Amanece
en Cantabria. Según avanza la oscura y lluviosa
mañana nos vamos acercando a la tierra donde
nació el pasiego y, por ende, el cántabro.
Nada más llegar, un cartel abraza a los visitantes:
'Bienvenidos a los Valles Pasiegos'. Sería
un cartel más si no fuera porque este valle
tiene algo especial. Más del 90% de sus habitantes
-la mayoría ganaderos- están afectados
por las participaciones preferentes, en especial en
la capital, Vega de Pas, donde los casos son aún
más trágicos de lo normal.
|
Los afectados
protagonizaron Santander una manifestación
muy numerosa. ANDRÉS FERNÁNDEZ |
Leire Díez, la teniente de alcalde del pequeño
pueblo, nos recibe con los brazos abiertos. Ella es
considerada por sus convecinos como la única
con algo de poder (aunque solo sea comarcal), para
que su tenue y cansada voz se haga escuchar. Ella
misma nos enseña los papeles que muchos, sordos
o mudos (como Bernabé), firmaron engañados.
La letra pequeña, que ocupa tres páginas,
no es entendible para alguien con bajo nivel cultural.
El único pecado de estas personas, como ellas
mismas nos comentan, fue fiarse de la palabra de José
Ramón, el antiguo director de la sucursal que
Caja Cantabria (ahora Liberbank) tenía allí.
Por desgracia, se fiaron de la palabra de un hombre
que era considerado una institución, junto
con el médico y el cura. Antes de irse a la
sucursal de Potes, bajo la dirección de este
hombre la entidad colocó casi dos millones
de euros en estos productos de alto riesgo, solamente
en Vega de Pas. En todo el Valle, desgraciadamente,
hace tiempo que se perdió la cuenta de todo
lo que era.
Detrás de esos dos millones de euros se encuentra
el caso más dramático de todos: la familia
Abascal Laso, aunque Leire confía en que en
un tiempo no muy lejano consigan recuperar el dinero.
Nos abre la puerta el padre de familia: Fernando,
quien, a sus más de 90 años, es mudo
y tiene una visión casi nula. La madre, Pilar,
está sentada en un sofá fuera de la
casa y el hijo, Fernando Ignacio, viene de cuidar
al ganado.
Con el frío en el cuerpo, Pilar, con cara
de tristeza, esboza una frase que la sale del alma:
"No hay justicia para los humildes". Y tiene
razón, porque si hubiera habido justicia, su
caso ya estaría resuelto. A sus más
de 90 años, necesita operarse la vista, ya
ha perdido la visibilidad de un ojo. La familia fue
engañada por José Ramón, quien
les ofreció cambiar sus ahorros a plazo fijo,
diciendo que, cuando quisieran, podrían sacar
el dinero.
Viviendo en la más absoluta miseria, en una
cabaña que te lleva a la nostalgia de siglos
pasados, sin luz y en condiciones casi infrahumanas
te das cuenta de que puede que las preferentes no
sean una estafa sino un "auténtico robo".
Nos vamos con una cuenta pendiente, un café,
pero les prometemos tomarnos uno cuando su caso se
solucione, con la esperanza de que más pronto
que tarde esa cuenta ya esté saldada.
Pero tenemos prisa, todavía nos queda pendiente
ver a Bernabé, quien no puede mantener una
conversación normal. Su sordera hace que, en
su caso, el engaño roce la inmoralidad. A sus
85 años se enteró de que era uno de
los afectados gracias a una carta.
Cuando ya nos vamos, nos encontramos a Trinidad,
una de las afectadas de mayor edad, que está
acompañada por su hermana Tere en uno de sus
paseos habituales. A pesar de su malherida memoria,
nos comenta que José Ramón la juró
y perjuró que podría sacar el dinero
cuando quisiera.
Y es que José Ramón, a fin de cuentas,
solo cumplía con su deber, el de intentar ofrecer
el anzuelo para que los demás picaran. Si te
negabas o no lo hacías, como un prejubilado
de la Caja nos comenta, te quitaban parte del sueldo
de la nómina o, peor aún, te echaban.
Nos vamos con la disyuntiva de seguir confiando en
que casos como estos se resuelvan, o resignarnos a
pensar que esa justicia que tanto defiende a los ricos
no ampara igualmente a los pobres.

SUBIR
|
|