Duro,
recio y longevo, el castaño es una de las muestras
principales de la biodiversidad española. En
claro retroceso por sus cortas para taninos y madera
o por la introducción de especies alóctonas
de rápido crecimiento, sus oquedades albergan
gran cantidad de especies propias de los bosques caducifolios
de nuestro país, a la vez que han alimentado
a generaciones de humanos antes de que la patata y
el maíz se convirtieran en alimento básico.
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Interior de
uno de los castaños secos de Terán
de Cabuérniga (Foto: Izan Crespo) |
Hoy, salvo en zonas que han apostado por convertir
su fruto en una pieza gastronómica de excelencia,
como en Galicia o la Catalaluña vieja, sus
sombras desaparecen por toda España, salvo
donde un grupo de soñadores los defienden.
Viladrau, en la provincia de Gerona es uno de esos
lugares. En pleno Macizo del Montseny, reserva mundial
de la biosfera, el castaño se ha convertido
en el eje de una potente industria de obtención
de madera y castañas basada en el respeto al
bosque y la protección de este.
Quim Solé, un hombre enamorado del entorno
fundó hace ocho años una entidad a medio
camino entre la economía sostenible y una ONG.
Solé, junto a varios amigos dirige el Centro
de Manipulación de la Castaña, una entidad
que vuelca su esfuerzo en defender el bosque. Limpian
de parásitos los castaños, los airean,
limpian el bosque, señalan y protegen los nuevos
retoños y obtienen una rentabilidad económica
que convierte en cómplices de su proyecto a
todos los vecinos. Para esta segunda iniciativa, Solé
y sus socios fundaron la empresa “Castaña
de Viladrau”, la única de Cataluña
y una de las pocas de España. Su finalidad
es desarrollar una explotación sostenible del
bosque basada en su protección. Maderas y castañas
con certificado ecológico y registro sanitario
salen de estos bosques mimados hasta el extremo por
Quim y sus socios.
“Este bosque se moría aprisionado por
la maleza y los usos abusivos. Hoy los árboles
están sanos. Si pudieran hablar nos darían
las gracias y nos abrazarían con júbilo”
explica Quim. Su “hospital de castaños”
y la implicación del vecindario (que entrega
a Quim la gestión de sus parcelas privadas)
en un uso sostenible ha permitido mantener el bosque
sano y a salvo del fuego, ampliarlo y garantizar la
continuidad de todo el ecosistema con árboles
jóvenes que garantizan el futuro.
En la actualidad, la comarca alcanza el 2% del mercado
español de castañas y derivados, en
competencia con la castaña gallega y china,
que copan el consumo. Pero, no solo han logrado recuperar
el castaño abandonado del Montseny y proteger
y difundir el patrimonio, sino crear toda una industria
alrededor del bosque que garantiza el interés
en él. Empresas de conserva, dulces y turismo
rural proliferan a la sombra de Quim. Entre estas
iniciativas, destacan los encuentros de poesía
que organiza la asociación “Sirenas del
Montseny” en torno a la literatura.
En torno a la fiesta de "La Castañada",
en octubre que se celebra desde 1995, miles de ciudadanos
se acercan a Viladrau a comprar castañas, a
pasear en rutas guiadas por el bosque recogiendo sus
frutos, o a participar de una asada de castañas
en la finca del Centro de Manipulación de la
Castaña.
Solé ha hecho valer las especificidades de
esta castaña, grande y muy hidratada, por las
numerosas fuentes y arroyos del Montseny. Hoy en día,
gestiona 18 grandes fincas particulares y ha ampliado
el abanico de productos a la venta desde la castaña
en crudo o deshidratada, hasta conservas, mermeladas
o cervezas. Pero no todos logran mantener los bosques
protegidos y basados en usos sostenibles.
Hace un siglo, Luis Calderón, un ingeniero
enamorado de los bosques cantábricos, y su
esposa, Isabel Balbás, concibieron la idea
de que los ayuntamientos del interior de Cantabria,
especialmente los del Valle de Cabuérniga,
asumieran la gestión de los bosques autóctonos
con la condición de que se preservaran las
especies, muchas de las cuales estaban siendo erradicadas,
a principios del siglo XX, para introducir pinos y
eucaliptos, árboles de rápido crecimiento
que alimentaban la potente industria química
de Torrelavega.
Luis e Isabel, sin hijos, legaron varias fincas a
los municipios con esa condición, Entre ellas,
una emblemática, el castañar de Terán.
Una finca junto a la iglesia de Santa Eulalia, el
cementerio local y las escuelas municipales, llena
de castaños centenarios cada uno de los cuales
poseía su propio nombre, puesto por los vecinos.
Pero, a su muerte, no pudieron protegerlos, pese a
dormir su alma en el cercano cementerio, desde donde
casi se los toca. Los rayos, el abandono a enfermedades
y parásitos, la falta de protección
de los castaños jóvenes y la tala por
el ejército italiano en plena guerra civil,
cuando tomaron el pueblo, en 1937, y sus cocinas demandaban
madera han convertido el castañar en un lugar
fantasmagórico, y, así todo, atractivos
por su extraña belleza, lánguidos y
retorcidos, frente a las viejas escuelas, abandonadas
a la suerte de sus muros caídos.
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La Bruja, uno
de los castaños secos de Cabuérniga
(Foto: Izan Crespo). |
Hoy dos asociaciones luchan para que el uso racional
de estos árboles les salve de una muerte segura.
La Asociación Cultural “La Castañera”
y la asociación “La Reguera” llevan
años luchando para que las instituciones protejan
este patrimonio natural y para que se obtenga una
rentabilidad que implique a los vecinos y haga viable
el futuro de los árboles. Ferias anuales en
"La Castañera" y la venta de algunos
productos se realiza con poco apoyo y escaso eco.
Más obtiene su lucha por evitar su desaparición.
Ambas denunciaban el año pasado la "despreocupación"
y "falta de sensibilidad" de los ayuntamientos
que han ido talando árboles enfermos pero recuperables,
y que se niegan a un uso económico y racional
del bosque. Así, en el último año,
han acabado con “el sauce llorón de las
escuelas nuevas, el abedul y los castaños de
Indias de las plazas y la bolera de Valle, y con los
laureles de la Iglesia de Santa Eulalia". Su
trabajo, más que en seguir el ejemplo de Quim
Solé, se basa en una actitud defensiva para
evitar que el bosque caducifolio del interior de Cantabria
sucumba a las especies industriales, como ha ocurrido
en Rozalén, La Canalona, La Cruz de Sopeña,
Renedo, Viaña, Fresneda, Llendemozó
y Teran, entre otros lugares del valle de Cabuerniga.
Y es que sigue habiendo "dos Españas",
una que se embelesa ante el verde de las hojas del
castaño y sus erizos y otra que se enamora
del verde de los billetes de 100 que valen sus árboles.
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