Ésta
es la iniciativa que la profesora de Biología
de Bachillerato del centro, Heidi Rodríguez,
ha tenido para la recuperación de un terreno
en desuso desde hace años, situado junto a
las aulas del Colegio Nuestra Señora de la
Paz.
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Los pequeños
colaboran en la plantación de hortalizas
en el huerto del colegio, mientras los mayores
disfrutamos como enanos ayudándolos
en su tarea. |
Todo comenzó el pasado año.
Hasta entonces, todo el que pasaba por el pasillo
lo hacía para ir a clase o al baño,
algunos sin saber siquiera que al final de ese pasillo
había una parcela inutilizada y llena de malas
hierbas y mucho menos que esa parcela podría
ser de provecho para alguna actividad. Sin embargo,
ahora, lo que empezó como una idea ha acabado
convirtiéndose en el instrumento de colaboración
entre los niños de Infantil y los alumnos mayores,
inyectando una dosis de vida y convivencia en el colegio.
Son los niños pequeños,
ayudados por niños grandes, los que plantan
lechugas y cebollas y recogen el cariño e ilusión
de todos de los miembros de la comunidad educativa.
Cada semana que pasa, los niños están
más concienciados con el respeto y cuidado
del medio ambiente. Lo aprenden poco a poco, sin enterarse,
jugando. Los mayores, mientras, aprendemos de ellos,
viendo con orgullo cómo entre todos podemos
contribuir en la construcción de un mundo un
poco más verde, aunque sea en el simple patio
de un colegio.
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Cada semana
que pasa, los niños están más
concienciados con el respeto y cuidado del medio
ambiente. Lo aprenden poco a poco, sin enterarse,
jugando. |
Todo el mundo parece haber olvidado ya que el terreno
fue usado incluso como vertedero. La basura y el desorden
han dado paso a una estampa llena de dulzura, salpicada
de encanto y armonía. Niños correteando
entre los cultivos, jugando con la tierra, asimilando
sin querer la importancia de proteger y velar por
el medio ambiente. Al mismo tiempo, nosotros nos deleitamos
con el milagro de la vida, tanto humana, representada
en estos pequeños llenos de ilusión,
como en las hojitas que comienzan a brotar ya de nuestro
huerto.
Es nuestro pequeño grano de arena: un puñado
de niños que, cuando crezcan, quizás
recuerden con cariño esta pequeña experiencia
y sean conscientes del incalculable valor de cada
trocito de tierra que pisamos. Plantando semillas
en este pequeño huerto se siembran también
las raíces de una mentalidad abierta y amiga
de la naturaleza, la base de un cambio en nuestra
forma de ver el mundo que nos rodea.

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