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Red-acción
II Época / Nº52
Marzo
2012
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Una historia de miedo

Por Belén Quintana López, alumna de 1º de Secundaria del IES Santa Cruz de Castañeda.

Halloween, esa fiesta que tanto gusta a los niños. Una fiesta en la que se disfrazan y piden caramelos por las casas, en la que si no das caramelos los niños te hacen alguna trastada. La fiesta del 31 de octubre, ¿quién no la conoce? Nadie. No hay nadie que no conozca Halloween, la noche de las brujas. Pero, ¿quién sabe qué pasa cuando juegas con los espíritus? Pedro y sus amigos lo saben.

Una casa encantada.

Es 31 de octubre, las 16:03, y Pedro, Claudia, Nacho, Ángela y Jorge están sentados en el banco del parque, un tanto aburridos.
- Eh, chicos, ¡hoy es Halloween!- exclamó Claudia.
- Es verdad, no me había acordado- dijo Ángela.
- Chicas, no me digáis que creéis en esas cosas- respondió Jorge.

Entonces empezaron a discutir sobre la existencia de los fantasmas, de los espíritus y si Halloween era una tontería o no. Así que hicieron una apuesta:
- Iremos todos a jugar a la güija a la casa encantada.
- ¡A la casa encantada!, ¿la de la señora Wilson? ¡Es una locura!- dijeron Claudia y Ángela casi al unísono
- Perdonad que interrumpa vuestro grito, pero ¿quién es la señora Wilson?- dijo Nacho.
- ¿No has oído nunca hablar de la señora Wilson? Es la persona más sanguinaria que ha vivido en esta ciudad.- dijo Jorge- O al menos eso dicen los rumores.
- ¿Qué rumores?- preguntó Nacho, de nuevo.

La señora Wilson era una mujer de unos 32 años que un día tuvo una discusión con su marido, le dio un arrebato y le dio con una sartén en la cabeza con la suficiente fuerza como para dejarle sin sentido un rato. Cuando el hombre despertó, estaba atado a una silla, con unas esposas en las manos, y sus hijos también. Primero mató a la hija pequeña e hizo que su padre y su hermano lo vieran, luego mató al niño, por último al padre y finalmente ella se pegó un tiro en la cabeza- concluyó Jorge.

Así que decidieron ir esa noche a la casa encantada. Cuando cayó la noche, los cinco amigos fueron a la casa encantada. Pedro llevaba el tablero y el libro, y Ángela el vaso y unas velas. Entraron en la casa, la cual no estaba en ruinas, pero tampoco estaba decente. Entraron cada uno con una vela en la mano, porque, aunque tenían valor para entrar en aquella casa, estaban un poco asustados. Se colocaron en el salón, en el cual había aún restos de sangre por las paredes. Se sentaron formando un círculo, colocaron las velas delante de ellos, y el vaso y el tablero en el centro. Pedro abrió el libro. El juego había comenzado. Estuvo durante 20 minutos invocándolos, hasta que los muertos les hicieron caso.

La primera y la última pregunta fue:
- ¿Eres la señora Wilson?
A lo que el espíritu respondió:
- Eso os da igual, habéis invocado a los muertos y ahora pagaréis por ello.

Y todas las velas se apagaron. Se quedaron a oscuras, pero Nacho tenía el mechero con el que habían encendido las velas y le prendió. Pero se dieron cuenta de que no estaban en la casa encantada o, al menos, en la casa encantada de la señora Wilson.

Salieron fuera y se dieron cuenta de algo increíble. La casa era cinco veces más grande de lo normal. Pero ése era el menor de los problemas. La casa estaba en un terreno de 200 metros, y ya no había nada más. El terreno en el que estaba la casa flotaba en una densa oscuridad, como si fuera el espacio. Decidieron ir al interior de la casa. En ella había un salón, con una chimenea apagada, y encima de la chimenea un cuadro en el que aparecía una mujer mirando por la ventana. También había un armario, con puertas de cristal donde guardaban la vajilla, y una gran mesa, con seis sillas acolchadas en el asiento.

Y en el silencio se oyeron unas voces que venían del piso superior. Como no sabían dónde estaban, ni si volverían a ver a su familia y sus amigos, decidieron subir; total, no tenían nada que perder.

En el piso donde habían oído las voces había un vampiro. Pero no era un vampiro chupasangre, era un vampiro vegetariano. Un vampiro que solo comía verduras y vegetales, pero le encantaban las frutas; y les hizo un trato. Les dejaría pasar si averiguaban cómo se llamaba su fruta preferida. Les dijo así:
- Oro parece, plata no es, el que no lo adivine muy tonto es. (Plátano) Y Jorge, muy avispado, lo resolvió.

El vampiro les despidió, mientras se comía un plátano. Subieron al segundo piso. Allí había un esqueleto que estaba bailando claqué y llevaba puesto un sombrero con una flor. Se asustaron tanto que echaron a correr escaleras abajo hasta llegar al salón. Salieron a la calle y una bandada de murciélagos sobrevolaba la casa. Pero eso no fue lo peor. Del suelo salió una mano, con las uñas largas y sucias y la piel muy arrugada. Salió otra mano y ambas hicieron fuerza contra el suelo e impulsaron el cuerpo del muerto viviente hacia arriba.

Ellos echaron a correr, pero frenaron en el borde del terreno de la casa. Tenían dos opciones, saltar al vacío del espacio o enfrentarse al zombie. Decidieron saltar. No podían perder nada. Cerraron los ojos, saltaron y notaron que, al saltar, caían en un vacío interminable hasta que abrieron los ojos de nuevo. Estaban otra vez en la casa encantada. Dejaron todo allí y salieron corriendo rápidamente, intentando olvidarse de todo, como si nunca hubiera pasado.



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