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Nº 60
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

La guerra civil contada por mis mayores

Por Mª Ángeles Laso López, alumna de 4º Secundaria del IES Santa Cruz de Castañeda.

Yo no he vivido la guerra civil pero me lo han contado en primera persona. Y he sentido el miedo del escondite en la ladera, la muerte que otros ojos vieron, el hambre de la posguerra...

Miliciano herido de muerte. Robert Capa. 1936

En el año 1936 fue la guerra civil. Yo no la he vivido, claro, pero un vecino de mi pueblo, Penilla de Toranzo, la vivió con sólo 10 años. Él se llama José Cruz, conocido en el pueblo como Pepe, y me ha contado lo que vivió él en la guerra civil, y lo que vivieron sus familiares y vecinos en Penilla. A duras penas me ha podido contar algo, pero creo que es suficiente. Cuenta que cuando estalló la guerra la gente pareció haberse vuelto loca, muchas mujeres tuvieron que quedarse solas porque sus maridos tenían que ir a la guerra.

Cuando los rojos, los comunistas, los nacionalistas y falangistas ocuparon la zona la gente de Penilla se refugió en una cueva que se encuentra en la ladera del monte, cerca de los prados donde los vecinos tenían las vacas, porque los aviones pasaban y tiraban proyectiles. La boca de la cueva la tapaban con sacos de arena para que cuando cayera algún proyectil no se ahogaran con el humo. Era difícil salir de las cuevas, porque te podía matar alguna bala de los soldados y demás que estaban luchando y disparándose en el pueblo.

Pepe cuenta una anécdota que le contó a él un señor; ese señor y otro estaban en el prado con la vacas cuando empezaron a pasar los aviones, ellos dos tuvieron que comenzar a bajar la ladera hacia la cueva para refugiarse, pero con tan mala suerte que uno de ellos no llegó porque lo mató una bala perdida de algún arma de los que estaban luchando más abajo.

En las laderas de Penilla, por encima de la cueva, había dos mujeres asturianas, escondidas en un nido de ametralladoras muy bien hecho, desde donde controlaban todo el pueblo junto con algunas tropas rojas y tenían unas trincheras desde lo alto de la montaña hasta la carretera del pueblo para poder protegerse del enemigo y a la vez defenderse.

Estas dos mujeres disparaban contra todo lo que se movía por el pueblo, ya fuera el enemigo, vecinos del pueblo… pero los nacionalistas las cogieron y los vecinos pudieron volver a sus casas, claro con miedo, pero volvieron. Según Pepe, en el pueblo cada vez quedaba menos gente, unos que murieron y otros que se ponían en un bando u otro, y otros que iban a la cárcel, por ejemplo un tío de Pepe fue apresado por los nacionalistas y murió.

La gente, una vez que llegó a sus casas, intentó recuperar su ganado para ordeñarlo, porque antes, cuando estaban en la cueva, no podían salir las mujeres a ordeñar porque disparaban desde Aes al monte de Penilla con cañones y tenían miedo a morir por la explosión de un proyectil. Algunos no explotaban y el monte estaba lleno de proyectiles e incluso creo haber oído que aún quedaba uno sin explotar, pero la Guardia Civil se hizo cargo de él.

Pepe vio varios muertos, dos o tres soldados y siete u ocho vecinos de este pueblo que estaban en el bando nacionalista. En este pueblo también hubo algún comunista que fue de los que tiraron la iglesia abajo casi entera.

En la guerra también hubo mucho hambre y gracias a que llegaron los italianos que pusieron una cocina muy grande debajo de unos árboles centenarios que ya no existen, allí iba la gente con un plato y dos soldados les daban de comer lentejas y pan. También tenían otra cocina en el Soto, un pueblo lindante a Penilla y así fue terminando la guerra.

Después vino la posguerra que, según Pepe, fue mucho peor que la guerra, por la falta de comida, porque el poco pan que había era moldeado con una lata y tenía más paja que harina y lo comían porque “al hambre no hay pan duro”. Así fueron pasando esos años tan duros para la población española.


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