Logotipo Interaulas
Cabecera Red-acción Inicio > Cultura > Galería de arte
Reportajes
Entrevistas
Opinión
Cultura
El mundo

 

Imagen Primaria
Red-acción
Nº 117
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Viajeros con premio

Por Carlos Domosti, Marta Thomas Salcines y Marina Uriaguereca, estudiantes de 3ºESO del IES Fuente Fresnedo de Laredo.

Un medio de transporte, una maleta o mochila, un mapa, un paisaje, un desconocido amable… con estas premisas los estudiantes del IES Fuente Fresnedo crearon una historia y participaron en un concurso organizado por la Biblioteca del centro. Roma, Cádiz y la Luna son los destinos elegidos por los tres ganadores.

Una maleta, un billete, un destino....

 

CAMINO AL SUR
Por Marina Uriaguereca Feito

Lucía y yo nos acercamos a la cocina. Mi madre nos dijo que debíamos marcharnos rápidamente, pero no nos dijo dónde ni por qué. Encima de la mesa estaban nuestras mochilas: la rosa, de Lucía, y la azul, mía. Nos las dio y yo la abrí. En ella había guardado mi suéter preferido, los pantalones que más me ponía, unas gafas de sol que no m había puesto nunca y unas playeras. Mi padre nos dio dos billetes de autobús y nos dijo que fuésemos a la estación del pueblo. Los dos se despidieron con lágrimas en los ojos. Nosotros, sin saber nada, partimos hacia la estación. Fuimos andando, ninguno de los dos dijo nada durante el camino.
Una vez allí preguntamos por nuestro autobús. Una señora nos dijo que tendríamos que esperar un rato en la dársena 4, la penúltima, y que nos bajásemos en Zahara de los Atunes. Eso hicimos, fuimos a la dársena y al llegar, para nuestra sorpresa, allí estaban Mario y Laura (unos amigos nuestros). Vernos fue un alivio para todos, Lucia y Laura corrieron para abrazarse y Mario y yo nos contamos qué hacíamos allí. Ninguno de los dos sabíamos el motivo de nuestro viaje. Después de una media hora esperando llegó el bus. Como sólo llevábamos las mochilas de equipaje, no nos hizo falta dejarlas abajo. Nos pusimos atrás del todo para poder estar los cuatro juntos. Faltarían unas siete personas para llenar el autobús. Fuimos haciendo paradas, pasamos por las provincias de León, Zamora, Salamanca (en la que bajamos para comer, con el dinero de la mochila de Lucía pagamos dos bocadillos), Cáceres, Badajoz, Huelva, Sevilla y Cádiz. Laura escuchó a los de delante que estábamos haciendo la llamada 'Ruta de la Plata'.
Una de las siguientes paradas era la nuestra, Zahara de los Atunes. Al bajar del autobús, un desconocido que había venido delante nuestro en el viaje, vino donde nosotros y nos dio un plano de Zahara, dijo que nos vendría bien. De repente mi móvil sonó, era un mensaje de mamá “Jorge, cuando lleguéis preguntar por la urbanización Atlanterra, allí estarán vuestros tíos esperándoos, os quiero”. A Mario también le mandaron un mensaje, su abuela les esperaba en Atlanterra. Según el mapa no nos quedaba muy lejos. Al llegar estaban la tía Marta y el tío Santi esperándonos. Nos dijeron que íbamos a pasar unos días con ellos. Como sólo traíamos cuatro cosas, nos llevaron de compras. Me compré tres camisetas, dos pantalones, dos pares de playeras nuevas y un bañador. Después, fuimos a la playa ¡qué paisaje más bonito! Era una playa inmensa y, como era tarde, estaba anocheciendo y el sol enrojecido se escondía.
Pasó una semana y ya habíamos hecho amigos, todos los días íbamos a la playa, no fallaba ni uno. Lucía se acordaba de mamá y de papá todas las noches, por eso Marta y yo le contábamos un cuento para dormir.
Un mediodía, estábamos viendo las noticias y vimos que salía Asturias, nuestra provincia. La noticia decía que la Central Lechera Asturiana estaba en quiebra, pero había otra: Desahucio en Tineo. ¡Tineo, nuestro pueblo! Salieron los expropietarios de la vivienda desahuciada. Eran nuestros padres. Lucía se echó a llorar y a mí se me cayó alguna lágrima que otra. Tía Marta nos dijo que no pasaba nada, aunque era incierto.
Pasamos unas cuantas malas noches, sin saber qué sería de nuestros padres. Ahora nada era lo mismo, todos estábamos más serios y no podíamos pensar en otra cosa.
Al cabo de dos semanas, al tío Santi le tocó la lotería del día del padre, 15 millones de euros. Con eso compraron un piso en la urbanización y dos billetes de autobús para papá y mamá. Nos fuimos a recogerlos a la parada y fuimos a vivir a su piso. Mamá encontró trabajo en una panadería y papá en un supermercado.

 

 

TOMANDO LA LUNA JUNTOS
Por Marta Thomas Salcines


Mariano diseñaba motores para naves espaciales. Era un tipo simpático. Si alguna vez se hubiera parado a pensarlo, es probable que se hubiera sentido satisfecho con su vida. Le gustaba su trabajo y ganaba bastante dinero. Sabía que la vida sólo se disfruta si no te la tomas demasiado en serio.
Margarita era comercial en una empresa que fabricaba material tecnológico de última generación. Tenía la piel morena. Sus ojos negros observaban fijamente las cosas que la rodeaban. Margarita se tomaba en serio hasta el manual de instrucciones de la Thermomix.
Habían hablado miles de veces por teléfono, pero nunca se habían visto. Margarita no era una comercial corriente; hablaba poco y escuchaba mucho. Mariano tampoco era el cliente típico; a veces llamaba para pedir piezas o un presupuesto, y otras veces llamaba porque sí. Ella le escuchaba pacientemente intentando descubrir el objetivo de su llamada para poner en marcha la maquinaria de su gran eficiencia. Al cabo de un rato, él colgaba y ella se quedaba un rato confusa, preguntándose por qué no podía dejar de sonreír.
Un día ya no llamó más. Alguien le contó a Margarita que Mariano se había cambiado de trabajo y había emigrado a las zonas más alejadas del espacio. Y ella siguió con su vida de siempre. Atendiendo pedidos y clientes, de esos que llaman para pedir piezas, información, presupuestos…
Pero, cada noche antes de acostarse, sin saber por qué, miraba hacia las estrellas. Otras, sacaba su GPS.
Antonio odiaba el ambiente frío y la atmósfera inmóvil de la estación espacial. Ya no recordaba por qué se había dejado arrastrar comprando aquel billete de traslado hasta los extremos del Universo. Aquel lugar estaba lleno de aburrimiento.
Los primeros meses echaba de menos su vida social. Luego empezó a pensar en el viento; el aire no se movía en la estación espacial. Y con el viento se coló la nostalgia por las cosas sencillas a las que no creía haber prestado atención: El sabor del café por las mañanas, las canciones de su vecina en la ducha a través de las paredes de papel de su viejo piso, los días de lluvia… Y la voz de Margarita.
El tiempo transcurría de manera extraña en la Estación Espacial. Parecía detenerse en la inerte atmósfera. Por eso Mariano no podía asegurar a qué hora sacó de su mochila de viaje la tarjeta de la empresa donde trabajaba Margarita, y comenzó a mirar con nostalgia el número al que tantas veces había llamado cuando permanecía en la Tierra. Tampoco sabía exactamente la hora en la que descolgó el comunicador y pidió hablar con James William, del Sector 8 en Sistema Solar, Planeta Tierra.
Un amigo que pilota naves espaciales me ha contado que Mariano y Margarita viven juntos en la luna.

 

VIAJE A ROMA
Por Carlos Domosti Penas

Ya era la hora. El taxi esperaba en el portal. Repasé mentalmente mi equipaje: tres bañadores, seis calzoncillos, tres pares de calcetines, dos vaqueros, siete camisetas (soy un poco cochino), el neceser… ¿he metido el neceser?
- ¡Oh, no! Se me olvida el neceser…
De nuevo posé la maleta encima de la cama y tras abrir la cremallera metí el dichoso neceser, hecho lo cual me abalancé hacia las escaleras ya que el taxímetro corría.
Nada más meterme en la parte de atrás del coche, una bombilla se encendió en mi cabeza.
- ¡PARE! - grité despavorido.- ¡Los billetes, se me olvidan los billetes!
Subí de nuevo los cuatro pisos que me separaban de mi maravilloso y organizado viaje y tras cogerlos me volví a abalanzar sobre las escaleras.
Cuando me senté de nuevo en la parte de atrás del taxi, me percaté de que Juan, mi compañero de viaje, ya había llegado.
- Tío, - me dijo medio cabreado,- tardabas tanto que creía que te habías dormido.
Medio enfadados, llegamos al aeropuerto donde enseguida pudimos embarcar en el avión, y todavía más rápido despegó y nos llevó a nuestro destino, Roma.
Habíamos estado preparando aquel viaje durante muchos meses. Queríamos ver muchas cosas, pero sobre todo italianas y ferraris, mi pasión desde pequeño.
Tras dejar las maletas en el hotel, nos metimos en el caos circulatorio de Roma. Miraras donde miraras solo había maravill0osos monumentos e increíbles construcciones. El Coliseo se alzaba majestuoso en el centro de la ciudad y muchos turistas hacían cola para acceder a él. En las puertas, había gente vestida de soldado romano que cobraban por hacerse fotos con los turistas. Alrededor del monumento había coches que circulaban sin ningún tipo de precaución y que hacían sonar sus claxons, lo que convertía el momento en algo alucinante y caótico.
El cielo azul hacía que los arcos del Coliseo tuvieran su propia luz y los rayos de sol reflejaban en la fachada distintos tonos en las piedras.
Durante todo el día estuvimos viendo monumentos, plazas y fuentes característicos de esta bella ciudad. Solo había un problema: la cara de Juan. Decía que hacía mucho calor, que estaba agobiado y cansado de ver ruinas y fuentes… Así que nos fuimos de nuevo al hotel y tras ducharnos fuimos a cenar. Por supuesto, pizza.
Juan se estuvo quejando continuamente: de la mierda de servicio, de la tardanza en atendernos, de que las había probado mejores en España, de lo caras que eran…Total: que me cansé de sus quejas y le dije que si tan mal estaba que se largara al hotel. ¡Vaya decepción de amigo!
Cuando me quedé solo, decidí pasearme por la ciudad con la luz de las farolas, y fui a dar a una calle donde había mucha gente congregada en terrazas. Me senté en una y pedí una cañita fresca. Me sentó de maravilla. No sé si sería mi cara de felicidad, pero el caso es que dos chicas se acercaron a mí y me preguntaron si era español.. Con esto empezamos a hablar y a hacernos señas y mimo para entendernos… ¡Fue genial!. Y quedé con ellas para el día siguiente.
A partir de aquí fueron mis mejores vacaciones. No solo conocí a dos italianas guapísimas, sino que una de ellas tenía un Ferrari rojo descapotable con el que estuve paseándome por toda Roma.
Juan se lo perdió todo. Estuvo con gastroenteritis los cinco días en la cama, él decía que por culpa de la pizza. Yo creo que ya venía amargado de España, porque a mí la pizza me sentó divinamente.

 

 


SUBIR

Artistas en las aulas
Entregados los premios de las 'VIII Justas Literarias' del IES Marqués de Santillana
Escaparate de tendencias, creaciones y nuevos espacios