Jerusalén
ha sido desde siempre uno de los principales centros
de peregrinación para los practicantes de las
tres grandes religiones monoteístas del mundo.
Para los cristianos, esta ciudad fue el escenario
de la vida y el sacrificio de Jesucristo; para los
musulmanes, el lugar en el que Mahoma ascendió
al cielo, y para los judíos, el lugar que consideraban
como casa propia, pues allí estaba el Templo.
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Dibujo que representa
las luchas en la Primera Cruzada. |
En el siglo VII, la ciudad de Jerusalén fue
tomada por los musulmanes. Cuatrocientos años
después, los cristianos de Occidente tratarían
de recuperarla: es lo que conocemos como la Primera
Cruzada.
En el siglo XI, la Iglesia dominaba la Europa católica,
aunque su poder menguaba. En 1088 fue coronado el
Papa Urbano II. Con su recién adquirido poder
pensaba devolver la autoridad a la Iglesia católica.
No sería hasta 1095 cuando recibiría
una respuesta definitiva para su plan. Su renombrado
rival, el emperador bizantino Alexius I de Constantinopla,
solicitaba ayuda a los cristianos de Occidente contra
los musulmanes.
El Islam era la fuerza dominante en las tierras de
Oriente, y Alexius estaba perdiendo poder y autoridad,
además de tierras. Ese mismo año, los
turcos selyúcidas tomaron Jerusalén.
En noviembre de 1095, Urbano convocó el concilio
de Clermont, donde pronunció un discurso y
realizó el llamamiento, dirigido tanto a príncipes,
caballeros y clérigos como a hombres comunes.
Los principales objetivos de esta guerra sagrada satisfacían
las propias necesidades del Papa, y eran:
-Fortalecer el papado y devolver la autoridad a Roma
y a la Iglesia.
-Hacer retroceder al infiel, y, por otra parte, reivindicar
los Santos Lugares.
-Aumentar su autoridad sobre los caballeros a costa
de los señores feudales.
-Como efecto secundario, mantener alejados de Occidente
a estos caballeros.
Movidos por la fe, por la promesa de grandes riquezas
o, simplemente, por la oportunidad de conseguir lo
que ellos creían que iba a ser una vida mejor,
decenas de miles de hombres "tomaron la cruz"
y pusieron sus armas al servicio de la Iglesia.
En Otoño de 1096, ejércitos de Francia
y las zonas de la actual Alemania e Italia partieron
rumbo a Constantinopla. Tenían por delante
un viaje de más de seis mil kilómetros
hasta Jerusalén, que duraría más
de tres años.
Los ejércitos cruzados del Norte serían
liderados por el duque Godofredo de Bouillon y su
hermano Balduino, duque de Bolonia.
Durante casi seis meses el ejército de Godofredo
avanzó lentamente por Europa del Este, recorriendo
miles de kilómetros.
Ya en Constantinopla, se unieron al ejército
de Godofredo otros ejércitos cristianos de
diferentes puntos de Europa. Tenían por delante
un camino de más de mil seiscientos kilómetros
hasta Jerusalén, atravesando las tierras hostiles
de los infieles.
El avance de los cristianos era lento y había
centenares de bajas en el ejército cruzado
debidas no a las batallas, sino a las dificultades
del viaje. Sus fuerzas se veían ahora muy mermadas.
Tras meses de viaje, murió Godegilda, la esposa
del duque Balduino. Tras el entierro, Balduino, enfurecido,
se dejó llevar por la codicia y su objetivo
en la cruzada cambió por completo. Ya no le
importaba la fe (nunca le había importado,
de hecho), sino que ahora se dedicaría a buscar
y conquistar tierras para su propio enriquecimiento.
Tomó unos cientos de caballeros y se separó
del grupo principal, emprendiendo su misión
en solitario.
A ciento sesenta kilómetros al Este se encontraba
la ciudad de Edessa. Edessa era una ciudad muy rica,
situada en mitad de una región muy fértil,
y en un punto clave en las rutas comerciales. Sin
embargo, Edessa no era una ciudad musulmana, sino
cristiana, que había resistido a las invasiones
turcas.
El gobernador no era capaz de defender su ciudad.
Balduino lo haría por él, pero su ayuda
tenía un precio. A cambio de la protección
militar que el duque y sus hombres pudieran brindar
a Edessa, el gobernador debía entregarle las
llaves de la ciudad. El gobernador le aseguró
a Balduino que él sería el nuevo gobernador,
pero sólo tras su muerte. Así, lo aceptó
como hijo suyo.
Pero Balduino era un hombre muy codicioso, y no podía
esperar a la muerte natural del gobernador. Contrató
los servicios de unos asesinos que, además
de asegurarle la muerte del señor de Edessa,
le cederían la ciudad tras el asesinato.
El gobernador murió de un flechazo en el pecho
cuando intentaba huir descolgándose por una
de las murallas, tras haberse enterado de la traición.
Balduino era el nuevo señor de Edessa.
Mientras tanto, el principal ejército cruzado,
a unos doscientos kilómetros al suroeste, llegaba
a Antioquía. Ésta era una próspera
ciudad que en 1085 había sido tomada por los
musulmanes. La ciudad tenía un fuerte poder
espiritual que influía mucho en los cruzados.
Según la tradición cristiana, fue en
Antioquia donde el apóstol San Pedro construyó
la primera iglesia. Era una ciudad imponente, por
lo que no les iba a ser fácil tomarla. El gobernador
de Antioquía hizo lo que pudo para defender
su ciudad.
Los turcos hacían turnos de vigilancia día
y noche, lanzándoles aceite hirviendo, privándoles
del suministro de alimentos y de agua, quemando algunas
de las tiendas y enviando guardias durante la noche.
Tras ocho meses de sitio, los cruzados comenzaron
a desesperarse. El alimento siempre había sido
escaso pero ahora, además, tenían que
alimentar a los cristianos expulsados de Antioquia.
Como consecuencia, la peste se extendió entre
las legiones cruzadas. El ejército estaba cada
vez más mermado, y apenas quedaban ya la mitad
de los sesenta mil hombres que había partido
de Europa.
Mientras, en Antioquia, el gobernador consiguió
pedir refuerzos en las mismas narices de los cruzados,
mediante palomas mensajeras, que era un medio de comunicación
muy utilizado entre los turcos.
Dos meses después, los exploradores cristianos
informaron del ejército turco que se acercaba
a la ciudad (los refuerzos solicitados por el gobernador).
No había tiempo. Necesitaban urgentemente entrar
en la ciudad, ya que no se veían en condiciones
de vencer a un ejército.
Bohemundo encontró un punto débil en
la muralla. Un traidor que estaba dispuesto a abrirles
las puertas de la ciudad y a aliarse con los cristianos.
Los cruzados le sobornaron con la promesa de grandes
riquezas y tierras.
Hacia el amanecer, los ejércitos cruzados
escalaron las torres de armero con la ayuda de escaleras.
En cuestión de minutos entraron en la ciudad
y abrieron las puertas a todos aquellos que esperaban
fuera. Se produjo una completa masacre en el interior
de la ciudad: no perdonaron a nadie. Sin embargo,
no encontraron al gobernador; había escapado.
Un pastor les entregó a los cruzados la cabeza
del gobernador, tras haberle dado muerte cuando huía
de la ciudad. Pero no era recompensa suficiente para
los cruzados: se acercaban los refuerzos turcos. Los
asediadores se convertían ahora en asediados.
La moral era baja, y los cristianos estaban asustados.
La fe era lo único que los mantenía
activos. Rezaron por el milagro y el milagro ocurrió.
Dios se le apareció a un cruzado francés,
un humilde sacerdote. Al peregrino Pedro Bartolomé
se le había aparecido San Andrés, y
le había hablado de la lanza sangrada (la que
le fue clavada a Cristo en la Cruz), que decía
estaba enterrada en el suelo de la capilla de San
Pedro de Antioquía.
El clérigo eligió a sus propios doce
apóstoles, y los ordenó excavar en el
suelo de la iglesia. Fue el mismo Pedro quien halló
la lanza. Era un hombre astuto. Enterró él
mismo una lanza vulgar en la capilla, borrando las
huellas después.
El ejército cruzado recuperó la moral
y las ganas de luchar. Tal era la fiereza con la que
cabalgaban hacia las tropas turcas, y tal la expresión
de odio de sus demacrados rostros, que éstos
rompieron filas y huyeron. La ciudad no fue devuelta
al emperador bizantino Alexius, como así había
jurado Bohemundo. Se coronó príncipe
de Antioquía.
Cae con esta traición uno de los pilares básicos
que sostenían la Cruzada: el de luchar unidas
las Iglesias de Oriente y Occidente contra el avance
musulmán.
Finalmente, en junio de 1099, trece mil cruzados
(menos de una cuarta parte de los sesenta mil hombres
que habían salido de Europa) llegaron a las
puertas de la Ciudad Santa de Jerusalén. Unas
murallas de trece metros de altura por tres de ancho
la rodeaban y fortificaban. Para asaltarla necesitarían
escaleras y torres de asedio. Los defensores habías
arrasado todos los árboles de los alrededores,
y los cristianos enviaron grupos de búsqueda
a por madera. Ocultas en un agujero en el suelo, los
cruzados hallaron quinientas piezas de madera ya preparadas,
que eran suficientes para construir dos torres de
asedio de quince metros de altura.
El 14 de julio de 1099 se produjo el asalto final
a Jerusalén. Asediaron la ciudad por dos flancos.
Las dos torres fueron transportadas rodando, una al
noroeste y la otra al sur.
En el sur de la ciudad, los musulmanes lanzaban aceite
hirviendo a los cruzados, y acabaron prendiéndole
fuego a la torre. Ahora tan sólo quedaba una,
la del duque Godofredo, situada al noroeste. Amparados
por la oscuridad, ordenó trasladar la torre
a la parte peor defendida de la ciudad. Los musulmanes
hicieron un último intento de derribar la torre
de asedio, pero fueron rechazados por los hombres
de Godofredo, que finalmente consiguieron entrar en
Jerusalén. Los musulmanes, atemorizados, huyeron
a refugiarse en el interior de la ciudad.
Jerusalén era suya.
Persiguieron a los sarracenos hasta el Templo de
Salomón, donde mataron a todos, hombres y mujeres.
En un diámetro de ochocientos metros fueron
masacradas más de treinta mil personas, entre
cristianos, judíos y musulmanes.
Godofredo fue nombrado nuevo gobernador de Jerusalén,
ya que su fe y su devoción le impedían
ser coronado rey en la ciudad en la que había
muerto Jesucristo. Un año después moriría
en la Ciudad Santa y su hermano Balduino se convirtió
en el nuevo rey de Jerusalén.
En Europa se difundió el éxito de la
Cruzada. Pero el Papa Urbano II, que era quien había
impulsado a aquellos sesenta mil hombres a morir por
su Dios, no llegó a saber que Jerusalén,
por primera vez en cuatrocientos años, volvía
a estar en manos cristianas.
Sin embargo, la gloria de la conquista no duraría
mucho, y los cruzados pronto quedarían con
la miel en los labios. Los musulmanes comenzaban a
armar un poderoso ejército que no tardaría
mucho en atacar, unificado bajo el mando de uno de
los mayores guerreros de Tierra Santa: Saladino.
Pero este fragmento ya pertenece a otra historia
y os la contaré otro día…
Bibliografía:
-'Las Guerras de Dios', de Christopher Tyerman.
-'El viaje prodigioso', de Manuel Leguineche y Mª
Antonia Velasco.
-'La Media Luna y la Cruz' (documentales 1 y 2 de
4), de History Channel.
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