Esta historia
empieza a lo largo de 1402 antes de Cristo y nos situamos
en Egipto, lugar de grandes arquitectos, grandes dioses,
grandes faraones y grandes esclavos.
Nuestra historia trata sobre David,
segundo hijo de la familia más poderosa de
Egipto, los Faraones. David era un niño fuerte,
grande y listo, pero era el hermano pequeño.
Un día estuvo jugando con su hermano a las
cuádrigas. Su hermano mayor, llamado Carlos,
le empujó contra una de las paredes con dibujos.
David dijo que le dejara, pero Carlos no le hizo ni
caso. De repente David vio una roca caída y
que su hermano iba en su dirección, intentó
decírselo pero no le hizo ni caso y se chocó.
David lloró mucho por ello pero vio que él
heredaría el imperio.
Ahora nos remontamos al 1435. El padre de David ha
muerto, tiene todo el imperio para él y eso
le agrada. Ahora es más avaricioso y cruel
y ya no hay nada que le atemorice. Acaba de mandar
construir su propia pirámide y eso al pueblo
no le gusta. Por ello planean encerrarle en una cueva
o algo peor. Un día David discute con su esclavo.
Entonces se enfada el esclavo. Lo tenía planeado.
David sale por la noche a descargar su furia con el
pueblo, pero ve que están todas las casas vacías.
Ve la sombra de un niño que le llama, lo empieza
a seguir, se mete en un lugar muy oscuro. Enciende
un fuego y ve al pueblo que le dice adiós mientras
lo encierran. Corre a salir pero es demasiado tarde.
Se queda golpeando la roca varios minutos pero nada.
Empieza a tener sed y hambre, oye en el último
momento unos gritos y da sus últimos golpes
y, como si fuera por arte de magia, se mueve la piedra.
La abre un abuelo de unos 60 años y le grita
que se ponga a cubierto porque les invadían
el imperio. Ya quedaban muy pocos aldeanos de la última
vez. Sólo estaban los que se quedaron. Entonces
David, también llamado Tutemjuten, cogió
y dijo que el pueblo se rindiera.
Así se hizo y el pueblo egipcio formó
parte del otro viviendo todos en armonía y
felicidad.

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