13 de abril
del 90. En la calle llueve como no lo ha hecho en
años. Por los callejones no se divisa persona
alguna. Silencio sepulcral. El chasquido del agua
contra el suelo, algún ratón metiéndose
en su pequeño agujero, una parejita de colibríes
acurrucados en su nido, el crujir de las pisadas contra
las hojas secas de los ahora desnudos árboles.
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¡Aquellas zapatillas de deporte!
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Las pisadas provienen de un hombre,
casado, con mujer e hijos, una hipoteca por pagar
y una vida normal y tranquila. Este hombre se llama
Ricardo, viene de tirar la basura, pero la noche se
le ha echado encima y se ha perdido. Su casa no está
lejos de los contenedores, pero aun así está
muy oscuro y no encuentra el camino de regreso a su
hogar.
Poco después, Ricardo ve escondidas entre unas
cajas de cartón unas zapatillas de deporte.
Las examina detenidamente, están nuevas, sin
usar, aún conservan su etiqueta. Pero no podía
ser, estas zapatillas eran sus preferidas cuando aún
era inocente. Recuerda haber tenido unas iguales,
pero se le rompieron, además son más
grandes. Pero, ¿están colocadas, abandonadas…?
Ricardo cree que alguien las habría dejado
ahí porque no eran de su pie o porque no le
gustaban. ¿A quién le va a importar?
Ágil, se las prueba. Son de su talla ¡Y
además muy cómodas! Decide quedárselas
y prosigue su camino. Al rato, Ricardo oye ruidos
tras de sí. Se da la vuelta. No hay nadie.
Serán paranoias de la edad. Se vuelve y los
ruidos aparecen de nuevo, pero ahora a su alrededor.
No se ha dado cuenta, está en medio de un pequeño
bosque cruzado por un camino. Se altera, está
más perdido que antes y para colmo los ruidos
persisten. De pronto se oye un ruido muy cercano y
entonces Ricardo corre. Corre como no lo ha hecho
en años. Cada vez más sonidos, gruñidos,
pisadas, gritos… Corre más aún
y, de pronto, una bestia grande y negra surge de entre
las sombras delante de él, y otra a su izquierda,
y otra a su diestra, y otra detrás, y otra
más. Todas quedan observándolo desde
la sombra. Una de ellas gime y... todas las demás
se abalanzan sobre Ricardo, ahogando su horrible y
desesperado grito agonizante.
Abre los ojos. Hay una lámpara en el techo
de su casa, y a su vera está su mujer. Ricardo
piensa: "Todo ha sido un sueño, solo un
sueño". Se levanta a apagar el despertador
y, a los pies de su lado de la cama, ve unas zapatillas
de deporte como las que tanto le gustaban cuando era
niño.

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