Un empleo
de quita y pon y largas jornadas construye en España
una recuperación que no supera las debilidades
económicas del país. Ésta es
la historia de quienes padecen el nuevo milagro económico
español.
Habrá pocos que no conozcan
a Maite. Alegre, abierta, sonriente, con su pelo
ensortijado siempre preso de un coletero naranja
que su hija la regaló el Día de la
Madre. Trabaja en el súper del barrio,
o más bien vive en él, atendiendo
al número de horas que consume en aquel lugar.
Sin ventanas, entre cajas, estanterías e
historias de gentes sencillas, Maite mueve toda
su humanidad, que no es pequeña, con la ligereza
que le concede su sentido generoso de la vida. El
negocio y la calle han determinado la naturaleza
de los visitantes de "la tienda de Maite",
una pléyade de jubilados y emigrantes que
acuden a la tentación de precios bajos, caras
amables y un oído atento a las desdichas.
Cuando no es que a Consuelo, la viuda de Nano, se
la olvida el paraguas o la compra, es a que a Yaia
no le alcanza el euro del pan, o que Dina se alberga
en la entrada, porque en su casa aún no hay
nadie. O que algún hombre de olor a cuero
pretende salir como los niños, con un pan
debajo del brazo, aún sin pasar por caja.
Pero Maite siempre sabe lidiar con todo, siempre
tendrá lista una mirada de complicidad, siempre
sabrá mantener las reglas, pero nunca con
mirada hosca, ni con gesto violento, por torcidas
que vengan las cosas. Saben las viejas que si la
vista no alcanza, Maite echará mano al bolso,
para contarlas las perras, y nunca se llevará
nada entre los dedos. Y si tienes cara de hambre,
nadie sabrá que has intentado tomar lo que
no es tuyo, que la dignidad es sagrada.
Es nuestro pequeño ángel,
como tantos que perdidos en cada barrio han hecho
de su profesión honrada una manera de cambiar
la amargura del día a quienes todo se empecina
en hacerles gris la existencia. Pero ayer su gesto
era distinto. Todo olía a despedida. El amo
del negocio ha decidido que si perder dinero en
una empresa es malo, no ganar suficiente es aún
peor.
Las cosas pintan mal, el pequeño
súper no produce tanto como antes,
así que toca ahorrar, en este caso en vidas,
y la ley está de su parte.
Entre cajas de leche y embalajes
de sal, las cuatro mujeres del súper
mascullaban el sábado su desdicha. Una a
la calle, dos más a media jornada, que en
todo caso será más que una entera
en trabajo y menos a la hora de cobrar. Maite se
rebelaba, por primera vez la vi perder la fe. "Tú
eres la encargada, es lógico que te salves,
pero qué hacemos nosotras”, le decía
Maite a Lydia, la "jefa" de aquel pelotón
de desheredadas. Y es que Carla y Sandra, las discretas
reponedoras del grupo, llevan una mala racha. Carla
vive sola con su hija, un regalo del cielo y del
sinvergüenza de un novio que, gracias a Dios,
ya nadie sabe donde está. El marido de Sandra
está en el paro. Una obra llena de "seguridades"
le hizo caer de un andamio, y le dejó en
el suelo la espalda. Ya está bien, pero demasiado
tarde para encontrar sitio en un tajo moribundo
en todas partes.
La gente sigue entrando en aquel
comercio que ellas han convertido en su vida. La
gente deambula entre estantes como otro día
cualquiera, buscando en ellas la frase tonta de
cada mañana y la mirada útil que las
hace importantes para alguien, mientras ellas se
agazapan entre botellas para que nadie escudriñe
en sus mejillas humedecidas. Hubiera preferido no
oírlo. No hubiera eso solucionado nada, pero
al menos...
Seguro que el lunes, al acabar
el día, un hombre bien arreglado, de esos
que saben sacar petróleo de cada palabra,
le contará a Maite que su trabajo no vale
nada y que su dedicación ha sido estéril.
Que esos días en que acabó tarde y
regaló su tiempo a la empresa, quitándoselo
a su familia, fueron a su cuenta. Le dirá
que ese amor que repartió entre clientas
fue gratuito. Ese hombre le dirá a esta mujer
que ella solo es un número y que los de su
amo son más importantes. Nada que no oigan
cada día muchos otros españoles.
Al acabar el día la dirá
que se vaya, que los tiempos son malos pero que
su amo no quiere nada con ellos, así que
la toca pagar a ella.
No os trasladamos ninguna reflexión,
solo os mostramos una vida.