Nº27. Julio. 2001.

 

Todos los días los medios de comunicación nos mantienen informados sobre los temas más diversos. Unos nos resultan especialmente interesantes, otros aburridos, muchos incomprensibles, pero todos tiene algo en común: son el reflejo de lo bueno y lo malo que ocurre en nuestro país y en todo el mundo.
En Visto y Leído queremos que nos cuentes las noticias que más te han interesado. Pero no de cualquier manera, sino tal como tu las interpretas.



En esta entrega de Visto y Leído contamos con temas de actualidad:
Dos alumnos del IES Santa Clara toman como base una visita a Atapuerca para inventar dos relatos en los que se produce un interesante viaje en el tiempo: Yo estuve en Atapuerca y La vida en Atapuerca. No te los pierdas.
Además, puedes encontrar numerosas historias inventadas a partir de la lectura de un libro: Bagdad, Investigación progresista, Soy un lagarto, Mi amiga la avestruz, Mi viaje a Sudamérica, Mi gran secreto, Troquelaje con gansos, La vida de las hormigas, Diario de una mariposa, Los narvales, Salvar al tigre, Un pato llamado Lucas, Diario de una bióloga, Gaviotas, La ley oculta, De la vida a la muerte, Vacaciones en el mar y Uno tras otro. Todas ellas son también de alumnos del IES Santa Clara.



 

 

 

 

 


Bagdad (varios años atrás)
Por Isabel Martínez Huerta, alumna de 3ºE del IES Santa Clara, basando su trabajo en el libro 'El Petróleo'.

Los hombres trabajan a marchas forzadas en los ríos y charcas próximos a sus tierras. Construyen (entre otras cosas) barcos de madera, recubriéndolos con una sustancia negra, blanda y pegajosa que resulta impermeable. Es desconocido por la población, ya que nadie se percató de averiguar de dónde procedía, si les serviría para algo más que para recubrir sus barcos o simplemente si sería perjudicial en algún caso.

Esto le rondó por la cabeza a un joven de una localidad cercana al observar una charca repleta que denominaron como asfalto. Su superficie parecía manchada por completo de aquella capa que sobresalía de las aguas.

A un lado de la charca unos habitantes de Bagdad, revestían unas balsas de mimbre con asfalto haciendo que sus tripulantes no se mojaran en sus travesías.
El joven, llamado Brahim, continuó pensativo y siguió yendo a la charca continuamente para averiguar algo más sobre aquello tan extraño para él.

Algunos días después, una gran plaga de peste azotó varias localidades cercanas y los remedios parecían no llegar nunca. Brahim comprobó que el asfalto curaba las enfermedades derivadas de la piel, ya que, algunas personas infectadas por la peste mojaron su cuerpo en la charca y con gran estupor vieron que sus heridas se iban marchitando. Nuestro protagonista cada vez más intrigado, supo que cuando este producto se quemaba, ardía constantemente y este fenómeno hizo que muchas personas decidieran "fumigar" sus casas de ratas, ratones, chinches y demás, que acabarían sucumbiendo al humo producido. Con este método algunas familias pensaron que eliminaban los malos espíritus portadores de enfermedades.

Pennsylvania (julio 1859)

Varias décadas después, familiares lejanos de Brahim intentaron seguir los pasos de la leyenda de su familia ligada a descubrir las incógnitas del petróleo.
Generaciones pasadas no consiguieron hacer de ella productible y en Pennsylvania se comentaba que un hombre conocido como "el Coronel Drake", excavó un pozo de 21 metros en Titusville, del que el 28 de agosto de aquel mismo año, manó el petróleo. Esto hizo que hubiese en Pennsylvania una gran fiebre por el petróleo y la tradición se mantuviera de padres a hijos hasta la fecha de hoy, teniendo pozos...........

 

 

 



Investigación progresista
Por Marta Gamarra, alumna de 3º de la ESO del IES Santa Clara. Su trabajo se basa en el libro 'Los Cometas'.

Por aquel entonces, todos ya habíamos descubierto nuestro futuro, había quien abandonaba el lugar y huía a lugares más seguros, había quien prefería encerrarse en casa junto con su familia, y había gente como yo, aventurera pero a la vez llena de miedo. Nadie sabía qué ocurriría y por ello esperábamos este momento ansiosos.

Era el año 1833, grandes astrónomos habían comunicado que pronto ocurriría algo extraño en los Estados Unidos, un acontecimiento en aquellos tiempos único. No sabían si sería para bien o para mal, pero de lo que estaban seguros era de que sería un nuevo descubrimiento en el campo de la astronomía.

En aquella época mi educación era llevada a cabo por el maestro, un anciano culto y sabio que me enseñó todo cuanto sabía sobre las carretas y la astronomía. Una noche mientras escuchábamos juntos una melancólica canción, en el porche trasero, me confesó que él sabía lo que ocurriría en pocas semanas, eso acentuó mi atención, pero él, al percatarse de ello, comenzó apaciguadamente a fumar su pipa mientras se balanceaba suavemente en su mecedora de bambú. De este modo pasó la noche el maestro, en cambio yo, vencido por el sueño, me despedía de él esperando al día siguiente poder conocer una respuesta a la incógnita.

No me consideraba un chico muy guapo pero a pesar de ello tenía una novia inmensamente bella. Había quedado con ella para comer en la playa y así lo hice, caminar y pasarnos una tarde divertida. Junto a ella las horas se me hacían infinitamente cortas.

Regresamos al pueblo, la cara de Mamen, nuestro auxiliar de hogar, me hizo sospechar que algo no iba bien. Entré en la habitación del maestro, se encontraba tumbado en la cama como horas antes le había dejado, me acerqué junto a él, no tenía vida, ¡estaba muerto!. Las lágrimas corrían por mi cara sin yo apenas darme cuenta de ello. Linda, mi novia, se acercó junto a mí, me besó y se despidió. En aquel momento prefería estar solo.

Mamen me extendió la mano, en donde poseía una carta, la abrí y comencé a leerla, se resbalaban las lágrimas en el papel y la tinta se corría mientras yo entre sollozos la leía. Un resplandor proveniente de la ventana me interrumpió la lectura. -¡Una lluvia de meteoritos! Gritaban, yo tan solo sé, que el cielo se llenó de líneas luminosas, parecía asemejarse a copos de nieve. La gente lo observaba e incluso llegaron a comentar que todas las estrellas se estaban cayendo del cielo y que el fin del mundo había llegado.
Pero cuando la lluvia cesó, las estrellas seguían en su sitio. Ninguno de estos llamados meteoritos llegó nunca al suelo.

Este hecho me llenó de admiración y por eso, junto a mi novia Linda, decidí investigar sobre este hecho. El maestro en su carta me contaba lo que minutos después ocurrió, lástima que no pudo verlo con sus propios ojos, quizá fue por ello por lo que yo Giovanni Virginio Schiaparelli, nacido en Italia pero enviado a Estados Unidos por orden y mandato de mis padres consideré este asunto.

Reuní todo la información que pude encontrar sobre las lluvias de meteoritos y mis cálculos realizados en 1860 mostraron a gran parte del mundo que las nubes de meteoritos se mueven alrededor del sol en órbitas que adoptaron forma de largas elipses (semejantes a las de las cometas). Quizá me equivoqué al pensar esto, o al pensar que existe alguna relación entre estos enjambres de meteoritos y los cometas, pero lo que sí que se, es que gracias a mis esfuerzos y después de demostrar que las Perseidas eran producidas por el cometa de Tutte, todos los astrónomos aplicaron este principio al cometa Biela, lo que estoy seguro que al maestro le gustaría saber, ya que la mitad del descubrimiento fue suyo. Su carta es una prueba de ello.




Soy un lagarto
Por Abel Rodríguez Barragán, alumno de 3ºE del IES Santa Clara. Su relato se basa en el libro 'El viaje del Beagle'.

Hola. Antes de contarles nada, permítanme que me presente: soy un lagarto marino, llamado científicamente Amblyrhychus cristatus. Vivo en la isla Albermale, perteneciente al Archipiélago de las Galápagos. Tengo una cabeza ancha y corta y unas garras fuertes de la misma longitud. Soy de color negro y no suelo andar muy rápido.

Los de mi especie, medimos entre un metro y 1,20 metros y pesamos unos 8 ó 9 kilos. Yo, en concreto, mido 102 centímetros y peso algo más de ocho kilos. Mi cola es aplanada lateralmente y mis patas, en parte se asemejan a las de los palmípedos. Acostumbro a vivir en las rocas de la costa y casi nunca se me podrá encontrar a más de diez metros de la orilla del mar hacia adentro. Eso sí, nadando me puedo alejar varios cientos de metros de la costa.

Sin embargo, no nos alimentamos de peces (¡tienen muchas espinas!), si no que comemos plantas marinas. Una de nuestras favoritas es el Ulva, una planta que crece en forma de hojas delgadas de un color verde brillante o rojo oscuro, se encuentra en el fondo del mar a cierta distancia de la costa. De vez en cuando, alguno de los nuestros se traga sin querer algún insecto pequeño, pero no suele ser lo normal. Nadamos con gran facilidad y con mucha rapidez. Nuestra técnica es imprimir al cuerpo y a la cola un movimiento ondulatorio mientras dejamos las patas inmóviles y extendidas a los lados del cuerpo. Dicen que sufrimos una anomalía con respecto a otras especies marinas, y es que cuando nos asustamos no nos echamos voluntariamente al agua.

Tenemos el defecto de que es muy fácil cogernos y muchas veces nos dejamos mejor que caer al agua y, con el susto que tenemos encima, ahogarnos solos. Eso sí, cuando nos asustamos, arrojamos por cada fosa nasal una gota de un fluido que, sinceramente, no sé muy bien para qué sirve. Las hembras tienen la costumbre de esconder muy bien los huevos, de modo que es casi imposible encontrarlo a otras especies.

Una de nuestras mayores aficiones es tumbarnos a tomar el sol sobre las rocas de la costa, ya que aquí no tenemos ningún enemigo que nos pueda molestar y en el agua, están los tiburones, por ejemplo, que suponen un grave peligro para nosotros. Por ello, cuando estamos en el agua de manera involuntaria, debemos volver a la costa cuanto antes. Nuestra época de celo suele ser en la primavera.

Bueno, tras esta breve presentación, quiero pasar ya al principal tema de esta narración. Quiero decir que los humanos son unos aprovechados y que tienen muy mala sombra. Esto lo digo a raíz de que el otro día estaba yo descansando tranquilamente en una roca cuando se me acerca un irracional de esos, me agarra por la cola y me tira varios metros mar adentro. Mi reacción fue la normal: dí media vuelta y decidí regresar a la orilla nadando cerca del fondo rápidamente. A veces, me ayudaba con las patas en el fondo del estanque donde me había arrojado. Luego, cerca de la orilla, traté de ocultarme bajo las masas de plantas marinas que allí había y esperé a que hubiera pasado el peligro. Cuando creí que ese energúmeno se había ido, salí y me volví a colocar en la roca. Desgraciadamente, ese animal seguía allí y antes de que me diera cuenta, me había vuelto a coger de la cola y me arrojó al agua de nuevo. Volví de nuevo a la costa, más que nada por los tiburones, porque si no, hubiera preferido estar lejos de aquel bestia. Entré en una hendidura de la roca y esperé otro tiempo prudencial. Luego salí y me eché en la roca de nuevo. ¿Sabéis qué pasó? Correcto. El bicho me volvió a coger de la cola y, por tercera vez, me lanzó contra el mar. ¡Qué pesado! Repitió esa misma operación siete veces más hasta que se cansó y por fin me dejó en paz.

Después de eso, decidí faltar a mi costumbre y seguirle para ver qué más diabluras cometía. Le ví como observaba con mucha atención la labor de un lagarto de tierra. Pariente nuestro, y que vive en el interior de las islas. Sus patas y cola son distintas a las nuestras, son más pequeños y cuando van caminando se paran con frecuencia para descansar. Viven en madrigueras no muy profundas. Cuando se les asusta, se ponen a correr alocadamente. El humano observaba cómo este lagarto cavaba su madriguera sin hacerle caso. Primero usó las patas delanteras y luego las traseras. Cuando tenía medio cuerpo dentro de la madriguera el bruto le tiró de la cola salvajemente.

El pobre lagarto se le quedó mirando con atención, con la cola levantada, empinado sobre sus patas delanteras, agitando repetidamente la cabeza de arriba abajo y poniendo el aspecto más malo posible. Esto lo hacen para parecer más importantes pero sé que en cuanto se les da un golpe en el costado, bajan la cola y huyen todo lo rápido que pueden. El pobre lagarto le miraba sorprendido como diciéndole, "¿Pero, qué hace? ¿Por qué diablos me tira usted de la cola?".

Pero el humano siguió haciendo de las suyas. Cuando estaba comiendo se le acercó un halcón que venía con intención de quedarse observando para ver si le daba algo para comer. Pero en vez de eso, le dio un empujón con un artilugio muy raro suyo. A más de un humano he visto yo aprovechándose de lo amigables que son los pájaros de estas islas y matándolos como diversión. A mí me da pena que se maten a estos pájaros que son exclusivos de este Archipiélago y que incluso varía su fisonomía de una isla a otra. Decidí dejar a ese loco en paz y me volví con el resto de mi especie dispuesto a contar lo que suelen hacer los humanos con una naturaleza que no está acostumbrada a ellos.