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Red-acción
Nº 117

CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Entregados los premios de las 'VIII Justas Literarias'

Por el equipo de redacción del IES Marqués de Santillana de Torrelavega.

Con el fin de incentivar la creatividad literaria de los alumnos de Bachillerato y ESO, se convocaron en febrero las 'VIII Justas Literarias del Marqués de Santillana', gracias al patrocinio del AMPA del centro. El jurado, compuesto por el profesorado del Departamento de Lengua Castellana y Literatura del Instituto, seleccionó a los premiados entre varios cientos de trabajos, repartidos en las distintas categorías.

Premiadas, jurado y participantes en el acto de entrega de las Justas Literarias.

La lectura de los relatos premiados y la entrega de premios tuvo lugar el 9 de mayo en el Aula Multiusos 'Demetrio Cascón', contando con la presencia de representantes del AMPA, Departamento de Lengua Castellana y restantes componentes de la comunidad educativa, así como público en general. El acto fue amenizado con las actuaciones musicales de dos estudiantes del centro educativo.

Sara Peredo (2ºESO), Candela Ruiz de Villa (2º Bach) y María Olavarría (4ºESO), las tres premiadas de izquierda a derecha.

 

1ª CATEGORÍA (1º y 2º ESO)

1er premio: 'Un ramo de flores silvestres'
Sara Peredo Calleja. IES Marqués de Santillana. ESO-E2ºC

Marcos era el típico matón de clase. Un día se metía con los empollones, otro día se metía con los bajitos, otro día con los “gafotas”… pero, sobre todo, Marcos se metía con las niñas. Les decía cosas como que no valían para nada, que no tenían cerebro… A los profesores tampoco les hacía mucho caso, siempre hacía lo que quería y no pensaba en nadie más que en sí mismo. No estudiaba, hablaba en clase y no paraba de decir tacos. Siempre se pasaba de listo, y nunca dejaba que otro fuese el centro de atención. Se creía el más guay y siempre menospreciaba a los demás.
Un día, su instituto organizó una excursión a un bosque cercano, para ver el ecosistema y las ruinas medievales que allí había. Marcos, para hacerse el duro, les dijo a sus colegas que él podría sobrevivir solo en ese bosque. Sus amigos se rieron y le dijeron cosas como “No te lo crees ni tú”, “¿Y qué más?” o “Seguro… ¡Que no!”. Marcos, rabioso, echó a correr en dirección opuesta para separarse del grupo y adentrarse en la oscuridad de los árboles. Corrió durante un buen rato, hasta que llegó a la orilla de un bonito río. Entonces paró en seco y se dispuso a mirar a su alrededor. Era un lugar precioso. Los árboles, altísimos, estaban coronados por un sombrero esmeralda que dejaba pasar algún rayo de sol, lo que hacía que pareciese un sitio mágico. El suelo, cubierto de una alfombra de hojas secas y bellotas, crujía al pasar. El río tendría unos tres metros de ancho, y sus puras y cristalinas aguas avanzaban rápidamente. Marcos se acercó a la orilla para beber, pero se resbaló con un trozo de musgo y cayó al agua de cabeza. Esta, al ir a tal velocidad, le arrastró hasta otro punto del río que él todavía no había visto.
Estaba perdido, no lograba ubicarse. Así que comenzó a andar. Después de mucho tiempo caminando, se encontró a una niña recogiendo flores. Ella levantó la cabeza y le sonrió. Tendría su misma edad, y tenía una risueña mirada gris, que alegraba su bonita cara llena de pecas. Su pelo cobrizo estaba recogido en una trenza, atada con un lazo hecho con una tira de tela violeta. Iba vestida con una falda hasta los tobillos del mismo color que el lazo, una camisa blanca y anticuada y unos zapatos raros.

- ¿A dónde os dirigís, buen hombre?- preguntó con una preciosa voz cristalina.
A Marcos le hizo gracia su forma de hablar. “¿Eres tonta, o es que todavía estás en fase de aprender a hablar?” iba a responderle. Pero lo único que salió de su boca fue:
- Me he perdido bella dama, ¿tendríais la bondad de ayudarme?
Marcos se quedó atónito por lo que acababa de decir. Sin embargo, la muchacha sonreía encantada.
- Lo siento, no puedo ayudaros. Pero puedo haceros compañía… Si vos queréis.
¿Compañía? ¿De esa niña tan rara? ¡Ni loco! Le iba a contestar “Ni lo sueñes, rarita”, pero, en vez de eso, dijo:
- ¡Me encantaría! Vuestra compañía es todo un privilegio para mí. ¿Cuál es vuestro nombre?- Pero, ¿qué le pasaba hoy? ¡Parecía tonto! Mientras tanto, la muchacha le miraba divertida. ¿Se estaría riendo de él?
- Mi nombre es Mireya, Mireya Sánchez. ¿Y el vuestro?
Oh, eso sí que no se lo iba a decir, aunque solo fuera por fastidiar: “¡¿Y a ti que te importa?!” le pensaba responder:
- Mi nombre es Marcos Francisco,- Ese era su nombre completo, pero nunca dejaba que nadie le llamase así- es un placer conoceros.
- El placer es mío, señor Marcos Francisco.- Sonrió la muchacha, para fastidio de Marcos, que quería replicarle para que no le llamara de esa forma. Sin embargo, lo que le salió por su boca fue:
- Bella dama, ¿puedo preguntaros de dónde venís?- Esto ya empezaba a estresarle.
- Vivo al lado del bosque, al Oeste.- Mireya no había perdido la sonrisa.- Y vos, ¿de dónde venís?
¿Y a ella qué le importaba? “Que te den, bicho raro” quiso decir.
- De una excursión del instituto. Me pasé de listo, y me adentré en el bosque para hacerme el duro.- Su forma de hablar le estaba sacando de quicio.
- ¡Oh! Nunca lo habría imaginado, viniendo de un chico tan encantador y amable como tú.- Eso ya era demasiado, le daban ganas de llamarle cualquier cosa.

Marcos, frustrado, comenzó a darle patadas al árbol más cercano. Le dio la primera patada, y el árbol se sacudió. Pero, a la segunda, una piña le cayó en la cabeza, poniéndolo de peor humor. Sin embargo, Mireya soltó una alegre carcajada. Luego, le dijo:
- ¿Quieres venir a recoger flores conmigo?
¿Un tipo duro como él? ¿Recogiendo flores? ¿Cuándo se había visto? Le iba a decir “Eso es de niñitas pijas, no de tipos duros como yo”. Y esa vez no se iba a equivocar…
- ¡Me encantaría! Yo de mayor quiero ser florista.
… O tal vez sí.

Mireya le sonrió, y los dos se pusieron a recoger flores. Así pasaron la mañana entera y, a mediodía, buscaron algunos frutos silvestres y se los comieron. Mireya se manejaba mejor que Marcos en el bosque. Cuando estaban paseando junto al arroyo, Marcos pisó una piedra que no estaba asegurada al terreno y estuvo a punto de caerse al agua. Cuando se puso en pie, para que no volviese a pasar, Mireya le instó a que la siguiese por un camino de piedras que servía, para los más atrevidos, como puente entre las dos orillas; y que pisase en las mismas rocas que ella. La mayoría de las piedras estaban sueltas, pero la muchacha no pisó ni una sola vez en una roca que se tambalease, ni tampoco en una que tuviese musgo y pudiera resbalar, y llegaron sanos y salvos al otro lado. Además, cuando ambos empezaron a sentir hambre, le llevó a una zona llena de árboles y arbustos repletos de rojas bayas y apetitosos frutos y le indicó cuáles se podían comer y cuáles, en cambio, eran venenosos, pues Marcos no sabía cómo diferenciarlos. Mireya era una chica muy inteligente, y también muy valiente, y el muchacho empezaba a cuestionarse sus ideas sobre las chicas. La verdad es que le caía bien la muchacha, y empezaba a acostumbrarse a hablar tan refinadamente. Después de comer, charlaron un rato al lado del río:
- Estaba muy buena la comida, ¿no crees?- dijo Mireya.
- Sí, las moras estaban deliciosas, son las mejores que he probado en toda mi vida.- Contestó Marcos.
- Es cierto, mas a mí, personalmente, me gustaron más las fresas, siempre que vengo por aquí cojo unas cuantas para comérmelas por el camino.
- Sí, las fresas también me han gustado.- Dijo Marcos, y alargó la mano para beber un poco de agua del arroyo, tras lo que se tumbó junto a su amiga a mirar las nubes, que dibujaban caprichosas formas sobre el lienzo azul del cielo.

Luego, fueron a explorar la foresta, y descubrieron una camada de oseznos durmiendo al lado de su madre. Esta percibió su presencia, se levantó y se dirigió hacia ellos. Mireya ahogó un grito, y Marcos se puso entre ella y el animal en actitud protectora. Por suerte, el oso decidió no hacerles caso, se dio media vuelta y se tumbó junto a sus cachorros. Llegaron después hasta un hermoso lago en el que se pudieron bañar, y encontraron una vieja cabaña de madera, seguramente de unos cazadores, de principios del siglo pasado, tras lo cual se dirigieron de vuelta al arroyo. Cuando empezó a anochecer, hicieron una hoguera, se comieron algunas moras que había en un zarzal cercano y, finalmente, se sentaron al pie de un gran roble a dormir.
A Marcos le despertaron unas voces: “¡Marcos!”, “¡Marcos!”… Marcos abrió los ojos, y descubrió que estaban, frente a él, mirándole expectantes, sus compañeros de clase y sus profesores.

- ¡¿Dónde estabas?! – Le dijo uno de los monitores - ¡Te hemos estado buscando!
- Bueno, Marcos, has sobrevivido, tenías razón. Aunque los profesores lo hayan chafado, has estado completamente solo durante una hora- Le dijo uno de sus amigos.

De repente, Marcos se dio cuenta. ¿Y Mireya? Además, ¿una hora? ¡Había pasado todo el día! Sin embargo, se limitó a sonreír, triunfante. Todavía quedaban un par de horas de excursión, así que prosiguieron su camino. Marcos se comportó adecuadamente, y pensó que todo habría sido un sueño. Antes de volver, los profesores les llevaron a la frontera Oeste del bosque. “Ahí es donde vivía Mireya”, se dijo Marcos. Sin embargo, no vio ninguna casa. Los profesores les llevaron a ver un cementerio medieval que estaba allí, y les permitieron ver las tumbas. Todas estaban desnudas… todas excepto una. Marcos se acercó a verla. La inscripción rezaba:
“Mireya Sánchez, 1230-1244, descanse en paz”
Un escalofrío recorrió el cuerpo del chico. Bajo la lápida había una cesta llena de flores silvestres, atadas con un lazo de tela violeta. Marcos se puso pálido. Cuando salieron del cementerio, el muchacho echó la vista atrás. Y entonces…
Allí estaba, con su alegre sonrisa, saludándole con la mano al lado de la tumba. El muchacho miró hacia delante unos instantes para no tropezarse, y se volvió a girar. Allí ya no había nadie.
Marcos no volvió a ver a Mireya, y muchas veces pensó que había sido producto de su imaginación. Pero nunca la olvidó. Y nunca más volvió a meterse con una chica, ni volvió a hacerse el duro. Y, todas las semanas, recogía flores en el bosque, iba hasta el cementerio y las dejaba al lado de una tumba, la más especial, la única que conservaba una inscripción, un nombre que designaba una vida vivida en el siglo XIII, una vida que acogía con cariño y con una alegre sonrisa las flores que un tipo duro, ocho siglos después, le regalaba…

 

2º premio: 'Carolina'
Beatriz Sánchez Villar. IES Marqués de Santillana. ESO-E2ºB

¡Plof! ¡Plof! Una a una, las gotas de agua iban chocando suavemente contra la ventana del bar, desdibujando la calle que se veía a través de ella. Eran las 7:30 de una fría y lluviosa mañana de enero, tan gris y apagada como cualquier otra. Y, como cualquier otra mañana, Carolina removía aburrida su taza de café bien cargado mientras contemplaba la lluvia caer. Carolina era una chica de 15 años, muy alta y delgada. Su espesa mata de cabello castaño rizado enmarcaba su cara ovalada, en la que destacaban dos grandes ojos oscuros y una pequeña nariz respingona. De repente, se abrió la puerta del bar y entró una joven pareja de unos veintitantos años que, tras dejar el paraguas en el paragüero, se sentó a la mesa que estaba enfrente de la de Carolina. Cuando les preguntaron que qué iban a tomar él pidió un café espresso y ella, un capuchino. Carolina había estado observando todo atentamente aunque en el fondo ya se lo sabía de memoria pues siempre se repetía la misma secuencia de cosas. Cuando ella llegaba todos los días a las 7:15, en el bar ya había dos mesas ocupadas. En una estaba un anciano de larga barba blanca y nariz aguileña que nunca había dirigido una palabra a nadie y que mataba el tiempo leyendo el periódico, y en la otra estaba sentada una señora bastante gorda con su caniche. La señora siempre se pedía una taza bien grande de chocolate con pastas, de las cuales la mitad eran para el caniche. Al poco, siempre llegaba un señor con cara de malhumorado que se sentaba en la mesa de más al fondo del bar. Tras gruñir al camarero que le sirviera un carajillo se dedicaba a lanzar miradas hurañas al resto de clientes. Carolina se había preguntado más de una vez el porqué del enfado permanente de aquel hombre. No parecía muy rico ¿tendría problemas de dinero? ¿Acaso no tenía trabajo? O a lo mejor tenía problemas con su familia. Siempre venía muy desaliñado y sin arreglar ¿Estaría enfadado con su mujer? Pero claro, todo ello no eran más que suposiciones. Además después venía siempre aquella pareja, tan jovial y alegre, tan opuesta a ese señor. Siempre se pasaban el rato riendo y comentando cosas despreocupadamente, olvidándose del resto de personas del bar. Parecían tan felices… Tras ellos llegaban al local una madre y sus dos hijos. Se sentaban en la mesa de al lado de la puerta, pues era la más grande que había. La madre pedía un café descafeinado corto de café y los niños sendos tazones de leche con Cola-Cao. Siempre llevaban algún juguete con ellos, bien un coche o bien un álbum de cromos y pasaban el rato jugando con él, gritando y riendo, aportando un poco de vida a la cafetería. Y después… A las 7:40 todos los días al bar entraba un chico de unos 16 años, alto, delgado y muy, muy guapo, o al menos eso se lo parecía a Carolina, que se había enamorado de él desde que lo vio. Siempre le miraba con disimulo mientras se sentaba a la mesa que estaba situada justo detrás de la de la pareja y pedía un café bien cargado con un par de cruasanes ¡¡justo como ella!! Le encantaba su pelo, tan negro y suave, y sus ojos castaños, que escondían una pizca de alegría. Pero, como era muy tímida, nunca se había atrevido a dirigirle la palabra. Sin embargo, aquel día pasó algo increíble. A los pocos minutos de la llegada de la madre con los niños, se abrió la puerta de la cafetería y cual fue la sorpresa de Carolina que, en vez de entrar el chico de sus sueños entró una pequeña ancianita de pelo totalmente blanco y muy encorvada que fue a sentarse en el sitio que solía ocupar el chico. Tras sacar de su bolso una revista del corazón pidió débilmente al camarero un tazón de leche fría y se enfrascó en la lectura de la revista. Carolina se quedó extrañadísima pues nunca había venido nadie nuevo a la cafetería. Sin contar con que esa anciana se había sentado justo en el sitio de su amor secreto y no había más sitios libres. Por estos pensamientos estaba vagando la mente de la joven cuando entró, esta vez sí, su chico ideal, que también se quedó bastante asombrado cuando vio que todos los sitios estaban ocupados, incluso el suyo habitual. Sin embargo, pronto tomó una decisión y a Carolina sólo le dio tiempo a sentir cómo su corazón comenzaba a latir desenfrenadamente cuando oyó un alegre:
- ¡Hola, soy Luis! ¿Oye, te importa que me siente aquí contigo? Es que los demás sitios están ocupados.
Carolina creyó que se iba a morir de vergüenza pero sacando valor de donde no lo tenía contestó con un débil:
- No, no me importa.
- Ah, gracias
- Por cierto, me llamo Carolina
Tras sentarse y pedirse su café y sus cruasanes de siempre Luis le preguntó:
- ¿Y, a qué instituto vas?
- Pues…
Y así siguieron hablando y hablando hasta que Carolina de repente se acordó de que vivía en el mundo real y que a las 8:15 entraba al instituto y tuvo que irse precipitadamente, eso sí, no sin antes apuntar el móvil de Luis.

Tímidamente los rayos de sol entran a través de la ventana del bar, iluminándolo suavemente con las primeras luces de la mañana. Son las 7:30 de una pálida mañana de principios de mayo y, como tantas otras mañanas, Carolina remueve su taza de café bien cargado mientras ve a la gente pasar a través de la ventana. Carolina es una chica de 25 años, y sigue siendo muy alta y delgada. Tiene el pelo algo más largo y oscuro, pero sus ojos siguen siendo igual de bonitos y profundos. Y ya no está sola. Está con Luis, su novio, que ahora tiene 26 años y que se ha vuelto un chico muy apuesto. Ambos estudiaron juntos la carrera de Telecomunicaciones y trabajan ahora como becarios en la Universidad Complutense de Madrid. Pero claro, ellos no son los únicos que han cambiado. La joven pareja de antes ahora es un feliz matrimonio con dos hijos que sigue siendo tan jovial como entonces. Los dos niños que antes venían con su madre ahora ya vienen solos y no son dos niños sino dos adolescentes que están empezando a descubrir los misterios de la vida. La señora gorda es ahora una mujer bastante mayor que siempre viene acompañada de su perro, que ahora es un chihuahua pues su anterior caniche murió hace tiempo. También murieron hace unos años la ancianita y el viejo cascarrabias y en su lugar ahora hay un joven despeinado y con gafas que anda con un aire algo distraído y una chica joven que siempre está escuchando música. Por su parte el señor malhumorado por fin encontró lo que necesitaba y ahora es un señor mayor bastante afable que suele dirigir amables palabras a todo el mundo. Carolina les mira a todos y sonríe, recordando cómo eran antes y también cómo era ella antes. Lo comenta con Luis y ambos ríen, recordando su primer encuentro. Pero, de repente…
- ¡Dios mío, pero si ya son las 8:15! ¡Y el metro a la universidad sale a las 8:20!
- ¡Corre, que no llegamos!
Así que a todo correr salen de la cafetería los dos, algo preocupados, pero en el fondo jóvenes y felices, con ganas de enfrentarse a un mundo que ven lleno de promesas.

 


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2ª CATEGORÍA (3º y 4º ESO)

1er premio: 'Julia'
María Olavarría Borrego. Centro Educación Castroverde. ESO-4º

Hombres y mujeres vestidos con ropa que perdió el color, rostros serios, cansados, ojerosos y serenos, vaho que escapa desde la nariz para difuminarse en el friío aire invernal. Una multitud sin esperanzas, escuchando un himno militar, esperando a que Robledales salga del balcón para recitar su discurso mensual. Termina el acontecimiento y el gentío se dispersa en silencio, pero todos esos ojos agotados que miran al suelo rezuman tristeza. Sólo se oyen las pisadas sobre la acera mojada.Nos dicen que la industria, el sector agrícola y ganadero producen más, los gráficos de los periódicos van en aumento, pero los precios cada vez son más altos y los productos en las tiendas se agotan antes. El temor de la gente les impide exigir la verdad que se merecen saber.
Subo las escaleras porque el ascensor ya no funciona. Las paredes están desconchadas, y lo que antes fue un azul celeste ahora se ha convertido en el lienzo que la humedad ha teñido de verde mohoso. En mi camino me cruzo con la chica que vive en la buhardilla. Baja las escaleras corriendo, pisando los peldaños con estridente fuerza. Nunca va a los discursos de Robledales, y aunque no es obligatoria la asistencia, la Guardia Alta hará que desaparezca por ello, pero no teme a lo que puedan hacerle. Este país necesita esa personalidad que escasea. Este país necesita alguien a así, alguien que nos inspire, que nos devuelva la fe en el mañana, con esperanza, sensible a la injusticia y que luche por una causa sincera. ¿Dónde está ese alguien?

Machaco las patatas cocidas para mezclarlas con el caldo mientras suena la sirena que señala el toque de queda. El cielo teñido de negro se lleva un día más es vano. Me despierto, y después de más de ocho horas de sueño me siento tan cansado como lo estaba antes de echarme a dormir porque mi viejo y deformado colchón no me permite descansar como es debido y mi espalda me lo recuerda con lacerante dolor. Ya vestido, desayuno lo que queda del pan duro.
Las altas chimeneas de las fábricas se diferencian sobre el cielo nublado escupiendo humo negro por el hollín y las calles se llenan de obreros vestidos con monos de trabajo grises o de un azul apagado que se dirigen a ellas y, así, me sumo a las masas.
El sudor de mi compañero, un hombre tan calvo, bajo y robusto como inculto y bruto, cae por su arrugada y grasienta frente rápidamente debido al calor que producen los hornos.
- ¡Eh, Pedro!- me grita apoyado en su pala, aprovechando para descansar brevemente -, pásame el paño.

Y sin contestar cumplo sus órdenes para que se limpie el rostro. Está orgulloso de sus hijos, de los cinco. Estoy seguro de que daría lo que fuese porque sus descendientes no tuviesen la misma vida que él, sobre todo de la pequeña aficionada a leer de ojitos cansados detrás de las gafas que anhela ser escritora. Yo también lo hacía a su edad, pero la vida se tuerce con crueldad. Termina la jornada laboral según la ensordecedora sirena. Vuelvo a casa con la paga presente en el bolsillo y no puedo evitar parar en una tienda para comprar chorizo, unas legumbres y una botella de anís, como si de alguna manera tuviese motivos por los que brindar. Vuelvo a subir las escaleras de mi edificio porque el ascensor sigue sin funcionar. Forcejeando con la llave en la cerradura de mi puerta oigo a la chica que vive en la buhardilla bajar por el ruido que producen sus zapatos. Se ha pintado los labios de rojo, que le favorece notablemente. Seguramente lo haya hecho para reunirse con el chico que esperaba tranquilamente en el portal. Le envidio. Le odio. Quiero verle en el suelo, quiero verle sangrar por la nariz al son de mis puñetazos, quiero reventar su cabeza contra el bordillo de la acera solo por saber el nombre de la chica que Vive en la buhardilla, solo por compartir la botella de anís con ella. No puedo dejar de pensar en ella. La forma en la que brilla su cabello negro cuando se suelta el moño, las pecas manchando su blanca y fina tez, la curva de sus sonrisa, sus ojos claros pero de color indefinido, el vuelo de su falda cuando anda y los movimientos delicados de sus manos. He descubierto que se llama Julia.

Y los días siguen transcurriendo con normalidad, y las noches siguen agotándose en silencio. Me despierto. Son las tres de la madrugada, y puedo identificar cuatro, o quizá cinco hombres corriendo por el edificio. Me asomo al rellano para ver lo que acontece y veo la sombra de uniforme de un soldado de manera fugaz que sigue a sus compañeros. Son de la Guardia Alta, y se dirigen hacia la buhardilla. A pesar del estridente sonido de sus pesadas botas parece que ningún vecino se ha percatado de su presencia. Sigo al pelotón que se mueve rápido y ágil, y sin haber llegado a alcanzar a los militares oigo como tiran abajo una puerta, que golpea en su caída el suelo, y los gritos de una mujer que se resiste. Es Julia. Pasan delante de mí, como si fuese un espectador invisible, los hombres uniformados agarrando con firmeza y dificultad a su presa que se resiste con movimientos bruscos y violentos y se aferra a la minima posibilidad de liberarse, y mi mirada se cruza con la de ella, rebosando una expresión que pide ayuda, pero la decepciono, pues el miedo a las represalias me paraliza.
No he vuelto a saber nada de ella, ni de las murmuraciones chismosas entre las vecinas sobre su pertenencia a la Alianza Encubierta, esa supuesta organización clandestina que conspira contra el gobierno. Nunca supe si Julia pertenecía a la Alianza o si verdaderamente existía tal… Nunca lo sabré.

 

2º premio: 'No Dreams'
Claudia Revilla Gutiérrez. Centro Educación Castroverde. ESO-3º

Si esto fuese un cuento con un final feliz comenzaría con un 'Érase una vez', pero como la vida no es un cuento, y mucho menos de hadas, empezaré por algo más importante: los colores.
Gris, el cielo era gris turbio y trae agua, no entiendo por qué el agua se representa de un azul claro y bonito si no existe, tan solo es una ilusión creada por la naturaleza para hacernos creer que el fondo marino, por ejemplo, no es negro. Pues si el cielo es gris, al igual que la fachada de mi colegio y las escaleras que llevan a mi clase, también lo es la luz de los focos y el pelo de mi profesor que acaba de llegar. Mientras saca sus libros marrones me presentaré, me llamo Erín, pero si a lo largo de la historia te identificas conmigo puedo ponerme tu nombre, me da igual que te llames Ana, Claudia o Eustaquia.
Desde pequeña me ha gustado dibujar; Haces el esquema a lápiz y todo es blanco y negro, pero utilizas lápices de colores y…¡rojo,verde, amarillo! eres capaz de poner el mundo como tu quieras. Ahora tengo que dejar de hablar porque mi profesor de matemáticas me requiere para llenar de números la pizarra verde oscuro. Odio las matemáticas, los números no me permiten ser creativa. Si tuviera que darles un color les daría el negro… no, el negro no porque su oscuridad ejerce cierta atracción, las pondría de un color indefinido, uno que te permita decir si son realmente útiles o no, en cambio las letras te permiten crear lo que quieras, son tus amigas, tu mejor arma, tu mejor defensa.
¡Vaya hombre! Justo ahora que me empiezo a expresar bien llega el cambio de clase, y con él mi “enemiga”. Es lo malo de los amigos de tus amigos, solo por eso se creen que son tus amigos. Me doy media vuelta y pongo mi mejor sonrisa irónica.
- Me estas tapando la luz -evito que se note demasiado odio.
-¿Para que quieres la luz?
-Para coger una hamaca y tomar el sol -evito responder eso y digo- para estudiar
Mira mi mesa donde tengo el libro de lengua abierto
-¿Vas a estudiar lengua?
-No, ingeniería aeronáutica-me contengo y en vez de eso digo si
Soy seca y cortante, espero que pille la indirecta y se vaya
Algo así son mis cambios de clase, pero como no quiero rallarme pasaré a la salida directamente. Si esto fuese un cuento tendría una amiga que vive al lado de mi casa y siempre volvemos juntas, pero no es así, así que despacio regreso a casa caminando por las aceras grises, ¡ja! Qué cómico que la mayoría de las cosas sean grises por culpa del ser humano. Cruzo un paso de cebra blanco y negro. Un coche pasa rápidamente a mi lado y me salpica, pero no me importa porque como dije al principio ha empezado a llover. Alzo la cabeza al cielo y veo una pequeña grieta azul en la monotonía de nubes grises que desaparece rápidamente engullida por el gris de la lluvia, parece un reflejo del ser humano y la creatividad, la realidad destrozando los sueños, ahogando esperanzas
Llego a casa y me encuentro con mis padres, explosiones de color en un lienzo en blanco, un poco de calor en la materialidad y la independencia, la gente piensa que ser independiente les hace mas fuerte, pero en el fondo simplemente es como el color azul del agua, y cuando les pasa algo están solos, no tienen nadie en quien apoyarse, asi que se hunden en el fondo marino. Cuando ya hemos pasado un rato juntos y nos hemos contado nuestras cosas del día me voy por el pasillo que, a pesar de ser blanco, me inspira calidez. Acabo de llegar a mi habitación y mi mirada se cruza con mi instrumento, una batería, para la mayoría de la gente solo son tambores que sirven para hacer ruido, pero es mucho más; el bombo tiene que ser tu pie, las baquetas los brazos y el ritmo tu aliento, cuando tocas un ritmo con un grupo de música tu eres la base donde se apoyan para tocar a la vez, unes sus melodías, pero para mi… para mi es algo más. Sus compases son mis gritos de ira o mis lagrimas de frustración, una explosión de colores en el silencio, los redobles son mi euforia, parte de mi alma oscurecida por los momentos difíciles. Necesito vaciar mi mente de todo, así que toco un rato y me desahogo. Luego me calmo y apoyo la cabeza en la pared. Detrás de la batería tengo colgados mis dibujos, pequeñas partes de mi mente, resquicios de ilusiones y sueños alegres.
Como no tengo deberes me pongo a escribir una historia, en ella puedo volar y, dicho de una manera “cursi”, todo es rosa. Las horas se me pasan volando y antes de que me dé cuenta ha oscurecido y es de noche, miro por la ventana y veo el aterciopelado cielo lleno de estrellas, no me contengo y salgo al jardín, uno de los lugares donde he vivido los minutos, las horas y los días mas felices de mi vida y empiezo a dar vueltas y a reír. Río porque mañana el cielo estará despejado y será completamente azul. Río porque las paredes de mi colegio serán blancas y luminosas. Río porque el pelo de mi profesor seguirá siendo azul. Río porque en los cambios de clase también estarán mis amigos, porqué volverá a casa corriendo para encontrarme con mis padres, mi batería, mis dibujos y mis letras. Río porque estoy viva y puedo soñar. Río porque tengo sueños que cumplir y pesadillas que matar. Río porque si quiero puedo empezar cada día con un érase una vez. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es la vida si no una historia esperando ser contada?



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3ª CATEGORÍA (Bachillerato)

1er premio: 'El Postre'
Candela Ruiz de Villa Sardón. IES ”Marqués de Santillana”. Bachillerato 2ºC

Si buscas en el diccionario la palabra arte podrás leer: "Expresión de una visión personal que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros"; pero ¿y la cocina? ¿No se le puede considerar como tal hoy en día? ¿O acaso los cocineros no crean verdaderas obras de arte? En mi opinión la respuesta es sí; perfectamente se podría comparar a Ferrán Adrià delante de sus fogones con Picasso ante su lienzo, ambos dos creadores, dos genios, dos auténticos artistas; de la misma forma que un cuadro nos puede deslumbrar con su luz y sus colores, un buen plato con su sabores y aromas, nos puede elevar hasta el cielo como tantas veces lo ha hecho aquella maravillosa escalera de acordes que salía de la guitarra de Jimmy Page.
Hace no mucho tiempo que con voz temblorosa pronunciaba estas palabras delante de mi clase, era el comienzo de una simple redacción que tuve que escribir en el instituto. Todavía recuerdo aquel día en el que todo ilusionado decía a mis compañeros que de mayor sería cocinero, nunca podré olvidar sus carcajadas acompañadas de frases como: ¿Qué piensas dedicarte a freír croquetas durante toda tu vida? En ese momento me di cuenta de dos cosas: la primera, que los que yo consideraba amigos eran simplemente unos desconocidos sin ningún respeto por los demás; y la segunda que haría todo lo posible por convertirme en un gran chef. Gracias a aquella redacción soy todo lo que soy ahora y todo lo que podré llegar a ser.
Como cada año el restaurante cierra durante unos meses para preparar el menú degustación de la nueva temporada, de su calidad dependería que La Bergamota optase a ganar la tan ansiada tercera estrella Michelín.
Aquella mañana salí volando de casa, mi vieja bici verde de nuevo me salvaba de no llegar demasiado tarde. Entré en la sala de reuniones, como siempre acelerado y tropezando con todo. Mis compañeros impolutos con sus chaquetillas de trabajo estaban ya sentados esperando a que llegara Alexandre, el chef, no tardó mucho en hacer acto de presencia. Esa mañana se le veía más serio que de costumbre, pero no era de extrañar, llevábamos ya dos meses dando forma a los platos y aunque ya habíamos sacado los entrantes, primeros y segundos nos faltaban los postres. Era lo que más tardábamos en sacar porque debía ser creativo pero a la vez con sabores y aromas armoniosos; bajo mi punto de vista es lo más importante, ya que es lo que concluye una comida y de ellos depende que te deje un dulce recuerdo, o quizás amargo, si la elección no es acertada. Todos hablaban e intercambiaban sugerencias, por un momento me abstraje del exterior y me metí en mi mundo. En mi cabeza empezaron a bullir ideas pero no eran nada claras. El chef notó que algo no iba bien, así que me llamó la atención –Dídac, le importaría compartir con todos nosotros sus pensamientos, si es que tienen algo que ver con lo que aquí se está hablando-. A Alexandre le desesperaba que hiciese eso, pero él sabía que al final la idea llegaría a mi mente y daría con la combinación perfecta, el postre perfecto.
Llegué agotado, había sido un día estresante, pero no podía dejar de pensar en el dichoso postre. Cogí un botella de vino y salí a la terraza. Mi casa era pequeña y sencilla, pero no cambiaría por nada esas vistas al Mediterráneo. Era todo lo que necesitaba. Soplaba dulcemente el viento sur, abrí el Château Latour de 1999 y me serví una copa. En un momento y sin apenas darme cuenta había llenado la mesa de papeles, libros y diarios de mis viajes, en ellos esperaba encontrar la inspiración que necesitaba, ya que siempre que viajaba anotaba mil cosas acerca de la gastronomía de los lugares que visitaba. Lo primero era encontrar el ingrediente principal, el que destacaría sobre todos los demás, podría ser una fruta exótica o algo más tradicional como los chocolates, en realidad no sabía muy bien lo que buscaba, no me convencía nada de lo que se me iba ocurriendo, porque la verdad es que la repostería, al igual que la cocina, había llegado a tal punto que parecía estar todo inventado. De pronto un soplo de aire trajo un olor a salitre, no sé por qué pero sentí la necesidad de bajar corriendo a la playa, la musa había llegado. Me di cuenta de que algo que jamás se había hecho era un postre con sabor a mar, si es cierto que los productos marinos han sido explotados hasta el extremo en la cocina, ya sea con el plancton, una de las técnicas más innovadoras, o con las algas empleadas en la llamada “cocina molecular”. Pero yo quería llegar un poco más allá, era un reto verdaderamente complicado puesto que debía encontrar la manera de integrar la sal con el dulce. No se me ocurrió manera mejor de inspirarme que darme un baño en el silencio de la noche acompañado de una enorme luna llena que me miraba fijamente. A medida que me iba sumergiendo y el agua fría rozaba mi piel acudían a mi cabeza un sinfín de posibilidades y de ingredientes, enseguida supe que lo que mejor resultaría sería un helado.
Era absolutamente perfecto, estaría hecho a partir de una base de leche y el ingrediente clave para dar el sabor a mar, la Ulva lactuca, una alga muy peculiar con un fuerte sabor pero también con ciertos matices dulces. Además, el plato se complementaría con una mousse muy ligera, casi tanto como la espuma del mar, hecha a base de chocolate blanco y lima kafir, procedente de Indonesia, la cual le aportaría su característico toque de acidez. Y, por último, llevaría un crujiente de galleta de mantequilla y sal. Ya lo tenía a punto de caramelo, nunca mejor dicho, tan solo me quedaba la presentación, así que recogí mi ropa de la arena, subí apresuradamente a casa e intentando no desaprovechar ese momento de lucidez, tal cual estaba, empapado, cogí mis acuarelas y, como si de un arquitecto se tratase, empecé a construir el diseño de mi plato: se me ocurrió inspirarle en una puesta de sol, para lo cual los todos los elementos deberían colocarse sobre un soporte oscuro, preferiblemente azul añil; el helado tendría un tono verdoso y la mousse completamente blanca. Por otra parte, el crujiente de galleta iría colocado como base simulando la arena y, dando ese toque dorado del sol en el crepúsculo, rociaría el postre con una salsa ligera de miel de Malpica.
Ya estaba todo pensado. Había costado, pero ya lo tenía. Eran las cuatro de la mañana y no podía esperar ni un minuto más, me dirigí hacia el restaurante. Por suerte no vivía muy lejos así que no tardé mucho en llegar. Era una gozada estar completamente solo en La Bergamota, así que me permití el lujo de poner algo de música y al ritmo de Vetusta Morla, mi grupo favorito, me dispuse a comenzar. Por suerte tenía todos los ingredientes necesarios a mi disposición, lo tenía tan claro que mis manos se movían al compás de mi mente. Primero el helado. Logré sin demasiadas complicaciones que quedase lo suficientemente untuoso y cremoso para que se deshiciese en la boca delicadamente. Mientras este enfriaba fui preparando la mousse y la salsa de miel y, para finalizar, la galleta, era la típica de las abuelas pero con un toque salado que potenciase el sabor a mar. Al hornearlas la cocina se inundó de un maravilloso olor que me transportó a mi infancia, cuando apenas levantaba medio metro del suelo y ya ayudaba a mi madre a preparar delicias como estas.
Recogí todo en un momento y al acabar empecé a notar el cansancio en mi cuerpo. Estaba siendo una noche agotadora. Dejé todo reposando y con las mismas me fui a casa a darme una ducha. Al cabo de una hora ya estaba de vuelta, era la primera vez que no llegaba tarde, pero estaba más nervioso que un niño la mañana de Reyes. Mis compañeros no tardaron en aparecer, yo estaba en pleno montaje del plato y ante su mirada estupefacta puse el punto final. Justo en ese momento la profunda voz del chef rompió el silencio -¿Qué está pasando aquí?- Él mismo se acercó a comprobarlo, observó detenidamente mi creación y cogiendo una cuchara la probó. Pasó el plato a mis compañeros y sin decir una palabra se dirigió hacia su despacho. Aquellos minutos de espera fueron una auténtica tortura, pero merecieron la pena. Alexandre salió y dijo: "La carta está cerrada, será el postre principal, enhorabuena". Me dieron ganas de pegar un salto y ponerme a gritar, pero como un buen profesional me mantuve en mi sitio. Dídac, el nombre por favor- preguntó, -Helado de mar-.
La temporada ha comenzado, el postre está siendo un éxito y la tercera estrella está más próxima que nunca. Sentado en la terraza reflexiono sobre todo aquello, la verdad es que a mis veinticuatro años no puedo estar más orgulloso de mis logros. Todavía me pregunto qué tal les habrá ido como médicos, abogados y demás a mis queridísimos amigos, porque la verdad es que a mí lo de freír croquetas no me está yendo nada mal.


2º premio: 'Disturbia'
Isabel Sánchez Liendo. IES ”Marqués de Santillana”. Bachillerato 1ºA

El móvil estaba sonando. ¿Qué había pasado? Me sentía desorientado… ¡Vaya dolor de cabeza! Y la musiquita no dejaba de sonar. ¿Quién demonios sería? Descolgué el aparato:
- ¿Diga?
- ¿Dónde te has metido, James? ¡Llevo media hora llamándote al fijo pero no da señal, como si lo tuvieras descolgado! ¿Qué haces? Tenemos un John Doe en la morgue y estoy seguro de que te va a interesar
Miré el teléfono. Estaba mal colgado. Qué raro… La estridente voz de Matt Gordon se metía en mi cabeza y no me dejaba pensar. ¿Dónde estaba el reloj? Las tres menos veinte de la mañana. No recordaba lo que había pasado en las últimas horas…
- ¿Hola? ¿Sigues ahí?
- ¿Eh? Sí, sí. Ahora mismo cojo el coche y voy para allá.
Colgué. Estaba seguro de qué había ocurrido…
Un mes antes…
En ese momento no había vuelta atrás. La atronadora detonación de aquel tiro sonó casi al instante. Sentí una enorme presión en mi pecho y de mi interior salió un grito de terror, de rabia. Después, no sentí nada y lo sentí todo…
De repente abrí los ojos. Era todo blanco. Escuchaba el ligero sonido del gotear de algún líquido. ¿Dónde estaba? Miré a mi alrededor y lo comprendí. Empecé a recordar…
Llevo varios años persiguiendo a un asesino. Pero no a uno cualquiera. Es el asesino más peligroso e inteligente al que me he enfrentado en mis años como policía… y eso que ya van unos cuantos, demasiados quizá. Su modus operandi es muy particular: sólo mata una vez al mes, el día 23; además, antes de matar a sus víctimas, les cose sus ojos. Nunca habíamos conseguido cogerle. De hecho, no nos habíamos ni acercado… Hasta que pude seguirle la pista y llegué a tenerle cara a cara. Incluso tuvimos una pequeña conversación. Al final hubo un contratiempo y yo salí herido. Al parecer, la policía llegó a tiempo para llevarme al hospital, pero… ¿qué fue de mi agresor?
La puerta de la habitación se abrió interrumpiendo mis pensamientos y apareció Gordon. Él era el detective que estaba conmigo en este caso. Comenzó a hacerme una pregunta detrás de otra sin darme tiempo para responder. ¡Ni que fuese un interrogatorio!
- ¿Cómo se te ocurrió ir solo a su encuentro? ¿No pensaste en las consecuencias? ¡Podrías haber acabado en el hospital con un balazo en el pecho y perdiendo la pista de ese maldito asesino! Oh, espera, que eso es exactamente lo que ha pasado. ¡Un centímetro más a la derecha y te habría dado en el corazón!
- Pero estoy vivo y estoy bien, así que deja ya de gritar, que me acabo de despertar después de… ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
- Cinco días. Al principio los médicos pensaban que no ibas a sobrevivir, pero afortunadamente estaban equivocados.
- ¿Y qué ocurrió con la víctima?
- Por desgracia no consiguió huir. Parece ser que tras el tiroteo quedaste inconsciente y tu querido asesino pudo llevar a cabo su ritual. Después escapó y alguien que había escuchado el disparo llamó a la policía. Pero la próxima vez no dejaré que eso ocurra. Si descubres alguna forma de detenerlo, será mejor que me lo digas y podremos idear un plan para atraparlo sin que haya heridos. Aunque creo que deberías relajarte y desentenderte un poco de ello.
- Llevo años detrás de él, ¡no voy a parar ahora! Aunque tenga que arriesgar mi vida más veces. ¡Quiero acabar con esto ya!
- De acuerdo, pero ahora descansa. Tengo entendido que esta noche te darán el alta y podrás dormir en tu casa. Adiós, James.
- ¡Espera! Hay algo que he de decirte. Antes de recibir el balazo, el asesino y yo tuvimos una charla. Estaba sorprendido porque había conseguido llegar hasta él (lo cual me resultó ofensivo) e inesperadamente se sinceró y me contó cuál era la causa de sus actos: cuando era pequeño, un exnovio de su hermana estaba obsesionado con ella y la acosaba. Él intentó avisar a la policía en varias ocasiones, pero el joven lo hacía todo sin dejar rastro y su hermana no tenía pruebas con las que inculparlo. Además, él era el único que sabía lo que pasaba, pero como era un niño, los agentes no le prestaron mucha atención. Al final, un día 23 acabó matándola y desde entonces él siente animadversión por los cuerpos de seguridad. Cada una de sus víctimas es un mensaje que representa la ceguera de la policía y de ahí que les cosa los ojos.
Hoy era 23. Estaba claro por qué me llamaba Matt. Había pasado un mes desde el tiroteo y el asesino volvería a cometer un crimen. Desde aquel día las cosas no han vuelto a ser las mismas. Llevaba años persiguiéndolo, ¡años! Y cuando por fin tuve mi gran oportunidad, el asunto se me fue de las manos. Estas tres semanas he estado desesperado, no podía dejar de pensar en él y cuando salí del hospital volví a seguir su rastro. Estuve actuando por mi cuenta porque mis jefes me dijeron que sería mejor que me tomase un descanso. No necesitaba descansar. ¡Había pasado demasiado tiempo buscándolo como para ponerme a descansar! Pero un nuevo asesinato era el motivo perfecto para volver a trabajar.
No tardé mucho en llegar a la morgue. Allí estaba Gordon con el forense contemplando el cadáver. En efecto, sus ojos estaban cosidos.
- ¿Es usted el detective Davidson? –me preguntó el forense
- Así es –respondí
- El patrón es el mismo: los ojos cosidos antes de morir. Según el rigor mortis, este hombre ha muerto hace unas dos horas.
- Nosotros lo encontramos hace poco menos de una hora. Nos llegó un aviso anónimo de que se había visto el cuerpo en uno de esos contenedores marítimos que hay cerca del puerto. Nadie vio al asesino. Ya sabemos que no es para nada idiota y no se dejaría ver con tanta facilidad. Y menos con lo que pasó la última vez… Además, a esa hora es muy raro que haya alguien en dicha zona del puerto.
- ¿Y habéis encontrado alguna pista que pueda indicarnos el paradero del asesino?
- Por el momento no. El cuerpo de la víctima, como siempre, no tiene huellas sin identificar. ¡Este condenado criminal es tan sagaz y escurridizo…! Así que hemos decidido rastrear el teléfono del que recibimos la alerta a ver si podemos contactar con la persona que llamó.
El móvil de Gordon empezó a sonar
- Debe ser la policía que ya ha encontrado la dirección del número –Gordon descolgó el teléfono- ¿Habéis averiguado algo? … ¡¿Cómo?! … Sí, ahora se lo digo. Gracias, Morgan.
- ¿Qué ocurre?
- Me han dicho que la dirección obtenida corresponde al número 221B de Claremont Square.
De repente, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
- ¡¿Qué?! ¿Estás seguro de que el resultado está bien?
- Sí, Morgan me ha dicho que lo han comprobado varias veces para asegurarse.
- ¡Pero eso es imposible! ¿Cómo puede haberse hecho esa llamada desde mi casa?
- No… No lo sé. ¿Qué estabas haciendo cuando te avisé para que vinieses?
- El sonido del móvil me despertó. Estaba confundido. De hecho, no recordaba lo que había hecho las últimas horas. Además el teléfono estaba descolgado. ¿Crees que yo llamaría a la policía?
- Pero, ¿cómo ibas a saber tú que había un cuerpo en el puerto?
- Tengo que contarte algo. Cuando salí del hospital, volví a investigar por mi cuenta. ¿Crees que el asesino se dio cuenta de que lo perseguía otra vez?
- Se me acaba de ocurrir algo peor… Sabemos lo vanidoso que es y que le gusta reírse de nosotros. ¿Y si fue él mismo quien avisó a la policía desde tu casa? Tras tus investigaciones, averiguaste dónde sucedería su próximo homicidio. Cuando llegaste allí, ya había matado a su víctima y te descubrió. Te drogó y te llevó a tu apartamento. Por eso no te acuerdas de nada y estabas confuso. Desde allí, telefoneó a la comisaría porque lo que él quiere es que descubramos sus cadáveres.
- ¿Y por qué, después de todo eso, me deja con vida?
- Eso no lo entiendo… Quizá cuando empecé a llamarte al móvil se fue de tu casa pensando que te despertarías… No lo sé. Pero hemos de avisar a nuestros jefes de todo esto.
Gordon y yo cogimos su coche y nos dirigimos a la oficina. Por el camino, mi compañero recibió otra llamada. Puso el altavoz.
- Morgan, James y yo estamos de camino. Se nos ha ocurrido una teoría bastante interesante.
- Déjate de teorías y escucha atentamente lo que te voy a decir. Algunos agentes han estado investigando el lugar del crimen y han encontrado el cuerpo de otra víctima. Lo hemos identificado como el exnovio de la hermana del asesino. Uno de nuestros forenses ha estado analizando el cuerpo minuciosamente. Tras el examen, ha afirmado que murió desangrado de un disparo en la cabeza. Por si fuera poco, los agentes encontraron una pistola 9 mm Parabellum, calibre que coincide con el de la bala hallada en el cuerpo. Cuando vengáis aquí, nos contáis esa teoría que se os había ocurrido. Ahora hemos mandado analizar las huellas dactilares obtenidas en la pistola.
Cuando llegamos allí, había un silencio insólito entre los agentes. Morgan nos informó de que en ese preciso instante acababan de obtener el resultado del análisis y nos lo enseñó. Matt y yo contemplamos con perplejidad el nombre que rezaba el resultado: James Davidson.

 


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