El IES Las
Llamas ha celebrado recientemente la XX edición
de su Concurso Literario, que culminó con la
entrega de premios coincidiendo con el Día
del Libro. A continuación puedes leer los trabajos
premiados en la categoría Narrativa Nivel II.
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Taj Mahal, monumento construido en India
en el siglo XVII.
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NARRATIVA NIVEL II / PRIMER PREMIO
'MEMORIAS DE LA INDIA'
Por Ana Domostegui Fernández, 2ºE Bachillerato
"De mi país y mi familia poco tengo
que contar, el trato injusto y el paso de los años
me alejaron de uno y me distanciaron de la otra".
Quiero que quede claro que con este testimonio, con
estas palabras que voy a contar, no quiero hacer sentir
pena ni compasión a nadie, pues que haya acabado
aquí no ha sido más que la consecuencia
de mi ignorancia, de no ser capaz de ver las cosas
a tiempo, de mis ganas por acabar con mi propia vida,
de mis ansias de ser libre... unas ansias que me han
llevado a no ver más allá de los barrotes
que atraviesan la oscura y mugrienta pared de esta
habitación donde cada día que pasa veo
donde me han llevado mis ansias de libertad, en un
constante encierro del que aún espero que alguien
me rescate y mientras no puedo sino confesar mis pecados,
la verdad, el porque he acabado aquí, lo que
ocurrió realmente.
Empezaré contando lo feliz que solía
ser cuando era pequeña. Recuerdo que cada mañana
me levantaba temprano, con el primer rayo de sol,
y acudía corriendo hacia ella. Juntas cada
mañana recogíamos las especias y yo
aprendía viéndola tejer finas y delicadas
sedas; probablemente, esa fue la época más
feliz de mi vida.
Comencé a crecer y pronto mi madre me enseñó
a mí. Me decía que estaba muy orgullosa
de mí y cada día me regalaba una sonrisa.
Pero él, él parecía no estar
nunca contento. Recuerdo los días que íbamos
a la ciudad, no paraba de quejarse, de decir que necesitaba
alguien útil en su tienda y no a los despojos
que tenía ante él.
Por aquel entonces yo no lo entendía, pero
podéis imaginar la desesperación de
un padre que sólo tiene una hija y que cada
día se ve obligado a enfrentarse a la miseria,
a la pobreza de los mercados de la India para intentar
sacar a su familia de ese agujero, aún sabiendo
que lo más seguro es que acabe por devorarte.
Seguramente habrás visto alguna vez imágenes,
pero yo quiero que trates de sentir lo que es eso,
el no tener nada o aún peor, que tu hija y
tu mujer sean lo único que tienes en un mundo
donde las mujeres son tratadas peor que los perros.
Por aquel entonces yo tenía unos 12 años
y no me gustaba mi padre, siempre traía la
misma cara a casa y odiaba cuando nos llevaba a mi
madre y a mí a aquella sucia calle donde la
gente no quería comprar las cosas de nuestra
tienda sino que se las regalásemos. Una vez,
un hombre cogió a mi madre y amenazó
a mi padre con matarla sino le daba todo el dinero
que tenía. Aún puedo sentir el miedo
que pasé, empecé a llorar asustada,
mientras aquel hombre pedía a gritos que le
diésemos nuestro dinero. Mi padre le dio el
dinero y le pidió que se largase pero yo no
podía dejar de llorar, mi madre estaba perfectamente
pero yo no podía dejar de pensar que hubiese
pasado si la hubiese matado de verdad. Fue entonces
cuando recibí el primer golpe de mi vida, el
golpe a partir del cual abrí los ojos a un
mundo que no volvió a sonreírme nunca
más.
A partir de ese día supe que no podría
derramar una lágrima más, pues la paliza
que mi padre me propinó acompañada de
frases como “¡cállate ya!”,
“¡por tu culpa tu madre casi muere!”
o “¡ya estoy harto de ti, tu vida
no vale nada!” me hicieron descartar esta
posibilidad.
Durante tres años continué bajando
a los suburbios de la horrible ciudad de Delhi pero
nunca más volví a hablarme con mi padre,
si bien tengo que exceptuar una vez, el día
que finalmente murió mi madre.
No os he contado que además de vivir en un
país lleno de pobreza, vivía en un país
donde las enfermedades y las plagas eran el primer
caso de muerte y la falta de higiene hacía
que cada día la gente muriera tirada en el
suelo. Yo era testigo de todo aquello: ante mis ojos
veía los cadáveres de la gente y cómo
podían pasar días hasta que este era
retirado de la calle. Y por desgracia, mi madre tampoco
se libró, un día comenzó a enfermar
de una fiebre muy alta y cada pocas horas le daban
espasmos, acompañados muchas veces de fuertes
vómitos. Los escalofríos que tenía
eran constantes y las fiebres comenzaron a ser cada
vez más altas. Yo ya había visto a mucha
gente morir frente a mí y me temía lo
peor. Y así fue, a los pocos meses la vida
de mi madre acabó, consumida por la malaria.
El día que mi madre inhaló su último
aliento fue el mismo en que mi padre me dijo sus últimas
palabras hacia mi: "sino te portas bien acabarás
como ella".
Yo seguía sin entender nada de nada, pero
decidí que me portaría bien por si acaso.
Traté de llenar el hueco de mi madre en todo
lo que pude y nunca volví a protestar por ir
a esa espantosa ciudad.
Escribiendo estas frases me doy cuenta de que apenas
recuerdo la cara de mi madre, sé que me decían
que me parecía a ella, pero que era fuerte
como mi padre; aunque ahora les contestaría
que se equivocan, que no me parezco a mi padre, yo
no soy fuerte, pero mi padre, mi padre fue el más
cobarde de todos el día que él vino
a por mí.
Ya sé que todavía no os he hablado
de él, estaba pensando cómo ponerme
a hacerlo, como describirle, pero cada una de las
palabras que utilizaré seguirán contradiciendo
a la anterior.
El día que llegó al mercado, a nuestro
puesto, creo que algo se accionó en mí.
Si bien no era raro ver de vez en cuando algún
americano paseándose por los suburbios, cuando
llegó él, para mí fue como si
nunca hubiese visto ninguno antes. Puedo asegurar
que nunca he olvidado la primera vez que le vi y que
aún ahora cada vez que le veo no puedo respirar
tranquila. Fue una mirada que quedó clavada
en mí con sangre, sus ojos azules y profundos
me hechizaron y aunque puede que lo que ahora sienta
por él es odio, creo que no podría vivir
sabiendo que esos ojos han desaparecido de esta vida.
Pero no sólo yo fui la que quedó hechizada
de él ese día, hasta mi padre dejó
su trabajo de lado durante un momento. Su figura alta,
su aspecto de adinerado, su cabello rubio y su tez
morena llamaban la atención de todos los que
le rodeaban y no hacían más que acelerar
cada latido de mi corazón.
De pronto sus ojos se posaron sobre los míos,
nunca podré llegar siquiera a averiguar lo
que se le pasó por la cabeza cuando me vio,
pero lo cierto es que se acercó hasta nuestro
puesto y comenzó a estudiar con interés
lo que vendíamos mi padre y yo, o eso era lo
que creía. Cuando mi padre se dio cuenta comenzó
a hablar con él, parecía bastante interesado,
pero sus conversaciones no eran de mi incumbencia
así que me alejé un poco, eso sí
intenté escuchar las palabras que intercambiaban:
- No creo que eso sea posible- oí
decir a mi padre con un nerviosismo fuera de lo habitual.
- Vamos seguro que esto lo vale- le respondió
él con voz tranquila. En ese momento mi padre
bajó la cabeza y asintió y él
se acercó a mí, me cogió suavemente
del brazo y me dijo con una sonrisa encantadora -Vamos
a ir a un sitio muy bonito- Y yo sólo
fui capaz de mirar a mi padre sin entender nada, ni
siquiera le pregunté si él no venía,
por que en aquel momento estaba hipnotizada, no sabía
donde iba pero creía estar segura de que sería
un lugar maravilloso mientras fuese con él,
pero lo que no sabía era que lo que mi padre
le había vendido no era sino mi propia vida,
por un precio que nunca llegaré a saber, pero
que estoy segura que no fue nada en comparación
de lo que más adelante llegaría a tener
entre mis manos, eso sí a cambió de
mi inocencia, de mi libertad y de mi pasado.
Ahora 12.000 Kilómetros me separan de mis
recuerdos, de todo lo que dejé allí,
en Delhi, donde murió la niña que yo
era, la Naia que trabajaba en un mercado junto a su
padre. Durante una semana permanecí encerrada
en una habitación oscura esperando a que él
volviese para llevarme a aquel lugar bonito. Creía
que no volvería a por mí hasta que un
rayo de luz atravesó la habitación donde
me hallaba trayéndole consigo, volví
a sentirme protegida y llena de esperanza. Le seguí,
subimos a un coche y me llevó directamente
a una avioneta, donde sin decirme nada me empujó
a la zona de carga y cerró la puerta. Otra
vez oscuridad, otra vez se iba... poco a poco comenzaba
a entender que las cosas no iban a ser tan bonitas
como me aseguró, que toda su sonrisa, todo
él, era una mentira, una farsa, que había
encontrado una puerta dentro del hoyo en el que había
vivido hasta ese momento, pero que probablemente no
me conduciría a donde yo imaginaba. Pero no
cayó lágrima alguna, porque ya no había
nada por lo que llorar, solo quería dormir,
dormir profundamente... sin embargo, el sueño
acabó y desperté de nuevo con la luz
del sol. Aunque en ese momento no sabía cuanto
tiempo había pasado, había estado durmiendo
durante todo un día, y cuando conseguí
abrir los ojos de nuevo descubrí un mundo en
el que no había estado nunca, edificios enormes
de los que solo había oído hablar, coches
que plagaban unas carreteras perfectamente asfaltadas,
gente que salía de todas partes y que se amontonaba
por las largas calles, había llegado, como
descubrí días más tarde, a Nueva
York.
Pero ese día no pude descubrir mucho sobre
aquel nuevo mundo que debería haber sido el
mundo bonito que él me había prometido,
directamente me subió a una furgoneta y él
se montó en una moto que se encontraba justo
al lado. Tras una hora en la que no oí más
que el de ruedas sobre el asfalto y rugido del motor
de la furgoneta, este cesó. Un hombre me empujó
hacia una puerta que se encontraba a un nivel más
bajo del de la calle y al entrar me ordenó
que siguiese a una chica. Ella me condujo escaleras
abajo hacia una habitación y cuando encendió
la luz descubrí por primera vez el sitio "bonito".
Estaba en un cuarto en el que solo había camas
y en ellas yacían los cuerpos de 10 chicas
que tendrían más o menos mi edad.
- La tuya es la del fondo. Quítate todas
tus cosas y ponte esto- me dijo la chica.
- ¿Dónde estoy?
- Chsss. Mira sé que acabas de llegar
pero es mejor que no hables y hagas caso a todo lo
que te digan, ¿vale? Sobre todo, ten mucho
cuidado con Pávlov, él es... bueno da
igual haz lo que te he dicho. Por cierto soy Veronika.
- ¿Quién, quién es Pávlov?
y ¿por qué estáis aquí
metidas? – pregunté. Su fría
mirada se clavó en la mía, y solamente
respondió:
- Él, él es Pávlov, Daniel
Pávlov... - de pronto alcé la vista
y volví a verle de nuevo, así que el
hombre que me había traído hasta este
lugar era ese tal Pávlov, el hombre del que
aunque todavía no lo sabía me había
enamorado, la persona más fría y despiadada
que nunca había conocido y que ahora estaba
frente a mí. Me miró y me hundí
de nuevo en sus ojos fascinada, quise preguntarle
que hacía allí, porqué me había
llevado hasta allí, pero reparé en lo
que me había dicho esa chica, Veronika, y me
callé; aunque estoy segura de que de no haberme
dicho nada no hubiese sido capaz de decir ni una sola
palabra.
- ¿Cómo te llamas?
- Na... Naia - le respondí.
- Vale, Naia quiero que te olvides de dónde
vienes, desde que has entrado por esta puerta, a partir
de ahora permanecerás aquí y no saldrás
y si intentas escapar... - paró unos segundos
mientras vi como esbozaba una sonrisa-. Bueno
dudo siquiera que esa idea llegué a pasarse
por tu cabeza. Veronika, quiero que esté lista
para esta noche.
Miré a Veronika y vi como estaba apunto de
decir algo, pero se calló y asintió
en silencio. Él volvió a mirarme y dijo
"hoy vas a descubrir para qué te he
traído aquí".
Sonrió y sin mayor explicación me dio
la espalda y salió de la habitación.
Mi mente volvió a pensar con claridad y por
primera vez desde que abandoné Delhi sentí
pánico, sentí miedo, sentí todo
mi cuerpo temblar y aunque no sabía todavía
que me esperaba aquella noche, supe de inmediato que
a partir de entonces mi vida ya no me pertenecía,
que estaba en manos de aquel hombre y que no iba a
poder recuperarla.
Supongo que ya no siento el miedo, no siento el frío,
el dolor; ni siquiera el vacío cuando vendes
tu cuerpo en manos de otro. Esa noche me llevaron
a un local junto con Veronika y otras chicas y cada
una entró a la habitación con un hombre.
No recuerdo como volví de nuevo a mi habitación,
fue un infierno del que supongo esperaba poder salir.
Pero hubo más y cada noche se repetía,
tu cuerpo muerto, tu alma vacía. Algunas de
las chicas que allí conocí no pudieron
aguantar y muchas de ellas acabaron con sus propias
vidas y yo… yo hubiese hecho lo mismo, porque
mi vida poco me importaba ya, de no ser por Veronika
que cada noche me abrazaba hasta que lograba dormir.
¿Cuándo supe que ese hombre no era más
que el jefe de una gran mafia de tráfico humano?
No lo sé. ¿Cuándo supe que si
intentaba escapar, él me mataría? No
lo sé. Pero yo no era nadie en ese mundo, mi
nombre no significaba nada y Veronika no iba a dejarme
tranquila, no iba a dejarme descansar para siempre,
así que no tuve más remedio que buscar
algo que hiciese que mi mente huyese por unas horas
de aquel horrible lugar y una noche, ya con 17 años,
me incliné sobre el lavabo y esnifé
por primera vez lo que muchos llaman cocaína.
Quizás ahora comprendáis en el torbellino
en el que vivía, cada noche en los baños
de las casas donde íbamos me metía una
o dos rayas y así conseguía simplemente
no pensar, no sentirme un simple objeto en manos de
una bestia y mientras, muchas chicas seguían
viniendo y muchas otras... desapareciendo. Pero a
mí solo me importaba Veronika, quien se había
convertido en la persona más importante para
mí, y Pávlov. Él, por aquel entonces,
me había dejado al mando de las demás
chicas y confiaba bastante en mí, porque mi
mirada hacia él había cambiado, seguía
perturbándome sí, pero las drogas que
me consumían durante la mayor parte del día
hacían que fuese inapreciable. Así que
ahora además trabajaba directamente para él.
Si os preguntáis si alguna vez ocurrió
algo entre nosotros, la respuesta es no. Él
nunca me quiso, nunca sintió nada especial
por mí, yo no valía más que el
resto de las chicas, simplemente no estaba tan perdida
ni desesperada como el resto y él sabía
que podía utilizarme porque yo no le iba a
traicionar, pero quizás, confió demasiado
en mí.
Una noche a Veronika y a mí nos llevaron a
una fiesta en un club muy cercano al centro de la
ciudad. Me extrañó, ya que Dan no solía
arriesgarse tanto y solía llevarnos a lugares
apartados o escondidos, y más de una vez, habían
sido ellos los que habían venido a la habitación
de aquel sótano donde dormíamos. Y sin
embargo, allí estábamos las dos, supongo
que confiaba lo suficiente en nosotras como para da
por hecho que no haríamos ninguna estupidez,
o eso, o confiaba en que sus hombres hacían
siempre bien su trabajo.
Esa noche teníamos que pasarla con unos cuantos
hombres y yo no estaba dispuesta a dejar que mi mente
se quedase allí para verlo así que me
dirigí al baño para "prepararme".
Pero Veronika entró justo cuando mi nariz estaba
absorbiendo el fino y delgado polvillo, simplemente
no estaba preparada para que ella lo supiese y ella
no estaba preparada para verme haciendo aquello como
si llevase toda la vida haciéndolo. Su cara
de espanto, de asco, no la olvidaré nunca.
Se puso a chillar como una loca, intenté calmarla,
hacer que se callara, pues si la oían los hombres
de Dan no iban a contenerse. Y eso fue lo que ocurrió,
en unos segundos estaban en la puerta y la cogieron
del cuello y la lanzaron contra el lavabo. Un golpe
seco inundó el baño y un hilo de sangre
comenzó a avanzar entre las baldosas del suelo
hacia mis pies. Veronika yacía en el suelo
y un charco de sangre comenzaba a rodear su cabeza,
estaba muerta. Me quedé helada, mi corazón
dejó de latir, era incapaz de mover un solo
músculo, ni siquiera de pestañear; sólo
vi como los hombres de Pávlov cogían
sin reparos el cuerpo sin vida de Veronika y lo sacaban
del baño, dejándome a mí allí,
sin vigilancia alguna, rodeada de la sangre de mi
amiga. Fue entonces cuando desperté, el efecto
de las drogas comenzó a acelerarme el pulso,
reaccioné y en mi mente sólo estaba
mi amiga muerta como si todavía yaciese en
el suelo, tenía que hacer que desapareciese,
correr, en cualquier dirección, huir. En cuestión
de segundos, estaba en la calle, corriendo sin parar,
sin que nadie me siguiese, pues nadie imaginaba que
iba a echar a correr. Mi estado era de shock total
pero por alguna razón llegué a una calle
donde había algo más de gente, aunque
yo sólo veía como me miraban asustados
y a Veronika, que no iba a volver porque estaba muerta,
por mi culpa. Agarré a un hombre y comencé
a gritarle, quería que volviese. Supongo que
ese hombre pensó que yo había matado
a alguien porque estaba llena de sangre y con la mirada
perdida. De pronto oí unas sirenas acercándose,
pronto el ruido fue ensordecedor, pero no fui consciente
de lo que estaba ocurriendo hasta que un hombre me
golpeó. Del empujón solté al
hombre y caí al suelo. Intenté levantarme,
pero algo presionaba mi cuerpo contra el suelo y la
voz de un hombre dijo -no intentes hacer ningún
movimiento raro, estás detenida-. Me levantó
y comenzó a inspeccionarme, otra vez no, comencé
a gritar y me golpeó. Dejé de gritar
y dudé de si realmente no sería otro
hombre que había pagado por mí a Pávlov.
Pero no era así el hombre paró y me
giró hasta ponerme cara a cara con él.
Me enseñó una bolsita y me preguntó:
- ¿Esto es tuyo?
Tuve que concentrarme para ver de qué se trataba,
era mi bolsita, la que llevaba usando durante noches,
la que hacía que pudiese olvidar mi mundo.
No podía mentirle así que asentí
y de lo poco más que recuerdo fue cómo
el hombre dijo algo así como "posesión
de drogas" y cómo me metió en el
coche para llevarme detenida. Y sí, aquí
estoy ahora, detenida, contando toda esta historia
para que sepáis lo que pasó, como si
no quisiese olvidarme del infierno del que no se como
he logrado salir, pero temo salir a la calle, porque
él me encontrará y si lo hace me matará.
Lo peor de todo es que todavía no saben quién
soy, nadie sabe quién es Naia, porque Naia
no existe en este maldito país, así
que si me ponen en libertad no tendré nada,
no seré nadie y... ¿quién va
a creer a una chica, a la que han encontrado con drogas,
cuando diga que ha sido prisionera de una mafia? Nadie.
Aunque quizás si leen esto, me crean o al
menos, otras chicas puedan salvarse. Y mañana,
mañana es el juicio. Ahora solo quiero descansar...
Se declara a la acusada Naia libre de todos los
cargos. A expensas de esclarecer todo lo relacionado
con Daniel Pávlov y hasta que se decida lo
contrario, se le otorgará a la señorita
Naia una nueva identidad, así como las acreditaciones
pertinentes y la protección que se requiera
necesaria. A partir de hoy, Naia pasará a llamarse
__________ y por fin poder ser libre.

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NARRATIVA NIVEL II
/ ACCÉSIT
'EL SENDERO DE LOS SUEÑOS'
Por Tomás Varona Poncela, 2ºC Bachillerato
"Y entonces sentí cómo me
desvanecía en las sombras…"
Me levanté. Me encontraba erguido, despojado
de mi ropa y rodeado de densas extensiones de arena,
una arena negra que parecía haber sido sacada
desde las mismísimas entrañas de los
infiernos. Estaba solo, soledad, sentimiento ni mucho
menos nuevo para mí, sentimiento que tantas
veces había percibido y que ahora me asestaba
duras puñaladas en aquel mundo inverosímil.
A mi alrededor extrañas palmeras cuyos frutos
se asemejaban a la concha de los cangrejos; arbustos
de terribles formas humanas, las cuales parecían
estar sufriendo el peor de los tormentos imaginables;
seres voladores dotados de cuerpo de tigre y cabeza
de pescado; todo ello sumado a mi profunda soledad
y al frío tacto de la oscura arena, que me
acosaba por todas partes, oprimía hasta el
más lejano rincón de mi alma. Recuperado
ya de la sensación primera que me producía
aquella mezcla inquietante y aterradora, me decidí
a andar. Necesitaba encontrar algo que tuviera un
resquicio de sentido lógico, una persona en
quién poder confiar, alguien que me hiciera
sentir seguro…
Todo comenzó a temblar a mi alrededor. La
arena empezó a arremolinarse ante mis estupefactos
ojos formando imponentes torbellinos que me zarandeaban
bruscamente y arrancaban mi carne en cada sacudida
con una ira desmesurada. Aun así, no podía
dejar de mirar, los ojos me ardían por el roce
de la negra arena pero el espectáculo que estaba
presenciando era digno de ser visto. Una flamante
torre nívea brotaba hacia las alturas como
escupida de las entrañas de la tierra, crecía
y crecía, era increíble. No podría
atreverme a decir el tiempo que estuve esperando a
que el tremebundo edificio se erigiera completamente,
pero por fin paró. Una gran puerta roja como
la sangre se plantó frente a mí. La
rocé suavemente con las yemas de los dedos
y está se abrió casi por completo permitiéndome
observar una escalera de caracol que, desde mi posición,
parecía no tener fin. Miles de escaleras, quizás
millones, serpenteaban ante mis ojos ocultando en
cada escalón el destino que podría guardar
el siguiente. Subí y subí sin descanso,
volví a experimentar un profundo sentimiento
de frustración, impotencia. El fracaso y la
desesperación de mi vida se veía ahora
perfectamente reflejado en mi infructuosa escalada
de aquella torre maldita, aquella vasta atalaya que
mientras más avanzaba hacia su cúspide,
más intensos y dolorosos se tornaban mis sentimientos.
Sin embargo, no me rendiría otra vez, tenía
que llegar arriba del todo y alcanzar mi propósito.
¡Por fin! El último escalón
duró una eternidad, pero ya estaba en el pináculo
del majestuoso edificio. Una terraza con un amplio
mirador me rodeaba, un mirador sin barandillas, un
mirador perfecto para olvidarlo todo. Me asomé
al borde con cuidado de no caer en un descuido, aunque
la verdad es que no me importaba demasiado tropezar.
La vista desde allí arriba era impactante.
El desierto desde el que había subido a la
torre y que tendría que verse ahora en todo
su esplendor, había desaparecido y, en su lugar,
gigantescas nubes rosas como el algodón de
azúcar, engalanadas con suaves y aterciopelados
lazos de colores, me invitaban, juguetonas, a saltar
sobre ellas. Lanzarse al vacío; quizás
en ese momento, en ese lugar mágico en el que
me encontraba, mis músculos derrotaran al miedo
que tantas veces los había encadenado e impedido
dar este simple y último paso hacia el descanso.
Me precipité al vacío. Las nubes desaparecieron
y quedé atrapado en una vorágine de
objetos y seres de los cuales alcance a discernir
claramente gigantescos guarismos teñidos de
colores llamativos, raíces cuadradas que me
miraban agresivamente, las caras de los grandes matemáticos
clásicos que murmuraban sus teoremas, libros
y más libros de ciencias exactas y todo aquello
que, habiéndome parecido un mundo excitante
y emocionante al principio de mi vida, aborrecía
ahora con todo mi corazón mientras pensaba
en las horas perdidas encerrado en aquel frío
laboratorio que me privaba de libertad y que robó
mi juventud.
Toqué fondo. Aun así me seguía
hundiendo más y más. No había
sido el duro golpe contra la tierra que tanto ansiaba
recibir. Había sido una suave inmersión
en lo que me pareció, en un primer momento,
un océano de aguas cristalinas a través
de las cuales podía observar perfectamente
los bancos maravillosos de peces de colores y los
preciosos arrecifes de coral. Después de contemplar
este fascinante espectáculo cromático,
intente nadar para salir a la superficie, pero no
podía. Un peso en lo más profundo de
mi alma, un cargo de conciencia que oprimía
mi corazón, sumado a la densidad que iba tomando
aquel mar, aquel mar de dudas, tiraban de mí
hacia el fondo como el más grave de los lastres.
Tras fallidos intentos acabe por someterme a mi destino
y dejé que mi cuerpo, inerme contra aquella
masa de agua y contra su propia alma penitente, descendiera
hacia las profundidades de aquel océano maldito.
Iba perdiendo el conocimiento paulatinamente. Gritos
en mi cabeza, gritos desgarradores de sufrimiento,
sufrimientos como los que yo mismo había hecho
pasar a tanta gente y que ahora me torturaban en aquel
lugar pero… el sufrimiento es múltiple.
La desgracia en la tierra es multiforme. Desplegada
sobre el ancho horizonte, como el arco iris, sus colores
tan variados como los matices de éste, a la
vez que tan distintos y, sin embargo, tan íntimamente
fundidos. Y eso era lo que veía yo, desgracias
y sufrimientos por todos lados y de todos los tipos
imaginables y muchas de ellas yo mismo las había
provocado, arrepentimiento…
Me disponía ya a entregar mi vida a aquel
mar de dudas y de desolación cuando un rayo
de luz iluminó mi rostro y, como salido de
la nada, un enorme navío de velas negras me
rescató de aquellas funestas aguas y elevó
mi cuerpo inmóvil hacia la superficie. Volví
a respirar. No había ni una pizca de viento,
aun así, las velas flameaban en todo su esplendor
y el barco se movía libremente como empujado
por una fuerza sobrenatural. Vagaba solo y sin rumbo,
tal y como me sentía en el día a día
de mi vida, pero ahora no estaba allí, ahora
estaba en aquella algarabía de lugares incomprensibles
que, aunque no quisiera admitirlo, brotaban de mí
como reflejos de mis sentimientos y de mis vivencias.
Me sentía completamente perdido. No podía
afirmar que existía aquel mundo en el que me
encontraba, ni siquiera el cuerpo que creía
mío, sólo podía afirmar que pensaba,
que sentía, que sufría y, que por tanto,
era yo. Pasaron las horas en silencio, el calor era
sofocante, no había nada de vida en aquella
laguna acuosa. Oscuros pensamientos obnubilaban mi
mente mientras el vaivén de mi embarcación
entumecía mis músculos y adormecía
mis sentidos. Tenía hambre, sed, comenzaba
a sentir frío, pero todo aquello no era comparable
a lo que sufría mi corazón: soledad,
frustración, miedo…
Divisé tierra. Conforme me iba acercando
a aquella isla, comencé a distinguir lápidas
y tumbas. Trataba por todos los medios de parar el
barco, de retroceder, de hundirlo de nuevo incluso,
pero no podía. El destino hacia aquel cementerio
era inevitable al igual que en vida. Mi miedo a la
muerte afloró y unos temblores intermitentes
comenzaron a apoderarse de mi cuerpo. Cada vez estaba
más y más cerca de aquel camposanto.
Finalmente llegué. Mi velero había desaparecido
y me encontraba ahora rodeado de sepulcros y de epitafios
los cuales por miedo a lo que podía descubrir
no me atrevía a leer siquiera. Cerré
los ojos lo más fuerte que pude intentando
en vano no dirigir la mirada hacia la inmensidad de
nombres y de fechas que me rodeaban y que, a mi parecer,
no hacían más que aumentar por momentos,
pero fue inútil. Los nombres de aquellas personas
penetraban uno tras otro en mi cabeza. Veía
su muerte; sentía su dolor; mis lagrimas, las
cuales pocas veces se habían vertido en vida
por un ser querido, se estaban amontonando en mis
ojos para mezclarse con las de los familiares de aquellas
almas que no dejaban de impregnar mi cuerpo con sus
peores vivencias. No podía soportarlo más.
Debía salir como fuera de aquel torbellino
de muerte y sufrimiento. Vislumbré a lo lejos
lo que se me antojó como una extraña
escalera que, para mi sorpresa, no se apoyaba en ningún
pilar si no que sus relucientes peldaños dorados
ascendían hacia el cielo perdiéndose
entre las blancas nubes. Corrí unos metros
tratando por todos los medios de escapar de aquella
pesadilla en la que me veía ahora envuelto
pero, de repente, una huesuda mano me asió
fuertemente por el tobillo haciéndome tropezar
y caer aparatosamente contra el suelo. Proferí
un alarido escalofriante que se vio ahogado por las
carcajadas de los cadáveres que me agarraban
ahora por todas partes y trataban de hundirme con
ellos en la tierra para siempre. ¿Acaso había
llegado mi hora? ¿Quizás alguno de aquellos
esqueletos que querían adelantar el momento
de mi entierro no era más que el póstumo
cuerpo de algún ser querido, de los que no
podía presumir de contar con muchos, que me
devolvía ahora la dejadez y falta de cariño
que tuve con ellos en vida? Ciertamente no deseaba
quedarme allí para averiguarlo. Conseguí
zafarme de ellos y alcancé por fin la fulgurante
escalinata. Al pisar el primer escalón, una
luz blanquísima y purísima me rodeó.
Sentía que ya quedaba poco, que aquella paranoia
estaba tocando a su fin…
Entonces me desperté. Aquellos ojos verdes,
que no habían dejado de observarme ni un momento
desde el otro lado de la cama, me sonreían
pícaramente invitándome a entrar en
un juego que mi cuerpo ya conocía y que mi
mente raras veces se negaba a aceptar. Sus rizados
cabellos morenos descendían por su cuerpo desnudo,
tímidamente cubierto por una fina tela carmesí,
que contrastaba con el sonrosado de sus mejillas y
el blanco de su piel, pero que palidecía ante
el rojo del ardiente fuego que se estaba apoderando
de mi cuerpo. Ya no sentía miedo, ni muerte,
ni desolación, ni soledad, ni frustración;
todo eso se había desvanecido dejando paso
a este otro sentimiento mucho mas fuerte… Sus
dedos se deslizaron suavemente por mi piel estremeciendo
cada rincón de mi cuerpo que ansiaba cada vez
más poseer a aquel bello ser que le había
eximido de todos sus pesares. Sus labios susurraban
dulces palabras que se tornaban melodiosas para mis
oídos tan extasiados como el resto de mí.
Me besó por fin y nos fundimos en un solo cuerpo,
en una sola alma… en un mismo sueño.

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