Amanecía
un nuevo día, soleado. La luz del sol se iba
adentrando poco a poco en la cueva. Nosotros, los
Homo erectus, íbamos despertando. Todavía
quedaban brasas en la hoguera que habíamos
encendido el día anterior para asar la carne
y no pasar frío en la noche, porque las temperaturas
bajaban mucho.
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Una muestra
de la evolución del hombre. |
Todos nos pusimos en
marcha para ir en busca de algún animal o frutos
para comer; nosotras, las mujeres, nos encargamos
de recolectar los frutos que íbamos encontrando.
Nuestros hijos iban con nosotras, mientras los hombres
hacían grupos para ir en busca de algún
animal con las armas de piedra que estuvieron fabricando
días anteriores.
Cuando todos conseguimos lo nuestro, nos reunimos
en la cueva, hicimos fuego, descuartizamos el animal,
lo pasamos un poco por el fuego, nos lo comimos y,
con ello, también lo que nosotras habíamos
recolectado.
Se acercaba la tarde y pronto se nos echaba encima
la noche, así que alimentamos más el
fuego con hierba y palos secos, afilamos las armas
para el día siguiente y dormimos toda la noche.
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