Salimos
del colegio una fría mañana con la intención
de visitar la Cueva del Soplao y algún pueblo
bonito de Cantabria. Nuestra primera parada, Santillana
del Mar. La gente aprovechó entre otras cosas
para dar una vuelta por el pueblo, estirar las piernas
y ver su Colegiata. Transcurrida media hora nos hicimos
la “gran foto” de familia, alumnos y profesores,
y nos dirigimos camino a nuestro destino.
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Foto de grupo de todos los que viajamos hasta
la cueva.
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A media mañana
llegamos a nuestro destino, donde nos estaban esperando
unas simpáticas guías. Formados los
grupos, fuimos entrando de manera ordenada y cumpliendo
un estricto horario.
Las primeras sensaciones que te transmite la cueva
eran de calor y humedad. Más tarde nos explicaron
que la temperatura y humedad de El Soplao son constantes
a lo largo del año, independientemente de las
condiciones exteriores. La entrada era un pasillo
largo, una de las entradas utilizadas por los mineros
antiguamente, que ha sido reformada para una mayor
comodidad de los visitantes.
De repente
se apagaron las luces y una fuerte voz nos asustó.
Una voz en off nos explicó los orígenes
y la historia de esa cueva. Poco a poco, y acompañados
por las explicaciones de nuestra guía, nos
fuimos adentrando y comprobando por qué se
dice que El Soplao es un entorno único. Era
un panorama impresionante, fabuloso, me atrevería
a decir que espectacular. ¿Cómo gota
a gota podría haber llegado a formar esa maravilla?
Sólo nos permitieron descubrir un kilómetro
y medio de la cueva, pero nos informaron de la posibilidad
de recorrer 13 kilómetros más, si bien,
en grupos más reducidos y con especialistas.
Tras la visita
nos desplazamos a Puentenansa a comer y a descansar
un rato. La tarde la pasamos en uno de los mejores
pueblos costeros del litoral cantábrico, San
Vicente de la Barquera. Tras perdernos por sus calles
y comprobar el carácter amable de sus gentes,
regresamos de vuelta a casa, después de una
jornada de ocio por estas tierras nuestras.
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