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Red-acción
II Época / Nº27
Junio
2008
EL MUNDO / NOS IMPORTA

Las huellas de la Guerra Civil

Por Álvaro Fernández, alumno de 3º de ESO del colegio La Paz, en colaboración con Laura Zárate, alumna de 2º de Bachiller del IES Federica Montseny de Fuenlabrada.

Manuel San Emeterio Ruiz, nació el 8 de junio de 1925 en Barros, Los Corrales de Buelna, en el seno de una familia humilde de nueve hermanos, que compartían una pequeña casa a renta con dos habitaciones y establo. Le tocó vivir un época difícil marcada por una guerra y una etapa peor de posguerra, de odios entre hermanos de un mismo pueblo que fue la Guerra Civil española.

Soldados participantes en la Guerra Civil.

Su madre y padre se dedicaban a las labores del campo y su infancia fue muy difícil. Al ser uno de los hermanos mayores tuvo que trabajar desde los 13 años para ayudar en el sustento de su familia.

Hoy en día es una persona víctima del olvido, que vive en una residencia de las Hermanas de Santa Lucía en Santander, ocupando una de las plazas reservadas para personas con escasos recursos, subvencionando su plaza, como la de otros muchos tantos, el Gobierno de Cantabria.

Marcado por una cojera, por un balazo de un guardia civil que le dejó prácticamente al borde de la muerte, y por otro balazo posterior que le cruzó la muñeca, dibuja animado en sus tiempos libres cosas en miniatura mientras habla solo y ríe de las cosas que él mismo se cuenta.

Pero la etapa de posguerra, tan difícil para muchos españoles, le marcó aún mucho más que las secuelas físicas, las producidas por torturas e interrogatorios en prisiones y psiquiátricos militares que derivaron en una esquizofrenia crónica.

Pregunta.- Hola Manuel, la pregunta sobre tu familia es inevitable ¿Cómo fue la infancia en una familia como la tuya?
Respuesta.- Muy difícil, eran tiempos muy difíciles. Pero… éramos muy felices. Mis padres trabajaban en el campo y teníamos una burra y una vaca que nos salvaba porque eran muchas bocas que alimentar en casa. Mi hermano Salvador y yo, no recuerdo el año, entramos muy jóvenes, creo que yo tenía 13 o 14 años a trabajar en una empresa de Los Corrales llamada 'Nueva Montaña Quijano' y, aunque nos pagaban poco, con ello conseguíamos ayudar algo en casa.

P.- ¿Recuerdas alguna anécdota de aquella época?
R.- Sí, un recuerdo me viene constantemente a la memoria. Corría y corría descalzo sobre la nieve en busca de pájaros que luego mi madre pelaba y cocinaba –sonríe-. Recuerdo también el sabor de aquellas manzanas verdes que tenía el árbol de mi vecina, al que nos subíamos mientras ella desde la ventana hacía como que no nos veía. Y recuerdo con especial añoranza a esa buena mujer que un día les dio unas hogazas de pan a mis cuatro hermanos pequeños al verlos gritar desde la ventana “queremos pan, tenemos hambre”. Llevaban días sin comer porque mi madre llevaba días sin aparecer por casa.

P.-¿Dónde estaba tu madre? ¿Por qué les dejó solos?
R.- En la cárcel detenida. En aquella época no era como ahora. Detenían a mucha gente, había cartillas de racionamiento de alimento y nos entregaban vales de comida…

P.- En aquella época, se hacía el Servicio Militar. ¿Dónde lo hiciste tú?
R.- En Vitoria, eso marcó un antes y un después en mi vida. Mis padres, al igual que otros muchos, no tenían dinero ni comida para mandarme y muchos soldados, a veces obligados por los superiores, robábamos algo de fruta en los mercados. Un día en busca de una vida mejor, unos compañeros y yo, hartos del hambre, cruzamos la frontera y huimos a Francia donde nos habían asegurado se vivía mejor.

P.-¿Era verdad?
R.- Sí, allí sobraba el trabajo y como era buen deportista jugué en el equipo de Toulouse, que en ese tiempo estaba en Primera División y me pagaban un buen sueldo, aunque no tenía contrato ni nada. Pude desde allí mandar dinero a España.

P.-¿Cuándo y por qué regresaste a España?
R.-En el año 1952. A través de la prensa francesa me enteré de que el general Franco indultaba a los desertores. Parece ser que también salía en los periódicos españoles de aquella época.

Manuel es una más de las personas marcadas por la guerra.

P.- Entonces, ¿fuiste indultado o perdonado?
R.- Al cruzar la frontera y regresar a España me entregué al primer puesto de la Guardia Civil para cumplir el resto del Servicio Militar que no cumplí con otros compañeros que estaban en mi situación. Mi intención era dedicarme al fútbol profesional. Fui enviado al ejército de Vitoria nuevamente y, al principio, me trataban muy bien. Enseñaba el francés que había aprendido a los hijos de altos mandos del ejercito. Pero, pasado un tiempo… Al poco tiempo, me formaron Consejo de Guerra y no respetaron el indulto del general Franco.

P.- El Consejo de Guerra es como un juicio ¿Te condenaron?
R.- Me ingresaron en los calabozos, me interrogaron, me torturaron.. Me rompieron parte de la dentadura con golpes. Hoy en día no tengo ningún diente. Muerdo desde hace años con las encías y prácticamente como cosas blandas y sopas.

P.- ¿Con qué te golpeaban para romperte la dentadura?
R.- Con la culata del fusil.

P.- ¿Cómo eran los interrogatorios y las torturas?
R.- Es algo que no recuerdo, porque mi mente lo borró prácticamente todo. En el informe del psiquiátrico militar ponía que padecía esquizofrenia o locura crónica, es decir, de por vida, y que había sufrido descargas eléctricas. Cuando desperté estaba en una cama del hospital psiquiátrico militar de Palencia, me habían dado también un tiro en la mano, porque me revelaba. Al parecer una monja me curó y me llevó a ese hospital.

P.-Eso es algo que imagino no quieres recordar pero, ¿es igual un psiquiátrico militar que uno que no lo es? y, como estuviste luego en más psiquiátricos, ¿es igual a los de ahora?
R.- No, es mucho más severo y estricto un psiquiátrico militar. Y no, no se parecen nada a donde estuve años más tarde recluido por más de 20 años. En aquella época eran otros tiempos.

P.-¿Te quedaste mucho tiempo?
R.- No, estuve poco, casi un año. Mi madre viajó a Palencia y firmó un papel como que se responsabilizaba de mí, ya que era una persona que no valía para la sociedad al sufrir esquizofrenia o locura crónica y tener la mano mal a consecuencia del tiro.

P.- Entonces, ya con su familia, imagino que se sintió mejor.
R.- No, me contaron que hacía cosas raras. Tenía pesadillas por la noche. Soñaba que me venían a buscar para matarme y cosas similares. Además mi madre murió de repente, al poco tiempo, de un infarto. Era ella quien me cuidaba y me sufría. Al faltar mi madre, empecé a salir más a la calle. Incluso empecé a aprender en un colegio el oficio de encofrador. Me empecé a relacionar con gente.
La Guerra Civil había terminado hace años, pero no en la cabeza de muchas personas. Envidias y odios, de uno y otro bando, entre vecinos y hasta dentro de personas de la misma familia. Los Corrales de Buelna era un pueblo más pequeño que hoy y los vecinos nos conocíamos todos.
Un día al salir de la clase un guardia civil me echó el "alto", pero yo, que después de lo que me habían hecho con el tiro en la mano, sin dentadura y en tratamiento de mi locura, era pánico lo que sufría cada vez que veía a una persona con el uniforme y preso del miedo .... ¡no paré y no paré¡ Todo lo contrario, me eché a correr y no sé ni por qué lo hice, no había hecho nada malo. Al segundo alto tampoco paré y entonces cogió su pistola y me disparó en la pierna, concretamente en el fémur. Estuve un tiempo entre la vida y la muerte y los médicos que me operaron dijeron a mi familia que era más importante salvarme la vida que como quedara mi pierna. Y sí, me salvaron, pero… me quedé cojo de por vida, con una pierna tiesa que arrastro y no puedo ni siquiera doblar.

P.- ¿Volviste a casa cuando te curaste?
R.- No, mi familia y los médicos decidieron que lo mejor para mi era ingresarme en un psiquiátrico, pues no estaba bien.

P.-¿Te ingresaron en el mismo que estuviste cuando tu madre te sacó?
R.-No, ya no era militar. Yo ya había cumplido mi pena, era un psiquiátrico civil normal, lo que ocurre es que, según los médicos de entonces, me correspondía el de Palencia. Allí, lejos de mi familia, fueron pasando casi 20 años. Todos mis hermanos se fueron casando y teniendo su propia familia. Mi hermano Antonio, que es tu abuelo, era el que una vez cada tres meses no fallaba y venía en tren a verme desde Los Corrales a Palencia. Consiguió que me trasladaran al Hospital Psiquiátrico de Parayas, que está en Maliaño, muy cerca de Santander, donde me tiré otros 18 años más.

P.- ¿Continúas allí en la actualidad, te compraste una vivienda o te fuiste a vivir con algún familiar?
R.- No. Hoy en día, al darme el alta médica por mi edad, el hospital tramitó el traslado al Asilo de las Hermanas Santa Lucía de Santander. No tenía dinero para comprarme una vivienda. La Seguridad Social, al haber cotizado durante tan pocos años, me paga una pensión tan pequeña como a las personas que no han cotizado nunca. Tampoco podía irme a vivir con ningún familiar, porque para muchos de mis hermanos caí en el olvido. Además, todos los que me visitaban tenían su propia familia.
- Manuel saca una foto de su cartera - Te voy a contar un secreto. Cuando vine de Francia traía en la cartera una foto de una mujer y un niño que creo que son mi familia. Sería muy difícil encontrarlos. Tampoco después de lo que he pasado recuerdo con claridad si realmente son mi mujer y mi hijo… no recuerdo ni sus nombres, aunque con mi edad, que ahora tengo 84 años, me moriré con el pesar de no saber si realmente lo eran.

 


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