Hace 80 años, Monte,
un pequeña localidad de la Bahía de
Santander, comenzó una aventura empresarial
comunitaria que hoy vive sus días más
críticos. La cooperativa ganadera asentada
en el pueblo, desarrolló entonces una extensión
de crédito con el objetivo de canalizar la
rentabilidad del patrimonio de sus asociados hacia
el beneficio común y la obtención de
servicios financieros en mejores condiciones.
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Fachada
de la cooperativa.
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Un sencillo local, de fácil
acceso, una ventanilla, algunos archivadores y una
máquina de escribir parecen poco bagaje, frente
a los logotipos, la informatización y el merchandising
de las grandes corporaciones de nuestros días.
Lo que algunos han tachado de la prehistoria crediticia
era una experiencia financiera asentada en la confianza,
la lealtad y la cogestión de los impositores
y socios, de los vecinos, en muchos casos unidos por
lazos de amistad y familia. Durante años, los
miembros de esta comunidad han domiciliado nóminas
y pensiones en su cooperativa, han empleado la sección
de crédito como destino de sus fondos en forma
de cuentas de plazo u otros medios de inversión
y han obtenido créditos en condiciones muy
favorables para sus explotaciones ganaderas.
La entidad se convirtió así
en la base de las operaciones de sus socios (hasta
el punto de que otras entidades no consiguieron controlar
el mercado minorista de la población) y en
la fuente de financiación de bienes y servicios
comunes (almacenamiento o distribución de productos
agropecuarios por ejemplo).
La peculiaridad de este tipo de entidades,
su nacimiento en épocas convulsas de principios
de siglo y su escasa importancia territorial les sumió
en una cierta confusión legal, que quedó
subsanada con la ley cooperativas 27/1999 de 16 de
julio, que establecía un marco regulatorio
y de control de las cooperativas agrarias y sus secciones.
La cooperativa de Monte se estructuraba
en torno a una junta rectora formada por socios elegidos
por la asamblea general. Se renovaba en un 50% cada
dos años, siendo su mandato cuatrienal. Los
vocales de la junta elegían al presidente y
vicepresidente, y bajo ellos se encontraba la figura
del gerente, único cargo remunerado y de carácter
técnico. En los últimos 22 años
este cargo lo ocupó José Ramón
Gómez, desde 1985, además, consejero
delegado de la entidad. La cooperativa comenzó
a revisar sus estatutos y actualizar su estructura
bajo la supervisión del gerente, que poseía
la preparación económica necesaria para
asesorar a la junta. En palabras de varios miembros
a los que hemos tenido acceso, como el actual vicepresidente,
D. Carlos Borragán, D. José Ramón
Gómez presentó a la junta en este periodo
(como en los anteriores) estados de cuentas que representaban
una situación contable y patrimonial óptima,
a la vez que ocultó a la junta los mecanismos
de control y auditoria previstos por la ley.
En 2005, una renovación de
parte de la junta motivada por el fallecimiento de
su anterior presidente condujo a los nuevos rectores
a impulsar nuevos proyectos tales como un nuevo almacén
de granos o, sobre todo, la construcción de
un geriátrico. Pese a que los informes revelaban
una situación que permitía afrontar
estos proyectos, la nueva junta decidió iniciar
un auditoría, a fin de determinar si los fondos
que revelaban la contabilidad eran suficientes, o
si era necesario complementarlos con financiación
externa. La auditoría fue concluyente. La entidad
no sólo no disponía de patrimonio ni
de liquidez, sino que habían desaparecido casi
15 millones de euros. La misma auditoría determinó
claramente que parte del patrimonio perdido correspondía
a los miembros de la junta de gobierno, que no habían
realizado ningún tipo de operación irregular
detectable, mientras que las irregularidades contables
realizadas por el gerente eran manifiestas.
La cooperativa tiene depositados
sus fondos en una gran entidad bancaria que ofrecía
una rentabilidad por ellos y ciertos servicios a los
socios a cambio. Presuntamente, el gerente José
Ramón Gómez extrajo parte de esos fondos
por caja, satisfaciendo con ellos los pagos de determinadas
empresas, algunas ni siquiera pertenecientes a la
cooperativa, y que no tenían en ella fondos
suficientes para satisfacer esos pagos. Junto a ello
se concedían créditos irregulares, incluso
a no socios o a personas ajenas al municipio. En suma,
más de 10,5 millones en créditos no
devueltos por empresas, descubiertos en cuentas personales
aún no totalmente cualificados y de cierta
antigüedad, más de dos millones de euros
en letras sin fecha de libranza lo que elimina su
valor legal y hace casi imposible su cobro, y miles
de euros perdidos en intereses de morosidad perdidos.
La inexactitud del sistema de mantenimiento de cuentas
hace difícil evaluar aún la cuantía
de lo perdido, de lo cedido y de lo prestado, dado
el primitivo sistema de contabilidad que presuntamente
llevaba el gerente.
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Algunos
de los afectados.
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Conocida la noticia, un movimiento
inicial de parte de los vecinos, enterados antes de
hacerse público el suceso, para retirar sus
fondos, ha llevado al cierre momentáneo de
la sección de crédito y a la paralización
de pagos e ingresos. Varias querellas contra el gerente
y contra las empresas morosas o beneficiarias de los
pagos en descubierto dibujan el panorama actual de
la entidad.
Fracasado el intento de que la caja
Rural de Burgos adquiriera los activos y pasivos de
la entidad de crédito, desde finales de marzo
un numeroso grupo de asociados se ha constituido en
coordinadora de afectados que, dirigida por Agustín
Arríola, ha llevado a cabo la contratación
de un equipo de abogados (el bufete de Pérez
de la Lastra, Pellón y Mouro) que dado los
primeros pasos legales para la solución del
problema. Así se ha iniciado la identificación
de los afectados, la contabilización de sus
saldos y documentos acreditativos y el otorgamiento
de poderes notariales para poder hacer frente a su
representación legal. En la actualidad, la
cooperativa se encuentra intervenida por el juzgado
número 10 de Santander, que ha determinado
el establecimiento de una defensa judicial y una gestora.
Por su parte las autoridades han ofrecido apoyo mediante
las gestiones pertinentes, la entrega de un local
desde donde actuar y la prestación de diversos
servicios sociales..
Cabe preguntarse ahora, como hacen
algunos vecinos, ¿qué ha impulsado a
una persona del pueblo, muy enraizada en él,
a llevar a sus vecinos a la ruina?. ¿Por qué
el gobierno de Cantabria no ha desarrollado una legislación
autonómica que permita un mayor control y asesoramiento
de estas entidades?. ¿Es cierto que el carácter
de cooperativa agraria exime al banco de España
de sus responsabilidades de control y de intervención,
además de utilizar el fondo de garantía?.
¿Será éste el final de la cooperativa?.
¿Y de la convivencia y el buen nombre de algunos
de los afectados?.
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