Halloween,
esa fiesta que tanto gusta a los niños. Una
fiesta en la que se disfrazan y piden caramelos por
las casas, en la que si no das caramelos los niños
te hacen alguna trastada. La fiesta del 31 de octubre,
¿quién no la conoce? Nadie. No hay nadie
que no conozca Halloween, la noche de las brujas.
Pero, ¿quién sabe qué pasa cuando
juegas con los espíritus? Pedro y sus amigos
lo saben.
Es
31 de octubre, las 16:03, y Pedro, Claudia, Nacho,
Ángela y Jorge están sentados en el
banco del parque, un tanto aburridos.
- Eh, chicos, ¡hoy es Halloween!- exclamó
Claudia.
- Es verdad, no me había acordado- dijo Ángela.
- Chicas, no me digáis que creéis en
esas cosas- respondió Jorge.
Entonces empezaron
a discutir sobre la existencia de los fantasmas, de
los espíritus y si Halloween era una tontería
o no. Así que hicieron una apuesta:
- Iremos todos a jugar a la güija a la casa encantada.
- ¡A la casa encantada!, ¿la de la señora
Wilson? ¡Es una locura!- dijeron Claudia y Ángela
casi al unísono
- Perdonad que interrumpa vuestro grito, pero ¿quién
es la señora Wilson?- dijo Nacho.
- ¿No has oído nunca hablar de la señora
Wilson? Es la persona más sanguinaria que ha
vivido en esta ciudad.- dijo Jorge- O al menos eso
dicen los rumores.
- ¿Qué rumores?- preguntó Nacho,
de nuevo.
La señora Wilson
era una mujer de unos 32 años que un día
tuvo una discusión con su marido, le dio un
arrebato y le dio con una sartén en la cabeza
con la suficiente fuerza como para dejarle sin sentido
un rato. Cuando el hombre despertó, estaba
atado a una silla, con unas esposas en las manos,
y sus hijos también. Primero mató a
la hija pequeña e hizo que su padre y su hermano
lo vieran, luego mató al niño, por último
al padre y finalmente ella se pegó un tiro
en la cabeza- concluyó Jorge.
Así que decidieron
ir esa noche a la casa encantada. Cuando cayó
la noche, los cinco amigos fueron a la casa encantada.
Pedro llevaba el tablero y el libro, y Ángela
el vaso y unas velas. Entraron en la casa, la cual
no estaba en ruinas, pero tampoco estaba decente.
Entraron cada uno con una vela en la mano, porque,
aunque tenían valor para entrar en aquella
casa, estaban un poco asustados. Se colocaron en el
salón, en el cual había aún restos
de sangre por las paredes. Se sentaron formando un
círculo, colocaron las velas delante de ellos,
y el vaso y el tablero en el centro. Pedro abrió
el libro. El juego había comenzado. Estuvo
durante 20 minutos invocándolos, hasta que
los muertos les hicieron caso.
La primera y la última
pregunta fue:
- ¿Eres la señora Wilson?
A lo que el espíritu respondió:
- Eso os da igual, habéis invocado a los muertos
y ahora pagaréis por ello.
Y todas las velas
se apagaron. Se quedaron a oscuras, pero Nacho tenía
el mechero con el que habían encendido las
velas y le prendió. Pero se dieron cuenta de
que no estaban en la casa encantada o, al menos, en
la casa encantada de la señora Wilson.
Salieron fuera y se
dieron cuenta de algo increíble. La casa era
cinco veces más grande de lo normal. Pero ése
era el menor de los problemas. La casa estaba en un
terreno de 200 metros, y ya no había nada más.
El terreno en el que estaba la casa flotaba en una
densa oscuridad, como si fuera el espacio. Decidieron
ir al interior de la casa. En ella había un
salón, con una chimenea apagada, y encima de
la chimenea un cuadro en el que aparecía una
mujer mirando por la ventana. También había
un armario, con puertas de cristal donde guardaban
la vajilla, y una gran mesa, con seis sillas acolchadas
en el asiento.
Y en el silencio se
oyeron unas voces que venían del piso superior.
Como no sabían dónde estaban, ni si
volverían a ver a su familia y sus amigos,
decidieron subir; total, no tenían nada que
perder.
En el piso donde habían
oído las voces había un vampiro. Pero
no era un vampiro chupasangre, era un vampiro vegetariano.
Un vampiro que solo comía verduras y vegetales,
pero le encantaban las frutas; y les hizo un trato.
Les dejaría pasar si averiguaban cómo
se llamaba su fruta preferida. Les dijo así:
- Oro parece, plata no es, el que no lo adivine muy
tonto es. (Plátano) Y Jorge, muy avispado,
lo resolvió.
El vampiro les despidió,
mientras se comía un plátano. Subieron
al segundo piso. Allí había un esqueleto
que estaba bailando claqué y llevaba puesto
un sombrero con una flor. Se asustaron tanto que echaron
a correr escaleras abajo hasta llegar al salón.
Salieron a la calle y una bandada de murciélagos
sobrevolaba la casa. Pero eso no fue lo peor. Del
suelo salió una mano, con las uñas largas
y sucias y la piel muy arrugada. Salió otra
mano y ambas hicieron fuerza contra el suelo e impulsaron
el cuerpo del muerto viviente hacia arriba.
Ellos echaron a correr,
pero frenaron en el borde del terreno de la casa.
Tenían dos opciones, saltar al vacío
del espacio o enfrentarse al zombie. Decidieron saltar.
No podían perder nada. Cerraron los ojos, saltaron
y notaron que, al saltar, caían en un vacío
interminable hasta que abrieron los ojos de nuevo.
Estaban otra vez en la casa encantada. Dejaron todo
allí y salieron corriendo rápidamente,
intentando olvidarse de todo, como si nunca hubiera
pasado.

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