Suena el
campo por donde cabalgan Quijote y Sancho, cantan
los pájaros, El Quijote oye las voces, ¿encantadores,
magos enemigos? Sancho percibe amedrentado los amenazadores
gritos, montado en Clavileño. Voces susurrando
en sus oídos... ¿Puedes escucharlos
tú también?
El Quijote cabalga, Sancho al lado, ¿los veis?
Seguro que sí, uno alto, delgado y erguido,
ataviado con una anacrónica armadura, lanza
en ristre, a lomos de un caballo tan huesudo como
él. El otro regordete, bajito, con gesto satisfecho,
a lomos de un orondo burro.
¿Y los sonidos? Cervantes los describe, con
lujo de detalles, muchas veces.
Instrumentos, ruidos, gritos, cantos y pájaros,
viento y voces.
Pero, ¿puedes imaginar cómo sonaban
los campos por donde cabalgaron Sancho y Quijote?,
¿y cómo sonaría su armadura al
cabalgar, cómo silbaría el viento al
chocar con las holgadas piezas de sus atavíos
guerreros?
Estos son los relatos de los estudiantes del IES
Santa Clara de Santander:
El Quijote se levantó temprano, moviendo
las sábanas, dándolas golpes al ritmo
de los pájaros. Pronto bajó las escaleras,
haciendo ruido con los pies en la machacada madera.
En muy poco tiempo desayunó y, como tenía
prisa, tiró los cacharros al fregadero haciendo
un estruendo gigante. Pronto se puso su oxidada armadura
chirriante y se montó en su viejo caballo Rocinante,
que jadeaba muy fuerte por el peso total del Quijote.
Sancho Panza se montó en su burro, también
jadeante, y empezaron una nueva aventura en dirección
al bosque. Cuando llevaban media hora de trayecto,
se encontraron con dos perros salvajes, pero en realidad
tenían un dueño. Los perros no paraban
de ladrar al unísono. Al final pudieron escapar
porque llegó su dueño, que venía
corriendo muy deprisa y los agarró con la correa.
En esa misma hora, encontró a dos gigantes
hombres de color que estaban molestando a una princesa
de vestido morado. Entonces, el Quijote impotente
empezó a pegar espadazos a diestro y siniestro,
rompiendo el aire y azotando a los supuestos gigantes
negros con su espada. Con el escándalo Sancho
Panza que estaba roncando, se despertó de su
siesta y fue donde el Quijote corriendo a pararle.
- ¡¿Qué hace pegando árboles,
señor?!
- ¡Son gigantes malvados!
En realidad, eran tres árboles con un tronco
muy oscuro y la princesa era una planta de lavanda
en flor.
Dolorido por el combate, Don Quijote volvió
a su casa gimiendo de dolor. Al llegar, Sancho le
cogió en brazos y le metió en su cama,
previamente habiéndole quitado la armadura.
Así acabó un día más en
la vida del gran Quijote de la Mancha.
Hernán
Arroyo de Diego, 2º A
Se escucha la espada de Don Quijote. Sancho saltó
encima del jabalí, también se escuchaba
el bufido del jabalí y el ruido de sus garras.
Sancho se puso a gritar y Don Quijote le escuchó
y fue a buscarle corriendo y se escuchaban la espada
y el escudo. De pronto se comenzaron a escuchar en
el bosque el ruido de unos carros con música,
trompetas, tambores, etc.
Sancho comenzó a gritar a Don Quijote diciéndole
que no se iba a dejar dar tres mil azotes. Para terminar
se volvieron a escuchar los carros moviéndose
con el ruido de las arpas, trompetas, tambores, bocinas
y una música muy fuerte. Era la gran Dulcinea
que le dio la enhorabuena a Sancho por aceptar los
tres mil azotes. Sancho y Don Quijote comenzaron a
reírse de la emoción.
Soribel
Morillo Sánchez, 2º A
Se escuchaban voces roncas y ruidos de armaduras
dentro de aquella gran sala, se podía apreciar
la voz de Sancho entre otros sonidos. Entré
en aquel lugar, el crujido de la puerta fue tal que
sonó en toda la sala, por ello los duques supieron
que había llegado. “¡Don Quijote!”
oí, un duque pronunció mi nombre, ese
nombre tan noble para un caballero como yo. Acto seguido,
mi fiel escudero Sancho, me explicó con su
voz fuerte a la vez que grave que dueño de
una isla era él ahora, ya que así se
lo hicieron saber los duques. Rápidamente cogí
a Sancho del brazo, este se llevó tal sorpresa
que gritó fuertemente. Lo dirigí hacia
mis aposentos, pasando por los pasillos sombríos
se escuchaban los andares de mi gran amigo debido
a sus pesadas botas chirriantes. Con sigilo abrí
la puerta de madera de mis aposentos, es puerta tan
sonora con ese sonido agudo que tanto daño
les hacía a mis oídos. Sancho y yo entramos
dentro. Las botas de Sancho aún se escuchaban,
ya que este caminaba de un lado para otro a causa
de su nerviosismo. A mi fiel escudero profundos consejos
yo le di antes de que se escuchara a un duque venir
con su corcel que tanto relinchaba para llevar a Sancho
a su isla. Los cascos de los caballos caminando por
el jardín tal vez fuera lo último que
escuchase por parte de mi amigo y mi escudero Sancho
Panza.
Sara
Abascal Mata, 2º B
Recibiendo los últimos rayos de sol y oyendo
el último piar de pájaros dio comienzo
la noche. Unos pasos que frotaban la hierba se oían
no muy lejos, eran bárbaros. Estos, trajeron
un caballo de madera en la que esta crujía
a cada paso que daba. Con una voz ronca y grave, el
bárbaro les retó a subirse a tan chirriante
caballo a unos asombrados Don Quijote y Sancho.
Estos aceptaron el reto, el bárbaro le dijo
que volarían, con el suave sonido del viento
dándoles en la cara y pasarían un buen
rato, la dolorida vendó los ojos a Don Quijote,
mientras se oía como la tela de la venda pellizcaba
a cada pelo de este, haciendo un sonido agudo.
Al hacerse de día emprendieron el “viaje”,
la gente que se encontraba aguantando la risa aguda
y el sonido relajante y pacífico que se producía
cuando el fuelle acariciaba la hierba, hacían
que Don Quijote y Sancho. Subidos en un cojín
blando que chirriaba con la madera cuando la frotaban
con ella, no creían que fuera verdad, ya que
no se oía el sonido de los pájaros llamándose
unos a otros o el aleteo de sus alas por lo que, al
menos para Sancho, todo no terminaba de encajar.
Adrián
Arévalo Negueruela, 2º B
Por el camino se escuchan las metálicas
herraduras de Rocinante y del burro de Sancho chocar
contra el camino de piedra y arena. De la nada, los
fuertes gritos de los dos Duques les llaman la atención;
por el camino se siguieron oyendo las herraduras de
las monturas, además del fuerte piar de los
pájaros cantando. En el castillo se escuchaban
altos los gritos de aquellos que mandaban a los sirvientes
y, por fuera, todos los animales que había.
Cuando llegaron a su alcoba se quitaron, en el caso
de Don Quijote, su pesada armadura, la cual empezó
a hacer chirriantes sonidos metálicos al rozar
entre sí. En el caso de Sancho, sólo
se oyeron los apagados sonidos del cuero de su chaqueta.
Cuando llamaron a Sancho para darle la noticia, desde
la alcoba de al lado se oía toda la animada
conversación. Tras la cena, sólo se
escuchaban las alegres risas de todos, el sonido de
los cubiertos cayéndose y, si ponías
la oreja, podías escuchar el cristalino ruido
del agua y el vino al llenar los vasos. En mitad de
la cena le dijeron que lo de la isla era una broma.
Se hizo el silencio. Cuando se marcharon, volvieron
a escucharse los pesados golpes de las herraduras
de Rocinante y del burro de Sancho Panza, además
del chirriar de la armadura del caballero.
Gonzalo
Guerra Lavid, 2º B
Yo era un ojeador que iba a ir de caza con los
duques y Don Quijote. Don Quijote se puso su armadura
y se escuchó el sonido de las placas de metal
de esta, chocando entre sí.
Todos fueron a caballo al monte, escuchando el sonido
que hacían las patas de los caballos, trotando
por el camino. Al subir a mi paranza, atravesé
un arbusto y pude oír cómo crujían
las hojas y las ramas.
De pronto, oí el gemido de un jabalí,
que se acercaba al trote cochinero, haciendo sonar
a su paso todo aquello que arrollaba; ramas, arbustos,
pequeñas piedras...
Los perros le perseguían y no paraban de ladrar
mientras iban detrás de él. Entonces,
el duque atravesó con un venablo al animal,
que soltó un gemido que, a diferencia del anterior
que me llegó a intimidar, me hizo sentir lástima.
Víctor
Sumillera Fernández, 2º A
En un lejano bosque, me encontraba yo en medio
de la nada. Me desperté en el suelo que estaba
lleno de flores. Lo primero que oí fueron los
cantos de los pájaros y al fondo se oía
un búho (hu-hu-hu). Me levanté del suelo,
pensaba que estaba loca pero no, me sacudí
los pantalones (plash-plash). Empecé a andar
y se oía cómo el viento golpeaba las
ramas de los árboles (frrg-frrg). Cuando andaba
empecé a oír un (sshh-sshh). Me giré
y ahí estaba una serpiente totalmente verde,
sabía que era muy venenosa, pero no me asusté
y seguí un camino que no sabía dónde
iba a parar. Llegué a una pequeña fosa,
se oía a las ranas (croac-croac), después
de un rato oí a unas personas hablando (ayúdame
Quijote, que hay una serpiente), fui corriendo hasta
las voces, apartando todas las ramas que no me permitían
ver nada y de repente vi a dos muchachos con armaduras
que hacían unos ruidos insoportables (clashh-clashh).
Eran Don Quijote y Sancho Panza, fueron a dar un paseo
por el bosque. Ya era casi de noche y ya estábamos
casi fuera del bosque pero, de repente, oí
las ruedas de un carro (tclack-tclack), se oía
una voz muy ronca y desagradable. Era un demonio,
nos avisó de que alguien de nosotros tres iba
a morir y se marchó. Durante todo el camino
Quijote y Sancho sacaban y guardaban las espadas que
hacían un ruido metálico. Acabamos llegando
cada uno a la ciudad, desde ahí nos fuimos
cada uno a nuestra casa.
Cristina
Corolli, 2º A
Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para
encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos
tan ridículos como verdaderos
Sancho y Don Quijote estaban hablando de sus
sentimientos y de la aventura que iban a emprender
los dos juntos buscando a la supuesta Dulcinea, y
si digo supuesta es por lo que sucederá a continuación.
Salieron al fresco bosque donde se podían apreciar
los cantares de los pájaros, el sonido de las
hojas de los árboles bailando con el viento
y el crujir de las ramas tiradas en el suelo al ser
pisadas por ellos. Apenas habían salido del
bosque cuando Sancho volvió la cabeza y se
dio cuenta de que Don Quijote no estaba con él,
dejó de oír el cantar de los pájaros,
el susurro del viento y solo escuchaba el latido de
su corazón. Fue en ese momento cuando decidió
descansar, este se sentó en el suelo apoyándose
en un árbol próximo a él. En
esos minutos que estaba solo se quedó pensando:
se estaba preguntando a sí mismo lo que iba
a hacer y cómo lo iban a hacer, pues a quién
iban a buscar, cómo la iban a encontrar y cómo
se pensaba que le iban a recibir. El hablar solo le
llevó a pensar que tenía que engañar
a Don Quijote para no meterse en cualquier lío
al ir a buscar a Dulcinea. Él tenía
claro que engañarle iba a ser fácil
ya que le podía hacer pensar que era como cuando
dijo que los molinos de viento eran gigantes, las
mulas de los religiosos dromedarios y las manadas
de carneros ejércitos de enemigos, y muchas
cosas más como estas. Su plan era que con la
primera mujer que viese él iba a decir que
era Dulcinea y que sino se lo creía se lo juraría
y así hasta que se lo creyese. Sancho escuchó
unas pisadas, miró y era Don Quijote, se acercó
para proseguir con su aventura.
Se podía apreciar el sonido del viento zumbando
en sus oídos, y dando en la cara. A lo lejos
se podía oír las pisadas de tres borricas
en el suelo, y en ellas estaban montadas tres labradoras.
Sancho al verlas se acordó de su plan para
engañar a Don Quijote, este lo vio como lo
que era, un engaño, hasta que Sancho vio la
forma de convencerlo, este se lo creyó. Se
acercaron a una de ellas y la empezaron a decir cosas
bonitas y que era la princesa Dulcinea, esta se lo
tomó a mal y se alejó de ellos. El borrico
de ella se tropezó, escucharon un golpe y era
que la labradora se había caído al suelo.
Don Quijote fue a ayudarla y cuando ella ya se fue
finalmente, Don Quijote le dijo a Sancho que la princesa
Dulcinea había sufrido un encantamiento por
su verruga en la cara, su mal olor y por su rostro
feo cuando en realidad la princesa Dulcinea era todo
lo contrario. Mientras tanto se podían escuchar
de nuevo el precioso cantar de los pájaros
y con este se unía una lechuza haciendo así
una preciosa melodía.
Nadia
Khan Blanco, 2º A
Don Quijote acababa de llegar a su aposento.
Cerró la puerta de su habitación, sonaron
las bisagras desengrasadas y el crujir de aquella
madera antigua.
El dormitorio era frío e inhóspito,
y el viento de la noche entraba aullando por la estrecha
ventana. Don Quijote se dirigió hacia la pequeña
mesa de noche, sus pasos retumbaron en la vacía
estancia.
Allí prendió un cabo de vela que iluminó
el catre e inundó el lugar con su crepitar.
Se dispuso a desnudarse. Fue quitándose pieza
por pieza su armadura metálica, que producía
un ruido chirriante cada vez que chocaban entre sí.
De repente un ruido llamó su atención.
Un pequeño ratón correteaba por el suelo
buscando algo que llevarse a la boca. Indiferente,
Don Quijote lo observó y terminó de
desvestirse.
Agotado tras la dura jornada, se dejó caer
en la cama con un crujir de paja. Inmediatamente,
sus graves ronquidos llenaron el lugar.
Berta
Britto Herreros, 2º B
Estaba en la montería en la que oía
los ruidos de los caballos al relinchar, mientras
El Quijote gritaba al señor de la montería.
Luego oí el ruido de los caballos trotando,
se dirigían al bosque. Entonces les seguí.
Oía el ruido de las hojas caídas, el
viento azotando sobre las ramas de los árboles
hasta que llegué al lugar en el que estaban
parados. De repente, oí un crujido muy fuerte
y rápido, era un jabalí. Entonces oí
la herrumbre de la armadura del Quijote siendo golpeada
con el duro suelo cuando el caballo se puso a dos
patas asustado por el jabalí.
También oí el desgarre del traje de
Sancho y la rama rompiéndose. Luego escuché
un fuerte grito que provenía del jabalí,
que estaba atravesado por una espada. Llevaron al
jabalí a una cena, a la que estaban invitados
Sancho y Quijote. En esa cena se podía apreciar
el ruido de los cubiertos y los vasos, la gente hablando
y masticando la comida. Al día siguiente volvieron
a ir al bosque, y una vez allí se empezaron
a oír unos ruidos espantosos provenientes de
una gran orquesta.
Eloy
Barón Merino, 2º A
Mientras llega la noche con sus extraños
sonidos, como aquella melodía que toca el grillo
o el cantar de las bestias nocturnas, entran por el
jardín “unos salvajes” con un caballo
de madera al hombro cuyo crujido va acompañado
por el resuene de los pasos y los suspiros de los
salvajes. Entre risas casi imperceptibles estos retan
a Don Quijote y Sancho Panza a subir en aquel caballo
llamado Clavileño. Caballero, aguantando el
tipo y escudero, muerto de miedo, suben al caballo
mientras suena el eco de su crujido. Sin embargo para
que no se “mareen” a Don Quijote y a Sancho
les tapan lo ojos con una venda mientras resuenan
las risas. Suena el “clic” de la clavija
dando comienzo al espectáculo. Los sirvientes
de los duques empiezan a reproducir toda clase de
ruidos simulando estar en el aire mientras de fondo
se escucha el estruendo de los fuelles y el soplar
de los abanicos. Un estallido final provoca que tanto
escudero y caballero acaben en el suelo del jardín
del que partieron, dando final a la broma de los duques.
Benjamín
Agüero Chávez, 2º B
Sentado en su cama se encontraba Don Quijote
leyendo un libro. Cada vez que pasaba página
sonaba ese sonido que tanto le encantaba, la vela
se movía al son del aire.
Don Quijote tiró el libro con fuerza contra
el suelo haciendo un ruido muy fuerte, ya que estaba
harto de leer y leer. Quería tener una aventura,
quería ser un caballero andante. Con pasos
firmes se dirigió hacia su armadura que relucía
con gran brillo, se la colocó haciendo un estruendoso
ruido que cada vez que daba un paso se repetía.
Don Quijote cogió las riendas de Rocinante,
que sonaban cuando golpeaban contra su lomo.
Don Quijote y Rocinante cabalgaron sin cesar con paso
firme. Se oían los pájaros cantando
y revoloteando a su alrededor, un riachuelo cercano
en el que estaban unos niños jugando y a lo
lejos se veían los molinos, las aspas de estos
cortaban el viento y este ruido seguía desde
lejos.
Samara
Jiménez Jiménez, 2º A

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