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Nº 56
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

La mosca

Por Luis Mario García. Alumna de 2ºB de ESO del IES JJ Gómez Quintana de Suances.

Mi nacimiento fue inesperado. Yo estaba pensando en las cosas en las que puede pensar alguien que todavía no ha nacido cuando, de repente, la temperatura cambió bruscamente y la luz deslumbró mis grandes ojos. Pude observar por primera vez mi cuerpo porque, la verdad, en aquel pequeño lugar donde había estado hasta ahora no se veía nada.

'La Mosca', película de 1958 dirigida por Kurt Neumann.

Tenía seis patas, cosa que si pude adivinar en el huevo al igual que mis dos alas. También tenía una pequeña trompa y unos ojos bastante grandes. Todo aquello era nuevo para mí.
Decidí abrir los ojos, ya que estaba con ellos cerrados después de que aquella bocanada de luz casi me dejara ciega, y lo que ví me extrañó más aún: era una gran sala con muchos objetos cada cual de mayor rareza y una especie de caja con imágenes que aparecían y desaparecían de vez en cuando.

Una criatura enorme estaba sentada en una masa marrón que había en medio de
la habitación. Yo estaba en una pared oscura metida en un pequeño agujero que había allí. ¿Qué podía hacer? pensé, porque claro, ¿que se puede hacer si estás en un mundo en el que no conoces a nadie ni sabes nada de él?.
Al final, la curiosidad me pudo y comencé a mover mis alas. Al instante un zumbido atronador retumbó en mi oído, pero al rato se convirtió en un leve y no molesto ruido. Después de haberle cogido el truco a eso de la aviación, sobrevolé aquella habitación hasta la única salida que pude ver.
Me encantaba eso de volar. Cogí mucha velocidad y de repente... ¡¡Pumm!!!. Menudo golpetazo me di. No sabía lo que había pasado, era como si en aquella salida hubiera una barrera invisible, la cual estaba rodeada de unas maderas formando un cuadrado (cuando ya llevaba unos días más de vida logré averiguar que a eso se le llamaba ventana). Caí al suelo en donde pude recapacitar y decidir que habría que buscar otra salida. ¿Tal vez por aquella caja se podría salir?, y acto seguido probé.

Volaba y volaba contra aquella pantalla sin obtener ningún resultado. Era algo extraño e interesante. Unas vibraciones me recorrían el cuerpo cada vez que tocaba la caja y me erizaban los pocos pelos que tenía. Ese entretenimiento acabó pronto cuando sentí un dolor fortísimo en la cabeza y caí al suelo. Estaba
desconcertada al mismo tiempo que podía notar cómo mi cerebro daba vueltas y
vueltas. Sentía algo así como si me hubiera chocado 100 veces con aquella primera barrera invisible. Podía observar cómo se abría una puerta al fondo de la sala y otro humano, éste con el pelo más largo, entraba en la habitación y hablaba con su compañero. Yo todavía estaba aturdida en el suelo, sin saber qué me pasaba.
Pensaba en vengarme de aquella caja en cuanto me recuperara de aquel golpetazo, pero me di cuenta de que no había sido culpa de aquel objeto, sino del humano con el pelo corto que me había dado con un objeto rarísimo. Era un palo con una superficie plana con agujeros.

Ya no me iba a vengar de la televisión, que así se llamaba la caja tonta aquella, me pensaba vengar del humano, y ¿cómo?: zumbando a su alrededor siempre que pudiera, posándome en su comida para probarla antes que él y, de vez en cuando, le mordería en el brazo o en cualquier otra parte de su gigante cuerpo, intentando por todos los medios hacerle la vida imposible. Había puesto en peligro mi existencia.

La convivencia con esta familia humana transcurrió de forma muy placentera, comí cosas deliciosas, pude volar todo lo que quise, la temperatura de la casa era muy cálida, y podía retozar al mismo tiempo que comía unas bolitas blancas muy pequeñas, hasta para mí, que eran la alegría de mi vida por lo que me levantaba todas las mañanas con ganas de aprovechar todo el día que me quedaba. Vi cosas muy extrañas. Una de las que más me sorprendió fue la primera vez que vi al humano macho hacer lo siguiente:
Estaba sentado en aquella masa marrón que al principió mencioné, curiosamente llamada sofá, nombre absurdo, para mi gusto. Aunque no menos que el nombre que me han puesto a mi, "mosca". A quién se le puede ocurrir semejante tontería. Bueno, a lo que iba. Estaba él sentado tranquilamente en el sofá, cuando se levantó y se fue a otra pequeña sala que había al final del pasillo. Se sentó en una silla blanca con un gran agujero en medio y se puso a leer. ¿Sería la silla que utilizan para poder leer más tranquilos, la "silla de leer"?. Y entonces,
cuando ya llevaba un rato allí sentado, se levantó y se volvió al sofá. Eso si que es raro. Lo que me asusta a mí es que aquel olor que despedía la silla me encantaba.
Era como una zarpa que me impulsaba a ir hacia ella, y claro aquí estoy yo, en la silla blanca aprovechando que acaba de terminar de leer.

 



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