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Red-acción
II Época / Nº48
Junio
2011
CULTURA / GALERÍA DE ARTE

'Apolo'

Por Jozsef Kucsár, alumno de 1º de Bachillerato del IES La Granja de Heras.

Jozsef Kulcsár, alumno de 1º Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales en el IES La Granja, ha ganado el primer premio en la VII edición del Concurso de Relato Histórico Breve que organiza la Subdelegación de Cantabria de la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Bajo el tema 'Las Olimpiadas en el mundo antiguo'. Jozsef presentó el relato 'Apolo' con el pseudónimo de 'Amilkar Valdieri'.

'El Discóbolo' de Mirón.


- Soy Apolo, de la ciudad de Pella de Macedonia. Compito en la disciplina de lanzamiento de disco.
- Pasa al gimnasio. Mañana será el gran día.

Así empezó toda la historia que voy a relatar. Mi amo, Apolo, hacía meses que se
entrenaba todos los días en el gimnasio. Realmente su figura recordaba al dios; su porte, su cuerpo definido, firme y musculoso inspiraban belleza y admiración a cualquiera.
Podía sentir su nerviosismo, sus ganas de demostrar todo su fuerza y técnica impecables y sus ansias de victoria. Su padre, Petros, inculcó en él desde niño el espíritu griego, con el respeto a los dioses y la fascinación por el deporte.
Yo, Altair, soy su esclavo. Cuando su padre murió me dejó a cargo de Apolo y desde entonces lo he cuidado. Desde el día en que su padre cerró los ojos para siempre, deseó honrar su muerte ganando la corona de laurel en los juegos olímpicos, ya que su padre lo entrenaba. Siguió su duro entrenamiento para convertirse en un gran deportista y veía en sus ojos una satisfacción que yo mismo compartía.
Me deleitaba viendo cómo realiza su último entrenamiento, cómo sus firmes músculos se estiraban y lanzaban el bronce muy lejos, ante la envidiosa mirada de los que serían sus oponentes.

No puedo evitar la rabia cuando veo las miradas que se dirigen a mi amo. Desde que llegamos a la ciudad se ha extendido su fama entre hombres y mujeres y todos desean verlo en el estadio, pero las mujeres no podrán. Hasta el gran escultor Mirón quedó impresionado la primera vez que vio entrenar a mi amo, hace unos 10 meses. Le fascinó la tonificación y el equilibro que había en todo lo que Apolo era y decidió hacer una escultura suya lanzando el pesado disco. Mi amo posó con gusto unas cuantas veces, hasta que el artista lo dibujó para después esculpirlo. Acabo de ver la escultura terminada, es maravillosa. Retrata a la perfección los músculos tensionados de Apolo cuando hace un lanzamiento, su postura y sus tendones extendidos. Llevaremos la escultura a casa del amo cuando terminen los Juegos Olímpicos, ya que no queremos desconcentrarle en su gran día. Será una auténtica sorpresa para el campeón.

Recuerdo con todo detalle los sucesos que acontecieron ayer y no creo que los olvide nunca. La mañana se mostraba clara y soleada. El gran día había llegado y todas nuestras esperanzas estaban puestas en un lanzamiento. Serví el desayuno a mi amo temprano y después fuimos al gimnasio donde se entrenó largo tiempo. Un joven de pelo oscuro como el azabache y piel morena como la tierra de los campos hablaba con él y lanzaba el disco a la vez para ver cuánto llegaba, pero nunca le superaba. Lo miraba con admiración y deseo a la vez. Después del entrenamiento Apolo lo invitó a comer.
Mi amo y él charlaron un tiempo, hasta que el joven no aguantó más y besó sus labios.
En ese momento supe que ya nunca podría ser mío, que ya no me quedaba ni la más mínima esperanza y deseé matarlo, pero en vez de eso me quedé inmóvil, mirando por una pequeña ventana sin que se dieran cuenta. Los dos empezaron a acariciar sus cuerpos mientras se iban quitando los mantos y la poca ropa que llevaban. Mi odio hacia ese muchacho era cada vez mayor y decidí irme de allí para no hacer nada de lo que después me arrepentiría. Un tiempo después los vi salir de la habitación de Apolo.
Al llegar al estadio, Apolo empezó a calentar y estirar los músculos. De repente se me acercó un esclavo y me dijo que habláramos en privado. Me dijo lo siguiente:

- Mi amo es un hombre generoso. Te ofrece la libertad a cambio de que neutralices a su mayor oponente, tu amo. Sólo tienes que meter unas gotas de este veneno cuando le des de beber antes del lanzamiento y nunca más tendrás que servir a nadie. Piensa en todo lo que no puedes hacer por tu condición; te mereces ser libre. Ningún hombre en su sano juicio despreciaría esta propuesta.
Además, también te recompensaría con una bolsa de monedas. ¡Imagínatelo! Lo que te queda de vida sin recibir órdenes.

No le dejé ni terminar de hablar, ya no soportaba más sus insultos. Le clavé mi daga en el pecho y lo dejé caer allí mismo. Mi amo me necesitaba y corrí para ponerle sobre aviso, pero no estaba en el gimnasio. Me temí lo peor y como dice el proverbio griego "Piensa mal y acertarás"… aunque ojalá no hubiera acertado. En el momento que lo divisé con la mirada estaba terminando de beber un poco de agua que otro de sus esclavos le había dado. Corrí hacia él y le quité la copa de barro de la mano, pero ya estaba vacía.

- ¿Qué te pasa Altair? - me preguntó mi amo
- Es que… sólo que… tendría que relajarse un poco antes del lanzamiento, lo veo tenso, es mejor que no beba nada amo.

Ya no pude hacer nada y preferí asegurarme antes de si estaba en lo cierto. Tal vez estaba juzgando mal la situación y el agua no tenía nada más, tal vez nada malo pasaría y el otro esclavo tampoco se había dejado sobornar, pero mucho me temía que la avaricia de Laucinio habría sido más fuerte que su lealtad. Me giré rápidamente para interrogarlo, pero ya no estaba allí. Decidí apartar esos pensamientos de mi cabeza y concentrarme en el lanzamiento, pero era incapaz.
Pensaba en Petros, en su muerte, en los muchos meses de entrenamiento, esfuerzos y dinero gastados para lograr dominar la técnica, todo se decidiría en unos instantes.
Todo el mundo estaba en silencio, con los ojos muy abiertos y expectantes ante lo que iba a ser algo extraordinario y trágico a la vez. Apolo se preparó, echó su cuerpo hacia atrás, retrasó su fuerte brazo y después de unos instantes de concentración miró su objetivo: el lugar más alejado del estadio, justo debajo de las gradas del público y lanzando un grito, tiró el disco tan fuerte como pudo. Todos seguimos el disco de bronce con la mirada mientras volaba por el aire; contemplamos cómo se estrellaba contra el suelo y levantaba el polvo… ¡Era increíble! Había llegado más de lo que nadie había alcanzado nunca antes. Su lanzamiento fue tan potente que quedó a escasa distancia de las gradas. Todos quedamos admirados por esta gran hazaña conseguida por mi joven amo. Todo el público estalló de alegría, pero cuando me di la vuelta para ver al victorioso Apolo, me sobrecogió un temor horrible: se desplomó. Su cuerpo parecía sin fuerza y cayó al suelo ante la atónita mirada de todos. Los médicos intentaban reanimarlo, hicieron de todo, pero fue en vano. Mi amado amo estaba muerto.

No tenía nada más en la cabeza que matar a Laucinio, su asesino y al que mandó
matarlo. Fui a la casa de alquiler en la que vivíamos desde que vinimos a entrenar a la ciudad y lo encontré entrando por la puerta. Se giró para saludarme y sin pensarlo le clavé la misma daga que al otro esclavo. El odio me recorría todo el cuerpo y empecé a clavársela por todas partes. Era el asesino de mi amo, merecía morir.
Salí al momento de la casa para buscar al que había mandado matar a Apolo. Tenía una sed de venganza que sólo se saciaría cuando todos los que participaron en la muerte de mi amo corrieran la misma suerte. Corrí como un caballo desbocado hacia el estadio, pero por un atajo. Poco antes de llegar vi que venían de frente unos cuantos esclavos con su amo. Cuando pasaron a mi lado vi en el brazo de los esclavos la misma marca que tenía el esclavo que maté, el que vino a proponerme la traición y el asesinato de mi amo. Al momento me sobresalté y miré a su amo ¡Era aquel joven el que había comido con nosotros!
Sentí ganas de clavarle mi daga, pero decidí esperar a la noche, ya que antes de
llegar a él, me matarían sus esclavos. Los seguí hasta su casa y esperé a la noche, que estaba cercana.
De noche me metí en la casa por una pequeña ventana y fui directamente a la habitación grande y lujosa del amo. Cuando lo vi tumbado durmiendo, pensé que no podía darle muerte tan rápido. Tenía que sufrir más, así que en vez de clavarse el arma en el pecho fui andando de puntillas y se lo clavé en el estómago, donde más duele y se tarda más en morir. Mientras retorcía mi daga en su estómago, él se despertó y me reconoció, pero no tuvo fuerzas para gritar. Simplemente dijo:

-Fuiste tú quien mató a Apolo.

Clavé el puñal en su corazón con fuerza y salí de allí lo más rápido y silenciosamente posible. Me encontraba extrañamente confundido y angustiado. ¿Por qué me había dicho eso? ¿Cómo voy a matar yo a mi adorado amo? Era el hombre que amaba y servía, que admiraba y veneraba, nunca haría algo así. Pero de repente un sombrío pensamiento cruzó mi mente como una flecha: si el esclavo que maté tenía el veneno, no se lo pudo dar justo antes del lanzamiento, así que tuvo que ser antes. Me horroricé sólo de pensarlo, pero todo encajaba: ¡Yo mismo había servido la copa envenenada a mi amo en la comida sin saberlo! Seguramente el 'respetable señor' que acababa de matar había envenenado su copa en un descuido y me quería usar como 'cabeza de turco', sería su chivo expiatorio. Y todo eso ¿por qué?, ¿para qué?, ¿aplausos?, ¿reconocimiento?, ¿envidia? No sabía la respuesta a estas preguntas, pero una cosa sí sé: yo no puedo seguir viviendo pensando que fue mi mano la que entregó a mi amado Apolo a la muerte así que con el mismo puñal con el que maté a los dos esclavos y al que mandó matar a Apolo, me voy a quitar la vida. Sólo siento haber matado a dos esclavos inocentes.
Me reuniré con mi amo en la otra vida. Dejo mis pocas posesiones a mi primo Lagabro, este es mi último deseo. Que mi testamento sea leído en la casa de Apolo para que se sepa la verdad sobre el asunto de la muerte de Apolo de Pella, hijo de Petros.



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