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Nº 136
REPORTAJES / AZUL Y VERDE

El bosque insumiso

Por Vanesa Gómez y María Fernández, estudiantes de Bachillerato del colegio La Paz de Torrelavega.

Duro, recio y longevo, el castaño es una de las muestras principales de la biodiversidad española. En claro retroceso por sus cortas para taninos y madera o por la introducción de especies alóctonas de rápido crecimiento, sus oquedades albergan gran cantidad de especies propias de los bosques caducifolios de nuestro país, a la vez que han alimentado a generaciones de humanos antes de que la patata y el maíz se convirtieran en alimento básico.

Interior de uno de los castaños secos de Terán de Cabuérniga (Foto: Izan Crespo)

 

Hoy, salvo en zonas que han apostado por convertir su fruto en una pieza gastronómica de excelencia, como en Galicia o la Catalaluña vieja, sus sombras desaparecen por toda España, salvo donde un grupo de soñadores los defienden.

Viladrau, en la provincia de Gerona es uno de esos lugares. En pleno Macizo del Montseny, reserva mundial de la biosfera, el castaño se ha convertido en el eje de una potente industria de obtención de madera y castañas basada en el respeto al bosque y la protección de este.

Quim Solé, un hombre enamorado del entorno fundó hace ocho años una entidad a medio camino entre la economía sostenible y una ONG. Solé, junto a varios amigos dirige el Centro de Manipulación de la Castaña, una entidad que vuelca su esfuerzo en defender el bosque. Limpian de parásitos los castaños, los airean, limpian el bosque, señalan y protegen los nuevos retoños y obtienen una rentabilidad económica que convierte en cómplices de su proyecto a todos los vecinos. Para esta segunda iniciativa, Solé y sus socios fundaron la empresa “Castaña de Viladrau”, la única de Cataluña y una de las pocas de España. Su finalidad es desarrollar una explotación sostenible del bosque basada en su protección. Maderas y castañas con certificado ecológico y registro sanitario salen de estos bosques mimados hasta el extremo por Quim y sus socios.

“Este bosque se moría aprisionado por la maleza y los usos abusivos. Hoy los árboles están sanos. Si pudieran hablar nos darían las gracias y nos abrazarían con júbilo” explica Quim. Su “hospital de castaños” y la implicación del vecindario (que entrega a Quim la gestión de sus parcelas privadas) en un uso sostenible ha permitido mantener el bosque sano y a salvo del fuego, ampliarlo y garantizar la continuidad de todo el ecosistema con árboles jóvenes que garantizan el futuro.

En la actualidad, la comarca alcanza el 2% del mercado español de castañas y derivados, en competencia con la castaña gallega y china, que copan el consumo. Pero, no solo han logrado recuperar el castaño abandonado del Montseny y proteger y difundir el patrimonio, sino crear toda una industria alrededor del bosque que garantiza el interés en él. Empresas de conserva, dulces y turismo rural proliferan a la sombra de Quim. Entre estas iniciativas, destacan los encuentros de poesía que organiza la asociación “Sirenas del Montseny” en torno a la literatura.

En torno a la fiesta de "La Castañada", en octubre que se celebra desde 1995, miles de ciudadanos se acercan a Viladrau a comprar castañas, a pasear en rutas guiadas por el bosque recogiendo sus frutos, o a participar de una asada de castañas en la finca del Centro de Manipulación de la Castaña.

Solé ha hecho valer las especificidades de esta castaña, grande y muy hidratada, por las numerosas fuentes y arroyos del Montseny. Hoy en día, gestiona 18 grandes fincas particulares y ha ampliado el abanico de productos a la venta desde la castaña en crudo o deshidratada, hasta conservas, mermeladas o cervezas. Pero no todos logran mantener los bosques protegidos y basados en usos sostenibles.

Hace un siglo, Luis Calderón, un ingeniero enamorado de los bosques cantábricos, y su esposa, Isabel Balbás, concibieron la idea de que los ayuntamientos del interior de Cantabria, especialmente los del Valle de Cabuérniga, asumieran la gestión de los bosques autóctonos con la condición de que se preservaran las especies, muchas de las cuales estaban siendo erradicadas, a principios del siglo XX, para introducir pinos y eucaliptos, árboles de rápido crecimiento que alimentaban la potente industria química de Torrelavega.

Luis e Isabel, sin hijos, legaron varias fincas a los municipios con esa condición, Entre ellas, una emblemática, el castañar de Terán. Una finca junto a la iglesia de Santa Eulalia, el cementerio local y las escuelas municipales, llena de castaños centenarios cada uno de los cuales poseía su propio nombre, puesto por los vecinos. Pero, a su muerte, no pudieron protegerlos, pese a dormir su alma en el cercano cementerio, desde donde casi se los toca. Los rayos, el abandono a enfermedades y parásitos, la falta de protección de los castaños jóvenes y la tala por el ejército italiano en plena guerra civil, cuando tomaron el pueblo, en 1937, y sus cocinas demandaban madera han convertido el castañar en un lugar fantasmagórico, y, así todo, atractivos por su extraña belleza, lánguidos y retorcidos, frente a las viejas escuelas, abandonadas a la suerte de sus muros caídos.

La Bruja, uno de los castaños secos de Cabuérniga (Foto: Izan Crespo).

 

Hoy dos asociaciones luchan para que el uso racional de estos árboles les salve de una muerte segura. La Asociación Cultural “La Castañera” y la asociación “La Reguera” llevan años luchando para que las instituciones protejan este patrimonio natural y para que se obtenga una rentabilidad que implique a los vecinos y haga viable el futuro de los árboles. Ferias anuales en "La Castañera" y la venta de algunos productos se realiza con poco apoyo y escaso eco. Más obtiene su lucha por evitar su desaparición.

Ambas denunciaban el año pasado la "despreocupación" y "falta de sensibilidad" de los ayuntamientos que han ido talando árboles enfermos pero recuperables, y que se niegan a un uso económico y racional del bosque. Así, en el último año, han acabado con “el sauce llorón de las escuelas nuevas, el abedul y los castaños de Indias de las plazas y la bolera de Valle, y con los laureles de la Iglesia de Santa Eulalia". Su trabajo, más que en seguir el ejemplo de Quim Solé, se basa en una actitud defensiva para evitar que el bosque caducifolio del interior de Cantabria sucumba a las especies industriales, como ha ocurrido en Rozalén, La Canalona, La Cruz de Sopeña, Renedo, Viaña, Fresneda, Llendemozó y Teran, entre otros lugares del valle de Cabuerniga.

Y es que sigue habiendo "dos Españas", una que se embelesa ante el verde de las hojas del castaño y sus erizos y otra que se enamora del verde de los billetes de 100 que valen sus árboles.




 


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