Logotipo Interaulas
Cabecera Red-acción Inicio > Cultura > Galería de arte
Reportajes
Entrevistas
Opinión
Cultura
Internet
El mundo
Medios
Imagen Primaria
Red-acción
II Época / Nº36
Noviembre-Diciembre
2009
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

La oscuridad de las olas

Por Eva Pérez Higuera, alumna de 1º de Bachillerato del IES Ricardo Bernardo de Solares.

Un relato de lluvia y de mar, de un Santander marinero, una historia de amor. Una alumna del IES Ricardo Bernardo es la autora de este escrito.

Olas durante la noche.


La lluvia caía suavemente sobre el suelo. Yo me encontraba de pie frente al mar, las gotas se deslizaban tristemente sobre mi paraguas. A lo lejos se podía percibir el crujir de los barcos atracados en Puertochico. La luna se reflejaba tenuemente en la superficie del mar. El sonido de una ciudad dormida se extendía a mis espaldas. El maullido de un gato despistado por la incesante lluvia sirvió de eco para tapar unos pasos que con sigilo se acercaban a mí.
- Úrsula… Úrsula Castro.

Al oír mi nombre me giré lentamente. Un muchacho de no más de 17 años se encontraba delante de mí, su pelo negro estaba alborotado, sus ojos negros clavaron cuchillos que atraviesan el corazón.
- ¿Es usted Úrsula Castro? Se impacientó. Asentí levemente, pude ver cómo en su cara aparecía una sonrisa
–Le hemos encontrado- sentenció al fin. Sentí cómo el corazón me daba un vuelco y el suelo se desvanecía a mis pies.

El muchacho se acercó a mí y me agarró.
-¿Dónde está?- le pregunté casi sin aliento.
- Le han llevado a un hostal cerca de la Magdalena- no aguardé a que diera más explicaciones, sino que salí corriendo.

Sentí cómo mi corazón latía a un ritmo loco. No sé cuánto tiempo angustia, pero al final llegué, llegué a la puerta de un pequeño hostal situado en una esquina de la playa. Tenía aspecto de viejo, casi a punto de derruirse. Me quedé indecisa mirando la robusta puerta de roble. En ese momento un rayo surcó el cielo y sentí un escalofrío en mi ser.

La lluvia comenzó a caer con más furia, empapándome hasta los huesos. Su interior estaba a oscuras, ni una luz, ni un ruido. Sentí derrumbarme, quería llorar, sí, quería tirarme al suelo y llorar, llorar, pero no lo hice. Me recompuse.
- ¿Hay alguien ahí?- mi pregunta sonó ahogada
- ¿Hay alguien ahí?- volví a repetir.

- Señorita ¿qué hace aquí?- Una mujer anciana, vestida de blanco se acercó a mí. Parecía asustada por mi aspecto. Me cogió la mano y me condujo a una silla situada a una esquina del gran vestíbulo que se encontraba a nuestro alrededor.

- ¿Está Darío Cortés?- Parecía incrédula.
- ¿Por qué lo quiere saber?- No sé por qué en ese momento hice lo que hice, me levanté llena de furia y la espeté
- ¿Dónde está?- Parecía asustada.
- Señorita tranquilícese.
- ¿Dónde está?- volví a sollozar.

La miré de forma desesperada.
- Soy su mujer- añadí al final.
Su mirada por un momento sostuvo la mía, hasta que al final me dijo
- Sígame- La seguí escalera arriba, los peldaños crujían por mi peso y el de ella. Al final de ésta había una puerta; la mujer sacó de su bolsillo una pequeña llave plateada y abrió.

Numerosas camas invadían todo el espacio.
-Sígame- me dijo mientras se giraba para continuar adelante. La seguí por ese pasillo de moribundos, todos rostros conocidos, hombres que por la mañana habían salido a faenar por la simple excusa de alimentar a sus familias. Todavía recuerdo la voz de ese hombre dándonos la noticia- "El Galet ha naufragado esta madrugada y posiblemente no queden supervivientes". Todavía no había recuperado del shock que me produjo esa noticia.
- Aquí está- la enfermera me sacó de mis pensamientos. Estábamos delante de la cama, su cabello rubio estaba dulcemente posado sobre la almohada, su joven rostro descansaba impasible a lo que sucedía a su alrededor, no haciendo caso a la enfermera. Ocupé un sitio a su lado, cogí su mano entre las mías. Ni se inmutó, seguía sereno, ausente, como si estuviese en otra vida.
- ¿Qué tal estás?- comencé a preguntar aún a sabiendas de que no iba a obtener respuestas. Pero me quedé ahí viendo cómo mi vida se esfumaba. Cerré los ojos y dejé que mi mente se evadiera, a ella llegaron recuerdos de todo tipo, los abuelos, mi hermana, mis padres y los más bellos recuerdos, mi vida junto a Darío. Todo parecía perdido hasta que un movimiento brusco en su pecho hizo evidente que volvía a respirar, ¡volvía a la vida! volvía a mí.

Cuando abrió los ojos me encontré con su oscura mirada que me observaba atentamente.
- Hola- conseguí articular. No dijo nada, lentamente levantó la mano y enjuagó las lágrimas que brotaban de mis ojos.
- Señorita- la voz de la enfermera volvió a quebrar el silencio- quizás sea mejor que le deje descansar.
- La miré furiosa, lo que hizo que se callara. No volvió a hablar, sino que desapareció en la oscuridad del pasillo. Entonces yo volví a centrar mi atención en él. Seguía mirándome pero ahora, curiosamente, en mi cara se dibujó una triste sonrisa.
- ¿Qué te ocurre?- emitió al final. Yo negué con la cabeza mientras apretaba con más fuerza sus manos contra las mías.
– El mar está tranquilo...- comenzó a decir- y de repente una ola... Se pasó haciendo una mueca de dolor.
- No hables- El me sonrió tranquilizadoramente.
- Una ola hizo que todo se oscureciera.- Se volvió a tumbar sobre la almohada, estaba exhausto.

Permanecí toda la noche a su lado, atenta a cada movimiento que hacía.
- Buenos días- le dije cuando volvía a abrir los ojos.
- Hola- me dijo mientas sonreía. No le pregunté más, le permití que descansara.

En una tarde soleada del mes de mayo salí en su compañía de ese ruin hostal. Nos fuimos para ya no volver.
Ahora ese acontecimiento es una anécdota más que añadir al libro de nuestras vidas, algo tan hermoso y efímero como un sueño.

 


SUBIR

Refranes populares
Gotas de humor
Se cuenta que en aquella aldea...