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Nº 120

CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Era una mañana fría de otoño

Por Elena Calderón, alumna del Ciclo Formativo Preimpresión Digital en el IES La Albericia.

Era una mañana fría de otoño. Desde la colina observaba el silencioso pueblo que se tendía a mis pies. Muy de madrugada, cuando el sol aún no había despertado, me escabullí del suave calor de las mantas y caminé largo rato. El primer rayo de sol iluminó el cielo en el momento en que me senté junto a aquel viejo árbol, sobre el cual se mecía una única hoja que soportaba con tenacidad los embates del viento.

Ilustración de Francisco Rodríguez, alumno del Ciclo Formativo
Preimpresión Digital en el IES La Albericia.

 

Sí, estaba huyendo. De ningún otro modo me habría levantado de la cama en plena noche.
Una imagen se proyectó en mi mente y recordé aquel calendario. Mis padres me los habían regalado hace tiempo, y lo odié desde la primera vez que lo vi. Pero ahora ni siquiera era capaz de mirarlo. El número veinte estaba en marcado en círculo rojo, que yo misma había trazado sobre él, y los días avanzaban sin contemplaciones en su dirección.

Cerré los ojos por un instante y contuve la respiración. ¿Era esto lo que debía hacer? ¿Había llegado a este mundo con un propósito tan trivial como este?
Recordé cuando de pequeña soñaba con vivir aventuras, extrañas y apasionantes, siempre diferentes y de algún modo mágicas. También recordé el momento en que cambié. Cuando al fin comprendí el verdadero significado de las cosas, y todo el mundo que había creado en mi mente se desvaneció.

Aquí estaba ahora, en medio de una encrucijada que decidiría el resto de mi vida. No más aventuras para mí, lo único que quedaría sería contemplar a mis futuros hijos viviendo sus propias aventuras, sin poder participar en ellas. Para mí esa puerta se habría cerrado para siempre. ¿Cómo podía optar por una vida así? ¿Una vida de superficialidad en la que mis hijos vivirían malcriados, engullidos lentamente por una sociedad egoísta e impersonal que les vendería juguetes que no necesitan, les atiborraría de comida grasienta mientras en otros lugares del mundo niños como ellos serán utilizados como marionetas en guerras que jamás deberían conocer? ¿Cuántas posibilidades había de que mis hijos creciesen en un mundo realmente humano en que se en que se ayudasen unos a otros? Con gran pesar asumí mi papel, quizá por conformidad. Me mantuve en silencio al regresar a a casa, donde toda mi familia me esperaba ansiosamente. Me vistieron y engalanaron con esmero y dedicación y, finalmente, me obsequiaron con una cala, como símbolo de pureza.
La música comenzó a sonar y caminé lentamente por el pasillo. Al final del mismo me esperaba mi futuro marido.




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