Una antigua alumna del
colegio La Paz, Raquel del Cerro, nos cuenta su trayectoria
y su experiencia como directora de calidad alimentaria
de la fábrica de chovas, sucedáneo de
anchoa.
Raquel del Cerro García nació
y se crió en Torrelavega hace muy pocos años.
Desarrolló sus estudios de bachiller en el
colegio de La Paz, tras lo cual estudió la
Licenciatura en Ciencia y Tecnología de los
Alimentos en la Universidad de León, una especialización
de ciclo superior a la que se accede desde muchas
de las carreras biosanitarias.
Pregunta.- Cuando
acabó sus estudios...
Respuesta.- Cuando acabé los
estudios comencé a trabajar en una importante
conservera de Laredo, implanté el sistema de
gestión de calidad ISO-9000, y me encargaba
de esos procesos durante cinco años. Allí
aprendí los secretos de la elaboración
de los filetes de anchoa del Cantábrico, un
producto artesanal elaborado a partir de la salazón
del bocarte, un manjar.
P.- Sin embargo
se fue.
R.- Hay momentos en los que una persona
se satura en un trabajo y desea cambiar, no era problema
con la empresa sino con la rutina. Además,
los problemas de abastecimiento eran crecientes; cada
vez es más difícil encontrar bocarte.
Estaba en esa situación cuando un antiguo amigo
me ofreció este proyecto. Su empresa se dedica
a la producción de instalaciones industriales.
Cuando un empresario instala un negocio, él
lo diseña y le instala la maquinaria. Su contacto
con este mundo les hizo concebir la idea de crear
un empresa para el desarrollo de un sucedáneo
de anchoa a partir de la pasta de surimi. Presentado
a empresas del sector éstas rechazaron la idea.
Era muy arriesgada, creían, y con un coste
inicial muy elevado. Sin embargo eso no le arredró.
Creó APC (Anchoas y Productos del Cantábrico)
y me llamó.
P.- ¿Y fuiste?
R.- Sí, era un reto y lo acepté.
El principio fue tremendo. La empresa había
comprado un antiguo garaje cerca de Reinosa. Allí
estaba la maquinaria comprada, la idea y nosotras,
una bióloga y una licenciada en Tecnología
Alimentaria.
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Las reporteras
posan con su entrevistada. |
P.- ¿Ensayo-error?
R.- Exacto. Lo primero fue conseguir
los proveedores de surimi. El surimi no es todo igual,
es caro y es difícil de conseguir. Necesitábamos
una línea de provisión segura y de especies
determinadas. El mercado opera de forma poco usual
en Japón, primero consigues el proveedor, le
indicas lo que quieres y le pagas; luego él
busca la especie que necesitas, la pesca y lo procesa
en fresco. El segundo problema fue la textura. La
anchoa es en realidad un tejido muscular, el surimi
es un gel de pescado, nos dimos cuenta de que era
imposible. Debíamos ir hacia un producto novedoso,
no a una simple imitación. Los aromas fueron
otro conflicto. La anchoa posee un aroma especial,
fruto de las enzimas únicas del bocarte, su
maduración y la técnica de salazón.
Trabajamos con varias fábricas de aromas, investigamos
y al final conseguimos un sabor pleno, un bouquet
muy marino y asimilado a la anchoa. Fue un gran éxito
que tenemos patentado y que pertenece a APC. El color
fue lo más fácil y está muy conseguido.
Con todos los elementos comenzamos el estudio de la
compactación, conservación y proceso
de elaboración mecanizado. Cada día
ensayábamos con nuestros componentes y preparábamos
masas de 20 Kg., estudiábamos sus propiedades
biológicas y alimenticias y lo probábamos.
Todo el proceso comenzó en agosto de 2004.
En marzo de 2005, tras un invierno terrible en aquellas
instalaciones, conseguimos la pasta base del producto,
con una calidad alimenticia envidiable. Pero ahora
venía lo peor. Habíamos hecho el producto
a pequeña escala y con una maquinaria que no
sería la definitiva. Ahora teníamos
que diseñar todo el proceso otra vez para un
proceso mecanizado a gran escala. Nos trasladamos
a una nueva instalación en Matamorosa, más
grande y moderna; supervisamos la instalación
de las cadenas de montaje, tal como queríamos,
y todo eso junto a técnicos japoneses que apenas
hablaban inglés, y muchos técnicos y
trabajadores a quienes debíamos explicar cómo
trabajar. El lugar escogido estuvo relacionado con
la proximidad a los puertos que nos traen la materia
prima, al valor del suelo industrial y al apoyo de
las instituciones. El montaje y el ajuste de todo
el sistema fue durísimo, hasta que al final,
en julio de 2005, se inauguraron las instalaciones.
P.- ¿Y se
acabó?
R.- Y empezó. Desde entonces
ajustamos el funcionamiento de la primera línea
de producción, capaz de fabricar dos toneladas
diarias, y seguimos investigando. Hemos alcanzado
un nivel muy elevado de calidad biosanitaria, y unas
propiedades que le hacen ser muy atractivas. Hay que
darse cuenta de que es un producto de alto valor proteínico,
más que la anchoa, con la mitad de contenido
graso y de colesterol. Posee muy poca sal por su tratamiento
y un alto contenido en fibra, en este caso de origen
vegetal.
P.- ¿Cómo
es el procedimiento tecnológico que habéis
diseñado?
R.- Nosotros lo que hacemos es elaborar
a partir de una masa de distintos ingredientes un
filete de anchoa. Primero se amasa, después
esa masa pasa a través de unas tuberías
hacia un máquina que da la forma de filete,
ese filete pasa por un túnel donde se gelifica,
seguidamente se separan los filetes que están
rotos, deformes... se separan y los que están
bien se envasan, se dosifica aceite, se cierran las
latas, se meten en un autoclave donde le damos el
tratamiento térmico de esterilización.
Seguidamente, esas latas se pasan por una lavadora
y secadora, se etiquetan y se marca la fecha de caducidad
y el lote, pasan por un detector de metales, se pesan,
se encajonan, se palatizan y se guardan en las cámaras.
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Un momento de
la entrevista. |
P.- ¿El método,
por tanto, es muy distinto a los habituales en la
fabricación de las anchoas?
R.- Sí, porque realmente una
fábrica que produce anchoas de verdad es totalmente
diferente a nuestra fábrica. Las anchoas de
verdad tienen un tratamiento muy distinto, no llevan
un control técnico, se produce un proceso de
maduración en el que los filetes se maduran
con sal, alrededor de seis meses, y después
se lavan y a esos filetes se les quitan las espinas,
se abren al medio y se enlatan.
Nuestro proceso es totalmente diferente porque nosotros
no maduramos con sal porque usamos pescado congelado,
nuestros filetes se moldean a través de una
máquina porque necesitamos dar esa forma, el
nuestro lleva tratamiento térmico... por lo
tanto es un proceso muy diferente, lo único
parecido es la forma.
P.- ¿El proceso
de desarrollo de un producto cuando acaba?.
R.- Nunca. Industrialmente hablando
estamos trabajando en la mejora del producto, en aspectos
como el aroma o la textura. También investigamos
en nuevas líneas de producto tales como el
paté. En el aspecto comercial estamos en pleno
proceso de comercialización. Hay que tener
en cuenta que no estamos hablando de un producto diseñado
para la elaboración, soporta el calor y la
condimentación, cosa que la anchoa natural
no soporta de manera adecuada. Por eso nuestro reto
es ahora darlo a conocer a empresas de distribución,
catering, elaborados, etc. Además debemos progresar
rápidamente, como cualquier empresa ante una
innovación como ésta. Ahora muy pocos
se atreven a seguir nuestro camino puesto que la inversión
es cuantiosa, pero pronto, si el mercado se abre al
producto, nacerán competidores. De hecho nos
constan las investigaciones en este terreno del CSIC
y de algunas conserveras que han empezado a fijarse
en nuestro modelo de trabajo.
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Raquel del Cerro
con el profesor Eusebio Balbás. |
P.- ¿Dónde
está vuestra meta comercial?
R.- A corto plazo en Canarias y el
mercado americano. Su cultura gastronómica
es distinta de la nuestra, no conocen apenas la anchoa
original, y frente a ella presentamos un producto
hecho en Cantabria, de calidad, sano y de valores
alimentarios muy elevados y a un precio muy competitivo.
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