Nº27. Julio. 2001.

 

Todos los días los medios de comunicación nos mantienen informados sobre los temas más diversos. Unos nos resultan especialmente interesantes, otros aburridos, muchos incomprensibles, pero todos tiene algo en común: son el reflejo de lo bueno y lo malo que ocurre en nuestro país y en todo el mundo.
En Visto y Leído queremos que nos cuentes las noticias que más te han interesado. Pero no de cualquier manera, sino tal como tú las interpretas.



Dos alumnos del IES Santa Clara toman como base una visita a Atapuerca para inventar dos relatos en los que se produce un interesante viaje en el tiempo: Yo estuve en Atapuerca y La vida en Atapuerca. No te los pierdas.
Además, puedes encontrar numerosas historias inventadas a partir de la lectura de un libro: Mi amiga la avestruz, Mi viaje a Sudamérica, Mi gran secreto, Troquelaje con gansos, La vida de las hormigas, Diario de una mariposa, Los narvales, Salvar al tigre, Un pato llamado Lucas, Diario de una bióloga, Gaviotas, Bagdad, Investigación progresista, Soy un lagarto, La ley oculta, De la vida a la muerte, Vacaciones en el mar y Uno tras otro. Todas ellas son también de alumnos del IES Santa Clara.



 

 

 

 

 


Yo estuve en Atapuerca
Por Jaime Escobar Pérez, alumno de 1º de Bachillerato del IES Santa Clara.
Dibujos realizados por Fernando del Castillo.

Un alumno viaja con su instituto a la Sierra de Atapuerca. Durante la visita, un golpe le deja inconsciente y al despertar comprueba que ha experimentado un viaje en el tiempo, miles de años atrás ....

Hoy toca salir de la cama antes de lo normal y que conste que no es por gusto, o sí, depende de como se mire. Es porque huímos un día a la Sierra de Atapuerca por cortesía del Instituto, lo cual no incluye los gastos (sólo la idea, nuestro Instituto está pobre). Y esperemos que sea divertido, la última vez que hice una excursión similar lo más divertido fue mirar a los mayores sentados en su banco de siempre.

Desayuno, etcétera y me voy hacia aquel lugar "l" donde nos recogerá el autobús.Empieza el viaje y con ello nuestro letargo de infinitas horas en la carretera. Se hace la típica parada en un bar restaurante de camioneros y proseguimos nuestro camino. Y fin, llegamos ¡ya era hora!

Salimos del "cacharromóvil" y sin tener que esperar mucho tiempo se nos hace ir tras una amable guía, la cual nos irá contando los progresos y vivencias experimentadas en aquellos parajes, tanto por parte de los fanáticos de los huesos que allí trabajan, como por los de sus antiguos habitantes.

Si yo por mi naturaleza distraída ya me encontraba ausente, en parte, de aquel lugar y en ocasiones no atendía a las laboriosas explicaciones de la azafata, pasó algo que me hizo dejar de atender por completo. Una enorme masa golpeó mi cabeza dejándome inconsciente durante, aparentemente para mí, unos 10 minutos. Desperté entonces rodeado de una profunda oscuridad asombrosamente borrosa, la cual, al poco tiempo al recobrarme, se hizo nítida y pude vislumbrar unos rayos de luz en la lejanía. Entonces intenté levantarme y mis manos tocaron el frío fango. No cabía la más mínima duda; me encontraba en una cueva.

Me paro un momento a pensar qué diantres hago yo allí pringado en barro a temperatura de cueva y me dispongo a salir. Es entonces cuando veo las siluetas de mis compañeros y camino ya más tranquilo hacia allí. Pero al acercarme me doy cuenta de que estaba equivocado: aquellos no eran mis colegas, y si sólo fuera por eso me hubiese acercado a ellos pero, es que eran corpulentos, peludos y feos. Pensé que podrían ser "guiris" nórdicos, belgas, noruegos... pero su peculiar forma de vestir, con pieles brutas me hizo ver que de nuevo me había equivocado. Así que me escondí detrás de una roca y observé mientras esperaba el momento de poder salir de aquel lugar.

Jamás en la vida vi tipos tan feos, o si, no lo sé con certeza, salvo que estuviesen preparados para el carnaval. Sus caras eran tan grandes que parecían caretas incrustadas en una cabeza de ridículas proporciones, con los huesos superiores de las órbitas de los ojos tan salidos que cualquier mosquito podría usarlas como pista de aterrizaje; sus narices achatadas, eran similares a las de los boxeadores que han recibido mas golpes de los necesarios; además no tenían barbilla y se les juntaba la cara con la papada. En cuanto a su físico eran muy pequeños pero robustos, con una musculatura muy fuerte y notoria pero sin aparentar los nauseabundos músculos de quienes practican el culturismo, se notaba que era una musculatura totalmente útil.

Caí entonces en la cuenta de que no quede inconsciente durante 10 minutos sino... menos unos 1,9 millones de años, creo, porque nunca se me han dado bien las edades cronológicas de ningún bicho incluido el "casi hombre".

Tras esperar un par de horas salieron de la cueva casi todos los individuos de mayor edad de aquella tribu de aproximadamente 20 personas. Los demás, es decir seis niños y un adulto, se quedaron en el mismo sitio de siempre, la entrada de la cueva. Los que se fueron cogieron huesos y piedras talladas lo cual me hizo pensar que marchaban de caza. Esperé un poco más y los niños marcharon, según lo que vi, a pegarse, o lo que creo que para ellos es lo mismo, salir a jugar.

Ya sólo quedaba el adulto antes nombrado, del cual no sabría especificar su edad, porque en una persona tan extraña y distinta a nosotros, ¡cualquiera adivina cuantos años tiene! Este individuo estaba ocupado con dos pedruscos, golpeándolos entre sí para formar cantos afilados, probablemente, de la misma manera que antes lo habían hecho sus conciudadanos.

Ví que no tendría en mucho tiempo una oportunidad como esa de salir de la gruta y confié en que con el ruido del golpear entre las piedras aquel semimono, como le llamábamos a estas personas entre los amigos, no se cerciorase de mi escapada. Además contaba con la ventaja de que ni siquiera sabía que yo estaba allí. (Para más información al lector, aquel homínido se encontraba como ya dije antes a la entrada de la cueva, pero hacia la parte izquierda y mirando hacia el exterior para poder ver perfectamente el fruto de su trabajo).

Procuré no hacer ruido pero, justo en el momento más inoportuno cuando me encontraba por detrás de aquella persona, hacia el lado derecho de la gruta (para no ser visto), pisé uno de los huesos que allí había, éste se partió efectuando el correspondiente ruido. Entonces mi cuerpo se contrajo esperando la reacción instintiva de aquel individuo, pero ni se alteró. Seguí andando sin dudarlo un momento y esta vez el homínido olfateó con fuerza como si hubiese detectado mi presencia, entonces salí corriendo y pude refugiarme entre unos arbustos antes de que girase la cabeza y me viese.

Mis ojos acostumbrados hasta entonces a la penumbra de la cueva se vieron afectados fuertemente por la luz, no por ser más intensa de lo normal sino por ser un factor novedoso en aquel instante, dañó de manera notoria mi vista privándome parcialmente del sentido de la orientación. Al recobrar por completo la vista me cercioré de que los arbustos hasta los que había llegado estaban bastante más lejos de la boca de la cueva de lo que en un principio imaginaba. Tras esto observé el espléndido paisaje que yacía ante mí, vastos terrenos verdes, hermosos, vírgenes (si a esos homínidos no se les toma por personas), era todo un espectáculo.

Por otra parte estaban también las dispersas pero relativamente abundantes manadas de todo tipo de animales: cebras, leones, rinocerontes, hienas... toda una variedad de animales, incluso de aquellos que yo no me hubiese atrevido a imaginar que hubiese allí.
Mi imagen, tipo mirador, paró en una especie de senda marcada probablemente por el paso de los homínidos, los cuales casualmente venían por allí de regreso a la cueva. Les vi y les seguí con la vista. Descubrí que llevaban algo entre las manos, aparte de sus armas, algo rojizo que con el tiempo y la distancia, cada vez menor, se dió a ver como lo que eran un par de grandes liebres ensangrentadas. Poco antes de entrar a la cueva dislumbré en sus enormes y marcados rostros una agradable pero tosca, como era habitual en ellos, expresión de alegría.
Para ellos un día con esa caza debería ser como... completar el día perfecto.
Tras despellejar cuidadosamente las presas y comérselas troceándolas con sus herramientas, o mejor dicho artilugios, ya que no eran de hierro, se acostaron arropados por pieles que se pusieron a modo de mantas sobre sus vestimentas, lo cual me llevo a pensar que aquellas personillas no usaban pijama. También yo aproveché la noche para dormir ya que aquel había sido un día agotador.

Llegó un momento en el que el frío de la noche superó mi cansancio, ésto me despertó y decidí reanimarme, moverme para no helarme. Se me ocurrió acercarme a la cueva por ver lo que hacían sus habitantes, pero pronto pude comprobar que todos estaban más que dormidos.


Dientes de Gran Dolina. Homo antecessor.

Al cabo de un rato ví como se acercaba sigiloso un oso, el miedo y la intriga paralizaron mi cuerpo, el animal se adentró en la cueva y dos de los homínidos despertaron empezando a chillar, lo que despertó al resto del grupo que cogieron sus utensilios de caza como defensa, excepto el individuo que anteriormente quedó en la cueva que ni se inmutó, lo cual me dió cabida a dos opciones, o era sordo o tenía el sueño demasiado profundo. El oso se abalanzó justamente contra el individuo sordo y contra uno de sus compañeros que intentaba ayudarle. El sordo fue víctima de un zarpazo que le despertó y a la vez le hizo caer en el sueño eterno, mientras que su compañero murió poco después de un mordisco en el cuello mientras el oso lo abrazaba letalmente. El resto de la tribu ante mi sorpresa luchó valerosamente haciendo que la fiera se diese por vencida escapando sin hacerse con ninguna presa.

Cuando las cosas se calmaron, y para entonces ya estaba amaneciendo, ante mi asombro, aquellos seres trocearon a ambas víctimas con los mismos utensilios que antes, aquella misma tarde, hizo uno de los difuntos homínidos y que usaron para cazar a los conejos, y excepto por lo de las pieles hicieron lo mismo con ellos, se alimentaron de sus restos sin vida.
Aunque aquello me revolvió un poco las tripas me hizo pensar en que yo también tendría que alimentarme, así que marche para ver si conseguía algún fruto de alguna planta que llevarme a la boca.

Y fue entonces, mientras buscaba alimento, oí un ruido me volví y recibí un garrotazo de manos de alguno de aquellas... personas. Me desmayé y cuando me desperté ya estaba de vuelta en la excursión, bajo la mirada de todas aquellas personas que jamás estuvieron en Atapuerca.


 

 


La vida en Atapuerca
Por Diego Hernández Hernando, alumno de 1º de Bachillerato del IES Santa Clara de Santander.

La siguiente historia ocurre en algún lugar de la Sierra de Atapuerca en el tiempo en el que vivían los preneanderthales.

Era temprano, apenas asomaban los primeros rayos de luz por la entrada de la cueva cuando todos los miembros del grupo ya se habían levantado. Poco después, inducidos por el hambre, todos los jóvenes salieron en busca de alimento por los alrededores tanto para ellos como para sus hijos y los ancianos del grupo que apenas contaban con más de treinta años. Unas bayas y algo de carroña fue todo lo que pudieron encontrar, aunque bastaba para mantenerse un día más con vida.

A la vuelta a la cueva descubrieron que una de las ancianas del grupo no se había levantado ni mostraba el más mínimo movimiento, la balancearon una y otra vez, e incluso la restregaron un trozo de carne por la cara, pero nada, seguía sin reaccionar. Transcurrido algún tiempo se dieron cuenta de que había muerto, sin mostrar gesto alguno de tristeza aunque sí de desconcierto, cogieron el cuerpo y lo arrojaron a una oquedad cercana, ya fuera para que el cuerpo no atrajera a los leones o quizás por un sentimiento puramente humano de dejarla en un lugar tranquilo para su descanso eterno.

Volvieron a la cueva y se dispusieron a comer los restos de comida que quedaban lo que se reducía básicamente a huesos. Con ayuda de una herramienta de piedra muy afilada fueron desprendiendo pequeños pedazos de carne y, una vez que no había nada más, que rascar los golpearon hasta partirlos para poder comerse el tuétano.

Ya estaba anocheciendo y se comenzaban a escuchar los sonidos de los animales que merodeaban por el exterior de la cueva. Sintieron ganas de adentrarse más en la cueva, pero el miedo a lo que podía acecharles en aquella tremenda oscuridad les detuvo. Bien abrazados unos a otros, cubiertos por pieles y sin separarse de los huesos astillados, que bien podrían servir para defenderse, se durmieron.

Sima del elefante. Restos de lince.

Aquella noche, antes de que se despertaran, un león entró en la cueva sigilosamente y les atacó, cinco de ellos murieron antes de poder matar al animal, pero una vez muerto, en lugar de lamentarse de las heridas y sus amigos muertos, se alegraron ya que tendrían comida para varios días y nuevas pieles con las que protegerse del frío. Después del banquete y una vez despojados los cuerpos de sus ropas y herramientas los arrojaron junto con la anciana que había corrido su misma suerte el día anterior.

Cada día tenían que luchar por su vida y pasar de los treinta era realmente cuestión de suerte.