Me llamo
María Dolores González Godoy, tengo
23 años y nací en Las Palmas de Gran
Canaria. Finalicé mis estudios de Magisterio
en junio y actualmente trabajo como tutora de 25 niños
de cuatro años. Creo que los valores son la
educación que debemos promover en nuestro alumnado.
Lo que no está escrito en un folio, lo que
no pueden plasmar en un examen y lo que no se puede
explicar con palabras. Son acciones, gestos, sentimientos,
muestras… todo lo que nos define realmente como
personas. Es algo difícil de inculcar pero
muy bonito y gratificante cuando realmente se ven
los resultados. Este cuento sirve para promover valores
como la paz, la solidaridad, el respeto y el compañerismo,
entre otros.
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Una estrella fugaz atraviesa
el cielo estrellado. |
'El misterio de las estrellas' nos hace reflexionar
además sobre las desigualdades sociales y
económicas. Es una narración profunda
que hace pensar e imaginar en dónde estamos,
qué hacemos y por qué lo hacemos.
También se busca el placer de escuchar historias.
Sólo espero que disfruten con su lectura.
El
misterio de las estrellas
En un pueblo desconocido llamado Tracalín
de la Truba ocurrió no hace muchos años
un suceso inolvidable para todos los habitantes
de ese lugar.
Eran las cinco de la mañana, el sol iba saliendo
lentamente por el Este, mientras se podía
observar un suave y breve rayo que, en unos segundos,
se convirtió en un círculo anaranjado
que fue creciendo, hasta llegar a cubrir las casas
más cercana del Este.
La luz del sol penetraba por las ventanas, recorría
los pasillos, iluminaba los salones y se dejaba
entrever por aquellas habitaciones oscuras. Una
oscuridad nocturna que en breves minutos pasaría
a ser una tenue luz brillante.
Los habitantes fueron despertándose. Era
domingo, día festivo, día en el que
todos aprovechaban para estar en familia, comer
reunidos, jugar juntos, ir al cine. Compartir cada
minuto y convertirlo en un eterno instante de felicidad
con actividades familiares.
La mañana era tranquila, un domingo cualquiera,
dirían algunos. Un día en el que,
sólo de vez en cuando, se paraba aquel silencio
absoluto para oírse la asombrosa risa de
un bebé que demostraba lo bien que se está
en familia, la suerte de tener unos padres, un hogar
y poder compartir aquel momento con ellos.
Pero, como es lógico, en ningún lugar
todo es perfecto, también se podían
ver a unas pobres personas llorando mientras miraban
por las ventanas de las casas, aquellas en las que
sólo se respiraba felicidad. Ellos añoraban
tener lo que observaban y que a la vez, sólo
una fina capa de cristal les separaba. Estaban tan
lejos y a la vez tan cerca de poder ser uno más...
En sus caras se reflejaba ese sentimiento de soledad,
de abandono, de nostalgia, un sentimiento que sólo
las personas que les mirasen fijamente a los ojos
podrían averiguar lo que les ocurría
y en lo que pensaban. Verían como de sus
ojos se desprendían lágrimas, que
se resbalan por sus finos rostros hasta llegar lentamente
a la barbilla y finalmente, caer al suelo, en el
que ya no habría diferencia entre la lluvia,
las lágrimas de tristeza y de alegría;
pues todas son absorbidas por aquella compacta tierra
que no dejaba ni la más mínima gota
en su superficie.
Cuando la hora de comer se acercaba, en el aire
de Tracalín de la Truba sólo se respiraba
olor a comida. La comida que cada familia prefería.
Olía a carne, pescado, calamares, tortilla.
Había una gran variedad de gustos para cualquier
olfato que se parase unos segundos en respirar profundamente
y tratase de adivinar qué es lo que se cocinaba
en cada casa. Ese era el juego preferido por aquellas
personas que observaban silenciosamente a través
del cristal pasando totalmente desapercibidos. Cerraban
los ojos e imaginaban que estaban en la mesa sentados,
a la espera de que su plato preferido se enfriase
un poco para poder degustarlo. Pero como es de esperar,
tras abrir los ojos esas ansias de comer, estar
en un lugar cálido, bajo un techo, con personas
queridas, todo era pura imaginación, un sueño,
y sólo ese abrir y cerrar de ojos les servía
para embarcarles en un viaje que pasaba de un mundo
real para la gran mayoría e imaginarios para
otros, un sueño para algunos, una rutina
para el resto.
Cuando por fin el sol se puso por el Oeste, se
fue despidiendo de ese domingo tranquilo que sólo
la luna vería acabar. Tras esconderse totalmente
detrás de las montañas que separaban
a Tracalín de la Truba del pueblo vecino,
la luna comenzó a aparecer acompañada
de unas pequeñas y luminosas estrellas.
Pero algo asombroso empezó a ocurrir. La
luna fue aumentando su tamaño mientras más
estrellas comenzaban a descubrirse. Cuando los habitantes
de nuestro pueblo se dieron cuenta, se asomaron
a las ventanas, salieron a la calle, avisaron al
resto de los vecinos. Estaban todos asombrados,
no sabían qué era lo que ocurría
en el cielo. Miraban hacia arriba y sólo
se veía una inmensa luz blanca y brillante
rodeaba de infinitas y destellantes estrellas que
giraban unidas velozmente.
De repente, después de unos minutos, las
estrellas empezaron a desaparecer y con cada destello
apagado, una persona desaparecía. Así
fue ocurriendo todo, hasta que finalmente desaparecieron
todas las estrellas y con ellas todas las personas,
excepto aquellos pobres que no tenían dónde
refugiarse, ni qué llevarse a la boca, ni
con qué abrigarse y que, inexplicablemente,
no podían ver nada de lo que había
ocurrido porque se encontraban felizmente dormidos
en una esquina de la plaza, junto a la iglesia y
al árbol de la esperanza.
Cuando ya la gran mayoría de los habitantes
no se encontraba en sus hogares, la luna comenzó
a empequeñecer, hasta llegar a su tamaño
natural, pero con un color especial, indescriptible,
un color que escondía tras de sí a
todas aquellas personas del pueblo que miraban asombradas
hacia sus casas. Hasta que, por fin, una de ellas,
un niño inocente que solía jugar en
la plaza y que nunca se había dado cuenta
de la realidad que había allí hasta
ese mismo momento, avisó a su familia y ésta
a las demás; hasta que todas las personas
que se encontraban en la luna pudieron contemplar
y darse cuenta de lo que realmente pasaba en su
pueblo y que, por alguna causa, antes tenían
una venda en los ojos que no les permitían
verlo. En ese momento, empezaron a comentar entre
ellos cómo era posible que unos tengan tanto
y otros tan poco y decidieron ayudar de alguna manera
a las personas más necesitadas. Porque empezando
por los más cercanos, ayudando y aportando
un granito de arena cada uno, podrían hacer
una montaña llena de ayudas, sonrisas y amor
en la que todos somos iguales y nos ayudamos los
unos a los otros para construir juntos nuestro futuro.
Cuando por fin la luna se dio cuenta que todos
eran conscientes de lo que estaba ocurriendo, las
estrellas empezaron a aparecer otra vez y los habitantes
volvieron a sus casas. Todos salieron a la calle,
fueron a la plaza, despertaron a aquellas pobres
personas que dormían y cada familia acogió
a uno. La luna pasó a ser blanca y a estar
acompañada de pequeñas estrellas fugaces
que la rodeaban alegremente. Fue ese mismo momento
cuando realmente Tracalín de la Truba se
convirtió en un pueblo perfecto donde se
respiraba solidaridad, amor y paz.
Por eso, siempre que veas un cielo estrellado es
que alguien necesita de tu ayuda y si una estrella
fugaz se cruza en tu camino, alguien te agradece
de corazón la buena persona que eres.