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Nº 123

CULTURA / CRÍTICAS

'Comprar, tirar, comprar'

Por Belén Quintana, estudiante de 4º de ESO del IES Santa Cruz de Castañeda.

Los alumnos de 4º ESO hemos tenido que ver para la clase de Ciencias Sociales el documental llamado 'Comprar, tirar, comprar'. Habla sobre la historia secreta de la obsolescencia programada.

'Comprar, tirar, comprar'.

La obsolescencia programada consiste en crear y comercializar productos con una vida útil ya determinada durante el proceso de fabricación, con el fin de que si el producto falla antes, el consumidor compre antes, aumentando así el consumo. La obsolescencia programada está alimentada por el deseo del consumidor de poseer un producto un poco más nuevo un poco antes de lo necesario.

Durante los 52 minutos que dura, el documental muestra paralelamente dos historias: por una parte, el comienzo y la historia de la obsolescencia programada, y el porqué de los productos cada vez duren menos y sus consecuencias, y por otra, un caso particular que le ocurre a Marcos, un hombre de Barcelona. Su impresora deja de funcionar, reclamando cambiar piezas estropeadas. Tras llevarla a varias tiendas y recibir siempre la respuesta de comprar una nueva, el catalán comienza a investigar. Así, encuentra un vídeo sobre ello y se pone en contacto con el autor del mismo. Descubre que la impresora contiene una esponja, cuyo objetivo es recoger la tinta que sobra, y esta está llena, impidiendo el funcionamiento. Además, hay un chip que, tras determinado número de usos, bloquea la impresora y tampoco la deja continuar siendo útil. Continúa buscando y encuentra a un hombre ruso que creó un software para reformatear el chip. Lo descarga y usa, y finalmente repara su impresora.

La otra historia comienza en el parque de bomberos de Livermore, California. Lynn Owen, su presidente, nos cuenta que allí está la bombilla más antigua y funcional del mundo; desde 1901 no se ha apagado ni una sola vez e incluso hicieron una gran "fiesta de cumpleaños" cuando cumplió un siglo. Fue creada en Shelby, Ohio, alrededor de 1895. El filamento fue inventado por Adolphe Chaillet, pero el secreto de por qué es tan resistente murió con él.

Con este invento, la bombilla, se habló por primera vez de la obsolescencia programada. En 1881 Edison puso a la venta la primera bombilla, de 1.500 horas de duración. Para 1924, su vida útil era de hasta 2.500. La Navidad de ese mismo año se creó Phoebus, un cártel que pretendía no solo controlar la producción de bombillas a nivel mundial sino también al consumidor, con el fin de que la gente comprase regularmente bombillas. Así, limitaron la vida útil de estas a 1.000 horas y en 1925 se creó el comité de las 1.000 horas de vida para reducir técnicamente la resistencia de estas. Se multaba severamente a los trabajadores si se desviaban de los objetivos establecidos, y los ingenieros tuvieron que hacer bombillas con filamentos más frágiles. A pesar de la creación de bombillas que duraban mucho más, hasta 100.000 horas, estas nunca se comercializaron.

A pesar de que el cártel nunca existió oficialmente, ya que continuamente cambiaban de nombre, el rastro de su trabajo no ha desaparecido, y la idea de obsolescencia programada sigue existiendo.

La revolución industrial generó una producción mediante máquinas que la gente no podía seguir. Al haber un gran exceso, los precios bajaron enormemente y la gente compraba por diversión, no por necesidad, acelerando la economía.

Este consumismo compulsivo se frena tras el crack de Wall Street en 1929, y la economía se hunde. Es entonces cuando por primera vez sale a la luz el término "obsolescencia programada" de la boca de Bernard London, que propuso hacerla obligatoria, y que tras el periodo estimado de vida útil el producto se consideraba muerto, debía darse al gobierno para destruirlo, y había que comprar uno nuevo, creando puestos de trabajo, y así se reactivaría la economía. Pero nunca se puso en práctica.

El término vuelve a aparecer en la época de 1950, pero sin intentar obligar al consumidor a comprar sino a seducirle para que compre. Se producían continuamente nuevos modelos innovadores, a veces con mejoras o cambios escasos, de diferentes objetos, y mediante campañas publicitarias y marketing se ofrecían a la gente, creando en ella el deseo de tenerlo. El objetivo de la sociedad no es crecer para satisfacer las necesidades, sino crecer porque sí. Pero esta mentalidad no es sostenible, no puede haber una producción ilimitada a partir de recursos limitados.

En 1940 aparece el nylon, una fibra sintética de gran resistencia. Al principio las mujeres estaban encantadas, sobre todo las de quienes trabajaban en las fábricas, porque fueron las primeras en probar estas medias, que eran muy buenas y no hacían carreras. Pero reflexionaron en que si duraban tanto no venderían mucho producto, por lo que los ingenieros tuvieron que debilitar el material para que fuese más frágil.

Los ingenieros tenían un debate de ideas éticas, pues los de la vieja escuela pensaban que debían hacer productos duraderos de calidad que no se rompiesen fácilmente, y los de la nueva escuela quisieron hacer productos frágiles, cuanto más desechabas mejor, y acabaron por salirse con la suya.

Sin embargo, en los países del bloque del este, de régimen comunista, no existía la obsolescencia programada, porque la economía estaba planificada por el estado, era poco eficiente y crónicamente faltaban recursos. En la antigua Alemania del este, comunista, se crearon lavadoras y neveras que duraban 25 años y bombillas de larga duración. Éstas se hicieron con el fin de ahorrar tungsteno y recursos, pero cuando fueron ofrecidas a los occidentales en la feria de Hanover de 1981 las rechazaron. Esta forma de producción terminó tras la caída del muro de Berlín.

En la era de internet, los consumidores están dispuestos a luchar contra la obsolescencia programada. Casey Neistat compró un iPod de 500 dólares, y en un año murió la batería. Llamó al servicio de Apple, pero le dijeron que no podía cambiarla y que la solución era comprar otro. Indignado ante que su única opción fuera renovar el aparato, él y su hermano hicieron un corto que mostraba cómo ellos hablan ido por la ciudad grabando en todos los carteles que anunciaban iPods su corta vida útil sin posibilidad de cambio. El video fue un éxito, y visto por muchas personas; concretamente por una abogada en San Francisco, que decidió demandar a Apple por esto. Tras una demanda colectiva de muchos consumidores de productos Apple y varios juicios, la empresa salió perdiendo, comprometiéndose a alargar la vida útil del iPod y a ofrecer recambios de baterías.

Con Apple no hay posibilidad de devolver el producto para su correcto reciclado. Pero es solo un ejemplo más de grandes empresas que se venden como ecologistas pero no tienen una buena política medioambiental. Muchos residuos y material sin uso de estas empresas acaban en países del tercer mundo como Ghana. Es ilegal hacer esto, pero diciendo que son de segunda mano los llevan a estos países, aunque sean inservibles y acaben abandonados en vertederos, muchas veces reventando el paisaje y la tierra de esta gente, cargándose sus recursos. Por ejemplo, el río Odaw ya prácticamente no existe, rebosa de residuos y ya no sirve como fuente de alimento y ocio. Solo sirve para recoger chatarra.

Pero la gente está actuando desde todas las posiciones sociales y geográficas. Un hombre en el tercer mundo está recogiendo residuos con etiquetas significativas de empresas como prueba para demandarlas. En Francia, un hombre ayuda a la gente a sacar adelante ideas para luchar contra la obsolescencia, por ejemplo, reparando cosas. Aquí es muy sencillo tirar un objeto y comprar uno nuevo, pero en los países del sur es impensable, los productos se arreglan por difícil que sea. Otro hombre, descendiente de los creadores de Philips, está creando bombillas que duran 25 años.

La obsolescencia programada es completamente negativa, incluso siendo observada desde el fondo. Se necesita una producción sostenible para un buen negocio.

Si tenemos en cuenta todos los gastos reales que suponen la creación y distribución de un producto, lo que cuestan los recursos, la energía empleada, el transporte... vemos clarísimamente cuán caro es el coste, y cuánta falta hacen productos más duraderos.

Otra alternativa es modificar la producción e ingeniería, que las fábricas actúen como la naturaleza, hacer de los residuos recursos, de manera que, aunque los productos tengan una corta vida útil, tengan otra función después de muertos; o utilizar materiales que no sean tóxicos, o al menos más respetables con el medio ambiente.

Actualmente se busca el movimiento llamado decrecimiento, buscar el crecimiento sostenible y viable. Se basa en reducir el despilfarro, el sobreconsumo y la sobreproducción, dejando libre tiempo para buscar otras formas de riqueza de carácter moral, como el conocimiento o la amistad, dejar de pensar que cuanto más tengamos más felices seremos.

Al final, el progreso de la sociedad se basa en un cambio de mentalidad. Como decía Ghandi: "El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para satisfacer la avaricia de algunos".


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