinas correteaban a su aire
por el patio del colegio, desde el cual se veían
las montañas de Siria.
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Todos los rincones
nos llamaban la atención. |
Ese mismo día, durante un
descanso de la convocatoria en el salón de
actos, fuimos a dar una vuelta por el patio y vimos
a unos chicos jugando al baloncesto animadamente;
enseguida ofrecieron jugar al fútbol a Miguel
y a Laro (nuestros compañeros españoles),
ya que en Turquía se sigue mucho la liga española
y les gustaba admirar lo bien que nuestros dos compañeros
se las arreglaban con el balón.
A nosotras nos apetecía mucho jugar al baloncesto
y uno de los chicos nos dijo que si queríamos
hacer equipos para echar unas canastas; nos debió
de ver con ganas. Nosotras aprovechamos la ocasión
y empezamos el partido. Inmediatamente todo el resto
de los chicos y chicas que estaban por el patio nos
miraron extrañados. Se hizo el silencio y nuestras
chicas turcas desaparecieron. Entonces Laro se acercó
a nosotras para decirnos que dejásemos de jugar.
Al preguntarle por qué, nos dijo que no estaba
bien visto que jugásemos al baloncesto.
Esto fue un hecho que nos sorprendió mucho,
incluso molestó al principio ya que nunca nos
había pasado en cualquier otro contexto, ni
siquiera entendimos la situación hasta darnos
cuenta de que estábamos en una cultura completamente
distinta donde las reglas no son las mismas que las
que rigen nuestra sociedad.
Para compensar, nos dijeron que si jugábamos
todos al voleibol; el baloncesto es un deporte de
contacto y las chicas no jugaban con los chicos a
eso, comprendimos.
Fue el único momento del viaje en el que notamos
una clara diferencia entre nuestra cultura y la del
país donde nos encontrábamos, incluso
cierta discriminación.
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El choque cultural
le daba más encanto a Turquía. |
En los siguientes días visitamos
varias ciudades de la zona, distintas mezquitas e
iglesias, un museo y, en nuestros ratos libres, tiendas
típicas y cafeterías en las que probamos
el café turco, una fuerte y caliente infusión
de café muy espeso.
Poco a poco fuimos congeniando con los demás
compañeros, incluso trabando amistad con ellos.
A cada minuto que pasaba la situación se volvía
más agradable y nos divertíamos cada
vez más. En los últimos días
llegamos a ser como una gran pandilla de amigos.
Todos los comentarios con los que
nos habían pretendido asustar antes de emprender
nuestro viaje, cosas como "A ver si te venden
por dos camellos" o "Ten cuidado
con los turcos, no son de fiar", todos los
estereotipos y prejuicios que se tienen hacia Turquía
resultaron ser completamente falsos. La gente es agradable,
humilde, atenta, simpática… Todo el mundo
está pendiente de ti, se preocupa por que te
encuentres bien, te trata de una manera que te hace
sentir genial. Comparten lo que tienen, te ofrecen
lo mejor.
Conoces a gente especial, personas increíbles.
Te impregnas de su sencillez y disfrutas de todo aquello
como si fuera la mejor experiencia porque, al fin
y al cabo, lo es.
No importa que las calles no estén asfaltadas,
que no haya plato de ducha o que las casas se calienten
con calderas antiguas. Es parte del encanto de la
ciudad de Rehanli.
Te paras a pensar y te encuentras con que te sientes
tan bien que estás lleno de un sentimiento
de paz y relajación, de satisfacción
y de plenitud.
Se podría hasta decir que es lo que mucha gente
llama felicidad. Exacto; eres feliz… Y se trata
de una felicidad de verdad, no aquella que creamos
llenando nuestras vidas de cosas materiales, desfase
y tonterías. No podíamos dejar de sonreír.
Como recuerdo de este viaje nos llevamos un montón
de experiencias, emociones, verdaderos amigos y un
tatuaje de kiná que nos hicieron como señal
de amistad las chicas turcas con las que convivimos.
Ahora estamos esperando impacientes
a que llegue el día que llegan los amigos turcos
a nuestras casas para, esperemos, repetir los buenos
momentos que pasamos juntos en Turquía, durante
ese viaje inolvidable y enriquecedor en el cual crecimos
como personas y que no dudaríamos en repetir.

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