Manuel
San Emeterio Ruiz, nació el 8 de junio de 1925
en Barros, Los Corrales de Buelna, en el seno de una
familia humilde de nueve hermanos, que compartían
una pequeña casa a renta con dos habitaciones
y establo. Le tocó vivir un época difícil
marcada por una guerra y una etapa peor de posguerra,
de odios entre hermanos de un mismo pueblo que fue
la Guerra Civil española.
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Soldados participantes
en la Guerra Civil. |
Su madre y padre se dedicaban a las labores del campo
y su infancia fue muy difícil. Al ser uno de
los hermanos mayores tuvo que trabajar desde los 13
años para ayudar en el sustento de su familia.
Hoy en día es una persona víctima del
olvido, que vive en una residencia de las Hermanas
de Santa Lucía en Santander, ocupando una de
las plazas reservadas para personas con escasos recursos,
subvencionando su plaza, como la de otros muchos tantos,
el Gobierno de Cantabria.
Marcado por una cojera, por un balazo de un guardia
civil que le dejó prácticamente al borde
de la muerte, y por otro balazo posterior que le cruzó
la muñeca, dibuja animado en sus tiempos libres
cosas en miniatura mientras habla solo y ríe
de las cosas que él mismo se cuenta.
Pero la etapa de posguerra, tan difícil para
muchos españoles, le marcó aún
mucho más que las secuelas físicas,
las producidas por torturas e interrogatorios en prisiones
y psiquiátricos militares que derivaron en
una esquizofrenia crónica.
Pregunta.- Hola Manuel, la pregunta
sobre tu familia es inevitable ¿Cómo
fue la infancia en una familia como la tuya?
Respuesta.- Muy difícil, eran
tiempos muy difíciles. Pero… éramos
muy felices. Mis padres trabajaban en el campo y teníamos
una burra y una vaca que nos salvaba porque eran muchas
bocas que alimentar en casa. Mi hermano Salvador y
yo, no recuerdo el año, entramos muy jóvenes,
creo que yo tenía 13 o 14 años a trabajar
en una empresa de Los Corrales llamada 'Nueva Montaña
Quijano' y, aunque nos pagaban poco, con ello conseguíamos
ayudar algo en casa.
P.- ¿Recuerdas alguna anécdota
de aquella época?
R.- Sí, un recuerdo me viene
constantemente a la memoria. Corría y corría
descalzo sobre la nieve en busca de pájaros
que luego mi madre pelaba y cocinaba –sonríe-.
Recuerdo también el sabor de aquellas manzanas
verdes que tenía el árbol de mi vecina,
al que nos subíamos mientras ella desde la
ventana hacía como que no nos veía.
Y recuerdo con especial añoranza a esa buena
mujer que un día les dio unas hogazas de pan
a mis cuatro hermanos pequeños al verlos gritar
desde la ventana “queremos pan, tenemos hambre”.
Llevaban días sin comer porque mi madre llevaba
días sin aparecer por casa.
P.-¿Dónde estaba tu
madre? ¿Por qué les dejó solos?
R.- En la cárcel detenida.
En aquella época no era como ahora. Detenían
a mucha gente, había cartillas de racionamiento
de alimento y nos entregaban vales de comida…
P.- En aquella época, se
hacía el Servicio Militar. ¿Dónde
lo hiciste tú?
R.- En Vitoria, eso marcó
un antes y un después en mi vida. Mis padres,
al igual que otros muchos, no tenían dinero
ni comida para mandarme y muchos soldados, a veces
obligados por los superiores, robábamos algo
de fruta en los mercados. Un día en busca de
una vida mejor, unos compañeros y yo, hartos
del hambre, cruzamos la frontera y huimos a Francia
donde nos habían asegurado se vivía
mejor.
P.-¿Era verdad?
R.- Sí, allí sobraba
el trabajo y como era buen deportista jugué
en el equipo de Toulouse, que en ese tiempo estaba
en Primera División y me pagaban un buen sueldo,
aunque no tenía contrato ni nada. Pude desde
allí mandar dinero a España.
P.-¿Cuándo y por qué
regresaste a España?
R.-En el año 1952. A través
de la prensa francesa me enteré de que el general
Franco indultaba a los desertores. Parece ser que
también salía en los periódicos
españoles de aquella época.
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Manuel es una
más de las personas marcadas por la guerra. |
P.- Entonces, ¿fuiste indultado
o perdonado?
R.- Al cruzar la frontera y regresar
a España me entregué al primer puesto
de la Guardia Civil para cumplir el resto del Servicio
Militar que no cumplí con otros compañeros
que estaban en mi situación. Mi intención
era dedicarme al fútbol profesional. Fui enviado
al ejército de Vitoria nuevamente y, al principio,
me trataban muy bien. Enseñaba el francés
que había aprendido a los hijos de altos mandos
del ejercito. Pero, pasado un tiempo… Al poco
tiempo, me formaron Consejo de Guerra y no respetaron
el indulto del general Franco.
P.- El Consejo de Guerra es como
un juicio ¿Te condenaron?
R.- Me ingresaron en los calabozos,
me interrogaron, me torturaron.. Me rompieron parte
de la dentadura con golpes. Hoy en día no tengo
ningún diente. Muerdo desde hace años
con las encías y prácticamente como
cosas blandas y sopas.
P.- ¿Con qué te golpeaban
para romperte la dentadura?
R.- Con la culata del fusil.
P.- ¿Cómo eran los
interrogatorios y las torturas?
R.- Es algo que no recuerdo, porque
mi mente lo borró prácticamente todo.
En el informe del psiquiátrico militar ponía
que padecía esquizofrenia o locura crónica,
es decir, de por vida, y que había sufrido
descargas eléctricas. Cuando desperté
estaba en una cama del hospital psiquiátrico
militar de Palencia, me habían dado también
un tiro en la mano, porque me revelaba. Al parecer
una monja me curó y me llevó a ese hospital.
P.-Eso es algo que imagino no quieres
recordar pero, ¿es igual un psiquiátrico
militar que uno que no lo es? y, como estuviste luego
en más psiquiátricos, ¿es igual
a los de ahora?
R.- No, es mucho más severo
y estricto un psiquiátrico militar. Y no, no
se parecen nada a donde estuve años más
tarde recluido por más de 20 años. En
aquella época eran otros tiempos.
P.-¿Te quedaste mucho tiempo?
R.- No, estuve poco, casi un año.
Mi madre viajó a Palencia y firmó un
papel como que se responsabilizaba de mí, ya
que era una persona que no valía para la sociedad
al sufrir esquizofrenia o locura crónica y
tener la mano mal a consecuencia del tiro.
P.- Entonces, ya con su familia,
imagino que se sintió mejor.
R.- No, me contaron que hacía
cosas raras. Tenía pesadillas por la noche.
Soñaba que me venían a buscar para matarme
y cosas similares. Además mi madre murió
de repente, al poco tiempo, de un infarto. Era ella
quien me cuidaba y me sufría. Al faltar mi
madre, empecé a salir más a la calle.
Incluso empecé a aprender en un colegio el
oficio de encofrador. Me empecé a relacionar
con gente.
La Guerra Civil había terminado hace años,
pero no en la cabeza de muchas personas. Envidias
y odios, de uno y otro bando, entre vecinos y hasta
dentro de personas de la misma familia. Los Corrales
de Buelna era un pueblo más pequeño
que hoy y los vecinos nos conocíamos todos.
Un día al salir de la clase un guardia civil
me echó el "alto", pero yo, que después
de lo que me habían hecho con el tiro en la
mano, sin dentadura y en tratamiento de mi locura,
era pánico lo que sufría cada vez que
veía a una persona con el uniforme y preso
del miedo .... ¡no paré y no paré¡
Todo lo contrario, me eché a correr y no sé
ni por qué lo hice, no había hecho nada
malo. Al segundo alto tampoco paré y entonces
cogió su pistola y me disparó en la
pierna, concretamente en el fémur. Estuve un
tiempo entre la vida y la muerte y los médicos
que me operaron dijeron a mi familia que era más
importante salvarme la vida que como quedara mi pierna.
Y sí, me salvaron, pero… me quedé
cojo de por vida, con una pierna tiesa que arrastro
y no puedo ni siquiera doblar.
P.- ¿Volviste a casa cuando
te curaste?
R.- No, mi familia y los médicos
decidieron que lo mejor para mi era ingresarme en
un psiquiátrico, pues no estaba bien.
P.-¿Te ingresaron en el mismo
que estuviste cuando tu madre te sacó?
R.-No, ya no era militar. Yo ya había
cumplido mi pena, era un psiquiátrico civil
normal, lo que ocurre es que, según los médicos
de entonces, me correspondía el de Palencia.
Allí, lejos de mi familia, fueron pasando casi
20 años. Todos mis hermanos se fueron casando
y teniendo su propia familia. Mi hermano Antonio,
que es tu abuelo, era el que una vez cada tres meses
no fallaba y venía en tren a verme desde Los
Corrales a Palencia. Consiguió que me trasladaran
al Hospital Psiquiátrico de Parayas, que está
en Maliaño, muy cerca de Santander, donde me
tiré otros 18 años más.
P.- ¿Continúas allí
en la actualidad, te compraste una vivienda o te fuiste
a vivir con algún familiar?
R.- No. Hoy en día, al darme
el alta médica por mi edad, el hospital tramitó
el traslado al Asilo de las Hermanas Santa Lucía
de Santander. No tenía dinero para comprarme
una vivienda. La Seguridad Social, al haber cotizado
durante tan pocos años, me paga una pensión
tan pequeña como a las personas que no han
cotizado nunca. Tampoco podía irme a vivir
con ningún familiar, porque para muchos de
mis hermanos caí en el olvido. Además,
todos los que me visitaban tenían su propia
familia.
- Manuel saca una foto de su cartera - Te voy a contar
un secreto. Cuando vine de Francia traía en
la cartera una foto de una mujer y un niño
que creo que son mi familia. Sería muy difícil
encontrarlos. Tampoco después de lo que he
pasado recuerdo con claridad si realmente son mi mujer
y mi hijo… no recuerdo ni sus nombres, aunque
con mi edad, que ahora tengo 84 años, me moriré
con el pesar de no saber si realmente lo eran.

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