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Nº 119

CULTURA / GALERÍA DE ARTE

Cuentos en versión original

Por Mercedes Ríos Gutiérrez y Alba Pelayo García, estudiantes de 3ºB de ESO del IES Javier Orbe Cano de Los Corrales de Buelna.

Escoge un cuento tradicional, léelo bien y piensa cómo lo cambiarías para elaborar una nueva versión. Puedes modernizar la historia y situar a los personajes en el momento actual, también puedes contar la historia desde otro punto de vista, escribir su continuación, como si la vida de los personajes siguiera más allá del cuento o, incluso, mezclar personajes de dos cuentos distintos.

El flautista de Hamelin.

EL FLAUTISTA DE HAMELIN
Mercedes Ríos Gutiérrez, alumna de 3ºB de ESO

Hace mucho, mucho tiempo, en un lejano lugar sucedió la historia que os voy a contar.

Todo empezó un lunes por la mañana, lo recuerdo bien, pues ese día fue el de mi llegada a la alcaldía del pueblo de Hamelin. Durante mucho tiempo estuve intentando comprar los suficientes votos y por fin lo había logrado. A causa de esto mis cuentas bancarias se vieron reducidas, cosa que odiaba y aún sigo odiando. Por eso decidí urdir un astuto plan para sanearlas gratis, o por lo menos sería gratis para mí.

Al día siguiente me encaminé hacia la granja de ratones de mi primo y le pedí prestados cinco mil de ellos, los cuales deberían ser llevados a la ciudad durante la semana siguiente. El pobre tonto accedió a cambio de una suma de dinero algo pequeña en comparación con lo que yo iba a aganar. Cumplida la semana, llegaron un día los ratones, poblando todas las casas a excepción de la mía, pues estaban bien entrenados. Enseguida los pueblerinos empezaron a buscar una solución, alguien que pudiera echarlos. Mientras ellos pagaban unos precios desorbitados, yo me quedaba con más de tres cuartos de lo que pagaban y contrataba a unos torpes inservibles (adrede, claro está). Seguí haciendo esto durante un tiempo, mas los ciudadanos empezaron a sospechar. He de reconocer que un día, mientras salía a despejarme, encontré la solución que dejaría muy tranquilo al pueblo y a mí me garantizaría un buen salario. Todo gracias a los ruidosos niños que tanto odiaba. No podía soportar ni sus estúpidas risotadas continuas, ni sus juegos que siempre acababan rompiendo algo y las consiguientes quejas por parte de los adultos, ni mucho menos su tonta e ingenua felicidad, pero aquel día me dieron una buena idea, mataría dos pájaros de un tiro: acabaría con la plaga que molestaba a los habitantes y con la que me molestaba a mí.

Con la llegada de la noche me encaminé de nuevo a la granja de mi primo para proponerle un nuevo trato, que básicamente consistía en que él se hiciese pasar por alguien capaz de controlar a los ratones para alejarlos. Para no ser reconocido, se hizo pasar por músico, concretamente por un flautista, el cual reclamaría sus cien monedas de oro, las cuales nunca recibiría completas (solo la mitad, el resto serían para mí) y en consecuencia se llevaría también a los niños.

Convencerlo no fue muy difícil, lo peor fue decidir qué hacer con los enanos. Al final, nos decantamos por regalárselos a la bruja que habita en los bosques del Norte, ya que la pobre con todo esto de la crisis estaba pasando más hambre que un piojo en la cabeza de un peluche.

Así fue como yo, el alcalde más astuto, no conocido a día de hoy, consiguió embaucar a sus ciudadanos y acabar con la plaga (de niños, claro está).

 

MUCHOS LOBOS EN UNA HISTORIA
Alba Pelayo García, alumna de 3ºB de ESO

- ¡Malditos cerdos!– exclamó el lobo por ¿decimoquinta vez en el día?; hasta él había perdido la cuenta.

Llevaba semanas planeando el crimen perfecto para comerse de una vez a los gorrinos, pero estos vieron preparar su plan y decidieron sabotearlo.

El lobo, harto de oír las risas de los que tarde o temprano acabarían siendo su comida, decidió volver a su casa, la cual se encontraba en el bosque. De camino para allá, empezó a oír ruidos; ramas partiéndose, hojas agitándose..., sin darle importancia sacó la llave de su casa para abrirla, pero antes de que esta tocara la cerradura, alguien le tiró al suelo.
- ¡Ayúdame!– gritó desesperada la persona que estaba encima. Abrió los ojos que había cerrado por inercia y vio a un lobo bastante parecido a él.
- ¿Quién eres tú?– preguntó desconcertado.
- Eso no importa ahora!– dijo el otro asustado.
- ¡Abre la maldita puerta!– añadió y se oyó un disparo al fondo.

El primer lobo reaccionó y abrió la puerta a la velocidad de la luz, entrando en casa junto con el otro lobo y cerrándola incluso más rápido que cuando la abrió. Ambos se apoyaron en ella y fueron bajando hasta que acabaron sentados en el suelo.
- ¿Merezco una explicación, no?– preguntó el dueño de la casa.
- ¿Eh? Ah, sí.– suspiró el otro- Me escapé de mi cuento porque un cazador me quería matar.
- ¡Pero eso está prohibido!– exclamó agitado.
- ¿Te crees que no lo sé? Era esto o morir.
- ¿De qué cuento te has escapado?
- Caperucita Roja. Por cierto, ¿en cuál estoy?
- Los tres cerditos– contestó levantándose, seguido por el otro.
- Vaya... ¿te los comiste ya?
- No.
- Te voy a ayudar– el lobo lo miró confuso- Tengo hambre y hace mucho que no como gorrino.

El lobo del cuento sonrió malévolamente y el otro lo imitó, comenzaron a preparar su maléfico plan.
Ya pueden temblar los tres cerditos.



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