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Red-acción
II Época / Nº31
Marzo
2009

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'El misterio de las estrellas'

Por María Dolores González Godoy, maestra.

Me llamo María Dolores González Godoy, tengo 23 años y nací en Las Palmas de Gran Canaria. Finalicé mis estudios de Magisterio en junio y actualmente trabajo como tutora de 25 niños de cuatro años. Creo que los valores son la educación que debemos promover en nuestro alumnado. Lo que no está escrito en un folio, lo que no pueden plasmar en un examen y lo que no se puede explicar con palabras. Son acciones, gestos, sentimientos, muestras… todo lo que nos define realmente como personas. Es algo difícil de inculcar pero muy bonito y gratificante cuando realmente se ven los resultados. Este cuento sirve para promover valores como la paz, la solidaridad, el respeto y el compañerismo, entre otros.

Una estrella fugaz atraviesa el cielo estrellado.

'El misterio de las estrellas' nos hace reflexionar además sobre las desigualdades sociales y económicas. Es una narración profunda que hace pensar e imaginar en dónde estamos, qué hacemos y por qué lo hacemos. También se busca el placer de escuchar historias. Sólo espero que disfruten con su lectura.



El misterio de las estrellas


En un pueblo desconocido llamado Tracalín de la Truba ocurrió no hace muchos años un suceso inolvidable para todos los habitantes de ese lugar.
Eran las cinco de la mañana, el sol iba saliendo lentamente por el Este, mientras se podía observar un suave y breve rayo que, en unos segundos, se convirtió en un círculo anaranjado que fue creciendo, hasta llegar a cubrir las casas más cercana del Este.
La luz del sol penetraba por las ventanas, recorría los pasillos, iluminaba los salones y se dejaba entrever por aquellas habitaciones oscuras. Una oscuridad nocturna que en breves minutos pasaría a ser una tenue luz brillante.

Los habitantes fueron despertándose. Era domingo, día festivo, día en el que todos aprovechaban para estar en familia, comer reunidos, jugar juntos, ir al cine. Compartir cada minuto y convertirlo en un eterno instante de felicidad con actividades familiares.
La mañana era tranquila, un domingo cualquiera, dirían algunos. Un día en el que, sólo de vez en cuando, se paraba aquel silencio absoluto para oírse la asombrosa risa de un bebé que demostraba lo bien que se está en familia, la suerte de tener unos padres, un hogar y poder compartir aquel momento con ellos.

Pero, como es lógico, en ningún lugar todo es perfecto, también se podían ver a unas pobres personas llorando mientras miraban por las ventanas de las casas, aquellas en las que sólo se respiraba felicidad. Ellos añoraban tener lo que observaban y que a la vez, sólo una fina capa de cristal les separaba. Estaban tan lejos y a la vez tan cerca de poder ser uno más... En sus caras se reflejaba ese sentimiento de soledad, de abandono, de nostalgia, un sentimiento que sólo las personas que les mirasen fijamente a los ojos podrían averiguar lo que les ocurría y en lo que pensaban. Verían como de sus ojos se desprendían lágrimas, que se resbalan por sus finos rostros hasta llegar lentamente a la barbilla y finalmente, caer al suelo, en el que ya no habría diferencia entre la lluvia, las lágrimas de tristeza y de alegría; pues todas son absorbidas por aquella compacta tierra que no dejaba ni la más mínima gota en su superficie.

Cuando la hora de comer se acercaba, en el aire de Tracalín de la Truba sólo se respiraba olor a comida. La comida que cada familia prefería. Olía a carne, pescado, calamares, tortilla. Había una gran variedad de gustos para cualquier olfato que se parase unos segundos en respirar profundamente y tratase de adivinar qué es lo que se cocinaba en cada casa. Ese era el juego preferido por aquellas personas que observaban silenciosamente a través del cristal pasando totalmente desapercibidos. Cerraban los ojos e imaginaban que estaban en la mesa sentados, a la espera de que su plato preferido se enfriase un poco para poder degustarlo. Pero como es de esperar, tras abrir los ojos esas ansias de comer, estar en un lugar cálido, bajo un techo, con personas queridas, todo era pura imaginación, un sueño, y sólo ese abrir y cerrar de ojos les servía para embarcarles en un viaje que pasaba de un mundo real para la gran mayoría e imaginarios para otros, un sueño para algunos, una rutina para el resto.

Cuando por fin el sol se puso por el Oeste, se fue despidiendo de ese domingo tranquilo que sólo la luna vería acabar. Tras esconderse totalmente detrás de las montañas que separaban a Tracalín de la Truba del pueblo vecino, la luna comenzó a aparecer acompañada de unas pequeñas y luminosas estrellas.
Pero algo asombroso empezó a ocurrir. La luna fue aumentando su tamaño mientras más estrellas comenzaban a descubrirse. Cuando los habitantes de nuestro pueblo se dieron cuenta, se asomaron a las ventanas, salieron a la calle, avisaron al resto de los vecinos. Estaban todos asombrados, no sabían qué era lo que ocurría en el cielo. Miraban hacia arriba y sólo se veía una inmensa luz blanca y brillante rodeaba de infinitas y destellantes estrellas que giraban unidas velozmente.
De repente, después de unos minutos, las estrellas empezaron a desaparecer y con cada destello apagado, una persona desaparecía. Así fue ocurriendo todo, hasta que finalmente desaparecieron todas las estrellas y con ellas todas las personas, excepto aquellos pobres que no tenían dónde refugiarse, ni qué llevarse a la boca, ni con qué abrigarse y que, inexplicablemente, no podían ver nada de lo que había ocurrido porque se encontraban felizmente dormidos en una esquina de la plaza, junto a la iglesia y al árbol de la esperanza.

Cuando ya la gran mayoría de los habitantes no se encontraba en sus hogares, la luna comenzó a empequeñecer, hasta llegar a su tamaño natural, pero con un color especial, indescriptible, un color que escondía tras de sí a todas aquellas personas del pueblo que miraban asombradas hacia sus casas. Hasta que, por fin, una de ellas, un niño inocente que solía jugar en la plaza y que nunca se había dado cuenta de la realidad que había allí hasta ese mismo momento, avisó a su familia y ésta a las demás; hasta que todas las personas que se encontraban en la luna pudieron contemplar y darse cuenta de lo que realmente pasaba en su pueblo y que, por alguna causa, antes tenían una venda en los ojos que no les permitían verlo. En ese momento, empezaron a comentar entre ellos cómo era posible que unos tengan tanto y otros tan poco y decidieron ayudar de alguna manera a las personas más necesitadas. Porque empezando por los más cercanos, ayudando y aportando un granito de arena cada uno, podrían hacer una montaña llena de ayudas, sonrisas y amor en la que todos somos iguales y nos ayudamos los unos a los otros para construir juntos nuestro futuro.

Cuando por fin la luna se dio cuenta que todos eran conscientes de lo que estaba ocurriendo, las estrellas empezaron a aparecer otra vez y los habitantes volvieron a sus casas. Todos salieron a la calle, fueron a la plaza, despertaron a aquellas pobres personas que dormían y cada familia acogió a uno. La luna pasó a ser blanca y a estar acompañada de pequeñas estrellas fugaces que la rodeaban alegremente. Fue ese mismo momento cuando realmente Tracalín de la Truba se convirtió en un pueblo perfecto donde se respiraba solidaridad, amor y paz.

Por eso, siempre que veas un cielo estrellado es que alguien necesita de tu ayuda y si una estrella fugaz se cruza en tu camino, alguien te agradece de corazón la buena persona que eres.



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Mª Dolores González Godoy considera que los valores son "la educación que debemos promover en nuestro alumnado"

El cuento 'El misterio de las estrellas' invita a reflexionar sobre las desigualdades, el respeto y la solidaridad

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