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Todos los días los medios de comunicación nos mantienen
informados sobre los temas más diversos. Unos nos resultan especialmente
interesantes, otros aburridos, muchos incomprensibles, pero todos tiene
algo en común: son el reflejo de lo bueno y lo malo que ocurre en
nuestro país y en todo el mundo.
Desde que puedo recordar, siempre he estado rodeada de animales. Sentía una satisfacción especial al encontrarme con ellos, y me daba igual a que especie pertenecieran. Tuve la suerte de vivir en una gran casa, rodeada por una inmensa finca, alrededor de la cual existían unos parajes maravillosos, verdes y frondosos, en los cuales habitaban numerosas especies de aves, mamíferos y anfibios. Cada vez que disponía de tiempo libre aprovechaba para dirigirme hacia el bosque y adentrarme en él. Allí experimentaba toda clase de reacciones y sensaciones con los animales hasta conocerlos mejor. Respecto a la Naturaleza que me rodeaba, fui yo mi propia maestra y el atrevimiento seguido por la experiencia fueron mi llave para abrir la puerta de los conocimientos sobre los animales. Me encantaba recoger animalillos y tocarlos, ayudarlos e incluso hablarlos, eran mis mejores amigos. El bosque era grande y húmedo, y cuando terminaba de atravesarlo, en línea recta, me encontraba con un hermoso lago repleto de aves. Me informé sobre aquellos seres blancos y grises, de pico anaranjado con punta negruzca y patas rojizas, y resultaron ser gansos. Hacia los gansos sentía una atracción distinta a la que sentía con el resto de los animales que me rodeaban, porque tras observarlos muchas tardes escondida tras algún matorral, me pareció que su forma de vida era parecida a la de los humanos. Por ejemplo, su pareja era siempre la misma y la forma de actuar de las familias parecía casi humana. Quizá estos pensamientos fueron fruto de mi exagerada imaginación después de tantas horas de observación, pero con el tiempo pude comprobar que no estaba equivocada con los razonamientos que tuve cuando era una niña. Mientras tanto yo seguía experimentando con otros animales, a base de observarlos durante largo tiempo. Mi familia sabía que me encantaba ir al bosque a jugar, pero no se imaginaban que lo que me atraía a él era estar cerca de los animales e investigarlos porque tenía un enorme interés por conocerlos. Descubrí la existencia de los gansos del lago cuando tenía siete años, y no supe que pertenecían a mi familia hasta que tuve diez. Mis padres se dedicaban a la ganadería y los criaban fabricar foigras, un producto muy apreciado por los amantes de la buena mesa. Cuando me enteré no pude evitar entristecerme, porque sentía mucha más pena por los gansos que por cualquier otro animal de la granja. Barnacla hawaiana. Un día decidí acercarme a ellos, hasta entonces jamás lo había hecho porque cuando era más pequeña me resultaban seres muy altos, y por lo tanto me imponían bastante. Lo que hice fue ir caminando lentamente hasta el lago y cuando estaba allí, me fui internando entre los gansos. Al principio me sentía insegura y tenía un poco de miedo porque no sabía cuál sería exactamente su reacción al verme tan cerca, pero todo resulto ser muy sencillo pues cuando quise darme cuenta, estaba acariciando el plumaje de un ganso, y comenzaron a acercarse lentamente. Disfrutaba mucho cuando me bañaba junto a ellos en el lago, y con el paso del tiempo comencé a reconocer algunos gestos, chillidos y movimientos a través de los cuales se relacionaban. Siempre que podía pasaba horas junto a los gansos, e incluso llegué a identificar a algunos. Mi relación con los animales era fabulosa y mi cariño y mis ganas de conocerlos eran enormes, así que cuando tuve la edad oportuna decidí estudiar zoología, y descubrí que lo que a mí. realmente me gustaba se conocía con el nombre de etología. Teniendo en cuenta que la zoología era mi vida, decidí realizar un experimento que resultaba muy importante para mí, y que ampliaría mis conocimientos sobre los gansos y su comportamiento social. Decidí que me haría pasar por una "oca madre" y que sería yo la encargada de criar a un grupo de crías. Resultó ser una tarea muy complicada porque debía de meterme muy bien en mi nuevo papel, e interpretar correctamente el "lenguaje de los gansos" para que estos me aceptaran entre ellos y me comprendieran. Este experimento duró dos meses y llegó un punto en el que me seguían a todas partes. Me sentía como uno más, y cuando reflexionaba profundamente sobre lo que estaba haciendo sentía que era casi increíble lo que había conseguido hacer, y esta sensación de éxito me motivó para seguir adelante en el aprendizaje sobre los gansos, y también en la relación que llevaban éstos con los animales de su entorno. Afortunadamente son aves muy accesibles, lo cual favoreció mi propósito de conseguir integrarme con ellos. Me sentía muy feliz al saber que me querían y me aceptaban, y llegué incluso a sentirme más a gusto entre ellos que entre los de mi especie, porque la nobleza de los animales es, en ocasiones, más perceptible que la de los humanos, y los gansos me veían como a cualquier otro de ellos. Ganso azul acicalándose. Mi familia se sentía orgullosa de mí y de la investigación que estaba llevando a cabo, así que me cedieron un gran número de gansos para que investigara con ellos sin limitaciones, lo cual facilitó aún más mis investigaciones y me llenó de alegría. Mi sueño se cumplió cuando el mismísimo Konrad Lorenz, el etólogo más importante que existía, me aceptó para que trabajara junto a su equipo. Esto me hizo sentir muy orgullosa por de ser la primera mujer etóloga que trabajaba con ellos, ya que una mujer desempeñando esta función era algo bastante extraño en aquellos tiempos. Junto a Lorenz realicé importantes investigaciones aprendiendo de sus experiencias, y mis mejores recuerdos son cuando los dos llevábamos a cabo el tronquelaje, pues para mí el poder camuflarme junto a los gansos ha sido siempre mi mayor pasatiempo, y aunque no puedo hablar con ellos, la relación a través de los impulsos y los instintos te hace sentir que puedes llegar a comunicarte más allá de las palabras, y producir en otros seres vivos sensaciones semejantes a las que se producen normalmente al relacionarse con los humanos. La etología es y será mi vida, es algo que tengo muy claro, y creo que no cesaré de investigar sobre los animales, pues descubrir los secretos de su comportamiento en uno de los misterios más interesantes de descifrar.
Estaba un día una hormiguita, Raquel, paseando por un parque tan contenta, cuando vio a lo lejos a una amiga que hacía mucho tiempo que no veía.... Hablaron durante mucho rato y, cuando se despidieron, quedaron en verse otro día. La vez siguiente fueron a divertirse al parque de atracciones, donde estuvieron con otras amigas. Una de las hormigas, que se llamaba Rosa, tenía un hermano mayor muy guapo y simpático (Mario), y nuestra querida amiga se enamoró perdidamente de él. Donde el chico iba, ella aparecía como por arte de magia. Nadie lo sabía, pero a Mario también le gustaba Raquel. Un día empezaron a hablar, y se hicieron muy amigos, casi inseparables. Quedaban para ir a tomar un refresco, al cine, a la playa, o a la discoteca que habían abierto un par de semanas antes. Iban a la misma escuela de preparación para que, cuando fueran mayores hicieran una carrera o trabajaran en el hormiguero de obreros. Allí, en cuanto se hacía un descanso, se buscaban para charlar. Poco a poco descubrieron sus verdaderos sentimientos, y empezaron a hacer planes de boda y pensaron en irse a vivir juntos. Llegó el momento en que debían decidir qué querían estudiar. Los dos escogieron arquitectura, porque querían diseñar un hormiguero en el que todos vivieran cómodamente, y no apretujados como les pasaba a la mayoría de las familias: al principio se tenían menos hijos, unos 500.000 por pareja, pero el gobierno promovió una campaña porque se necesitaba más población para crear un futuro mejor. El problema estaba en que si tenían más hijos necesitaban mayores sueldos y viviendas. Lo del dinero se había arreglado, pero lo de ampliar el espacio todavía se estaba estudiando, sin llegar a ninguna conclusión. En el momento en el que Raquel y Mario entraron en la universidad de la colonia, se tenían entre 4 y 5 millones por familia. Ellos también querían construir una casa bonita en la que vivirían en cuanto se independizaran, porque vivir con casi 3 millones y medio de hermanos no es precisamente el sueño de toda hormiga, o al menos no el suyo. Empezaron a hacer sus primeros croquis de su futuro hogar. Al terminar la carrera, a Raquel la contrató una empresa para diseñar un centro comercial con cines, y a Mario le ofrecieron ir a un solar lejano (estaba a casi 4 horas yendo en sus automóviles) a diseñar una refinería, pero como eso significaría estar separados durante varios meses, lo rechazó. Por suerte le salió un nuevo trabajo: el de construir una autovía por la que pasarían los 600 millones de hormigas con sus coches cada día al ir a trabajar, por lo que debería tener muchas desviaciones para que los habitantes de Hormigolandia fueran también de fin de semana a otros pequeños pueblos de los alrededores. Al terminar estos proyectos, mandaron construir su vivienda, y consiguieron un trabajo seguro y bien pagado como arquitectos de varios edificios importantes, tales como el ayuntamiento y la embajada de la nueva ciudad que pronto ocuparían las hormigas. Después decidieron casarse, e invitaron a sus familias a la boda, que en total eran aproximadamente 13 millones. Un tiempo después tuvieron su primer millón de hijos. Su casa estuvo llena de gente que quería ver a los pequeños durante sus primeros días. Raquel cogió la baja maternal para poder cuidar de sus hijos, y un poco antes de volver al trabajo, Mario hizo lo mismo, y así los bebés tendrían atenciones durante más tiempo. Pero se hicieron mayores, y tuvieron que dejar de trabajar. Sus ya crecidos 3 millones de hijos tuvieron otros tantos niños, y éstos también, y así continuamente. Como es natural, Raquel y Mario murieron, pero tuvieron la satisfacción de haber cumplido el sueño de construir gran parte de una ciudad y haber hecho felices a sus familiares, amigos y gente a la que ayudaron al diseñar sus viviendas. De esta forma ellos también fueron felices.
Cuando quise darme cuenta, estaba en el interior de una pequeña y oscura cavidad, en la que me sentía incomoda. Así que comencé a moverme para intentar salir de allí. De esta forma, el lugar eclosionó y pude ver, por fin, la luz. Arriba,
cielo azul; abajo, hierba salpicada de flores intensamente coloridas.
Salí de allí para dar un paseo y conocer esos lugares tan insólitos
para mí.
Me llamo Kíko y soy un narval. Soy el macho dominante de un grupo muy numeroso. Los narvales son mamíferos que viven en los océanos, como los delfines, las ballenas, y otros muchos cetáceos. Vivo en el Océano Artico. Nací en otro grupo diferente. Mi madre era la hembra más grande y fuerte de todas y mi padre era un enorme macho con larguísimo cuerno en la frente que sólo tenemos nosotros y que puede llegar a medir hasta tres metros. Era el jefe y a toda la manada la llevaba a los grandes bancos de kril o de pequeños peces. Cuando éramos crías, nuestras madres nos daban leche, pero a medida que pasaba el tiempo ya nos enseñaban a cazar. Al principio éramos un poco torpes pero, poco a poco, fuimos cogiendo práctica. Mis hermanos y yo nos íbamos haciendo mayores y ya nos empezaba a salir el cuerno característico. Jugábamos a peleas igual que los adultos, pero no tan violentas, practicábamos para luchar por el mando de una manada cuando fuésemos mayores. Para nuestro padre ésto representaba un problema, así que cuando ya nos podíamos valer por nosotros mismos, todos los machos jóvenes fuimos expulsados de la manada excepto nuestras madres y hermanas que se quedaron. Nos fuimos lejos del territorio de nuestro padre y todos mis hermanos y yo, que antes siempre estábamos juntos, nos separamos y no nos volvimos a ver, ni tampoco a nuestra manada. Yo estuve vagando unos años, solo por el océano; a veces me encontraba grupos de narvales, pero todavía era demasiado joven para luchar por ellos. Cuando ya tenía suficiente fuerza y un gran cuerno con el que poder luchar, me puse en busca de una manada. En una de éstas me encontré con una bastante grande y con un macho ya viejo que estaba herido por alguna pelea o por el arpón de algún cazador, muy frecuentes por esa zona. Le reté y tuvimos una pelea bastante dura, la cual gané con relativa facilidad. Ahora dirijo la mejor manada que pueda haber. Todavía me quedan muchos años de mando. Ya me han retado en varias ocasiones pero todos los que querían ocupar mi lugar han salido mal parados. Tengo todo lo que un narval puede desear.
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