El fútbol,
ese deporte conocido por todos y amado por muchos.
Todo el mundo ha chutado alguna vez un balón
o ha visto un partido, ya sea el de su hermano mayor
o el del combinado nacional. Pero lo que quiero abordar
en este artículo no es el deporte, es algo
que a mi entender es mucho más importante,
los aficionados.
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Imagen
de la película 'Hooligans' (Lexi Alexander,
2005) |
Existen muchos tipos de aficionados
de este deporte, desde los que ven solo partidos
importantes como la final del mundial o de la UCL,
sin importarles demasiado; aquellos que siguen más
o menos a un cierto equipo, que se alegran de sus
victorias y sus títulos; y ese grupo de personas
que ve todos los partidos, se compra la camiseta
cada año, conoce a todos los jugadores con
todo detalle y llora y/o se enfada amargamente cuando
pierde. Es este último grupo el que quiero
analizar.
Desde mi punto de vista no está
mal apoyar a un cierto equipo, pues todos tenemos
nuestros gustos y preferencias, y podemos opinar
que un club es mejor o peor, pues ser “mejor”
es un concepto muy relativo. Pero ¿nunca
habéis comenzado a hablar sobre un jugador,
o un equipo, criticándolo, y vuestro interlocutor
os ha respondido poco menos que ladrando? Esas personas
pertenecen al último grupo y se toman el
club en cuestión como parte de ellos o de
su familia, por lo que un insulto hacia este es,
para ellos, un insulto hacia su persona y todo lo
que ello conlleva. Por eso en ciertas ocasiones
puedes criticar a un jugador, ya sea porque ha cometido
un error, que si se lo dices a la persona adecuada
puede que acabe insultándote a ti, o incluso
algo peor.
Una cosa que me hace mucha gracia
de muchos de estos “fans” es que cuando
su equipo pierde nunca es culpa suya, siempre es
cosa del árbitro, del campo o que tenían
los astros en contra. Y, si hay un seguidor del
equipo contrario, que opina que la victoria ha sido
justa, ya puede tener medio cerebro y falta de ganas
de discutir que sino se puede armar una buena.
Pero a ver, yo puedo entender que
si tú eres uno de los jugadores y pierdes
el partido te enfades, o te desilusiones, pero ¿de
verdad va a cambiar tu vida porque unas personas
que ni siquiera conoces hayan conseguido pasar una
pelota por una línea menos veces que otros?
Bueno, en el supuesto de que hayas hecho algún
tipo de apuesta puedo entenderlo, pero en ese caso
tu enfado no debería ser contra el partido
en sí, sino contra ti por realizar dicha
apuesta, igual que alguien cuyas acciones bajan
una barbaridad no va a pegar al presidente de la
empresa.
Aunque, al fin y al cabo, tampoco
es algo tan horrible disgustarse por un partido
y jactarse de ello o dejar constancia en redes sociales;
lo digo en parte porque yo personalmente solía
hacer esto último. El verdadero problema
radica en los hooligans. Este anglicismo se refiere
a aquellos hinchas que llevan su preferencia por
un equipo hasta el extremo, convirtiéndose
esta en uno de sus signos de identidad más
importantes, y queriendo defenderlo siempre, con
violencia física en muchas ocasiones.
Porque ¿quién no
ha oído hablar del 'caso Jimmy'? Ese joven
fallecido durante una pelea entre ultras del Atlético
de Madrid y del Deportivo de la Coruña. Por
desgracia, este no es el único caso. Sí
es verdad que en España en la actualidad
no mueren muchas personas por esto, pero no por
ello las peleas son peores. Cada vez que obtengo
noticias de uno de estos conflictos me pregunto:
¿qué ganan con eso? ¿Ha cambiado
el resultado del partido? ¿Ha producido algún
bien a cualquiera de los involucrados? Y, siempre,
la respuesta es no.
Creo que he de concretar que no
estoy para nada en contra de apoyar a un equipo
y disfrutar viéndolo jugar, sino que no tiene
sentido justificar violencia con el fútbol.
Porque yo mismo veo un gran número de partidos
y me disgusto o me alegro debido a los resultados
pero no pasa de ahí. No salgo a la calle
a discutir, ni le pego un puñetazo al primero
que entra en clase celebrando la victoria del otro
equipo. Simplemente, trato de disfrutar de un deporte
a mi entender bonito, aunque ahora hay que admitir
que, muy a mi pesar, se está convirtiendo
en un negocio.