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Nº 123
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Relatos sonoros sobre El Quijote

Por Hernán Arroyo de Diego, Soribel Morillo Sánchez, Sara Abascal Mata, Adrián Arévalo Negueruela, Gonzalo Guerra Lavid, Víctor Sumillera Fernández, Cristina Corolli, Nadia Khan Blanco, Berta Britto Herreros, Eloy Barón Merino, Benjamín Agüero Chávez y Samara Jiménez Jiménez, estudiantes del IES Santa Clara de Santander.

Suena el campo por donde cabalgan Quijote y Sancho, cantan los pájaros, El Quijote oye las voces, ¿encantadores, magos enemigos? Sancho percibe amedrentado los amenazadores gritos, montado en Clavileño. Voces susurrando en sus oídos... ¿Puedes escucharlos tú también?

 

El Quijote cabalga, Sancho al lado, ¿los veis? Seguro que sí, uno alto, delgado y erguido, ataviado con una anacrónica armadura, lanza en ristre, a lomos de un caballo tan huesudo como él. El otro regordete, bajito, con gesto satisfecho, a lomos de un orondo burro.
¿Y los sonidos? Cervantes los describe, con lujo de detalles, muchas veces.
Instrumentos, ruidos, gritos, cantos y pájaros, viento y voces.
Pero, ¿puedes imaginar cómo sonaban los campos por donde cabalgaron Sancho y Quijote?, ¿y cómo sonaría su armadura al cabalgar, cómo silbaría el viento al chocar con las holgadas piezas de sus atavíos guerreros?

Estos son los relatos de los estudiantes del IES Santa Clara de Santander:

El Quijote se levantó temprano, moviendo las sábanas, dándolas golpes al ritmo de los pájaros. Pronto bajó las escaleras, haciendo ruido con los pies en la machacada madera. En muy poco tiempo desayunó y, como tenía prisa, tiró los cacharros al fregadero haciendo un estruendo gigante. Pronto se puso su oxidada armadura chirriante y se montó en su viejo caballo Rocinante, que jadeaba muy fuerte por el peso total del Quijote.
Sancho Panza se montó en su burro, también jadeante, y empezaron una nueva aventura en dirección al bosque. Cuando llevaban media hora de trayecto, se encontraron con dos perros salvajes, pero en realidad tenían un dueño. Los perros no paraban de ladrar al unísono. Al final pudieron escapar porque llegó su dueño, que venía corriendo muy deprisa y los agarró con la correa.
En esa misma hora, encontró a dos gigantes hombres de color que estaban molestando a una princesa de vestido morado. Entonces, el Quijote impotente empezó a pegar espadazos a diestro y siniestro, rompiendo el aire y azotando a los supuestos gigantes negros con su espada. Con el escándalo Sancho Panza que estaba roncando, se despertó de su siesta y fue donde el Quijote corriendo a pararle.
- ¡¿Qué hace pegando árboles, señor?!
- ¡Son gigantes malvados!
En realidad, eran tres árboles con un tronco muy oscuro y la princesa era una planta de lavanda en flor.
Dolorido por el combate, Don Quijote volvió a su casa gimiendo de dolor. Al llegar, Sancho le cogió en brazos y le metió en su cama, previamente habiéndole quitado la armadura.
Así acabó un día más en la vida del gran Quijote de la Mancha.


                                                                         Hernán Arroyo de Diego, 2º A

 

Se escucha la espada de Don Quijote. Sancho saltó encima del jabalí, también se escuchaba el bufido del jabalí y el ruido de sus garras. Sancho se puso a gritar y Don Quijote le escuchó y fue a buscarle corriendo y se escuchaban la espada y el escudo. De pronto se comenzaron a escuchar en el bosque el ruido de unos carros con música, trompetas, tambores, etc.
Sancho comenzó a gritar a Don Quijote diciéndole que no se iba a dejar dar tres mil azotes. Para terminar se volvieron a escuchar los carros moviéndose con el ruido de las arpas, trompetas, tambores, bocinas y una música muy fuerte. Era la gran Dulcinea que le dio la enhorabuena a Sancho por aceptar los tres mil azotes. Sancho y Don Quijote comenzaron a reírse de la emoción.

                                                                          Soribel Morillo Sánchez, 2º A

 

 

Se escuchaban voces roncas y ruidos de armaduras dentro de aquella gran sala, se podía apreciar la voz de Sancho entre otros sonidos. Entré en aquel lugar, el crujido de la puerta fue tal que sonó en toda la sala, por ello los duques supieron que había llegado. “¡Don Quijote!” oí, un duque pronunció mi nombre, ese nombre tan noble para un caballero como yo. Acto seguido, mi fiel escudero Sancho, me explicó con su voz fuerte a la vez que grave que dueño de una isla era él ahora, ya que así se lo hicieron saber los duques. Rápidamente cogí a Sancho del brazo, este se llevó tal sorpresa que gritó fuertemente. Lo dirigí hacia mis aposentos, pasando por los pasillos sombríos se escuchaban los andares de mi gran amigo debido a sus pesadas botas chirriantes. Con sigilo abrí la puerta de madera de mis aposentos, es puerta tan sonora con ese sonido agudo que tanto daño les hacía a mis oídos. Sancho y yo entramos dentro. Las botas de Sancho aún se escuchaban, ya que este caminaba de un lado para otro a causa de su nerviosismo. A mi fiel escudero profundos consejos yo le di antes de que se escuchara a un duque venir con su corcel que tanto relinchaba para llevar a Sancho a su isla. Los cascos de los caballos caminando por el jardín tal vez fuera lo último que escuchase por parte de mi amigo y mi escudero Sancho Panza.

                                                                                 Sara Abascal Mata, 2º B

 


Recibiendo los últimos rayos de sol y oyendo el último piar de pájaros dio comienzo la noche. Unos pasos que frotaban la hierba se oían no muy lejos, eran bárbaros. Estos, trajeron un caballo de madera en la que esta crujía a cada paso que daba. Con una voz ronca y grave, el bárbaro les retó a subirse a tan chirriante caballo a unos asombrados Don Quijote y Sancho.
Estos aceptaron el reto, el bárbaro le dijo que volarían, con el suave sonido del viento dándoles en la cara y pasarían un buen rato, la dolorida vendó los ojos a Don Quijote, mientras se oía como la tela de la venda pellizcaba a cada pelo de este, haciendo un sonido agudo.
Al hacerse de día emprendieron el “viaje”, la gente que se encontraba aguantando la risa aguda y el sonido relajante y pacífico que se producía cuando el fuelle acariciaba la hierba, hacían que Don Quijote y Sancho. Subidos en un cojín blando que chirriaba con la madera cuando la frotaban con ella, no creían que fuera verdad, ya que no se oía el sonido de los pájaros llamándose unos a otros o el aleteo de sus alas por lo que, al menos para Sancho, todo no terminaba de encajar.

                                                                     Adrián Arévalo Negueruela, 2º B

 

 

Por el camino se escuchan las metálicas herraduras de Rocinante y del burro de Sancho chocar contra el camino de piedra y arena. De la nada, los fuertes gritos de los dos Duques les llaman la atención; por el camino se siguieron oyendo las herraduras de las monturas, además del fuerte piar de los pájaros cantando. En el castillo se escuchaban altos los gritos de aquellos que mandaban a los sirvientes y, por fuera, todos los animales que había. Cuando llegaron a su alcoba se quitaron, en el caso de Don Quijote, su pesada armadura, la cual empezó a hacer chirriantes sonidos metálicos al rozar entre sí. En el caso de Sancho, sólo se oyeron los apagados sonidos del cuero de su chaqueta. Cuando llamaron a Sancho para darle la noticia, desde la alcoba de al lado se oía toda la animada conversación. Tras la cena, sólo se escuchaban las alegres risas de todos, el sonido de los cubiertos cayéndose y, si ponías la oreja, podías escuchar el cristalino ruido del agua y el vino al llenar los vasos. En mitad de la cena le dijeron que lo de la isla era una broma. Se hizo el silencio. Cuando se marcharon, volvieron a escucharse los pesados golpes de las herraduras de Rocinante y del burro de Sancho Panza, además del chirriar de la armadura del caballero.

                                                                            Gonzalo Guerra Lavid, 2º B

 

Yo era un ojeador que iba a ir de caza con los duques y Don Quijote. Don Quijote se puso su armadura y se escuchó el sonido de las placas de metal de esta, chocando entre sí.
Todos fueron a caballo al monte, escuchando el sonido que hacían las patas de los caballos, trotando por el camino. Al subir a mi paranza, atravesé un arbusto y pude oír cómo crujían las hojas y las ramas.
De pronto, oí el gemido de un jabalí, que se acercaba al trote cochinero, haciendo sonar a su paso todo aquello que arrollaba; ramas, arbustos, pequeñas piedras...
Los perros le perseguían y no paraban de ladrar mientras iban detrás de él. Entonces, el duque atravesó con un venablo al animal, que soltó un gemido que, a diferencia del anterior que me llegó a intimidar, me hizo sentir lástima.

                                                                     Víctor Sumillera Fernández, 2º A

 

 

En un lejano bosque, me encontraba yo en medio de la nada. Me desperté en el suelo que estaba lleno de flores. Lo primero que oí fueron los cantos de los pájaros y al fondo se oía un búho (hu-hu-hu). Me levanté del suelo, pensaba que estaba loca pero no, me sacudí los pantalones (plash-plash). Empecé a andar y se oía cómo el viento golpeaba las ramas de los árboles (frrg-frrg). Cuando andaba empecé a oír un (sshh-sshh). Me giré y ahí estaba una serpiente totalmente verde, sabía que era muy venenosa, pero no me asusté y seguí un camino que no sabía dónde iba a parar. Llegué a una pequeña fosa, se oía a las ranas (croac-croac), después de un rato oí a unas personas hablando (ayúdame Quijote, que hay una serpiente), fui corriendo hasta las voces, apartando todas las ramas que no me permitían ver nada y de repente vi a dos muchachos con armaduras que hacían unos ruidos insoportables (clashh-clashh). Eran Don Quijote y Sancho Panza, fueron a dar un paseo por el bosque. Ya era casi de noche y ya estábamos casi fuera del bosque pero, de repente, oí las ruedas de un carro (tclack-tclack), se oía una voz muy ronca y desagradable. Era un demonio, nos avisó de que alguien de nosotros tres iba a morir y se marchó. Durante todo el camino Quijote y Sancho sacaban y guardaban las espadas que hacían un ruido metálico. Acabamos llegando cada uno a la ciudad, desde ahí nos fuimos cada uno a nuestra casa.


                                                                                      Cristina Corolli, 2º A

 

Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos

Sancho y Don Quijote estaban hablando de sus sentimientos y de la aventura que iban a emprender los dos juntos buscando a la supuesta Dulcinea, y si digo supuesta es por lo que sucederá a continuación.
Salieron al fresco bosque donde se podían apreciar los cantares de los pájaros, el sonido de las hojas de los árboles bailando con el viento y el crujir de las ramas tiradas en el suelo al ser pisadas por ellos. Apenas habían salido del bosque cuando Sancho volvió la cabeza y se dio cuenta de que Don Quijote no estaba con él, dejó de oír el cantar de los pájaros, el susurro del viento y solo escuchaba el latido de su corazón. Fue en ese momento cuando decidió descansar, este se sentó en el suelo apoyándose en un árbol próximo a él. En esos minutos que estaba solo se quedó pensando: se estaba preguntando a sí mismo lo que iba a hacer y cómo lo iban a hacer, pues a quién iban a buscar, cómo la iban a encontrar y cómo se pensaba que le iban a recibir. El hablar solo le llevó a pensar que tenía que engañar a Don Quijote para no meterse en cualquier lío al ir a buscar a Dulcinea. Él tenía claro que engañarle iba a ser fácil ya que le podía hacer pensar que era como cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, las mulas de los religiosos dromedarios y las manadas de carneros ejércitos de enemigos, y muchas cosas más como estas. Su plan era que con la primera mujer que viese él iba a decir que era Dulcinea y que sino se lo creía se lo juraría y así hasta que se lo creyese. Sancho escuchó unas pisadas, miró y era Don Quijote, se acercó para proseguir con su aventura.
Se podía apreciar el sonido del viento zumbando en sus oídos, y dando en la cara. A lo lejos se podía oír las pisadas de tres borricas en el suelo, y en ellas estaban montadas tres labradoras. Sancho al verlas se acordó de su plan para engañar a Don Quijote, este lo vio como lo que era, un engaño, hasta que Sancho vio la forma de convencerlo, este se lo creyó. Se acercaron a una de ellas y la empezaron a decir cosas bonitas y que era la princesa Dulcinea, esta se lo tomó a mal y se alejó de ellos. El borrico de ella se tropezó, escucharon un golpe y era que la labradora se había caído al suelo. Don Quijote fue a ayudarla y cuando ella ya se fue finalmente, Don Quijote le dijo a Sancho que la princesa Dulcinea había sufrido un encantamiento por su verruga en la cara, su mal olor y por su rostro feo cuando en realidad la princesa Dulcinea era todo lo contrario. Mientras tanto se podían escuchar de nuevo el precioso cantar de los pájaros y con este se unía una lechuza haciendo así una preciosa melodía.

                                                                                Nadia Khan Blanco, 2º A

 

 

 

Don Quijote acababa de llegar a su aposento. Cerró la puerta de su habitación, sonaron las bisagras desengrasadas y el crujir de aquella madera antigua.
El dormitorio era frío e inhóspito, y el viento de la noche entraba aullando por la estrecha ventana. Don Quijote se dirigió hacia la pequeña mesa de noche, sus pasos retumbaron en la vacía estancia.
Allí prendió un cabo de vela que iluminó el catre e inundó el lugar con su crepitar. Se dispuso a desnudarse. Fue quitándose pieza por pieza su armadura metálica, que producía un ruido chirriante cada vez que chocaban entre sí.
De repente un ruido llamó su atención. Un pequeño ratón correteaba por el suelo buscando algo que llevarse a la boca. Indiferente, Don Quijote lo observó y terminó de desvestirse.
Agotado tras la dura jornada, se dejó caer en la cama con un crujir de paja. Inmediatamente, sus graves ronquidos llenaron el lugar.

                                                                             Berta Britto Herreros, 2º B

 

Estaba en la montería en la que oía los ruidos de los caballos al relinchar, mientras El Quijote gritaba al señor de la montería. Luego oí el ruido de los caballos trotando, se dirigían al bosque. Entonces les seguí.
Oía el ruido de las hojas caídas, el viento azotando sobre las ramas de los árboles hasta que llegué al lugar en el que estaban parados. De repente, oí un crujido muy fuerte y rápido, era un jabalí. Entonces oí la herrumbre de la armadura del Quijote siendo golpeada con el duro suelo cuando el caballo se puso a dos patas asustado por el jabalí.
También oí el desgarre del traje de Sancho y la rama rompiéndose. Luego escuché un fuerte grito que provenía del jabalí, que estaba atravesado por una espada. Llevaron al jabalí a una cena, a la que estaban invitados Sancho y Quijote. En esa cena se podía apreciar el ruido de los cubiertos y los vasos, la gente hablando y masticando la comida. Al día siguiente volvieron a ir al bosque, y una vez allí se empezaron a oír unos ruidos espantosos provenientes de una gran orquesta.

                                                                                 Eloy Barón Merino, 2º A

 

 

 

Mientras llega la noche con sus extraños sonidos, como aquella melodía que toca el grillo o el cantar de las bestias nocturnas, entran por el jardín “unos salvajes” con un caballo de madera al hombro cuyo crujido va acompañado por el resuene de los pasos y los suspiros de los salvajes. Entre risas casi imperceptibles estos retan a Don Quijote y Sancho Panza a subir en aquel caballo llamado Clavileño. Caballero, aguantando el tipo y escudero, muerto de miedo, suben al caballo mientras suena el eco de su crujido. Sin embargo para que no se “mareen” a Don Quijote y a Sancho les tapan lo ojos con una venda mientras resuenan las risas. Suena el “clic” de la clavija dando comienzo al espectáculo. Los sirvientes de los duques empiezan a reproducir toda clase de ruidos simulando estar en el aire mientras de fondo se escucha el estruendo de los fuelles y el soplar de los abanicos. Un estallido final provoca que tanto escudero y caballero acaben en el suelo del jardín del que partieron, dando final a la broma de los duques.

                                                                       Benjamín Agüero Chávez, 2º B

 

Sentado en su cama se encontraba Don Quijote leyendo un libro. Cada vez que pasaba página sonaba ese sonido que tanto le encantaba, la vela se movía al son del aire.
Don Quijote tiró el libro con fuerza contra el suelo haciendo un ruido muy fuerte, ya que estaba harto de leer y leer. Quería tener una aventura, quería ser un caballero andante. Con pasos firmes se dirigió hacia su armadura que relucía con gran brillo, se la colocó haciendo un estruendoso ruido que cada vez que daba un paso se repetía. Don Quijote cogió las riendas de Rocinante, que sonaban cuando golpeaban contra su lomo.
Don Quijote y Rocinante cabalgaron sin cesar con paso firme. Se oían los pájaros cantando y revoloteando a su alrededor, un riachuelo cercano en el que estaban unos niños jugando y a lo lejos se veían los molinos, las aspas de estos cortaban el viento y este ruido seguía desde lejos.

                                                                       Samara Jiménez Jiménez, 2º A




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