En el Taller
de Prensa Escrita propusimos una actividad titulada
'Error 404', en la que los alumnos debían escribir
una historia en la que se narrase un contratiempo
ocasionado por un aparatejo. A veces la lucha con
la tecnología o un artilugio muy moderno nos
genera situaciones embarazosas cuando menos nos conviene.
En estos casos, conviene reírse.
Parecía una tarde normal, pero no lo era. Para
Felisa era muy especial, sus cuatro amigas estaban
a punto de llegar a casa para tomar un cafetín
todas juntas y pasar un rato agradable. Por fin había
podido comprar la cafetera que tanto deseaba, ya que
sus compañeras de café continuamente
le tomaban el pelo por seguir haciéndolo en
su vieja cafetera italiana.
Había ido pronto por la mañana a esos
grandes almacenes tan famosos, a ver marcas y modelos
que se anuncian en la tele. Era preciosa, automática,
roja. Lo único que no la convencía era
que tenía dificultad para decir el nombre pero
después darse cuenta de que era una gran compra
y la máquina perfecta para hacer un buen café,
se decidió… No importaba que dedicase
a ese fin la cuarta parte de la pensión porque
el esfuerzo bien valía la pena… Sería
la envidia de sus contertulias…
Se sentaron alrededor de la mesa camilla y cuando
todas vieron la nueva cafetera comenzaron a aplaudir
a Felisa, quien casi había crecido cinco centímetros
por la satisfacción. Bueno, todas menos Matilde,
que siempre fue un poco envidiosilla.
“Pues nada, a preparar el cafetín”
-dijo Felisa-. “He comprado descafeinado especial
con aroma del trópico. Os va a encantar”.
Y dicho esto, y sin leer las instrucciones, llenó
el depósito con agua mineral y como eran cinco
introdujo dentro cinco cápsulas, una para cada
una. Dio al interruptor y, pasados cinco minutos,
allí no salía nada y comenzaba a oler
un poquitín a quemado.
De repente, una explosión las dejó sin
palabras. “¡¡BOOM!!” y todo
el saloncito se tiñó de café
y parecía que ellas hubiesen salido de la mismísima
mina.
Felisa comenzó a llorar amargamente y cuando
vio que sus amigas no podían parar de reírse,
su llanto ya no fue de pena sino de emoción.
“Llaman al timbre”— dijo Matilde.
Y en cuanto abrió la puerta se encontró
al mismísimo George Clooney, que como si de
un anuncio se tratara, se ofreció amablemente
a ayudarlas a limpiar todo el estropicio.
Y terminaron la tarde jugando un dominó y tomando
un rico café de su vieja cafetera italiana.
Ana Narganes Henares
Estaba toda ilusionada, pues mis hijos me habían
regalado un robot aspirador de ultimísima generación.
Solo tenía que darle instrucciones y lo hacía
todo. ¡No me lo podía creer! Así
que hice una prueba en presencia de mis tres hijos
y el técnico que había venido a reprogramarle.
Le di las instrucciones pertinentes y salió
como un cohete hacia la galería y mitad del
salón dejándolo en pocos minutos hasta
con brillo. Me quedé asombrada, pero…
y ¿con las escaleras qué pasa? Si le
dejo arriba a lo mejor se me suicida. El técnico,
muy amable él y con mucha paciencia, me dijo:
“no se preocupe por nada, señora. Que
este aparato está dotado con lo mejor de lo
mejor, y puede subir y bajar escaleras, como un jovenzuelo.
¡Ah! Que se me olvida decirle: solo le tiene
que recargar las bolsas cuando vea que quedan pocas,
ya que recoge la basura, la deposita en ellas y las
deja en el lugar que usted le diga. Como verá,
él solo se recarga y si usted tira o se le
cae algo al suelo sale rápidamente de su cargador
y se lo recoge”.
Bueno pues este aparato llegó a mi casa un
jueves y el viernes era el día de chicas, o
sea, que me iba a comer con las amigas. Muy contenta
le di las oportunas instrucciones, diciéndole
que las bolsas de basura me las depositara a la puerta
de la cocina.
Me fui encantada, durante la comida le hablé
a mis amigas del magnífico aparatos, todas
quisieron venir a casa a verlo, y así lo hicimos.
Os podéis imaginar cuál fue el asunto
estrella de ese encuentro. No me malinterpreten, la
larga enumeración de virtudes del robot aspirador,
qué digo robot, galán funcional multiusos
de tecnología punta, era tan solo por darles
un poco de envidia a mis contertulias. Yo hablaba
por hablar. De las dos horas, él se vio protagonista
de mi relato solo en ochenta minutos.
A mi regreso, abrí la puerta principal y toda
la planta estaba inmaculada, pero a él se le
oía trastear en el piso de arriba. Como un
zumbido, subimos apresuradamente y… ¡Horror!
La segunda planta era un caos, todo el rollo de papel
del baño estaba triturado, los flecos de las
alfombras de las habitaciones estaban cual pollos
desplumados y, por si no fuera poco, la colcha edredón
de mi habitación estaba roída por los
laterales, los cordones de las playeras de mis hijos
triturados, una corbata, de las caras, de mi marido
estaba hecha jirones… En fin un caos total.
Se había quedado sin bolsas, y a pesar de recoger
una y otra vez, lo vomitaba. Con asombro, pudimos
contemplar cómo bajaba las escaleras, se recargaba
en pocos segundos y volvía a subir. El aparato
quería corregir aquel desastre pero todo era
inútil; cada vez los trocitos eran más
pequeños y el caos era supino.
Le di al botón de urgencia y al pararse, cogí
la caja y con la misma se lo devolví al tendero.
Él se quedó asombrado pues todos sus
clientes estabas encantados. Le di cuenta de lo que
había pasado y me dijo: “quédeselo
que se lo reprogramamos”.
No quise volver a saber nada de él y volví
a mi antiguo aspirador. Al menos a este lo manejaba
yo.
Aurora Rodríguez
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