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Red-acción
II Época / Nº27
Junio
2008
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Miradas sin palabras

Por Sofía Abascal Peiró, alumna de 3º A de ESO del IES Las Llamas de Santander.

Un año más el instituto Las Llamas de Santander ha convocado los premios de narrativa y poesía. Sofía Abascal consiguió el accésit en Narrativa Primer Nivel con el relato 'Miradas sin palabras'.

Aquel niño, su mirada triste, su misterioso silencio....

 

NARRATIVA PRIMER NIVEL
ÁCCESIT

                                           
Desde hacía tiempo dejaba a su paso un reguero de comportamientos extraños que habrían dado que pensar al más dormido. Primero, sus continuas visitas al parque situado en el centro de la ciudad. Más tarde, sus repentinos cambios de humor. Todo indicaba que algo había acontecido en su vida. Una vida gris y vacía, plagada de desgracias que se sucedían una tras otra. Y, al parecer, no terminaban de sucederse.

Trabajaba en la fábrica de zapatillas que se encontraba a las afueras de la ciudad. Todos los días se levantaba velozmente, echaba un vistazo al despertador que marcaba las seis y se daba una ducha fría que le sacaba de su amodorramiento. Más tarde, los pantalones, la camisa triste de siempre, la corbata, la gabardina y un fugaz e insípido café antes de coger el coche. Esta vez, no fue así.
Se despertó mucho antes de lo habitual y salió en camisa interior a la calle. Caminaba por ella con la vista fija e iba descalzo, pero no le dolían los pies; no llevaba pantalones, pero no sentía el frío matinal. Llegó al parque, ese que tanto había visitado últimamente. Se acercó al lago y se detuvo a mirar el agua embobado. Intentó recordar, pero no pudo; su mente estaba bloqueada. Se preguntaba qué era lo que le hacía acercarse allí para después no poder pensar en nada. Miró hacia los árboles y pudo percatarse de la presencia de un niño que se movía como un fantasma entre los matorrales cercanos.

Agudizó la vista y reconoció las facciones del niño. Su piel era marrón, sus ojos negros, tenía una mirada triste. Sus labios parecían muy gruesos y su pelo estaba formado por trenzas pegadas a la cabeza que caían por los hombros. Una sucia camiseta que le llegaba a las rodillas era su único ropaje. Sabía que estaba siendo observado, y así era. El hombre en camiseta interior no paraba de mirarlo. Era el mismo niño de hace un mes, el mismo de hace dos semanas y el mismo de ayer y de hoy.
Seguía preguntándose, mientras observaba al niño, qué era lo que le había hecho salir de casa sin apenas ropa. ¿Sería él?
Intentó acercarse al niño, se detuvo ante él y lo miró fijamente. Se miraron a los ojos durante unos momentos. No sabían sus nombres, ni su nacionalidad, ni nada de su vida; sin embargo, se conocían. No era la primera vez que se encontraban en ese parque. La curiosidad que tenía el hombre por aquel niño le había llevado a él definitivamente.

Desde hacía algún tiempo, salía de la dura jornada en la fábrica e iba al parque a visitar a aquel misterioso niño. Nunca había tratado de hablarle y prefería no hacerlo, pues la extraña relación que entre ellos se establecía le provocaba una sensación que nunca antes había tenido.
El tañido de las campanas interrumpió el silencio entre los dos. Un tímido sol se atrevía a salir y empezaba a iluminar el parque. Poco a poco, la ciudad fue despertando y las carreteras se llenaron de coches y autobuses.
Ambos se fueron distanciando paulatinamente hasta que se dejaron de ver a causa de la abundante vegetación del parque.

El hombre volvió a su casa, se vistió y subió a su destartalado automóvil. Llegó notablemente tarde a la fábrica, lo que hizo que aumentara la confusión en cuanto a su inexplicable forma de actuar.
Estas visitas de madrugada al parque se fueron repitiendo hasta convertirse en rutina. No se dirigían la palabra, únicamente se limitaban a mirarse. Pasaron los meses y el trabajador de zapatillas había recibido llamadas de atención por parte de su jefe, debido a sus constantes retrasos y a su bajo rendimiento, provocado en parte por la falta de sueño que suponían esas visitas matinales.

Una noche se hallaba cenando frente al televisor. Ese mismo día, como siempre, había visitado al niño, que seguía sin dirigirle palabra. Ahora, un apuesto presentador, rubio y con aspecto de adinerado, relataba las noticias de la jornada: varios accidentes de tráfico, un caso de violencia machista, la evolución del calentamiento global… lo de siempre. Se disponía a apagar el aparato cuando el presentador dijo: “Niños inmigrantes vagabundean por nuestras calles diariamente en busca de alojamiento. El Gobierno ha comenzado esta mañana a recogerlos con el fin de devolverlos a su país de origen”.
La manzana que el televidente sostenía en sus manos cayó inesperadamente al suelo. Se quedó pensativo durante unos minutos y, finalmente, se preguntó qué es lo que le preocupaba. Se metió en la cama tembloroso.
Apenas consiguió conciliar el sueño. Aquel niño, su mirada triste, su misterioso silencio… Ya de mañana, se levantó decidido y salió de la casa. Recorrió ese camino que, durante ya largo tiempo, había realizado. El verano se iniciaba y las mañanas eran luminosas. Llegó a las orillas del lago y esperó. No llegaba.
Tras horas de impaciente espera, una lágrima resbaló por su mejilla. Se acordó del telediario de la noche anterior y se dio cuenta de lo que había podido suceder. De repente, oyó a alguien que se movía entre las hojas. Se dio la vuelta y allí estaba. Se miraron. Al cabo de unos minutos, se fueron acercando el uno al otro. Se dieron la mano, sonrieron y siguieron el camino de vuelta a casa. Poco a poco, la ciudad fue despertando y las carreteras se llenaron como siempre de coches y de autobuses.


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